En estos días, el número de personas vivas poblando el planeta ha alcanzado, según dicen, la cifra de ocho mil millones.
Son, somos, muchos. Pero una cifra nos dice muy poco. Ha ocurrido y ocurre con grandes catástrofes naturales y bélicas, cuando lo que se cuenta son muertos.
Podemos hacer un ejercicio de imaginación, como es dedicar sólo un segundo a contar cada uno de esos ocho mil millones, algo imposible de acometer por alguien, por longevo que sea. Uno, dos, tres… a razón de un segundo por número adicional le llevaría a una máquina ideal, exenta de error y de reparaciones de mantenimiento, algo más de dos siglos y medio. Y en todo ese tiempo, el recuento ya se habría quedado claramente muy corto, de seguir la tendencia en la que estamos embarcados ahora.
Las grandes cifras (ocho mil millones lo es) difuminan lo discreto, lo individual, haciendo de la humanidad viviente un continuum temporal ante una visión simplista. En ese conjunto, puede asumirse con bajo error, aunque no muy fácil de calcular, que lo altamente improbable, pero posible porque haya ocurrido alguna vez en la Historia, se repite ya o sucederá pronto en algún lugar del planeta. No tenemos la seguridad absoluta, pero sí una probabilidad de ello que, a efectos prácticos, se aproxima a uno. Y por eso, la cifra difundida por los medios de comunicación evoca el eterno retorno de lo mismo en el ámbito de lo humano. No porque la vida de uno se repita indefinidamente, sino porque habrá biografías muy similares, que tienden a la identidad bajo diversas perspectivas de terceros. ¿A qué le llamaríamos “lo mismo”? La mirada simplista acoge con facilidad la etiqueta de subconjunto racial, geográfico, religioso, fisicalista, etc., de lo humano.
Es muy probable que descubrimientos claves en el avance tecno-científico sean producidos en un intervalo de tiempo corto en comparación con el tiempo del mundo, sólo porque hay más mentes que nunca. Así, es imaginable que se logre pronto una teoría de gran unificación, que haya viajes no necesariamente tripulados a planetas más allá del sistema solar o que las grandes enfermedades, como eso casi innombrable a lo que Mukherjee llamó “el emperador de todos los males”, se puedan curar. Pero no todo será bueno, con un riesgo de hecatombe bélica nuclear, de catástrofes naturales masivas o de emergencia de enfermedades novedosas o asociadas a gérmenes que “despierten” tras el deshielo inducido por el cambio climático.
Habrá la tentación de una perspectiva atomística más reductiva que en la que ya estamos inmersos, y en la que la noción de átomo-individuo cobre más fuerza que la que ya tiene en la bio-estadística actual. Muchos estudios podrán acometerse así, considerando a cada uno un “voxel” en una gran matriz hiperespacial de variables definidas, o una “dx” en una aproximación por ecuaciones diferenciales. Estaríamos acercándonos a una identidad relacionada con el subconjunto en que los grandes análisis de datos nos ubiquen.
Tal estado de cosas induce a la reflexión. Por un lado, se impone una gran humildad porque es más fácil que uno se reconozca como más sustituible que antaño en el gran teatro planetario. Uno podría decirse a sí mismo: “no te obsesiones con tu mortalidad; no te des tanta importancia, que eres sustituible”.
Por otro lado, vivir en un planeta común no equivale a vivir en nuestro propio mundo, el de cada uno, el que podemos construirnos desde el acontecer biográfico a pesar de las restricciones de contorno que puedan darse. Habría, pues, la posibilidad de un “Umwelt” particular, asociado a la libertad, donde seguiríamos con la capacidad de ser en él, como Dasein, con un “ahí” concreto, habitando propiamente, y no sólo viviendo, sin que el exceso poblacional pudiera anular nunca el comportamiento ético existencial al que estamos llamados desde nuestro fondo humano.
