“ ¿Cómo puede uno nacer siendo ya viejo? “ Jn. 3,4.
Sea desde el ámbito familiar, sea para ganarse la vida, por relación social o por mera curiosidad, cualquier persona sabe de algo en mayor o menor grado. Muchos saberes son fruto de la cultura en que uno está inmerso, como la lengua que habla y escribe, sagas o historias, relatos sagrados en los que se cree o descree, juegos en los que se participa como espectador o actor, etc. Es un saber sobre el mundo propio en que se nace y que se podrá poner bajo un prisma más o menos crítico a lo largo de la existencia.
Otros saberes son aprendidos atendiendo a una finalidad, como los necesarios para ganarse la vida con un ejercicio profesional.
Hay un saber, más propiamente de la vida, que remite a uno mismo y que supone preguntas autorreferenciales más o menos explícitas.
Algunas personas eruditas se caracterizan por saber mucho de algo. Hay cardiólogos que parecen saber todo lo que puede conocerse del corazón, como hay arqueólogos que dominan los secretos que alberga un yacimiento. Muchas personas disponen de miles de libros en su biblioteca personal. ¿Y...? Además del servicio a otros desde un saber concreto, como es el ejercicio clínico, la investigación arqueológica o la enseñanza filosófica, el hombre más culto puede verse perdido ante preguntas tan elementales que cualquier niño (bueno, no cualquiera) podría hacerle: ¿Qué es la vida? ¿Qué es la luz? ¿Qué es la electricidad? El gran Quino realizó alguna viñeta magnífica en este sentido.
Y hay una pregunta que puede retornar, de modo muy distinto, a la inicial, ¿Qué quieres ser? o más aún, ¿Eres?
En cierto modo, sabemos y somos en la medida en que, de un modo paradójico, nos vaciamos de la hojarasca aprendida. Es comprensible, desde esa perspectiva, la importancia de las tradiciones religiosas o ateas centradas en el ego y que hacen uso de la meditación. El silencio es excelente, el recogimiento es magnífico, desposeerse de todo lo que da cuenta de uno, también.
No obstante, saber realmente de sí mismo, de lo bueno y de lo malo en que se ha configurado lo que uno es, parece inviable sin el encuentro consigo mismo mediante la alteridad. La Iglesia católica hizo uso del “otro” en el sacramento de la penitencia, con la confesión. Otras tradiciones disponen de guías espirituales.
Y, sin embargo, el enfoque que parece más idóneo no trata sólo de “disolver” el ego fortaleciéndolo ni de encarar lo superyoico manifiesto, sino que persigue asumir la propia ignorancia para poder revelarse a sí mismo en el encuentro con el otro, para dejar que el propio inconsciente se “traicione” y revele, poco a poco, lo que durante mucho tiempo ha sido inconsciente.
Podemos ser ángeles (como pretendía ingenuamente Pinker) o demonios, pero sin saber propiamente que lo somos y siendo incapaces de cambiar, porque sin penetrar en esa sombra que no conocemos de nosotros mismos y para la que precisamos ayuda, no sabremos mucho de lo esencial, exceptuando seres excepcionales de los que la Historia nos da ejemplos. Y eso es así porque lo inconsciente, eso que no conoce el tiempo, nos determina, aunque respete la responsabilidad de todos nuestros actos.
Por eso, lo que fue, en manos de Freud, un enfoque terapéutico, el psicoanálisis, ha ido más allá y no requiere que un síntoma lo requiera, aunque eso sea lo más habitual. No hay en esa práctica un "furor sanandi". Se intenta más bien confrontarnos con el niño que llevamos dentro, por viejos que seamos, desde el encuentro analítico. Y así, facilitarnos el nacer de nuevo al amor, a la vida.
Norman Cohn escribió magistralmente sobre los “demonios familiares de Europa”. No parece casual el adjetivo, pues lo familiar sostiene tanto lo bueno como lo peor, lo demoníaco. La familia… tan idealizada, tan terrible a veces. Ahora los demonios familiares son globales, los jinetes apocalípticos cabalgan de nuevo. Si la primera gran conflagración bélica planetaria se acompañó de una gripe terrible que mató a millones de personas, los actuales tambores de guerra han ido precedidos y siguen siendo acompañados de otra pandemia vírica que tampoco se queda corta a la hora de matar y que, para hacerlo a esa escala, ha contado con la propia complicidad humana por acción, necedad y omisión. Los olvidados por el Occidente “civilizado” seguirán siéndolo, y poco nos importará a los europeos y estadounidenses el hambre que pasen en África o en Sudamérica. Guerra, hambre, peste, muerte… el mundo no ha cambiado mucho.
