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miércoles, 13 de mayo de 2020

MEDICINA. Covid-19. No contagiemos y no seremos contagiados.



Ya llevamos tiempo de pandemia en España. 

Hemos vivido un tiempo de confinamiento masivo y decidido tardíamente, que ha tenido al menos la bondadosa consecuencia de paliar la expansión del virus. No es poco. Pero no es suficiente.

Hasta ahora las cosas no se han hecho precisamente bien. Sabemos sobradamente las consecuencias terribles habidas. 

Es tiempo de cambiar el modo de proceder. La “herd immunity” no es una buena solución. Y exponernos a nuevos confinamientos masivos tendría consecuencias terribles en términos económicos y de morbi-mortalidad. 

En este enlace pueden verse simulaciones muy intuitivas relativas al contagio. Se incluye ahí un gráfico que esquematiza de modo general la buena actitud, tras el confinamiento masivo, en el que hemos tenido tiempo para reflexionar y ver qué procede hacer. 

Lo que viene ahora, ya, no es un mero camino basado en consejos paternalistas hacia la “nueva normalidad” (vivimos tiempos de neolengua). Lo que procede, se ve literalmente en ese gráfico, es “test, trace, isolate”, esperando la última fase, “vaccinate”. 

Vayamos a la primera cuestión, las pruebas. Las hay de dos tipos, de detección genética (PCR) de material vírico (hay laboratorios que también detectan proteínas suyas, los "antígenos") y de detección de respuesta del organismo infectado (tests serológicos). 

La eficacia de estas pruebas se ve limitada por aspectos técnicos intrínsecos y por la evolución de la enfermedad. La demostración de infección por PCR precede a la detección mediante el hallazgo (y potencial cuantificación) de anticuerpos contra el virus de tipo IgM y de tipo IgG. 

Estos tests serológicos son muy importantes para saber no sólo si alguien está en fase activa de enfermedad (IgM positiva) o potencialmente curado (PCR negativa e IgG positiva) con matices (posibles reinfecciones, efectos tardíos del virus…); también nos da una idea de la inmunidad grupal en un gran colectivo como puede ser el sanitario.

En Galicia se están haciendo tests serológicos a todo el personal del SERGAS (rápidos, de “doble banda”, y ELISA si procede). Una buena idea extensible a otros colectivos (escolar, de servicios, etc.). Cuantos más tests serológicos se realicen, más se sabrá sobre la inmunidad grupal, a la vez que una positividad IgM fortuita en un asintomático inducirá a estudiarlo como potencial paciente y, de serlo, a alertar a contactos y proceder al aislamiento.

Hasta ahora, la PCR se ha realizado con escasez y tardanza. De ese modo, cualquier paciente cuya clínica de posible Covid-19 es confirmada finalmente por PCR habrá tenido tiempo hasta entonces de haber contagiado a muchas personas. A diferencia de los tests serológicos, que miran “a toro pasado” (o en curso), la PCR detecta inicialmente la situación. 

Bien, nunca es tarde (relativamente) si la dicha es buena y un BOE muy reciente, del 11 de mayo, recogía una Orden Ministerial por la que a todo caso sospechoso de COVID-19 se le realizará una prueba diagnóstica por PCR u otra técnica de diagnóstico molecular que se considere adecuada, en las primeras 24 horas desde el conocimiento de los síntomas”.

Es aquí en donde se inicia uno de los aspectos relacionados con el título de esta entrada del blog. Si alguien percibe síntomas de alarma de potencial Covid-19, debe contactar con su médico y, si éste sospecha, desde la clínica, esa enfermedad, solicitará la PCR. Un resultado positivo, obtenido cuanto antes, permitirá reducir claramente, mediante el aislamiento que sea factible, el contagio de otros. Es elemental que los confinamientos selectivos tienen obvias ventajas sobre los masivos, algo a lo que podemos volver si “jugamos” con el virus.

Es decir, la responsabilidad individual ha de jugar con el difícil equilibrio entre la hipocondrización y la prudencia, no por la salud propia, que se modificará poco en el sentido que sea si la PCR positiva aparece hoy o dentro de unos días, sino por la salud de los demás, esos contactos que quizá no se contagien por aislamiento y control desde ese saber diagnóstico. 

Hay otro aspecto, muy claro y al fin accesible. Se trata del uso de mascarillas. Sabemos que las hay distintas y que las llamadas quirúrgicas evitan más bien contagiar, si estamos infectados, que ser contagiados por otros. Pero, precisamente, dado que podemos estar infectados y contagiar aun siendo asintomáticos, parece de una ética elemental llevar mascarilla puesta siempre que salgamos de casa, precisamente para no contagiar a los demás. 

