lunes, 30 de enero de 2023

Morir es sólo morir...


Imagen tomada de Pixabay

 “Morir sólo es morir. Morir se acaba.
Morir es una hoguera fugitiva.
Es cruzar una puerta a la deriva
y encontrar lo que tanto se buscaba.
(J.L Martín Descalzo)”

 

“No soy joven, y amo la vida. Pero me despreciaría si temblase de terror ante un pensamiento de aniquilación” (Bertrand Russell)


"Esta inminencia de una revelación que no se produce es, quizá, el hecho estético" (Borges)

 

       Estas entradas al blog se producen, o no, como algo un tanto autónomo; siempre son rápidas, no las corrijo en general. Fluyen o no.


Sin saber por qué, hoy tuve una intuición, creo que moriré, que no es lo mismo que saberlo de siempre, de verlo como natural en otros, en sus esquelas, obituarios, tanatorios, noticias... También creo en lo que me más me acongoja, en que morirán los demás a quienes quiero. 


Es decir, creo lo que parece asumible en otros, desconocidos, pero no en los más cercanos y en uno mismo, creo que esto, la vida, la familia, los amigos, el trabajo, el mundo… se acabará para uno, para todos quienes lo rodean, en un día vulgar para la inmensa mayoría, en un día vulgar incluso para quien muere.


Podría decirse que eso es una "boutade", que sabemos de sobra que moriremos, pero la ignorancia sobre el cuándo y el cómo facilita que ese saber desaparezca de la vida cotidiana o que, por el contrario, se haga creencia, en el sentido en que me parece que lo expresó Lacan ("La mort est du domaine de la foi. Vous avez bien raison de croire que vous allez mourir bien sûre; ça vous soutient.").


No me haré predicciones probabilísticas al estilo del principio de mediocridad de Gott. ¿Serviría de algo? Además, nadie es mediocre, aunque haya empeños abundantes en conseguirlo.


¿Sirve para algo “mirarse”, “controlar” los factores de riesgo, llevar una vida “sana”? Estimamos que sí, pero desde una mirada probabilística frecuentista, no bayesiana. Uno se vigila, atiende a todo tipo de alarmas de sus órganos y, al final, el signo menos inquietante resulta fatal o ni se muestra siquiera, apareciendo una repentina catástrofe. No es extraño siquiera que un médico especialista en algo muera precisamente de ese algo en vez de sucumbir a otra cosa, como si su atención específica apuntara a algo determinista. Lo inconsciente acierta en general y la prudencia elemental puede ser descartada.


Morirse parece a veces un milagro negativo con tintes de injusticia. ¿Cómo es posible? Con el bien que hizo, con lo buena persona que era, y acabar tan pronto (siempre es pronto) … bajo tierra, en la inhumación clásica, o en un “mix” tierra-aire con la cremación, incluso en forma de cuerpo desaparecido.


Conozco creyentes teístas y deístas, a agnósticos y a ateos. Admiro a dos personas que ya se fueron a la otra orilla, José Luis Martín Descalzo, sacerdote, y Bertrand Russell, más bien ateo. Respeto especialmente, aunque no la comparta, la perspectiva de aniquilación final  (“vuelve el polvo al polvo”). Cada cual ha de buscar su camino hacia el misterio, hacia el posible significado, y no siempre la creencia lo facilita o inmuniza ante lo aparentemente absurdo. Creer en Dios, haberlo percibido, no neutraliza la angustia en absoluto; hasta el propio Jesús vivió la tristeza más brutal y el absurdo del abandono.


Y, sin embargo, el milagro no es ese, no es morir, porque “morir se acaba”. El milagro es haber nacido. No se trata de un milagro como vulneración de la legalidad física, sino de uno de tantos “mirabilia” que nos conforman y que vemos (sólo si prestamos atención), aunque no nos los creamos por su abundancia. Se dice que se cree en lo que no se ve, pero la dificultad reside más bien en creer lo que vemos, porque resulta casi imposible asumir que, en un instante de la historia del mundo, lo hemos percibido, hemos caído en la cuenta de la propia posibilidad ética en el gran contexto armonioso, estético. Hoy mismo Venus lucía al atardecer. Precioso, haciendo tentadora una visita no factible todavía y que revelaría el carácter casi infernal de ese planeta próximo.


