"A las tres en punto de
la madrugada un paquete olvidado tiene la misma trágica importancia
que una sentencia de muerte. Y en la verdadera noche oscura del alma
siempre son las tres en punto de la madrugada, día tras día”. Scott
Fitzgerald. The Crack-Up.
En la noche oscura del alma no hay diferencia entre lo banal y lo importante. Todo es sencillamente terrible, angustioso.
La oscuridad oculta la luz y poco importa que haya sido la tenue habitual de cada día que alumbra a seres felices o un gran resplandor místico.
En la noche oscura del alma no hay diferencia entre lo banal y lo importante. Todo es sencillamente terrible, angustioso.
La oscuridad oculta la luz y poco importa que haya sido la tenue habitual de cada día que alumbra a seres felices o un gran resplandor místico.
¿Por qué ocurre? ¿Por qué
cae esa noche?
Se implora a Dios en el desierto y en los monasterios: “Deus in adiutorium meum intende. Domine ad adiuvandum me festina”. “Festina”, hay prisa. Se apura a Dios mismo, a veces repetidamente, al modo hesicasta, esperando que ayude a salir de la angustia, a atravesarla de una vez, a ver la serena luz del día, cuando sólo queda su recuerdo sofocado por la noche.
San Juan de la Cruz nos
mostró que es desde esa “seca y oscura noche de contemplación, el
conocimiento de sí y su miseria”, “a oscuras en pura fe”, que
podrá iniciarse en serio el camino al encuentro de lo divino. En
pura fe. Sin esa confianza esencial en la vida, aunque no se concrete
en modo religioso, la tentación suicida puede acontecer.
Con el alma en tinieblas, el cuerpo queda inerme, des-animado, muerto en vida sin el soplo esencial, sin la integración en el color del mundo.
¿Por qué cae esa noche?
El razonamiento no sirve, se pierde en vericuetos inútiles. Y es que no se trata del cuerpo o del espíritu, sino del alma misma enfrentada a su sombra.
Ya nos lo dijo François
Cheng, “L’esprit raisonne, l’âme résonne”, una gran
diferencia. Es desde el alma, desde su peculiar insistencia a través
del lenguaje más primario, menos intelectual, más asociativo, que
alguien podrá decirse si hay un otro que acepte escucharlo.
Ahí reside el valor del
psicoanálisis, término hermoso y acertado, porque no se refiere al
cuerpo ni al espíritu, sino que alude al alma misma, a la ψυχή .
No es “cognitivo”, no busca un encuentro de diálogo sobre la
lógica irracional a través de un razonamiento, aunque implique un
supuesto saber. No es “conductual”, pues no pretende adiestrar en
una calma que atienda a la superficialidad del síntoma.
Atiende al
alma misma, que es dicha corporalmente, en un discurso a trompicones
que parece olvidarse de lo esencial, a la vez que no cesa de
repetirlo en alusiones simbólicas.
No deja de ser una vía
purgativa, purificadora.
“L’esprit raisonne”. Sin duda, el razonamiento propio puede ayudar. Y esa ayuda podrá facilitarse desde el razonamiento de otros, siendo inestimable el auxilio filosófico. Pero no bastará ante la insistencia de lo menos conocido del alma y que, a la vez, es lo más propio de ella y que requerirá una gran dosis de humildad para asumirlo.
“L’âme
résonne”. Una resonancia que implica una extraña mezcla de
gracia, de don, y de activa pasividad. Pasada la larga noche, y
sabiendo que en cualquier momento las tinieblas podrán volver, se
sabrá ya un poco mejor cómo aceptarlas, incluso valorarlas,
esperando siempre que, quizá gracias a ellas, una vez disipados restos narcisistas, el
alma resuene cada vez mejor con la música cósmica, divina.