Tan ingenuo sería “psicoanalizar” procesos históricos como atribuirle al psicoanálisis la posibilidad de redimir a los hombres. Pero parece sensato suponer que, desde la humildad que supone requerir ese encuentro, un psicoanálisis puede lograr que alguien salga de él siendo mejor persona que cuando lo inició. No es poco, porque mejorar el mundo en que vivimos no es tanto cuestión estructural, siendo importante, cuanto resultado del comportamiento ético, amoroso, de cada uno.
Todos tus amigos te damos la bienvenida al blog que nunca debiste clausurar, aunque lo fuera temporalmente; como esperábamos que así fuera, y así ha sido.
ResponderEliminarConoces lo que pienso del psicoanálisis, como técnica indagatoria del inconsciente, y modus vivendi para el psicoanalista.
Otra cosa es que yo no piense que el encuentro con el otro, con el amigo con una mente reflexiva semejante, no sea bueno; eficazmente bueno.
Amigo Javier, sigue deleitándonos con tus escritos.
Querido José,
EliminarCon ese encuentro del que hablas, contigo, mi buen amigo, he sido muy afortunado por lo que aprendí y por el hecho tan importante de gozar de tu amistad, que siempre trataré de corresponder en la medida de mis fuerzas.
Se dice que quien tiene un amigo tiene un tesoro. Y es verdad. El alma se reconforta y vive, porque ella misma es animada, "reaLmada", con la amistad perdurable.
Un abrazo
Querido amigo: en primer lugar, enhorabuena por esta segunda etapa de tu exquisito blog. Como acostumbramos, te comento por aquí.
ResponderEliminarEs muy oportuno que hayas invocado ese maravilloso libro de Norman Cohn, “Los demonios familiares de Europa”, una lectura con la que tropecé en mi juventud y me resultó inolvidable. Oportuno, digo, no solo por el contexto actual en el que ese libro vuelve a tener una absoluta vigencia, sino también porque hace pocos años recordarás el escándalo de “Cambridge Analytica”, una empresa subcontratada por Facebook para apoderarse de millones de datos de usuarios sin su consentimiento, y emplearlos para manipular las elecciones de Trump y algunos de sus secuaces. El que destapó el asunto fue un empleado de esa empresa, un tal Christopher Wylie, que en una entrevista dijo algo muy certero: no somos meras víctimas de las redes sociales, sino que ellas consiguen alcanzar “nuestros demonios internos”. Otra vez el demonio, el lado oscuro que existe en cada uno de nosotros, de manera singular e irrepetible. A esos demonios se los puede atacar desde distintos ángulos, y no pondré en discusión el valor de algunos de ellos. Pero ciertamente el psicoanálisis tiene una virtud especial: nos obliga a asumir que ese demonio no es un íncubo o súcubo del que somos víctimas inocentes. Por eso la clínica analítica no solo es una forma de obtener efectos terapéuticos. Es también un compromiso ético con la labor de convertirnos en objeto de nuestra investigación y escrutinio. Para eso, se necesito una pizca de coraje. Tampoco se requiere un heroísmo. Simplemente el deseo de no mirar para otro lado.
Un fuerte abrazo
Gustavo Dessal
Querido Gustavo,
EliminarMuchas gracias por poder seguir disfrutando de tu perspectiva, una vez reactivado el blog.
Como siempre, tu comentario, con esa conclusión tan hermosa hoy sobre “el deseo de no mirar para otro lado”, es lúcido y esta vez parece incluso un estilete quirúrgico que apunta a lo esencial.
Quizá algunos precisemos algo más que una “pizca” de coraje en muchos momentos de la vida.
Es ese “compromiso ético” al que aludes el que puede soportar a veces la tragedia y ayudarnos a habitar el mundo.
Un gran abrazo
Mejorar el mundo en que vivimos. Y, además, hacerlo, como no puede ser de otro modo, desde la ética.
