viernes, 2 de diciembre de 2016

Atomismos. Lo individual o el olvido del sujeto


Quién le iba a decir a Demócrito que sus ideas iban a tener tanta importancia en una visión generalizada del cosmos. Los átomos surgen de la vieja filosofía (Demócrito, Epicuro, Lucrecio…) y a ella vuelven, pasando por la ciencia (Dalton, Rutherford, Bohr…). Pero no vuelven en general del mejor modo.

En el ámbito de la materia la perspectiva atomística es incuestionable. Poco importa que el átomo mismo sea divisible, pues al final lo que supone tal concepción es que hay unidades de materia, sean leptones, quarks o supercuerdas. No sólo la materia, también las transiciones energéticas son discretas (los “quanta”). Y hay quien postula, como Lee Smolin, que el espacio y el tiempo pueden ser discretos y no continuos como los percibimos. 

La perspectiva atomística triunfó también en el mundo de la vida, cuando se reconoció a la célula como unidad viviente.  Las células aisladas, nuestro cuerpo o el de otros, son entidades discretas. Estamos siempre ante seres vivos individuales aun cuando esa individualidad no sea siempre fácil de discernir, como ocurre en el caso del pando (populus tremuloides).

Ese ser individual lo vivimos literalmente en el caso de la enfermedad, concebible a veces como la lucha entre individuos. Las enfermedades infecciosas son un ejemplo muy claro, pero también el cáncer puede verse desde esa perspectiva, como si en el seno de un individuo surgiera otro, caótico, con características celulares diferentes. La respuesta inmune muestra de la mejor manera ese valor del reconocimiento individualizado, pues cada uno percibe lo extraño a él por su sistema HLA en cuyo contexto será presentado lo ajeno a los mecanismos de defensa propios. Somos un individuo inmunológico, neuronal, dermatológico… 

Hasta el mal puede asumirse mejor si se le individualiza como demonio. ¿Cuántos psicóticos habrán sido exorcizados? 

La individuación de nuestra vida puede ser, no obstante, muy artificiosa. Es cierto que tenemos un cuerpo concebible como un sumatorio de órganos y tejidos pluricelulares en el que es posible la emergencia de algo novedoso como la consciencia; es cierto que, en buena medida, dicho cuerpo ha sido informado en su construcción y mantenimiento por los genes. Pero somos entes dinámicos; nuestras células cambian, se reproducen, mueren.  A la vez, nuestro cuerpo no es sólo humano; también alberga una gran cantidad de bacterias (microbioma), que pueden adoptar grados diversos de individualidad y un conjunto de ellas puede, en un momento dado, emerger como ente supraorganísmico, como otro individuo; es lo que ocurre en el llamado “quorum sensing” en el que la densidad de bacterias en un volumen dado puede ser determinante para que en conjunto se expresen de un modo distinto a como lo harían aisladamente (un fenómeno parcialmente relacionado con algo tan desagradable como la placa bacteriana que estropea los dientes). 

Lo supraorganísmico es claro en múltiples ejemplos de la naturaleza, desde insectos sociales hasta bancos de peces. ¿A qué se le puede llamar propiamente individuo? Sólo cabría definirlo en sentido operativo pero, si los criterios son claros ante morfologías aisladas (una bacteria, un pez), no lo son tanto ante agrupaciones. Hay una gradación un tanto difusa de la individualidad. Y esa dificultad se da también en grupos humanos. En el ejército se habla de división o brigada, para referirse a agrupaciones de soldados. Una opción política o un juego pueden definir también individualidades de las que se habla en singular (el ala republicana, el sector demócrata, la selección nacional de fútbol…). Incluso grandes números de individuos pasan a ser llamados “audiencia” o “electorado”. Siempre en singular. Las estadísticas sociales, incluyendo la epidemiología, realzan la teoría atómica haciendo a cada individuo átomo de un colectivo a estudiar.

Y con ello tenemos un problema que va más allá de criterios metodológicos de estudios o de necesidades organizativas de empresas y estados. Vivimos un tiempo en que la atomización se aplica a cada uno de nosotros, que pasamos a ser concebidos como elementos, átomos, de uno o de muchos conjuntos. Y esa atomización, dada por la preeminencia del conjunto, puede implicar merma en lo que propiamente nos hace humanos, en nuestro ser como sujetos únicos e irrepetibles. Desde la atomización, uno puede llegar a identificarse a sí mismo con el conjunto mismo y sólo con eso (blancos o negros, hombres o mujeres, creyentes o infieles, etc.), de tal modo que la identificación es a su vez un conjunto de propiedades de conjuntos, el resultado de una intersección de muchos o pocos de ellos. Se da así la tendencia a creer entenderse desde la pertenencia a un conjunto intersección. El “quién” pasa a ser resuelto por propiedades compartidas con otros "quienes", exceptuando algunas marcas como el nombre.

La Medicina no ha sido ajena a esa atomización que prioriza al individuo frente al sujeto. Las radiografías y analíticas encasillarán a un paciente como elemento de un conjunto intersección y como tal será tratado, con protocolos que lo son del conjunto, no de cada uno de sus elementos. El problema reside en que no haya conjunto, en cuyo caso habrá que definirlo aunque sea sin fundamento, algo que el DSM ha sabido hacer con triste éxito al permitir catalogarnos a todos como trastornados mentales (¿quién no se ve reflejado en alguna de sus páginas?). 

