martes, 13 de septiembre de 2016

MEDICINA. Chequeos y votos.


La candidata a la presidencia de EEUU se desvanece un día de campaña. A consecuencia de una neumonía, se dice. Los partidarios del candidato republicano aluden a la excelente salud de éste. Es previsible que afloren próximamente informes médicos detallados sobre ambos, pues parece que el electorado americano precisa saber lo saludable que estará quien ocupe la presidencia. 

No se pretende tanto un diagnóstico actual como un pronóstico. ¿Y si no es sólo neumonía? ¿Y cómo tendrá Trump su tensión o su colesterol? Preguntas que remiten al  futuro próximo, a cómo estarán o incluso a si estarán al cabo de dos o tres años.

Ese afán pronóstico no afecta sólo a figuras públicas que asumirán una gran responsabilidad política. Mucha gente participa de él y trata de colmarlo mediante la realización de chequeos periódicos de salud. Analíticas, electros, radiografías, endoscopias, incluso TACs de cuerpo entero, certificarán que estamos sanos o, más generalmente, que estamos enfermos pero que nuestro mal se ha cogido a tiempo, o que precisamos controlar factores de riesgo.  Se dice que es una medicina de la salud cuando, en realidad, parece un modo de medicalización de lo normal. 

Tradicionalmente, se buscaba ayuda médica ante una semiología manifiesta (un dolor, un sangrado, un bulto…) Ahora se indaga la semiología oculta, la que revelan los instrumentos, para certificar que se está sano o para “coger a tiempo” una enfermedad. Nadie duda de la conveniencia de saber si se es diabético o hipertenso, por ejemplo, pero el abanico de enfermedades que se pretende prevenir se extiende cada día más y es presumible que alcance una expansión impresionante cuando a cada recién nacido (o a cada embrión) se le secuencie su genoma, que mostrará un perfil probabilístico de todo lo malo que le puede acontecer. Pero la verdad buscada no siempre es absoluta y bien puede ocurrir que los resultados de los exámenes realizados sean falsos negativos o, con cierta frecuencia, falsos positivos, un ruido que obligará a una cascada de pruebas diagnósticas con la consiguiente ansiedad y coste económico. Por otra parte, salir airoso de un chequeo, por completo que se pretenda, no garantiza que se vaya a vivir al día siguiente de realizarlo. Cabe incluso la posibilidad de que la prevención farmacológica de un riesgo detectado desencadene la manifestación letal de una patología larvada.

Si bien la decisión de chequearse la salud parecía propia del ámbito personal, ahora eso que parecía íntimo le es demandado públicamente a quien se presenta para el desempeño de un cargo público tan importante como la presidencia de EEUU. Parece que la Medicina instrumental ha hecho transparente el cuerpo, no sólo al médico a quien se le confía; también a los otros en general (empleadores, periodistas, electores…). No sería extraño que en la campaña americana actual se dijeran entre los candidatos “yo estoy más sano que tú y aquí están las pruebas”. ¿Podría en tal contexto ser candidato un fumador o un obeso? No lo parece. Recientemente se barajó “castigar” en el Reino Unido a estos nuevos pecadores contra la salud situándolos al final en las listas de espera quirúrgicas. 

Un breve informe clínico, un conjunto de números, puede dar al traste con el mejor discurso político a la hora de votar. La biografía, incluso la que se pretende importante, acaba siendo abducida por la biología. 

El gran físico Stephen Hawking es un afortunado ejemplo de fracaso pronóstico por parte de quienes lo diagnosticaron siendo joven. Abundan los fracasos en sentido contrario pero, a pesar de eso, sigue rigiendo la perspectiva de una medicina omnisciente y el postulado del “más vale prevenir”, lo que significa en la práctica que más vale medicalizarnos de por vida y que más vale votar al que certifican como sano aunque nadie pueda garantizar que vivirá mañana.


La obsesión por saber lo sanos que estamos o lo sanos que están quienes decidan destinos de naciones puede acabar matándonos. Hay quien se mata corriendo para evitar morirse. A la vez, podemos elegir a sanos que seguirán estándolo cuando pulsen un botón nuclear si se tercia.

