viernes, 19 de octubre de 2018

Ciencia y Filosofía en las aulas. Una cuestión de método.




Parece que la Filosofía retorna a las aulas como materia obligatoria. La noticia es buena en medio de tanta simpleza cientificista, tan pretendidamente pragmática que ni pragmática es.

Pero todo ha de matizarse, ya que lo que se reintroduce es la Ética y la Historia de la Filosofía, que no es lo mismo que la Filosofía misma, aunque ésta pueda albergarse como tal con mayor o menor acierto en ambas disciplinas. 

Esta medida parece responder a la justificada reacción previa de ciudadanos ilustrados que han visto y denunciado algo tan impropio como la eliminación, en los curricula escolares, de la Filosofía y, en general, de disciplinas humanísticas. Por supuesto, pueden haberse dado intereses meramente laborales, gremiales, pero eso parece secundario ante una respuesta adecuada ante una demanda legítima, tras despropósitos educativos sobradamente conocidos.

Con frecuencia se contrasta un valor cuasi ornamental de la Filosofía (y demás disciplinas humanísticas) con el valor pragmático de la Ciencia, que sí sirve para comprender el mundo y transformarlo, en vez de hacer juegos de palabras más propios de tiempos pretéritos. 

Pero hay algo que ha de tenerse en cuenta, se esté o no de acuerdo con un pragmatismo ingenuo excesivamente arraigado en las aulas, especialmente con la marca boloñesa. 

Ocurre que, tanto la Ciencia como la Filosofía, no se enseñan, en general (hay siempre honrosísimas excepciones que no se ciñen a los libros de texto), como tales, sino como Historia empobrecida, sea de resultados científicos, sea de ideas filosóficas. Algo es mejor que nada, pero, de ese modo, parece darse un defecto esencial en lo concerniente a la Ciencia y a la Filosofía. Son muchos los estudiantes, incluso licenciados, que ven en la Ciencia una secuencia progresiva de resultados (se acaba sabiendo que la mecánica relativista supera a la newtoniana, que hay una equivalencia materia – energía, que el ADN es la molécula informativa de los seres vivos, etc.). Del mismo modo, se acaba sabiendo algo o bastante de lo que pudieran pensar Descartes, Platón o Kant, o una relación bibliográfica de figuras destacadas de la Literatura, aunque no se haya leído a ninguna de ellas. Se trata de una concepción de la cultura, incluyendo la científica, que sí resulta ornamental. Y, de ese modo, se olvida (llevamos demasiados años haciéndolo) lo nuclear.

La Ciencia, contada como historia de resultados, y a la luz de las aplicaciones de éstos, pasa a ser considerada como creencia. Eso es así porque se echa en falta la introducción adecuada a lo esencial en Ciencia, que es su método. De modo análogo, la Filosofía narrada como historia del pensamiento no implica necesariamente que induzca el pensamiento mismo. En ese sentido, ni la Ciencia ni la Filosofía auténticas podrían considerarse “obligatorias”, aunque se impongan (y deban imponerse) como asignaturas, porque no se enseña lo más propio de ellas y porque resulta sencillamente imposible obligar a alguien a pensar, especialmente en estos tiempos en los que impera la concepción métrica y ociosa de la vida. 

La Historia de la Filosofía, como la del Arte o la de la Ciencia, son muy importantes como ayuda esencial para contextualizar el pensamiento y la creatividad personales, pero lo que resulta realmente fundamental es la familiarización con lo que al ser humano le importa y la formulación de preguntas al respecto. Es desde ese retorno al origen, que supone la admiración, el asombro ante el mundo, que podrán plantearse cuestiones, hacer reflexiones propias y debates y ver qué posibilidades hay de resolverlas a través de la Ciencia y qué interrogantes quedarán provisional o indefinidamente fuera de su alcance.

Si la enseñanza de la Ciencia se ciñe al relato de sus resultados, aunque incluya alguna que otra demostración matemática o una mirada a un microscopio, se estará convirtiendo en la transmisión de una creencia en quienes los han obtenido, más que en un reconocimiento de la bondad del método científico. Tal vez por eso es comprensible que haya quien, habiendo seguido una trayectoria curricular científica, caiga en la creencia pseudocientífica. Se puede ser médico con un magnífico expediente, sabiendo mucha Fisiopatología, y creer que la iridología es magnífica en el diagnóstico como el agua homeopática lo es para el tratamiento. 

Si la ciencia es “sabida” como creencia, podrá ser fácilmente sustituida por otra creencia; es eso lo que facilita la permanencia de las pseudociencias en entornos pretendidamente científicos; a la vez es lo que facilita una defensa de la ciencia (como si ésta lo precisara) por parte de un escepticismo casi religioso porque tampoco mira al método; los pseudocientíficos, numerosos, son compensados con círculos de “escépticos”, también numerosos. Lo cuantitativo es facilitado por la difusión en red y prima sobre lo cualitativo. Probablemente Einstein lo tendría difícil en esta época, tanto por la mirada pseudocientífica como por la de pretendidos escépticos. Y es que el escepticismo real también es cuestión de método.

