Un descubrimiento así no es equivalente al de un antibiótico. Hay que hacer un trabajo hermenéutico de lo que se tiene entre manos y ya desde un principio hubo disonancias entre psicoanalistas, siendo célebre la existente entre Freud y Jung. Pero, a pesar de distintas concepciones, prácticas y escuelas, el psicoanálisis ha evolucionado desde Freud y es en la actualidad un enfoque clínico potente.
Hay algo consustancial a esta práctica: reconoce el límite que impone la singularidad de lo subjetivo. Ese reconocimiento implica una posición de escucha. En cierto modo, simplificando, la escucha del analista permite que el paciente vaya dándose cuenta de su determinación biográfica, tan distinta de la restricción biológica y, desde ese darse cuenta, desde esa situación en la que donde era Ello acontece el Yo, según diría Freud, alguien puede hacer algo mejor con su propia vida.
Pero precisamente esa actitud de escucha es la que también se abre más allá de la clínica, la que está atenta a la patología social, a lo que ocurre en nuestra civilización, tan inconsciente como la propia Historia nos muestra. Freud mismo la utilizó en sus ensayos.
No sorprende por eso que un psicoanalista pueda interpretar, mejor que un científico, un historiador o un filósofo, las acciones humanas. Y tampoco sorprende que, precisamente para lograr un mayor entendimiento, se abra al discurso de otros. Hay, pues, una doble escucha por parte del psicoanálisis, más allá de la clínica singular: la de lo que sucede en el mundo y la del discurso de otros sobre ese suceder.

Los días 12 y 13 de diciembre de este año, Barcelona, ciudad hermosísima y acogedora donde las haya, albergó un encuentro marcado por esa doble escucha: a lo que ofrece el mundo, incluso con sus silencios, como los que acompañaron al duelo en París, y a lo que puedan ofrecer otras personas desde actividades ajenas al psicoanálisis.
Un día para cada una de esas escuchas en las Jornadas de la ELP. Quienes asistimos a ellas fuimos afortunados porque hemos aprendido, desde la escucha de la escucha, si así puede decirse, a mirar. A mirar la realidad en que nos hallamos, a tratar de comprenderla y a recordar que nada humano puede ser ajeno a esa mirada.
Fueron muchas las intervenciones y hábil la elección de la inaugural y de la final.

Y las cerró, con el brillante rigor que le caracteriza, Miquel Bassols, refiriéndose al cuerpo hablante. No tendría sentido resumir lo que dijo, por ser mucho y necesario, pero quizá baste como ejemplo ilustrativo su alusión a E.T.A. Hoffmann (quien ya había inspirado un ensayo de Freud) para mostrar lo siniestro posible de actualizar, el siniestro cuerpo de la tecno-ciencia.
Ésta no es la edad de la ciencia sino la del mito científico, que es muy diferente. Un mito pobre que aspira a la imposible completitud epistémica y que confunde progreso y bondad.
Actividades como la que Barcelona acogió los días 12 y 13 mantienen la esperanza en que es posible reconocer el misterio, en que no todo es igual, en que ser humanos supone una responsabilidad ineludible para cada uno.