Mostrando entradas con la etiqueta AstraZeneca. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta AstraZeneca. Mostrar todas las entradas

lunes, 31 de mayo de 2021

VACUNAS. ¿Cuál me toca? ¿Cuál es la "buena"?

 



A diferencia de lo que ocurre en otras situaciones, como la gripe, ahora todos sabemos que existen distintas vacunas frente al coronavirus causante de la actual pandemia. Esencialmente, las hay de dos tipos, las basadas en un fragmento de DNA incluido en un adenovirus humano o de chimpancé (AstraZeneca) y las que se basan en mRNA que circula en una nanocápsula lipídica (Pfizer o Moderna).

 

Las vacunas basadas en mRNA son realmente novedosas y fruto del trabajo científico desarrollado durante muchos años por personas que tenían tres objetivos en mente, la síntesis de proteínas deficitarias, el desarrollo de inmunidad tumoral y el logro de nuevas vacunas frente a gérmenes que se mostraban especialmente difíciles, como los virus de la gripe o el virus del SIDA (VIH), o el plasmodium, causante de la malaria. Fue la llegada de la Covid-19 la que propició un cambio de objetivo, pero el trabajo científico esencial ya estaba prácticamente hecho.

 

Una vez sentadas las bases científicas, el desarrollo de la vacuna fue muy rápido y se hizo dependiente de la capacidad de producción de la Big-Pharma y de las políticas estatales. Diferentes agencias (nacionales, europeas, estadounidenses…) fueron aprobando las vacunas que hoy en día se dispensan en cada país. Como bien es sabido, la que más se administra en el nuestro es la suministrada por Pfizer, basada en mRNA. Su equivalente, Moderna, se proporciona en muchos menos casos. De las basadas en DNA, es la de AstraZeneca la que se administró y, en concreto, para grupos considerados esenciales por su trabajo (militares, policías, profesores…). Otras alternativas como la de Janssen parecen minoritarias.

 

Con todas las vacunas se dio un porcentaje relativamente alto de efectos adversos, molestos pero rápidamente pasajeros. Pero hubo una excepción consistente en casos de muerte por un raro efecto trombótico en el caso de vacunados con la versión de AstraZeneca (AZ).

 

Inicialmente, se negó lo evidente. Más tarde, se comparó de un modo penoso la probabilidad de un episodio trombótico letal asociado a la vacuna de AZ con la de que a alguien le cayera un rayo o le tocara la bono-loto. Unas comparaciones que carecían de la noción más elemental de lo que es probabilidad, mezclando malamente las aproximaciones frecuentista en el límite y numérica, y obviando el hecho de probabilidades condicionadas (si uno no se vacuna, no corre riesgos asociados a tal opción, aunque el riesgo de contraer la Covid-19 sea muy alto y el riesgo de muerte por trombo asociado a la enfermedad también mayor que con la vacuna).

 

Pero un buen día, alguien con  poder político se asustó y decidió retirar cautelarmente la vacuna AZ, precisamente cuando estaban convocadas muchas personas a recibirla. Eso ya generó o amplificó la alerta inicial que titulares de periódico habían mostrado. Simultáneamente vimos como el rango de edades para el que se recomendaba cambiaba drásticamente, reservándose para mayores de 60 años.

 

A la vez que eso ocurría, la cantidad de dosis de Pfizer que llegaba (y, afortunadamente, sigue llegando) a nuestro país crecía enormemente, permitiendo que la velocidad de vacunación actual con las dos dosis pautadas sea muy adecuada y nos permita alcanzar una inmunidad grupal más pronto de lo que inicialmente pensábamos. 

 

¿Qué pasó con AZ? Lo impensable. A pesar de afirmar reiteradamente su seguridad, aduciendo la rareza de casos letales (una vez admitidos), se retiró, dejándose de proporcionar hasta ahora la segunda dosis, según la pauta recomendada por el fabricante y aprobada por la Agencia Europea del Medicamento, a unos dos millones de personas.

