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miércoles, 31 de julio de 2019

MEDICINA. Series de médicos.





Este año puede verse una serie de médicos en “Amazon Prime”. Su título es “New Amsterdam” y se basa en la obra “Twelve Patients: Life and Death at Bellevue Hospital” de Eric Manheimer. Estando de vacaciones, acabé viendo los 22 capítulos de la primera temporada, que no es poco. Muy interesante en su inicio y su final. Lo que venga después será probablemente prescindible.

Abundan las series televisivas sobre profesiones que tienen que vérselas con situaciones de riesgo, de incertidumbre y vocación. Suponen la toma de decisiones por parte de quienes se dedican a ellas, decisiones que suelen generar conflictos entre compañeros. Policías y médicos son, sin duda, profesiones que dan mucho juego para entretener al televidente con multitud de aventuras presuntamente cotidianas, entremezcladas con líos amorosos. En ellas, los héroes destacan por su saber, su valor o, generalmente, una mezcla armoniosa de ambas características.

Ya antes de que se popularizara la televisión, había obras literarias que pudieron influir en que alguien percibiera en él una vocación por hacerse médico. Con la televisión, los ideales parecen más realistas, pero sólo lo parecen. 

Son muchas las series emitidas sobre médicos, pero ésta, la del “New Amsterdam”, centrada en un hospital público estadounidense (lo que parece ya un gran contraste) muestra algo que llama la atención desde el primer capítulo. El “héroe” clave resulta ser el nuevo director del hospital (el equivalente a un gerente de los nuestros). Hay también otras figuras no menos heroicas y, de ser reales, la serie sería un canto hagiográfico cercano a lo empalagoso.

Pero hay algo que resulta especialmente llamativo. Se trata del director del hospital, Max Goodwin (interpretado por Ryan Eggold). Resulta casi increíble que un hombre solo sepa tanto, sea tan eficiente, y que, con la misma facilidad que despide a gente, resuelva rápidamente los problemas de gestión más duros, dando la mejor respuesta a todos los “buenos”, sanitarios y pacientes, y que, a la vez, diagnostique las cosas más raras e intervenga en el ámbito de cualquier especialidad, incluso quirúrgica. Y, por si fuera poco, asume toda esa responsabilidad a pesar de estar afectado por un cáncer que pinta muy mal. Bueno, ya que es ficción, podemos creer en tal posibilidad. De hecho, siempre hay realidades personales, aunque sean escasas, que superan lo ficcional. 

De toda esa fantasía, resulta que la más creíble, que un médico no deje propiamente de serlo cuando ejerce de gerente, es absolutamente increíble en nuestro medio, aunque no sepamos bien por qué. 

Que un gerente saliese de su despacho (o del de otros) y anduviera como un médico más por el hospital que dirige (como hace el Dr. Goodwin en la serie) interesándose por realidades cotidianas y no sólo por las estadísticas Excel, parece absolutamente insólito en nuestro sistema público.

Que algo así ocurriese, que un gerente médico se interesara de verdad y no sólo sobre el papel (literalmente y de modo electrónico) por los problemas médicos parece una fantasía que excede a las protagonizadas como reales por Bruce Willis en las sucesivas “Junglas de Cristal”. Y, sin embargo, sería muy bondadoso para todos quienes trabajan en un hospital y, sobre todo, para quienes en él son atendidos como pacientes.

Y es que los índices, sean de estancia post-quirúrgica, de tasas de infección o incluso de “satisfacción del cliente” no dicen propiamente nada de nada. Sólo son datos estadísticos donde la estadística sirve de poco más que alimentar reuniones de despacho y emisión de informes de propaganda política, porque, en general (quizá haya excepciones), quien realmente podría hablar no es nunca preguntado, ni siquiera cuando se está muriendo ahí, en el propio hospital, a veces en uno de sus pasillos, en esos momentos de colapso asistencial que son tan “puntuales” como periódicos por acaecer principalmente con la visita del virus gripal o por razón de vacaciones.

Tenemos un magnífico sistema sanitario y, sin embargo, podría ser mucho mejor. Bastaría con hablar y, sobre todo, escuchar.