Curiosamente, ese deseo de cuidado del otro, del desconocido incluso, en la medida en que se generalice, facilitará que todos seamos más difícilmente contagiados.
Eso y la elemental prudencia de establecer barreras alternativas (pantallas de metacrilato, por ejemplo) y, sobre todo, en mantener una distancia entre personas. Lo visto estos días de “fase 1”, que han parecido de celebración colectiva en terrazas y calles más que de otra cosa, a pesar de la tragedia nacional en la que aún estamos inmersos, ha sido de una irresponsabilidad manifiesta. Es probable que, si la ética es ignorada, la ley haya de prohibir insensateces.

La solidaridad en este terrible contexto de pandemia en el que el coronavirus no hace distinción de edades (ni a niños siquiera), no es solo cosa de sectores sanitarios ni de servicios; tampoco de aplausos. La solidaridad reside en cuidar al otro evitando contagiarlo, aunque no tengamos evidencia de estar infectados nosotros. 

Curiosamente, esa solidaridad será la que nos permita llegar del mejor modo al tiempo “vaccinate”, cuando se logre, si se logra, lo que la gran mayoría deseamos, una vacuna segura y eficaz.

sábado, 11 de abril de 2020

MEDICINA. Covid-19. Smartphones al rescate.


Parece muy interesante la iniciativa de Google y Apple de unir esfuerzos a la hora de controlar la pandemia.

Se trata de ser alertado si alguien con quien hemos coincidido resulta haber sido un potencial contagioso. 

Las cuarentenas se simplificarían. ¿Para qué estar confinado en casa si se es asintomático y se tienen anticuerpos IgG que evitarían que contagiemos (cosa que aún presenta algunas dudas)? Y ¿Por qué no imponer políticamente la cuarentena sólo a quien puede estar contagiando por ahí? Si se está haciendo ahora de modo masivo, bien podría hacerse de modo selectivo una vez que pase la gran oleada.

Hay quien dice que eso de los "smartphones" puede suponer un ataque a la privacidad, como si no fuéramos vulnerables a tal cosa todos los días que usamos el "móvil", a no ser que utilicemos teléfonos “clásicos”, que sólo sirvan para eso, para hablar a distancia a través de ellos, algo que parecen hacer los directivos de esas dos grandes compañías. ¿Quién no usa redes sociales, whatsapp, maps, apps de salud, etc.?

La Electrónica va mucho más de prisa que la Biología. La ley de Moore parece seguir ajustándose a avances impresionantes y, a veces, también inquietantes.

El problema que puede retrasar el alcance del objetivo señalado anteriormente reside en la identificación. Sin pruebas analíticas (PCR, con sus límites, y anticuerpos, con los suyos), ningún sujeto asintomático podrá ser "marcado" como no infectado, infeccioso o curado. Hemos de tener en cuenta que tampoco disponemos de ningún signo patognomónico temprano que permita que baste con una clínica que inicialmente puede ser asintomática o muy leve.

Por eso, la propuesta de colaboración entre Google y Apple para poder alertar a alguien si ha tenido un contacto con posibilidad de contagio, tendrá un valor muy claro (en caso de lograrse, cosa que parece que ocurrirá antes de que haya vacunas o tratamientos mejores que los actuales) a la hora de vigilar "repuntes", una vez que este horror se haya amortiguado lo suficiente. 

De disponer de algo así ahora mismo, tendríamos un porcentaje probablemente muy llamativo de falsos negativos, dada la práctica ausencia de pruebas y el modo en que se hacen recuentos de casos, fallecidos y curados. 

Hay algo que parece claro. Desde el punto de vista de la vigilancia epidemiológica estaríamos aparentemente mejor en manos de los “smartphones” con sistemas iOS o Android que en las de muchos epidemiólogos, que parecen haber olvidado algo importante para todos sus modelos: contar casos realmente confirmados, muertos que lo han sido por coronavirus y sujetos efectivamente curados. Lo que no sea eso, un recuento riguroso (algo que se hace en cualquier recuento electoral), parece fantasía pseudocientífica. Y los modelos matemáticos no basados en el recuento con identificación confirmada, y que parecen obviar incluso muestreos aleatorios, evocan a un cuento en vez de un recuento. Decir “cuento chino” ahora sería ofender a quienes lo han hecho mejor que aquí, en UK o en EEUU, y eso a pesar de ser los primeros afectados y de haber tenido un aparente retraso "político" en iniciar medidas. Según parece, la aproximación tipo "Big Data" llamada BlueDot lo detectó poco antes.