Se perfila un horizonte de posibilidades, como siempre ocurrió en nuestro trayecto evolutivo y después histórico. Por fantástica que parezca la realidad posible, seguirá siendo una realidad en la que vivir, movernos y ser, actuando en mayor o menor grado con capacidad transformadora, ética, incluso para regular la propia cifra de seres humanos que, por ser la que es, puede acabar haciendo de nuestra especie y de su producto, la cultura, una anécdota en el devenir del Universo.
Querido Javier: esa imposibilidad de concebir las cifras desmesuradas lo experimenté por primera vez en el cementerio de Omaha en Normandía. La inmensa pradera cubierta de cruces católicas y algunas estrellas de David fue algo inconcebible. Creo que los seres humanos no estamos subjetivamente preparados para la comprensión de cantidades que superan nuestra capacidad de identificación. Por ese motivo, el extraordinario acierto del Centro de Visitantes de los Estados Unidos es haber captado eso. Cuando llegas, te aguarda un conmovedor documental en el que se narra la vida de un solo soldado que pereció en el desembarco. Desde su nacimiento hasta su muerte. Las miles de bajas te dejan pensativo. La historia de ese soldado produce una conmoción que perdura toda tu vida. Es la diferencia entre la racionalidad de los números y el escalofrío que solo podemos experimentar cuando el otro es nuestro semejante, el reflejo de un hijo, un padre, un hermano, un amigo. Alguien que murió en tu lugar.
ResponderEliminarUn abrazo
Gustavo Dessal
Querido Gustavo,
EliminarBasta una sola cruz, una sola estrella de David o, cuando no se sabe nada de quien está bajo tierra, ese fuego a la memoria suya, de soldado desconocido.
Nadie podría soportar probablemente más que una historia como la de ese documental a que te refieres, o sólo unas pocas más.
Los grandes números no son intuitivos. Asfixian el entendimiento y, en vez de amplificar la muestra de horror, pueden ahogarlo, neutralizarlo, llevando incluso a discusiones estúpidas sobre si mató a más gente un dictador u otro, como si matar menos fuera paliativo de algo.
Como tan magníficamente expresas, no podemos experimentar más que al semejante, de uno en uno, "sólo" a seres humanos concretos y a los que les ha tocado una circunstancia que, por fortuna, no tuvimos que atravesar.
Ni hemos sentido terror en Omaha Beach, ni soportamos hambre y frío en Siberia. No estuvimos en una pared ante un pelotón ni sufrido el pie de trinchera. Son demasiadas circunstancias, demasiadas biografías truncadas, tantas que hacer contabilidad de ellas no sirve de nada. Al contrario.
Un abrazo
Javier
Ocho.mil.millones. La prensa nos da un tema de conversación para el bar: India da el “sorpasso” a China. El titular remite al concepto de victoria, pero en el bar nos enzarzaremos en mil debates inconclusos y atropellados girando alrededor de esa cifra. La superación produce, quizás desde siempre, embriaguez, por más que la negrita del titular supure estulticia.
ResponderEliminarEl turista un millón llega a Palma a bordo de un avión de la compañía Spantax (vaya nombre para una compañía aérea): es una mujer. No es que la dictadura se hubiese adelantado a la época, simple azar.
Personalmente, de la anécdota anterior me quedo con la concordancia casual (el principio de una causalidad que trajo riqueza y destrucción desmedidas) entre la cifra superada y el nombre de la compañía.
Espanto, consternación, es lo que me produce la inevitable noticia. No creo, como bien dices, que nuestro comportamiento ético existencial se venga abajo por exceso poblacional. Muy al contrario, son determinadas individualidades las que (eso sí, con el aplauso y la connivencia de la masa) las que la socavan.
Me gustaría citar, al hilo del comentario de Gustavo, unas líneas de Thomas Mann en su novela “Doctor Faustus”: “Nuestra obsesión es el Destino, sea este cual fuere, aunque sea el inscrito en el cielo enrojecido del ocaso de los dioses”.
Un abrazo, Javier. Como siempre, gracias.
Muchas gracias por tu comentario.
EliminarLos grandes números producen escalofríos y fascinación. Muy oportuna esa cita de Thomas Mann.
Un abrazo,
Javier