Somos con otros, somos sociales, pero cada uno es un doble interrogante para sí mismo (quién y qué soy). Ser humano supone algo más que ser individuo, que tener un cuerpo reconocible por un observador, que ser un quién; supone un qué, una subjetividad que no es reducible a un pensamiento atomístico clasificador, pues no hay conjuntos de sujetos, sólo de individuos. Al margen de bondades operativas, individualizarnos puede suponer menos el reconocimiento de una autonomía que el potencial atentado ético de la cosificación, algo subyacente con demasiada frecuencia a lo que parece más bondadoso, la medicina o la educación.

Al final, como al principio, cada cual acaba viviendo con una filosofía “ambiental” que le viene dada (los libros de autoayuda son un patético ejemplo) o puede tratar de construírsela, lo que no es sino hacerse las viejas preguntas y, a ser posible, con la ayuda de otros, muchos de los que ya nos han precedido como vivientes. Y nuestro ambiente es el de un atomismo que, si bien se aproxima de modo excelente a lo real a que aspira la Ciencia, es muy pobre cuando trata de aplicarse a la comprensión del fenómeno humano. Siempre fue necesaria la filosofía pero hoy en día, con tantas respuestas dadas y sobre todo prometidas por la Ciencia, parece más crucial que nunca. 

5 comentarios:

  1. El atomismo de Leucipo y Demócrito supuso un pluralismo especial dentro de la filosofía griega ya que no precisaba (como en el caso de Empédocles, por ejemplo, con su Eros y Tánatos) ninguna fuerza exterior a las partículas o elementos que las moviera, uniéndolas o separándolas, formando las cosas; es decir, el atomismo antiguo presupuso lo que luego sería el paradigma mecanicista (isótopo, matematizable), ese universo cartesiano donde la materia sólo es susceptible de medida (figura, tamaño, movimiento) y las cualidades quedan restringidas al ámbito exclusivo del alma (si ya no hay alma, ni conciencia, ya ni siquiera es necesario tener en cuenta lo cualitativo). El paradigma griego no era mecanicista, era animista, el universo se concebía como un gran ser vivo, cualitativo y anisótopo. (Me gusta imaginar que se mantiene en culturas minoritarias que creen por ejemplo en el espíritu del río, la sabiduría de los árboles…y por eso tienen otras formas de vida).
    Actualmente el paradigma es de nuevo anisótopo (parece que no queda más remedio con los nuevos descubrimientos sobre la materia, sobre todo en astronomía) pero el universo sigue considerándose una maquinaria inanimada y cuantitativa. En realidad no se superó el dualismo sino que se solucionó con el eliminativismo. Sigue siendo la misma concepción mecánica de la materia que institucionaliza, en ese modo trivial de entenderlo, el culto al cuerpo en el que, como tú muy bien sugieres, todos somos tropa.
    Genial el post. Habría mucho que comentar. Por ejemplo, en Lógica, un “conjunto” es una unión extensional de elementos sin que sea necesario que tengan cualidades comunes, pero que quedan definidos por su pertenencia y por sus protocolos de actuación, más previsibles cuanto más asépticos.
    Un abrazo,
    Marisa

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    1. Muchas gracias, Marisa.
      Comparto contigo ese atractivo de las culturas animistas. Suele despreciarse el animismo y, sin embargo, creo que es un modo profundamente espiritual de vivir, de saber habitar poéticamente esta tierra como decía Hölderlin.
      Creo que el dualismo no se ha eliminado, como bien dices. El mecanicismo más crudo tiene grandes restos dualistas; basta con pensar en el mantenimiento de un discurso finalista en el que, en vez de Dios, interviene como demiurgo la selección natural que parece cada día más antropomórfica. Por otra parte, en su modo más burdo, el dualismo se equipara al informático, de tal modo que seríamos un hardware informado por un software (genoma) y que soporta a su vez otro (mente). Sabemos que esto tiene consecuencias; los transhumanistas consideran seriamente la posibilidad de mantener nuestro software y reconstruir nuestro hardware o crearlo de novo.
      Magnífica la aclaración de la naturaleza de un conjunto.
      Un abrazo.
      Javier

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  2. Muy interesante lo que comentas Marisa. Es curioso que en lógica el conjunto queda definido por la pertenencia. Eso mismo hacen las maras cuando tatúan a los mareros. Si perteneces a la 18 y te encuentras con la mara rival ya no puedes negar tu pertenencia. El tatuaje te "marca"

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    1. Efectivamente, es muy interesante esa aclaración de lo que es un conjunto por parte de Marisa.
      Y tu ejemplo de las maras con sus tatuajes no puede ser más claro. En este caso, el tatuado pasa a ser sólo el tatuaje mismo.
      Gracias y un abrazo,
      Javier

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    2. Ayer creí responder al comentario de Esteban pero está claro que algo hice mal al enviarlo, lo siento, serían más rápidas señales de humo… Lo copio aquí y lo pongo de nuevo:
      “Sí, en Lógica la “clase” (no tiene sentido económico) sí se refiere a una cualidad, en eso se distingue del “conjunto”, por ejemplo: la clase de los honrados en el conjunto de los políticos del parlamento o la clase de los virtuosos en un conjunto musical. Usando tu ejemplo, la clase de los violentos en una mara. Lo interesante es que una clase, sea o no nula, no está incluida en el conjunto, no es un subconjunto por así decirlo; más bien esa clase podemos encontrarla incluso en conjuntos contrarios ya que en cada uno de ellos, ni son todos los que están ni están todos los que son; claro que eso no tiene una marca o distintivo de pertenencia, porque se define por algo más subjetivo. Tu ejemplo es muy ilustrativo. Un saludo”
      Marisa

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