martes, 27 de diciembre de 2016

CIENCIA. El olvido actual de la posición femenina



Recientemente hemos sabido de la muerte de Vera Rubin, una científica que destacó principalmente por su prueba observacional de la existencia de materia oscura en el Universo.


También en diciembre, pero de 1921, moría otra destacada científica, Henrietta S Leavitt, descubridora de la relación entre el período de variación de brillo de las estrellas cefeidas y su luminosidad, lo que sentaría la base para un cálculo de distancias a galaxias. Sin ese trabajo, probablemente Hubble no sería conocido. 


En 1967, Jocelyn Bell descubrió, siendo doctoranda de Hewish, el primer pulsar, lo que le valió el premio Nobel no a ella sino a su director de tesis.


No sorprende que, cuando se habla de mujeres científicas, se repare en un contexto machista en el que muchas de ellas realizaron su trabajo. Es célebre la expresión atribuida a Hilbert en el sentido de que la universidad de Göttingen era algo muy distinto a unos baños públicos, razón por la que la gran Emmy Noether podría trabajar libremente en ella para bien de las matemáticas, como así ocurrió hasta que llegó Hitler al poder, momento en el que Noether acabó siendo peor vista por ser judía que por ser mujer.


Otro ejemplo clamoroso de parasitismo machista se dio en esa triste época, con Otto Hahn desplazando la contribución de Lisa Meitner en el descubrimiento de la fisión atómica y llevándose un premio Nobel. 


Y el modelo de Watson-Crick, que ya aparece desde hace años en libros de texto básicos de bachillerato, probablemente se llamaría de otro modo si no fuera por el aprovechamiento que Watson hizo de las imágenes de difracción de rayos X de buenos cristales de ADN obtenidas por Rosalind Franklin.



Hoy en día las cosas parecen distintas en los países civilizados, pero los ejemplos citados, entre otros muchos más, apuntan al coraje de mujeres que optaron por dedicarse a la investigación científica en una época en la que eso sencillamente no estaba nada bien visto.


El caso es que sólo 49 mujeres han sido galardonadas con el premio Nobel frente a 833 hombres. Probablemente Mme. Curie sea la gran excepción a una regla que aun se mantiene.


Es probable que esa proporción se vaya aproximando a la que sólo debe ser regida por la igualdad de oportunidades entre seres humanos, al menos en nuestro medio, pues parece lejano el día en que un premio Nobel se consiga por alguien, sea hombre o mujer, que trabaje en un laboratorio del tercer mundo.


Ahora bien, esa diferencia cuantitativa entre hombres y mujeres no se corresponde, curiosamente, con la posición de cada cual a la hora de hacer investigación, pues cabría hablar de una posición femenina o masculina, que tendrían que ver, a muy grandes rasgos, con la forma de atender a la Naturaleza a la hora de cuestionar sus enigmas. Y tal posición no depende propiamente de que uno sea hombre o mujer ni de su orientación sexual, sino del modo de afrontar un problema científico determinado. Por ejemplo, no parece la misma actitud la observacional que la experimental. Tampoco parece igual la experimentación in silico que in vitro. Podría decirse que tanto lo femenino como lo masculino, el yin como el yang son precisos para que la ciencia se desarrolle. 


Muchas de las grandes científicas lo han sido por hallarse en esa posición femenina de acogimiento, como las anteriormente citadas, una posición observacional. En cierto modo, la actitud de Mme. Curie también sería esa, de expectativa de purificación de algo a partir de la pechblenda.

Dian Fossey también tuvo una clara posición femenina, como Jane Goddall, en su observación minuciosa de la etología de primates. Pero también hubo excelentes científicos que lo fueron por esa posición receptiva. Podría decirse, por ejemplo, que Einstein, Planck o Gell-Mann la adoptaron, afirmando la curiosidad, la mirada. Caso distinto sería el de grandes experimentadores como Tonegawa.


Aunque ya se ha sugerido en un exceso de imaginación, la creatividad implícita a la investigación científica no parece robotizable. La ciencia es tarea humana y, por ello, todo lo que conforma lo subjetivo influye en el modo de acceder a lo objetivable. Actividad y pasividad, intromisión y recepción son necesarias en la tarea científica.