También estaremos mejor siguiendo los consejos que nos proporcionen los "smartphones" que los sabios de la OMS, que ni con las mascarillas se aclaran, y que quizá debieran modificar su definición de pandemia (la que enunciaron en su día sobre lo que es la salud, por ejemplo, nos hace a todos enfermos; quizá se equivoquen algo en todo).

Hasta ahora, la mirada epidemiológica se ha dirigido más a lo curativo que a su propia tarea, la prevención. Por ello, el objetivo ha priorizado evitar el colapso de UCIs (cuando todo se fue de madre en medio de aparentes frivolidades) frente al ingreso en ellas mediante una prevención anticipada y basada, además de la higiene elemental de lavarnos las manos y, más recientemente, de guardar "distancia social", en pruebas diagnósticas y en medidas de barrera, esas que incluyen las mascarillas y las pantallas y máscaras de metacrilato, algo que ha ido improvisando el sentido común de mucha gente. Con el coste de una estancia en UCI... ¿Cuántas pruebas diagnósticas podrían hacerse? ¿Cuántos ingresos en UCI, cuantos muertos, se hubieran evitado?

Si ya hay problemas cuando se confunden la mirada clínica y la científica, que son diferentes aunque se complementen, nos ha ocurrido algo muy triste con la entrada de una mirada preventivista que no ha sido tal y que da la impresión, quizá falsa (es fácil criticar desde fuera) de ser discurso político, protociencia congelada o pura pseudociencia. Obviamente, la heterogeneidad entre preventivistas es alta, pero que hayan tomado ellos las riendas de cara a la decisión política, y no se haya atendido, como parece, a una visión en la que participaran clínicos, sobre todo los de primera línea, la "de choque", aparenta cierto grado de improvisación. Richard Horton (director de The Lancet), que no es tonto, llegaba incluso a escandalizarse

Afortunadamente, aunque no haya sido pronto, parece que las medidas que se han ido adoptando, incluyendo el confinamiento masivo (ahora parece que también pronto las mascarillas para todos) están dando buenos resultados. Y eso sostiene patéticos himnos, como el "resistiré" (solo como individuo colectivo, porque los muertos no lo han hecho; a diferencia del junco, se quebraron) o el "ahora más que nunca" y sotiene también aplausos de todos para todos. 

Somos hermanos, pero, como se dice, "cuando esto pase, que pasará..." pues dejaremos de serlo, nos olvidaremos. Y quizá hagamos bien. El coronavirus no surgió ayer. Podríamos tener un mejor conocimiento de él, incluso quizá una improbable vacuna. Pero las demás especies sólo son o no utilitarias. Atrás quedaron, en los libros de los viejos naturalistas, la anatomía y fisiología comparadas. Quizá alguien se haya comido un murciélago, haciéndose así versión moderna de Drácula. Estamos vampirizados a tal punto que, incluso de día, vemos al otro como eso, como un posible vampiro letal, que ya ni se molesta en acercarse a chuparnos la sangre; le basta con estar y respirar.

Esto dará para muchas reflexiones de todo tipo. Por ejemplo, veo pocas corbatas negras en la televisión a la vez que se anuncia la incipiente victoria de un individuo colectivo (hay menos muertos, se dice). Veo aplaudir a los que salen de UCI, a sanitarios, a policías, a muchos. No a curas, que proporcionan apoyo a quien, siendo creyente, está en las últimas. Hoy hacían torrijas para moribundos. No ven a un familiar, pero pueden (¿pueden?) comer media torrija.

Y la muerte... Ni Philipe Ariès imaginaría que en estos tiempos llegaríamos, no ya a negarla, sino a no poder verla, a no poder tocar, en sentido literal, el cadáver de alguien querido. Algo que acepta quien lo acepta, claro.

Y "cuando esto pase, que pasará" (otra afirmación para todo tipo de anuncios y que resulta indecente para quien ha perdido a alguien), nos volverán a prometer la juventud hasta los 140 años, la edición genética eugenésica, las terapias que "engañen" a células (como si fueran agentes intencionales) y demás tonterías cientificistas. Ah, pero ahora no es momento de cientificismos sino de ciencia... y tiene su tiempo. Ya no se nos habla del microbioma ni del gen que podría curar el cáncer ni de demás bobadas. A la vez, esa ciencia está perturbada seriamente por la pseudociencia. Y no por la de quiromantes o astrólogos. No. Esta vez la pseudociencia es la enunciada por "expertos" asesores.

Y "cuando esto pase, que pasará", nos caerá otra pandemia con otro nombre, que arrasará, porque nos volverá a encontrar como ahora, como en 1918, indefensos y más estúpidos que hace un siglo.