Recientemente hemos sabido de la muerte
de Vera Rubin, una científica que destacó principalmente por su
prueba observacional de la existencia de materia oscura en el
Universo.
También en diciembre, pero de 1921,
moría otra destacada científica, Henrietta S Leavitt, descubridora
de la relación entre el período de variación de brillo de las
estrellas cefeidas y su luminosidad, lo que sentaría la base para un
cálculo de distancias a galaxias. Sin ese trabajo, probablemente
Hubble no sería conocido.
En 1967, Jocelyn Bell descubrió,
siendo doctoranda de Hewish, el primer pulsar, lo que le valió el premio Nobel no a ella sino a su director de tesis.
No sorprende que, cuando se habla de
mujeres científicas, se repare en un contexto machista en el que
muchas de ellas realizaron su trabajo. Es célebre la expresión
atribuida a Hilbert en el sentido de que la universidad de Göttingen
era algo muy distinto a unos baños públicos, razón por la que la
gran Emmy Noether podría trabajar libremente en ella para bien de las
matemáticas, como así ocurrió hasta que llegó Hitler al poder,
momento en el que Noether acabó siendo peor vista por ser judía que
por ser mujer.
Otro ejemplo clamoroso de parasitismo
machista se dio en esa triste época, con Otto Hahn desplazando la
contribución de Lisa Meitner en el descubrimiento de la fisión
atómica y llevándose un premio Nobel.
Y el modelo de Watson-Crick, que ya
aparece desde hace años en libros de texto básicos de bachillerato,
probablemente se llamaría de otro modo si no fuera por el
aprovechamiento que Watson hizo de las imágenes de difracción de
rayos X de buenos cristales de ADN obtenidas por Rosalind Franklin.
Hoy en día las cosas parecen distintas
en los países civilizados, pero los ejemplos citados, entre otros
muchos más, apuntan al coraje de mujeres que optaron por dedicarse a
la investigación científica en una época en la que eso
sencillamente no estaba nada bien visto.
El caso es que sólo 49 mujeres han
sido galardonadas con el premio Nobel frente a 833 hombres.
Probablemente Mme. Curie sea la gran excepción a una regla que aun
se mantiene.
Es probable que esa proporción se vaya
aproximando a la que sólo debe ser regida por la igualdad de
oportunidades entre seres humanos, al menos en nuestro medio, pues
parece lejano el día en que un premio Nobel se consiga por alguien,
sea hombre o mujer, que trabaje en un laboratorio del tercer mundo.
Ahora bien, esa diferencia cuantitativa
entre hombres y mujeres no se corresponde, curiosamente, con la
posición de cada cual a la hora de hacer investigación, pues cabría
hablar de una posición femenina o masculina, que tendrían que ver,
a muy grandes rasgos, con la forma de atender a la Naturaleza a la
hora de cuestionar sus enigmas. Y tal posición no depende propiamente
de que uno sea hombre o mujer ni de su orientación sexual, sino del
modo de afrontar un problema científico determinado. Por ejemplo, no
parece la misma actitud la observacional que la experimental. Tampoco
parece igual la experimentación in silico que in vitro. Podría
decirse que tanto lo femenino como lo masculino, el yin como el yang
son precisos para que la ciencia se desarrolle.
Muchas de las grandes científicas lo
han sido por hallarse en esa posición femenina de acogimiento, como
las anteriormente citadas, una posición observacional. En cierto modo, la actitud
de Mme. Curie también sería esa, de expectativa de purificación de
algo a partir de la pechblenda.
Dian Fossey también tuvo una clara
posición femenina, como Jane Goddall, en su observación minuciosa de la etología de primates. Pero también hubo excelentes científicos que lo fueron
por esa posición receptiva. Podría decirse, por ejemplo, que
Einstein, Planck o Gell-Mann la adoptaron, afirmando la curiosidad,
la mirada. Caso distinto sería el de grandes experimentadores como
Tonegawa.
Aunque ya se ha sugerido en un exceso de imaginación, la
creatividad implícita a la investigación científica no parece
robotizable. La ciencia es tarea humana y, por ello, todo lo que
conforma lo subjetivo influye en el modo de acceder a lo
objetivable. Actividad y pasividad, intromisión y recepción son
necesarias en la tarea científica.
Suzuki recoge en un libro escrito en
colaboración con Erich Fromm (“Budismo zen y psicoanálisis”)
sendos poemas de Tennyson y Basho referidos a una flor. El primero
se refiere a una flor arrancada y examinada; el segundo, un haiku, a una
flor que se deja en su sitio. Tal vez esas dos posiciones reflejen dos
modos extremos y complementarios de trabajar en ciencia, el
observacional, femenino, y el experimental, masculino, al margen de
la orientación sexual de los participantes.
No sólo se precisa una adecuada
igualdad de oportunidades distinta a la mera obsesión por la paridad matemática; también es preciso acoger y potenciar los dos modos de
hacer ciencia, en un tiempo en que el machismo tradicional se
mantiene transformado en forma de una masculinización de la investigación que prima la
competitividad y las prisas frente a la calma y la buena repetición
que, en ciencia, se llama reproducibilidad.
La posición femenina en Ciencia parece
en caída libre en contraposición, sólo aparentemente paradójica,
a un número creciente de investigadoras, muchas de las cuales participan curiosamente de ese exceso de posición masculina.
Llamativamente, hay que recordar que "ciencia" es nombre femenino en diversos idiomas.
Llamativamente, hay que recordar que "ciencia" es nombre femenino en diversos idiomas.