6 comentarios:

  1. Muy interesante Javier. Entiendo que el problema en este asunto de la hipermedicalización, es saber qué es lo sensato. Se habla de escenarios que hoy por hoy parece ciencia ficción.
    Pero sin disparatar demasiado uno podría hacerse la pregunta, ¿es sensato no querer morirse? supongo que sí, o no. Es decir la respuesta a esa pregunta parece fácil, pero reflexionada en profundidad se vuelve mucho más problemática. Otra cosa es la prevención, pero en definitiva la prevención está enfocada a eludir problemas de salud que podrían hacernos enfermar o en última instancia, morir. ¿Dónde ponemos la frontera? y más interesante si cabe ¿quién pone esa frontera? Es absurdo enfrentarse al progreso; a la vez ese progreso debe estar dirigido, coordinado, consensuado para que traducirse en un servicio que eficazmente mejore la situación de las personas y acabe dotándolas del mayor bienestar posible. Se me antoja realmente complejo este asunto; y es que lo que para algunos puede resultar "sensato" para otros solo es un disparate.
    Sinceramente creo que aún no estamos preparados para entender el verdadero significado de lo que supone este "control" sobre la salud personal. No sé hasta qué punto esto afectará a la sociedad tal y como la entendemos: las relaciones, la intimidad, la psicología, la solidaridad, el trabajo... Ya sabemos que lo que hoy es algo completamente aceptado, hace tan solo unas décadas era impensable, y no digamos hace unos siglos. ¿Cómo podría yo explicarle a un fenicio, qué es este ordenador desde el que escribo?
    Estamos en los albores de esta revolución del mundo de la salud, y desde luego me parece totalmente acertado este tipo de artículos que ayudan a reflexionar sobre la deriva que puede y debe tomar. Esta necesidad creciente del ser humano por "controlar", puede acabar suponiendo el peor de los escenarios, el genuino horror vacui, la anulación de algo tan esencial para el hombre como lo es la incertidumbre: al fin y al cabo, es el intento de reducirla lo que nos ha traído hasta aquí. No voy a sacar Heisenberg y la física cuántica para hablar de la incertidumbre en términos científicos, y aunque esté relacionada, me refiero a la necesidad vital de esa incertidumbre. ¿quién podría apasionarse sabiendo cuándo morirá o si no lo hará? Aunque estemos programados para buscar certidumbres, también lo estamos para dudar de ellas; es ese motor que empuja, al que unos llaman instinto, otros sentido, y otros la única certidumbre.


    Sergio,

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    1. Muchas gracias, Sergio, por tu interesante comentario. De él, me fijo especialmente en una doble cuestión que planteas: “¿Dónde ponemos la frontera? y más interesante si cabe ¿quién pone esa frontera?”
      La primera pregunta se incluye en la segunda. El exceso preventivo, el higienismo si se prefiere, parece tener clara la frontera: la edad de la jubilación. No interesa, en la práctica, prevenir enfermedades de viejos, entendiendo por tales los que ya no están en vida activa y, en este sentido, tampoco sería “eficiente” la prevención enfocada a parados y a pobres en general.
      Es decir, ¿quién establece lo bueno de una prevención o de un tratamiento? Quien tiene el poder de hacerlo, y un elemento poderoso es la Big Pharma.
      No nos ciñamos a España ni al llamado primer mundo. No es rentable, por ejemplo, la producción de suficientes antídotos para veneno de serpiente. ¿Habrá muertes que podrían ser evitadas? Sí, muchas, según señalan “Médicos sin Fronteras” https://www.msf.es/actualidad/sudan-del-sur/antidotos-tratar-las-mordeduras-serpiente Aquí, en nuestro país, no abundan las mordeduras de serpiente como en África; preocupa más el colesterol por encima de 200 como dicen en la tele. Es mucho más rentable vender estatinas y estanoles a quien los puede comprar que hacer antídotos contra venenos para pobres. El resultado sabemos cuál es.

