Hay personas que se ganan la vida
vendiendo cosas. Las variedades de realización de ese trabajo son
múltiples: en comercios, como delegados de firmas grandes o
pequeñas, a domicilio (cada vez menos)... También lo son los
productos mismos. En algunos casos, como el de obras artesanales, el
vendedor y el productor puede ser la misma persona. En los demás
alguien vende algo fabricado por otros que le son  generalmente desconocidos. 
Para llegar a ser un buen vendedor, uno
no depende sólo de lo que vende, sino de cómo lo vende y en  eso
influyen sus características personales, que incluyen buenas dosis
de simpatía, belleza física, y últimamente un saber más ornamental
que necesario, como ser licenciado en Farmacia o Biología para
presentar las bondades de un nuevo fármaco. 
La obra teatral de Arthur Miller,
“Muerte de un viajante”, llevada al cine, retrata los sueños y
fracasos que se constituyen en torno a ese saber vender basado en
gustar a la gente que compra. En ella, el sueño americano sufre un
buen varapalo.
Es natural que, en un sistema
capitalista, el concepto de venta sea de aplicación muy genérica. Pero 
hay diferencias cualitativas. El salto cualitativo más obvio se da 
cuando de algo se pasa a alguien vendible. Es el caso de la 
prostitución; a veces
se habla de “servicios sexuales” pero, se mire como se mire,
alguien compra a alguien durante un tiempo. Es algo tan mal
visto socialmente como hipócritamente aceptado, cuando no alabado,
nutriendo incluso a la prensa en cierto grado con anuncios dedicados al 
efecto. 
No es lo mismo vender 
esclavos que vender jarrones, pero entre ambos extremos hay una 
gradación. Se da un salto cualitativo ya en el caso de los llamados 
“negros” o
“ghostwriters”, que venden un producto creativo, como una novela,
 a
alguien que le pondrá su nombre como autor. En términos puramente 
económicos,
ambos ganan; el “negro” porque nadie lo conoce y no vendería su
novela; el que lo contrata, porque es tan famoso como incapaz de
producir algo con lo que mostrar su increible genio literario. En este
caso, estamos ya un paso más allá de la venta de una cosa; se vende
una falsedad, la de la autoría creativa. Esto puede ser
dramático cuando no se ciñe sólo al mundo literario sino que
afecta al científico y especialmente al médico. No es infrecuente
que médicos prestigiados en un campo se limiten a firmar lo que les
pasan “negros” contratados por la industria farmacéutica sin
entrar a valorar lo que firman. Las consecuencias pueden ser letales 
para mucha gente. Tampoco es raro que quienes tienen un
poder jerárquico usen como “negros” a colegas que están en
situación laboral precaria, sea para "sus" tesis doctorales u otras
publicaciones. 
El viejo dilema de Erich Fromm es vigente 
hoy a favor del tener. Obviamente, tener una titulación oficial supone 
un reconocimiento legal para un ejercicio profesional determinado. Pero 
estamos a otro nivel muy diferente, inflacionario en certificados. Ya no
 "sirve" saber, estudiar, pensar, estar vocado a algo, sino que sólo 
"sirve" en el sentido más pragmático (conseguir un puesto de trabajo, 
por ejemplo, o una promoción jerárquica en el sistema) tener. ¿Tener 
qué? Másters, cursos certificados, horas acreditadas, etc. Ya no sirve 
que uno sepa hablar español o inglés correctamente; ha de tener una 
acreditación oficial.
En este frenesí burocrático-mercantil, no basta 
siquiera con tener los dichosos papeles acreditados; la persona misma ha
 de estarlo. Tan es así que existe  algo llamado "Certificación de Personas de acuerdo con la norma UNE-EN ISO/IEC 17024".
 No tiene nada que ver, desde luego, pero esos eufemismos recuerdan 
con cierta facilidad los números tatuados de internos de campos de 
concentración nazis. Uno ya "es" si y sólo si "tiene" la acreditación 
oficial para eso, para ser. Allá quedó Heidegger con su Dasein; ahora, 
estamos más bien ante el "Dahaben". 
Dicho
 de otro modo, uno es si está ISOficado. El propio término ISO 
(International Organization for Standardization) evoca el prefijo "isos"
 griego, que significa "igual" (isósceles, isobaras, isotermas...). Las 
normas ISO, cuando no se aplican sólo a cosas, son "isos" en el peor 
sentido, son normas destinadas a anular la diferencia subjetiva.
Es
 ya normal que, con esa perspectiva, se den cambios llamativos como la 
desaparición de bibliotecas en hospitales para dar paso a
 espacios de "innovación", sin que nadie sepa qué se pretende innovar y 
sin que nadie vaya a innovar propiamente nada en ellos.
Es
 también normal que, en ese contexto normativizador, triunfen 
clamorosamente los cursos de "coaching", de inteligencia emocional, de 
persuasión, etc.
Hay una clara 
pretensión de ignorar lo subjetivo. El conductismo está en auge y desde 
su óptica uno es como se comporta y, cada vez más, vale en función de 
cómo se vende. Las técnicas conductistas en su forma más burda cobran 
cada día más vigor para desgracia de todos a quienes se pretende medir y
 situar en las curvas gaussianas que deben regir cada factor medible de comportamiento (aunque sabemos que es una falsa medida). Lo no medible deja de existir.
Urge un compromiso ético para una educación en la libertad real y en los valores que sustenta

 
 
Como siempre Javier un verdadero privilegio leer tus posts, pero en este no he podido dejar de acordarme de mis colegas Biólogos, investigando para que el Médico de turno se lleve las alabanzas. ¿No se si es cierto?, pero comentan que entre los médicos se dice: "¿quieres investigar?, pues pon un biólogo en tu vida". De todos modos, quizás alguien que se mete a estudiar Biología, es porque de partida ya no tiene muchas pretensiones de alabanzas... o a lo mejor eso queremos pensar!, lo que es indudable es que no nos van a dar un premio por vendernos bien.
ResponderEliminarMuchas gracias, Federico, por tu comentario.
EliminarSí. Es absolutamente cierto lo que dices. Sin ir más lejos, ocurre aquí, en mi hospital. Se les ofrece a biólogos la opción de hacer una tesis. Bien. Eso parece estupendo, pero están de becarios o ni eso. Han de trabajar para hacer publicaciones en las que firmará de primero (o de último, que también se lleva esta moda) el que les ha "facilitado" la posibilidad de trabajar por una beca miserable o por nada. Han de hacer las que el amo de turno considere necesarias antes de que se digne dejarles presentar su trabajo en forma de tesis. Después, ya se sabe: a buscarse la vida como post-doc.
El amo de turno saldrá en el periódico con cara de científico modesto con corbata y una pipeta o haciendo que deja de mirar por un microscopio que no sabe ni enfocar.
Y es ese amo de turno el que sí "sabe venderse"después de haber comprado esclavos.
Un abrazo