“… y conoceréis
la verdad, y la verdad os hará libres”. Jn 8, 32.
No es fácil
saber. Mucho menos sobre uno mismo. El psicoanálisis es una gran posibilidad. Es
habitual que se oigan críticas sobre el psicoanálisis aduciendo su carácter no
científico, como si pudiera ser una ciencia, o resaltando un aparente y falso
elitismo por el que sólo los privilegiados económicamente podrían acceder a él.
Un análisis es un
encuentro singular, no programable, no parametrizable, no generalizable,
alejado absolutamente del enfoque algorítmico y del método científico, pues
mira a lo más propio, a lo subjetivo ajeno a la ciencia, aspirando a cierto
grado de verdad desde una ignorancia de partida.
Y ahí parece
quedarse, pero en esa tarea laboriosa, en ese encuentro peculiar en el que lo
inconsciente personal aflora, también se perciben las sombras determinantes de
una forma de cultura, de un modo de ser social. Es precisamente por ese saber
empírico que desde el psicoanálisis se puede estar especialmente sensibilizado,
alerta, ante lo peor, ante lo que supone la pulsión de muerte que mostró Freud.
“Warum Krieg?” le
preguntó el mismísimo Einstein. Nadie pudo conjurar el horror que vendría tras
ese intercambio entre dos hombres geniales. Dos hombres judíos que, por serlo,
tuvieron que irse del Reich de los mil años. Y si la “Física judía”, incluida
la relatividad, era despreciada en comparación con la “Física alemana”, muestra
de que un país que es luminaria científica puede caer en la mayor estupidez, el
caso de Freud se hacía insoportable porque mostraba la sombra que se haría luz nocturna
en las celebraciones nazis.
La quema de
libros y la exposición del “arte degenerado” fueron las muestras de un
exorcismo generalizado que no tardó en quemar también literal, industrialmente,
cuerpos.
Todo en aras de
la pureza. La noble sangre aria no podía ser contaminada.
En nombre de la
pureza, la crueldad y la estupidez han alcanzado sus más altas y refinadas
cotas. En lo peor humano siempre parece subyacer un ideal de pureza que no
soporta al impuro, al diferente, al que habrá que desterrar, encerrar en un gulag
o internar en un campo de concentración, o sencillamente liquidarlo. El ideal
de la pureza prístina motivará expediciones al Tíbet, la búsqueda del Grial o
los buenos genes.
No eran de los
nuestros, eran judíos. No son de los nuestros, son mejicanos. No son de los
nuestros, son inmigrantes. No son de los nuestros, son impuros.
Retorna el viejo
y patético ideal de pureza. Y lo hace en Francia, nada menos.
Y es ahora
cuando, en medio de discursos vacíos de derechas y de izquierdas, en el contexto
silencioso de científicos que callaron en EEUU y callan ahora en Europa, cuando
se alzan de forma tan clara como valiente (porque implica valentía decirlo ahora
en Francia) las voces de esos que suelen callar incluso en la clínica, los
psicoanalistas.
Hay un tiempo para escuchar. Pero también hay un tiempo para
hablar, cuando saltan todas las alarmas, cuando lo exige una ética para la que
nada humano es ajeno y que ve amenazada la libertad. Se trata de asumir la responsabilidad política esencial.
Sea en blogs,
como ha ocurrido en el de la AMP , sea en sistemas peculiares como “Change” , sea en redes
sociales, sea donde sea, la palabra sensata ha de pronunciarse, también "electrónicamente"
porque es ahora cuando se puede frenar con ella la barbarie. Después será tarde.