Suzuki recoge en un libro escrito en colaboración con Erich Fromm (“Budismo zen y psicoanálisis”) sendos poemas de Tennyson y Basho referidos a una flor. El primero se refiere a una flor arrancada y examinada; el segundo, un haiku, a una flor que se deja en su sitio. Tal vez esas dos posiciones reflejen dos modos extremos y complementarios de trabajar en ciencia, el observacional, femenino, y el experimental, masculino, al margen de la orientación sexual de los participantes.


No sólo se precisa una adecuada igualdad de oportunidades distinta a la mera obsesión por la paridad matemática; también es preciso acoger y potenciar los dos modos de hacer ciencia, en un tiempo en que el machismo tradicional se mantiene transformado en forma de una masculinización de la investigación que prima la competitividad y las prisas frente a la calma y la buena repetición que, en ciencia, se llama reproducibilidad.


La posición femenina en Ciencia parece en caída libre en contraposición, sólo aparentemente paradójica, a un número creciente de investigadoras, muchas de las cuales participan curiosamente de ese exceso de posición masculina. 

Llamativamente, hay que recordar que "ciencia" es nombre femenino en diversos idiomas. 

4 comentarios:

  1. Brillante artículo, gracias Javier.

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  2. Esa desigualdad en el reconocimiento de hombres y mujeres no se da sólo en el campo de la ciencia, se me ocurren muchos ejemplos pero en todos la diferencia es esa, hay más hombres reconocidos y más mujeres ninguneadas, del mismo modo que nadie creería que hay más habitantes en los países desarrollados que en el tercer mundo por el hecho de que en el primer caso están registrados sus nombres. De todos modos siempre queda la otra actitud: “ese premio… ¿cómo se llamaba?, ¿para qué lo quieres?, ¿te hace falta el dinero?”. (Creo que hace tiempo que el capitalismo con su trapicheo cultural desprestigió totalmente ese tipo de cosas. Eso merecería una reflexión aparte, tan necesaria además cuando está tan en el candelero si cuál fulanito merecía o no el premio de literatura; si lo merecían o no tantos otros que se postulan, sin cuestionar apenas la función y el valor de los premios en sí)
    Otra cosa que me parece más interesante es esa diferencia entre la actitud femenina y la masculina, que no tiene por qué atribuirse respectivamente a hombres y mujeres, igual que el machismo no es exclusivo de aquellos. Parece claro que nuestro mundo es masculino y cuando se habla de igualdad es en detrimento de la otra actitud. Me gusta mucho el contraste dialéctico heideggeriano entre El mundo y La tierra.
    Estuve buscando Budismo Zen y Psicoanálisis para leer los poemas; son un precioso ejemplo de esas dos actitudes, y como hablabas de científicas me acordé de R, Carson que decía, en El sentido del asombro, que saber no es más importante que sentir. La primavera silenciosa empezó al observar que no había pájaros.
    Un abrazo.
    Marisa

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    1. Muchas gracias, Marisa.

      Las traducciones que ofrece el texto de Suzuki y Fromm en castellano son éstas:

      Tennyson:
      “Flor en el muro agrietado,
      Te arranco de las grietas; -
      Te tomo, con todo y raíces, en mis manos,
      Florecita - pero si pudieras entender
      Lo que eres, con todo y tus raíces, y todo en todo,
      Sabría qué es Dios y qué es el hombre”.

      Basho:
      “ Cuando miro con cuidado
      ¡ Veo florecer la nazuna
      junto al seto ! ”

      Tal vez los dos busquen lo mismo, lo divino humano, pero a Basho no le hace falta indicarlo; se conforma con lo esencial, con lo que le ofrece su mirada cuidadosa. Sólo eso basta.
      Es curioso, dicen que Jesús dijo que sólo una cosa era necesaria, que su contemplativa amiga María la había encontrado y que nadie podría arrebatársela.
      Una flor basta para una mirada cuidadosa. Ella basta, ella lo es todo.
      El valor de la ciencia reside precisamente en esa mirada, que muestra la belleza escondida, callada, esencial, amorosa.

      Un abrazo,

      Javier

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