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  2. Aunque el tema da para mucho, y continúa una serie de reflexiones encadenadas en tu blog que tienen como fundamento común la aspiración a la transparencia, la predicción y la simbolización absolutas (creencias animadas a su vez por el fantasma de la inmortalidad y la erradicación de la contingencia), en esta ocasión apuntas a una cuestión apasionante. Como nuestra clase política está algunas décadas atrasada respecto de la posmodernidad reinante (lo cual hasta podría ser una de las escasas virtudes que cabe reconocerle), el tema de la salud del líder político todavía no se ha puesto de moda. Pero no tardará en llegar, del mismo modo que los asesores de imagen, en coordinación con los ingenieros informáticos, han sido capaces de “demostrar” que el estampado de una corbata pude mejorar o empeorar la opinión de los electores e influir en el voto.
    Desde luego, en un mundo donde se predica este doble discurso de las oportunidades para todos, incluso para los retrasados, lisiados, y demás criaturas afectadas por alguna clase de minusvalía ( término imperdonable dado que se han inventado eufemismos elegantes que ahora mismo no acuden a mi memoria) por una parte, y por otra que los auténticos triunfadores deben exhibir un perfil de perfección física (curiosamente sobre la moral no se interesa nadie demasiado...), no es de extrañar que en la carrera por el sillón presidencial comiencen a contar los expedientes de salud, y lógicamente de estética. Hace pocas semanas, las redes sociales elevaron su temperatura un montón de grados Farenheit al conocerse el dato apasionante y crucial de que Hillary Clinton tiene un dedo de más en un pie. Esto, como era de esperar, merece un debate filosófico de gran envergadura. Nos encontramos con un inusual dilema: ¿qué actitud debemos tomar ante un candidato que en lugar de presentar una carencia, por el contrario tiene algo de más? No podemos ser negligentes frente a algo así. ¿Un dedo más proporciona firmeza y aplomo en el contacto con la tierra, o por el contrario puede ser un factor de inestabilidad? ¿De qué manera un sexto dedo del pie puede influir en la conducción política de la Clinton, suponiendo que conquiste la Casa Blanca? Dado que estamos en la era del cientificismo, las universidades deberían disponer de grandes presupuestos para realizar estudios serios sobre el tema.
    Hace ya muchos años que nadie se acuerda del famoso botón nuclear. Según parece, el peligro de que alguien lo apriete de manera imprudente ya no es una cuestión de primera índole. ¿Pero y si acaso alguien en lugar de apretarlo, lo pisa sin querer? ¿Un sexto dedo puede aumentar ese riesgo? Como ves, todos estos temas son los que verdaderamente importan. Siria, ISIS, Africa, los refugiados, son temas secundarios. Hay que ser serios, y estudiar cuántos dedos tienen nuestros políticos. Al menos cuántos dedos tienen de frente…Aunque pensándolo bien creo que para saber la respuesta no hay que investigar demasiado...
    Un fuerte abrazo

    Gustavo

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    1. Querido Gustavo,
      No sabía de ese dedo supernumerario de H. Clinton.
      Tu reflexión es vital porque la malicia humana suele fijarse en defectos del otro y no en sus excesos. Espero que, desde ese saber, serios proyectos de investigación biodinámica, osteoarticular, genética, epigenética y embriológica nos aclaren hasta que punto un exceso anatómico asimétrico (dices que es sólo en un pie) tiene potenciales consecuencias dramáticas en política desde el punto de vista científico, a la vez que se abre un serio debate filosófico en tal campo.
      Con respecto a lo habitual, a la asesoría de imagen, Trump parece rodeado de enemigos, empezando por su peluquero.
      Yo tengo esperanza. Confío en que ese botón no haya de pisarse y también espero que el rubio capilar de Trump se disipe en cualquier campaña lluviosa.
      Y, por seguir con Trump,… qué gran contraste con el cowboy de verdad, John Wayne, y su deseo incumplido de epitafio, “feo, fuerte y formal”. Ya ni de muerto le hacen caso a uno. De Trump sólo sabemos que es más feo, que le queda por demostrar, con analíticas y serias medidas antropométricas y descalzo, lo de “fuerte”, y que es dudoso que sea “formal”.
      Un abrazo,
      Javier

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    2. jajaja... he tenido que reírme con lo del peluquero de Trump, en serio. Aunque no venga muy al caso, acabo de escuchar una entrevista en el programa Vuelta y Vuelta de Radion Nacional. El asunto ha sido la humanización de la medicina. Me ha recordado mucho a tus artículos y reflexiones, me permito dejarte algunos links de los doctores que han participado:

      http://juliozarco.com/

      http://contintademedico.com/

      Me ha sorprendido gratamente lo que estos doctores han reivindicado. Si puedes rescatar el post en la página de RNE, creo que te será interesante.

      Sergio,

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    3. Muchas gracias por esos enlaces, Sergio.

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