Y milagro todavía mayor es volver a nacer, como le sugería Jesús a Nicodemo, aunque uno sea viejo, eso que equivale a una conversión, a una metanoia desde la visión auténtica de las cosas, del mundo y de uno mismo. Un cambio en la propia perspectiva de un tiempo que deja de ser cronológico. Hay muchos tiempos, el filosófico, el psicoanalítico, el estético, el místico... todos ajenos a Kronos, pertenecientes a Aion y, a veces, contadas, a Kayrós, como en la decisión ética.


    Ante lo que importa, la muerte es mera anécdota. Lo mostraron Sócrates y muchos más. La muerte heroica valora, por ejemplar, la vida.


    Si el nacimiento de un niño requiere unos nueve meses, el renacimiento de un viejo puede precisar un simple instante eterno, el que lo enfrenta a la posibilidad de oír el viento, aunque no sepa de dónde viene ni a dónde va. 


    Siempre tenemos tiempo antes de morir. Basta con mirar, con dejarse penetrar por la belleza del cosmos, de la impresionante, indescriptible e irreductible a ecuaciones manifestación del Ser, del Amor, a pesar del absurdo creado por lo que es humanamente demoníaco, diabólicamente humano. 

            

11 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Muchas gracias, Pedro. Me alegra y, sobre todo, me anima mucho lo que dices.
      Un abrazo

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  2. Me gusto mucho, fue un placer leerlo.

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  3. Querido Javier: el milagro del nacimiento. Qué tema más bello. No solo del nacimiento de una criatura humana, sino de lo infinitamente pequeño. ¿Cómo es eso posible? ¿Quién es el “fabricante”? Pero sin duda es en el terreno de la subjetividad humana donde ese milagro se vuelve insondable. Claro que en cada niño se inscribe la historia del deseo que lo precede, o del deseo que no existió. También las contingencias de la vida, y cuando hay un padre y una madre, ellos dejarán su marca. Pero más allá, o más acá de eso, el verdadero misterio es algo que no podemos explicar. Lo que hace de cada ser algo único, que puede ser hermoso o monstruoso, pero único e intransferible.
    Tengo dos nietos. Son el fruto del amor, un amor inmenso. Un cuidado, una dedicación conmovedora de sus padres. Pero lo que los hace especiales es algo que no podemos explicar, aunque sus cuatro abuelos seamos psicoanalistas.
    Un abrazo
    Gustavo

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    1. Querido Gustavo,
      Un nacimiento es un renacimiento, la gran novedad, la gran posibilidad, lo que permite que, quizá, podamos un día despedirnos con sosiego del río de la vida, en el que también surgimos un día como misterio. “Platz machen” decía un teólogo. Nacemos, a fin de cuentas, para acabar haciendo sitio a otros.
      “¿Quién es el fabricante?” Yo diría que no sólo los padres, no sólo, aunque esencial, el deseo ni sólo lo contingente. No. Tampoco lo biológico anónimo, como los cromosomas de aquellos para quienes un niño fue un problema (preciosa la canción de Sergio Delma, “Ave Lucía”,a pesar de los radicales pro-vida, a pesar de los “puros” que la hayan usado a su favor).
Yo diría, pero eso ya es resultado de mi débil fe, que Dios mismo ha sido el fabricante… de todos, de cada uno, aunque muchos de esos “cada uno” hayan acabado mostrándose de adultos como encarnación demoníaca del mal.
      Un nacimiento, no sólo de un niño, también de cualquier modo de vida, mueve y conmueve por toda su complejidad, por su extraordinaria belleza.
      Un gran abrazo !!
      Javier

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  4. En la Bio-Espiritualidad "sabemos" que el cuerpo, físicamente sentido, es el Terreno Común que nos invita a entrar en El Misterio.

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    1. Gracias por este breve apunte en dirección del cuerpo. Sí. Invita, en su inimaginable complejidad, a entrar en El Misterio.
      Un abrazo

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  5. A Javier y a todos ustedes, gracias pues despiertan en mí la poesía
    Lilí

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    1. Muchas gracias. Si he conseguido despertar la poesía, ha valido la pena escribir.
      Un abrazo

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  6. El día que descubrí que moriría seguro, fué un gran día...saber algo seguro me reconforta aunque no sepa la fecha.

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