 

Por alguna razón extraña, ya que no se ha manifestado, el Ministerio de Sanidad prefirió cambiar de plan y administrar a toda esa gente una segunda dosis… pero de la vacuna de Pfizer, contraviniendo todas las indicaciones habidas hasta el momento sobre tal decisión. Eso sí, pretendieron el aval, que obtuvieron, como era ya supuesto por todos, del Instituto Carlos III, que, despreció el método científico, diseñando y realizando en un tiempo record un estudio llamado por ellos “exprés” y que respaldó claramente, sin base científica alguna cambiar la segunda dosis de AZ por una de Pfizer. 

 

Cualquiera que haya leído un libro elemental de probabilidades y estadística puede entender el disparate de extrapolar la seguridad obtenida en ese estudio a grandes poblaciones, teniendo en cuenta que los efectos letales asociados a AZ, de los que se habla (no se ven muchas publicaciones científicas sobre vacunas tras su aprobación), son del orden de 1 a 10 por millón. Aunque fueran de 1 a 10 por cien mil o incluso por diez mil, un estudio de 600 casos (400 en el brazo de ensayo) no detectaría un incremento de letalidad, precisamente por su rareza. Hubiera sido realmente inquietante que, en un grupo tan pequeño como el del ensayo viéramos muertes.

 

No vale la pena discutir el sexo de los ángeles ni tampoco dedicar una línea a mostrar que la base para el cambio de plan del gobierno, induciendo ahora a mezclar dos vacunas distintas, es pseudo-científica, aunque pueda ser razonable o no por intereses políticos o comerciales.

 

Estamos en apariencia ante una opacidad que atenta contra la inteligencia de la ciudadanía. Quienes van a recibir la segunda dosis, debieran, en una situación basada en una política científica sensata, poner el brazo y nada más, comunicando a continuación a su médico cualquier efecto adverso que les preocupara. Pero eso no ocurre y no precisamente porque la gente sea idiota o afín a un partido político opuesto al gobierno, sino porque se han hecho las cosas de un modo que difícilmente puede ser más insensato. Que el Ministerio trate de convencer, desde la pseudo-ciencia, de que la alternativa de mezclar AZ y Pfizer es mejor que poner las dos dosis de AZ, parece sugerir que nos sobra precisamente eso, un ministerio como es el de Sanidad. A la vez, obligar a firmar un consentimiento informado si uno opta por AZ (la inmensa mayoría así lo declara, al parecer, a pesar de declaraciones ministeriales vacías), supone un lavado de manos similar al de Pilatos e induce a pensar que uno se juega la vida, como se se plantease una intervención quirúrgica a vida o muerte.

 

Vivir para ver


 

miércoles, 7 de abril de 2021

VACUNAS. Conjuntos y subconjuntos.

 



Hay dos afirmaciones contradictorias que flotan en el ambiente en estos días. 

Una es que la vacuna de AstraZeneca es peligrosa porque produciría trombos y, encima, raros, de esos que tocan el cerebro y pueden matar incluso.

Otra es que esa vacuna es segura. Se sostiene en que, a la luz de los datos, parece haber más casos de trombosis en los no vacunados que en los que sí lo están. Casi parecería que la vacuna protege de trombosis desde la mirada estadística simplista.

Y en algunos países esa vacuna se retira de forma cautelar. Y en alguno de ellos, como hoy mismo en España, se retira, también, con gente citada a vacunarse, por parte de una Autonomía. Por cautela, por prevención, dicen, que es no decir nada y decirlo todo y supone frustrar y asustar al personal.

Y surge la respuesta pretendidamente sensata, científica, en forma de pregunta: ¿Qué es mejor, asumir el riesgo de la vacuna o el del coronavirus? Y es que sabemos, a no ser que nos neguemos a ver la realidad, que este coronavirus no se anda con tonterías, ya que muchas veces, demasiadas, mata, que llega incluso a colapsar el sistema sanitario con efectos de morbi-mortalidad general. No sólo induce en pulmones afectados un daño alveolar difuso que puede acompañarse de fibrosis pulmonar con todos los efectos que eso tiene. También puede producir trombos, afectación neurológica, y en no pocos casos también acaba dando la lata en forma de lo que ya se llama “Covid persistente” o “long Covid”. Como hace un siglo la gripe española, este virus nos ha descolocado a base de bien. 