De modo análogo, una enseñanza adecuada de la Filosofía, aunque precise de un saber sobre su historia, supondría el encuentro con el no saber, con la ignorancia esencial sobre lo más importante, la que suscita más preguntas que respuestas, por más necesarias que éstas se consideren.A fin de cuentas, a diferencia de la Ciencia, la Filosofía es tarea de cada cual o algo así decía Jaspers.

Enseñar Ciencia y Filosofía acaba siendo lo mismo en el sentido de que ambas tareas suponen facilitar un espacio de apertura al pensamiento, a la reflexión, a la pregunta. Saber acaba siendo, como siempre fue en el sentido más auténtico, una experiencia socrática, la que supone hacer preguntas desde la ignorancia y asumir que las posibles respuestas parciales sólo podrán proporcionar una mejor visión de esa ignorancia. Es desde esa humildad, creciente y reconocida, tanto más cuanto más se luche contra ella, que un joven podrá hacerse científico respetando el necesario marco filosófico para la investigación, o filósofo, sabiendo que el método científico es la mejor ayuda para conseguir la respuesta a muchas preguntas que aún no se han contestado o que ni siquiera han llegado a formularse.  

9 comentarios:

  1. En mi opinión también es así como dices, la Filosofía y la Ciencia deberían enseñarse desde el cuestionamiento y la reflexión más que como una recopilación de ideas y datos institucionalizados. Supongo que pertenecer a un gremio y defender lo que todos hacen sería puro corporativismo; en ese sentido habría mucho que decir pero ahora lo urgente es que devuelvan el derecho a una educación formativa e integral, y desde luego, la Filosofía permite vertebrar los diferentes ámbitos de conocimiento y decisión.
    Hace unos años, en una de esas sucesivas leyes educativas que poco reforman y mucho estropean, surgieron asignaturas como “Ciencias para el mundo contemporáneo” y “Cultura científica”, y fueron asignadas a los departamentos de Biología y Física, cuando desde mi punto de vista, deberían estar asignados al de Filosofía, la argumentación sería larga pero fundamentalmente porque esos contenidos hay que darlos desde un punto de vista crítico. En aquel momento la materia de Filosofía de 1º Bach pasó a llamarse “Filosofía y ciudadanía”, así que ya viene de atrás esa idea de que sólo hay que aplicarla a Ciencias Sociales, o, como dices tú, darla sustantivamente como un ornamento humanístico más. En fin, la misma quimera de las dos culturas llevada al extremo ( Muchos confunden la antigua denominación “Filosofía y letras” con: “Filosofía es de letras”).
    En cuanto a la Historia de la Filosofía, si se imparte de aquella otra manera, hay que traerla siempre al presente. Por ejemplo, si tuviera que comentar las bases filosóficas de la noticia que tratas en tu anterior post, recurriría a la explicación que hacía el señor Descartes de la posibilidad de error, te aseguro que se entiende mucho mejor de donde viene el totalitarismo científico.
    Por otra parte, la Filosofía es muy esclarecedora: por ejemplo, en Lógica proposicional, la Disyunción, que formaliza enunciados tipo “p o q”, no implica exclusión, es decir, es “p o q o ambas”, la exclusión es la Contradictoriedad, es decir, “o p o q” (nunca ambas), son operadores distintos y con distinta validez, que a veces confundimos en el lenguaje natural.
    Un abrazo,
    Marisa

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    1. Muchas gracias, Marisa, por este comentario, tan lúcido y enriquecedor como todos los tuyos.
      Me parece especialmente relevante tu referencia a "lo urgente", a ese "derecho a una educación formativa e integral".
      Aunque se diga que nunca tantos científicos vivos hubo en la Historia, sabemos que eso es una falacia y lo es principalmente porque científicos de verdad hay pocos, habiéndose convertido a la investigación científica (especialmente en el ámbito biomédico) en una carrera por publicar.
      En su correspondencia con Max Born, Einstein tenía en cuenta, de un modo un tanto despectivo para escándalo de Born, pero lo tenía en cuenta, a Kant. El pensamiento del gran Feynman era científico y, por ello, filosófico: un positrón equivalía a un electrón retrocediendo en el tiempo. Si eso no implica un marco filosófico, mal puede considerarse. La M. Cuántica, o no es interpretable y nos basta como herramienta según Bohr, o implica una posición filosófica, algo que también ocurre con la finalidad tan mal definida existente en el ámbito biológico (no existe, pero existe; no hay teleología, pero sí habría teleonomía según Monod).
      La Ciencia es posible desde una epistemología, que siempre precisa un repaso y requiere una hermenéutica para intentar ser comprendida. El esfuerzo de Russell ha sido ejemplar, porque no es directamente dado que dos y dos son cuatro.
      Es esa carencia de un marco filosófico bien construido, esa gran ignorancia actual, la que reduce la ciencia a un cientificismo cuasi-religioso y con pretensión pragmática.
      Seguimos, como indicas, pero peor que hace años, en esa "quimera de las dos culturas", porque la tercera, esa que parecía defender Snow, ha decaído, se ha entregado desde su nacimiento al reduccionismo cientificista.
      No se trata de enseñar a aprender contenidos memorísticos, sino de acompañar a quien está en plena adolescencia y juventud a plantearse su vida, que lo es en el mundo, en el de la materia, el de la vida, el de los otros. Se trata de invitar a pensar, a hacerse la gran pregunta. ¿qué quiero?, de acompañar al nacimiento de la tragedia que supone ser y saberse humano, desde que se toma conciencia de ello.
      Soy optimista en el sentido de que, aunque se persiga que los jóvenes sepan qué es el ADN o lo que pensaba Heidegger (cosa poco fácil para la mayoría de chavales), el restablecimiento de la enseñanza filosófica en el Bachillerato permite una gran posibilidad a los profesores de Filosofía, la estimulante, la que va más allá de los contenidos, optando marginal pero prioritariamente, en ese contexto obligado, por la invitación a pensar, a que sus alumnos accedan a la libertad real, esa que tanto miedo da a tantos.
      Un abrazo,
      Javier