ResponderEliminarTengo retinosis avanzada, el mundo que ven mis ojos sólo alcanza cinco grados de perímetro, el resto no lo veo, pero está ahí. Uso un bastón de ciego para dos cosas esenciales: no tropezar con lo que se mueve a mi alrededor (niños pequeños, mascotas, personas que se mueven mirando la pantalla del móvil…), y que los demás me identifiquen como una persona con escasa o ninguna visión (esa información la desconocen) y se aparten para dejarme libre el paso. En los tres años que lo uso sólo dos personas se han acercado a prestarme ayuda para cruzar una calle (sin contar a los taxistas cuando necesito uno, que siempre se brindan), me han roto dos bastones tropezando conmigo (uno de ellos se encaró conmigo, me insultó e hizo ademán de venir a pegarme; ¿fue la ética lo que lo frenó?) y, sin duda lo peor, estuvieron a punto de atropellarme cuatro o cinco veces cruzando un paso de peatones (conductores de automóviles de pequeña y alta gama). [Perdón por el exceso de paréntesis, es un tic de escritura].
Si mi percepción del mundo fuese tan reducida como mi visión, entonces sí que estaría jodido de verdad: amargado como un telediario. Pero no es así, por fortuna. La cultura que he ido adquiriendo a través de la lectura, del trato humano con personas totalmente distintas a mí, mi admiración por la música, el arte, la belleza que el ser humano es capaz de crear… vamos a resumirlo así, me ofrece otra perspectiva y cierta tendencia a no ser un catastrofista (por mucho que se empeñen los medios, sean los que sean y vengan de donde vengan) sino más bien un optimista con los pies en el suelo, los tres.
Un mínimo conocimiento de la Historia, sobre todo la del siglo pasado, en el que por fortuna nací, no me hace precisamente presagiar que no volviésemos a cometer los mismos errores o que factores ¿externos? como un virus no volviesen para demostrarnos que el rey continúa desnudo.
Estoy de acuerdo contigo, querido Javier, que el cambio tiene que ser individual para convertirse en global. Por eso puse los ejemplos de la actitud individual ante una persona a priori desvalida. Pero los derroteros por los que conducimos nuestros coches enormes o nuestros patinetes son angostos, hechos a la medida de cada uno, como esas calles del barrio de Santa Cruz por las que sólo cabe una persona… y necesitamos autopistas por las que ir juntos, y sobre todo una dirección clara. Estos días incendiarios pienso en todos los grandes estadistas que negaban (algunos aún lo hacen) el cambio climático: la gran herencia que dejamos al futuro. Y creo que es el mundo el que tiene retinosis.
Gracias por volver.
Muy estimado Miguel,
EliminarTu percepción del mundo es muy amplia y lúcida. En ella, tu interrogante sobre el virus me parece muy pertinente.
Hace falta esa autopista a la que te refieres. Esa sería la primera construcción común necesaria. No se hará por culpa de la "retinosis" mundial.
Un abrazo
Pero qué alegría dado ver el correo y encontrarme con tu vuelta, Javier. Y además te leo desde Los Oscos!! Qué maravilla!!
ResponderEliminarSoy yo quien se alegra por lo que dices.
EliminarUn abrazo
Hermosa reflexión Javier sobre el acto analítico. Soy psicóloga clínica y abordó el encuentro con los pacientes desde este lugar de escucha.
ResponderEliminarMe parece realmente hermoso como defines el psicoanálisis, porque resulta inspirador para mentes inquietas, facilita la curiosidad, " Oh, ¿Qué será que será?", Cantaba Ana Belén.
Eso es, eso, un acto de amor...eso me parece que es.
Buen día tengas.
Me llamo Aurora Guardia y te escribo desde Valencia.
Muchas gracias.
EliminarSí. Esa creo que es la conclusión esencial sobre el psicoanálisis. Es un acto de amor. Y, por serlo, permite ver hasta qué punto uno se ha equivocado y precisamente, de modo especial, en lo que creía que más amaba.
Un abrazo
Querido Javier, he tenido muy grata sorpresa y enorme alegría al volver a leer tu blog. Además, como ya alguien dijo, has elegido un tema muy oportuno para los tiempos convulsos que vivimos. Comparto tu visión (tal vez por mis orígenes), pero jamás podría expresarlo de una forma tan clara y hermosa como tú. Espero ansioso el próximo correo anunciando un nuevo post
ResponderEliminarUn abrazo
Muchas gracias por tan amables y estimulantes palabras.
EliminarUn abrazo
Ciertamente, este “Mundo Occidental, Sociedad Limitada” (y tanto) no necesita tanto un Dios como un Psicólogo, aunque ambos no son excluyentes.
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