Y cualquiera que tenga sentido común, hará lo sensato, vacunarse, porque su riesgo trombótico al hacerlo es bajo. O no vacunarse porque, si está bien y toma medidas, no contraería la infección ni se expondría a ese potencial riesgo de trombosis quizá asociable a la vacuna pero no perfectamente delimitado. ¿Qué hacer?

La cosa estaría relativamente clara si contáramos sólo con una vacuna, pero hay varias. Y no sólo las que parece que no podemos adquirir por razones políticas o comerciales (la rusa o la china, por ejemplo), sino las disponibles en nuestro medio. En la práctica, aquí tenemos las propiciadas por fragmentos de DNA incluidos en un adenovirus de chimpancé como vector (AstraZeneca) y las basadas en el uso de mRNA modificado (para que no sea destruido por el organismo) e incluido en cubiertas nanolipídicas. Todas esas vacunas, genéticas, se basan en inducir proteínas en nuestro organismo similares a la "Spike" del virus, de forma que nuestras células desarrollen la inmunidad contra esa “llave de entrada” de la que dispone este molesto germen. 

La plataforma de mRNA, usada por Moderna y Pzifer-BioNTech, es absolutamente novedosa y puede suponer un paso trascendental en la génesis de nuevas vacunas y también de tratamientos oncológicos. Es de esperar que el premio Nobel de este año (de Medicina o Química) se otorgue a una de las principales investigadoras en ese campo, Katalin Karikó.

Bueno, la vacuna es la solución. No sólo a escala individual, también grupal (“herd immunity”), esencial para el paso a la normalidad real y salir de esta subnormalidad llamada "nueva niormalidad", eufemismo lamentable donde los haya. Y todas las vacunas probadas en ensayos clínicos y administradas tras ellos han mostrado ser seguras. Pero, siempre hay algún “pero”, la de AstraZeneca (AZ) se ha puesto en entredicho por su asociación temporal con algunos episodios letales (trombóticos o no). Una asociación que todavía se discute si es causal o casual, pero que genera confusión y alimenta negacionismos. 

Y, sin embargo, el problema parece fácilmente analizable desde una perspectiva de matemática elemental, de teoría de conjuntos. Si nos fijamos en el conjunto de vacunados comparándolo con el de no vacunados con AZ, parece estúpido y negacionista prescindir de esa vacuna, porque la tasa de incidencias en el primer grupo es despreciable en comparación con el segundo. Ahora bien, si, como parece, esas asociaciones en el tiempo se confirman y se dan más bien, por ejemplo, en mujeres jóvenes, quizá pase algo y no nos sirva razonar sobre el conjunto total, sino sólo sobre un subconjunto constituido por elementos que comparten algún o algunos factores de riesgo. Y ahí sí podría haber diferencias. 

Seguir optando por hacer comparaciones burdas, mezclando en un solo conjunto todos los vacunados, sin estratificación alguna, supone el pobre triunfo de una concepción atomística entendida del peor modo, alque nos tiene acostumbrados ya el cientificismo epidemiológico, la visión que equipara al sujeto a un individuo muestral, del mismo modo que se hace con los criterios de curvas (olas les llaman, a pesar de ser artificiales) de contagios y de muertos.

Es imprescindible investigar de verdad, evitando en la medida de lo posible la interferencia de sesgos político-comerciales, si hay subconjuntos que precisen ser excluidos de una opción y susceptibles de vacunación con otra alternativa, en cuyo caso compensaría probablemente el tiempo de espera si no se arbitra un criterio específico de prioridad.

No todas las vacunas son iguales. Recordemos la polémica generada por las vacunas de Salk y de Sabin contra la poliomielitis. Podríamos estar ante una situación análoga, por diferente que se muestre.

En tanto eso no se haga, y no se está haciendo, reinará la confusión, un clima que sólo favorece la expansión del virus y la extensión de la muerte.