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  2. Desde luego este regreso de la filosofía a las aulas mejora la situación que hemos vivido en estos últimos desgraciados años, desgraciados no solo para España sino para todo el mundo. Como bien sabes, la globalización solo extiende lo peor. Las cosas buenas -misteriosamente- rara vez se globalizan, salvo las que se ponen a la venta y a buen precio...
    Aunque no debemos desmerecer la bienvenida de esta novedad, tienes toda la razón en lo que observas. Hay muchas maneras de lavar la cara de un método de enseñanza que no solo no enseña nada, sino que estropea el deseo de saber. Ray Bradbury, a los 17 años, decidió abandonar sus estudios universitarios por negarse a que su capacidad imaginativa y creadora se viese arruinada por la enseñanza académica. Hay algo que es indiscutible y completamente demostrado: es imposible aprender aquello que no se ama, que no se ama con verdadera pasión. Se pueden incorporar algunos conocimientos, pero para que cobren la suficiente potencia como para encender el motor del pensamiento crítico y la mirada lúcida hacia lo que nos rodea, es preciso amar el conocimiento, tanto científico como humanístico. No es muy seguro que los poderes políticos estén verdaderamente interesados en que eso suceda. En Argentina, la actual gobernadora de la provincia de Buenos Aires afirmó que la Universidad no es para los pobres. Lógicamente, nadie en Europa es aún tan bestia como para afirmar una canallada semejante. Otra cosa es que eso se piense por lo bajo y se maquillen los programas de estudio con una capa de pintura cultural que no sea demasiado molesta para el IBEX 35....

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    1. Querido Gustavo,
      Gracias por tu comentario.
      Coincido plenamente en que, en general, salvando singularidades en el ámbito del profesorado, el sistema de enseñanza propiamente no sólo enseña muy poco o nada, sino que "vacuna" contra el deseo de saber. Mi esperanza se centra únicamente en esos profesores vocacionales, que aun hay, y en que puedan hacer algo a pesar del encorsetamiento de los curricula exigidos.
      Como sugieres, no es lo mismo la pasión por saber que la necesidad de acumular datos. Y, por supuesto, el interés político parece residir en tener una masa de votantes con capacidad crítica muy escasa y revestida por un saber - barniz, resultado de un acúmulo de notas, créditos o títulos. En esa línea, el escándalo de los "masters" de políticos es tristemente comprensible. Se trata de tener titulaciones y llenar los despachos con ellas, no de saber.
      Hay un término en tu comentario que me parece esencial, el amor, en este caso al conocimiento. Un amor apasionado por saber, por ser, que va unido a saber de, a saber-se. No es concebible la búsqueda del conocimiento sin un impulso amoroso por él.
      Es curioso, pero el viejo "Manual de la UNESCO para la enseñanza de las ciencias", destinado a países en vías de desarrollo, me parece mucho más interesante y fructífero, incluso a día de hoy, que los programas académicos de nuestro primer mundo.
      En el IBEX 35 cristaliza la noción de un saber utilitario que ni pragmático es. El maquillaje, como dices, está a la orden del día desde hace ya mucho tiempo y parece que seguirá haciéndose. El plan Bolonia es su exaltación.
      Un fuerte abrazo,
      Javier

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  3. ...de momento te diría que «la derivada matemática» me ha sido más útil para comprender (y también escribir) ciertos planteamientos y reflexiones, que no solo para hallar el punto de inflexión de una función polinómica.

    Un saludo.

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    1. Eso es indudable y extensible a las matemáticas en general.
      Un saludo

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  4. Me gustaría, don Javier, que me pusiera un ejemplo de un miembro de esos círculos escépticos que tanto le gusta entrecomillar que haya hecho un solo comentario negativo a la reintroducción de la Filosofía en las aulas. Gracias.

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    1. Estimado D. Manuel,
      Agradezco su participación en este blog.
      No he atribuido a esos "círculos escépticos" ningún "comentario negativo a la reintroducción de la Filosofía en las aulas". En ese sentido, creo que el ejemplo que me pide excede al contenido de esta entrada y no se relaciona propiamente con ella.
      Un saludo cordial.
      Javier Peteiro

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