En su larga
conversación con Bill Moyers, Joseph Campbell[1]
decía que “la eternidad no se sitúa después. Ni siquiera tiene duración. No
tiene nada que ver con el tiempo. La eternidad es esta dimensión aquí y ahora
que todo pensamiento temporal destruye”.
A veces es
factible esa vivencia y, desde ella, puede intuirse una permanencia gozosa
fuera del tiempo.
Leandro Carré
Alvarellos[2]
recopiló en un libro “Las leyendas tradicionales gallegas”.Una de ellas se
refiere al abad del monasterio de Armenteira, San Ero, y es recogida en las
Cantigas a Santa María de Alfonso X el Sabio (la 103). Se nos dice que, en una
ocasión, reposando junto a una fuente de agua clara y a la sombra de un árbol, el
monje le preguntó a la Virgen María si podría ver el Paraíso. Y ocurrió
entonces que en ese árbol empezó a cantar un pajarito. Y tan bien cantó que el
monje lo escuchó extasiado durante un breve período de tiempo. Cuando volvió al
monasterio, lo encontró cambiado y no conocía a nadie. Supo entonces que había
sido un “momento” de trescientos años el tiempo que estuvo escuchando al
pájaro.
No es una leyenda
exclusiva de Galicia, como se indica en el libro de Vitor Vaqueiro[3],
“Guía da Galiza Máxica”, que alude a narraciones similares en Portugal o
Alemania.
Toda narración
mítica esconde una verdad o un interrogante; sugiere el misterio que nos
constituye y que nos orienta.
No es éste uno de
los grandes mitos o leyendas. Su brevedad es llamativa y su contenido bien
simple; lo que para alguien es muy poco tiempo, para otros es mucho, incluso más
que la duración de la vida humana más longeva.
Pero alude a algo
profundo, como lo es todo lo que tiene que ver con eso que llamamos tiempo. La
leyenda no evoca, no podría hacerlo por su contexto histórico, lo que hoy
sabemos sobe la relatividad del espacio-tiempo. Tampoco tiene que ver con la
afirmación de algunos físicos teóricos de que el tiempo sencillamente no existe
en sentido estricto, sino que es un nombre dado a correlaciones fenoménicas.
Encuadrada en la tradición
milagrera atribuida a la Virgen María, no parece una leyenda especialmente
edificante. Sin embargo, de un modo muy sencillo, hace contrastar lo inmortal y
lo eterno, algo bien distinto. En este caso, el monje no se hace inmortal pero
sí ha vivido un instante eterno. En general, en la creencia cristiana suele
identificarse erróneamente la eternidad con la inmortalidad, a pesar de que la
eternidad esperada desde la fe requiere del paso por la muerte.
La narración de
Borges sobre el Inmortal sería el gran contrapunto de este sencillo relato. El
monje ha vivido en la eternidad sin ser inmortal y percibe algo terrible: su
tiempo ha quedado atrás, sin compañeros, en un monasterio que le es
desconocido; es el precio de haber percibido lo eterno. En cierto modo, es el
mismo precio que se paga por la experiencia mística: la inefabilidad implica soledad.
Pero saber de lo eterno es, a la vez, saber de la muerte. Por el contrario, el
inmortal borgiano no tiene idea de lo eterno, sólo sabe de un perenne
aburrimiento y ansía y busca la muerte como liberación de una vida inacabable e
indigna de ser vivida.
Mirar al cielo
espiritual (en tiempos identificado con el firmamento) ha supuesto siempre un
ejercicio de imaginación que, a lo largo de la Historia, ha tenido un resultado
cada vez más débil (es más fácil imaginar infiernos y muchos ya los hay aquí mismo). La perspectiva de un nuevo
cielo y de una nueva tierra fue asumida por el profeta Isaías (65,17), pero no
deja de ser una idealización de lo ya conocido (“morir joven será morir a los
cien años”). Una idealización que asumen los testigos de Jehová y quizá de un
modo muy parecido los mismísimos transhumanistas. Pero eso bien poco tiene que
ver con la eternidad, la que sólo podemos intuir por instantes atemporales en
vida.
Tratar de hablar
de vida eterna y de la esperanza en ella que para muchos comporta su fe
equivaldría a hablar del Innombrable, de Dios. Y así, el teólogo Hans Küng[4]
destaca que “la consumación del hombre y del mundo es una nueva vida en las
dimensiones inaccesibles de Dios, más allá de nuestro tiempo y de nuestro
espacio. Y, por tanto, al final está también ese misterio inefable, ese gran
mysterium que es Dios mismo”.
En síntesis, ese
pajarito de Armenteira cantó lo eterno, sugiriendo su preciosa leyenda que quizá sólo desde la
asunción de la ignorancia atenta podemos alcanzar a percibir, a intuir, lo
Real.
[1] Campbell J. (1991) Puissance du Mythe. Paris. France. Ed.
J’ai lu. (Obra
original, Power of Myth, publicada en 1988.
[2]
Carré Alvarellos L. (1999) Las leyendas tradicionales gallegas. Madrid.
España. Ed. Espasa Calpe S.A. (Obra original publicada en 1977).
[3]
Vaqueiro V (2003) Guía da Galiza Máxica, Mítica e Lendaria.
Vigo. España. Ed. Galaxia S.A. (Obra original publicada en 1998).
[4]
Küng H. (2007) Credo. Madrid. España. Ed. Trotta S.A. (Obra original publicada en
1992)
Me encanta.
ResponderEliminarGracias.
EliminarBello
ResponderEliminarGracias.
EliminarHola señor Javier.
ResponderEliminarComo creyente que soy me gustaria creer que hay algo que nos trasciende; que todas mis alegrias, mis tristezas y mis logros en esta vida tengan un próposito, pero como no tengo ninguna prueba de esa transcendencia es preferible disfrutar mi vida al máximo, sin ninguna preocupación hasta el día en que muera,y por supuesto, siempre con la esperanza.
La vida después de la muerte es inimaginable, nuestra razón es un poco inmperfecta, ya que no comprendemos (y nunca comprenderemos) el cosmos en el que vivimos para tener que pensar en un mundo totalmente diferente y fuera de nuestro realidad.
Gracias y disculpe por mi ortografia.
Luis
Muchas gracias por su comentario.
EliminarLa esperanza nos sostiene.
Un cordial saludo.
Javier Peteiro
Me encantó
ResponderEliminarMe encantó. Porqué será tan difícil desligar psicológicamente la eternidad y el tiempo? Como cuando ver si cielo como algo "sobre" nosotros en vez de ese vacío colosal. Será cuestión de economía psíquica o informática?
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