La
piel, que nos separa como cuerpos individuales del mundo, nos sitúa
en él, pues es mediante ella que nos mostramos y es con sus órganos
sensoriales, incluyendo los que en ella afloran, como los ojos y los
oídos, que sentimos. Nos tocamos, besamos, abrazamos, olemos, oímos
y vemos. Piel con piel.
Se
dice a veces que la cara es el espejo del alma, una afirmación que
tiene bastante fundamento, tanto en situaciones agudas en las que se
muestra alegría, ira, sufrimiento o serenidad, como a lo largo de la
vida.
La
piel es reflejo del cuerpo y se muestra a sí misma. Tonos y
lesiones, alteraciones en la piel y faneras (pelo y uñas)
fundamentan la necesidad de la inspección como parte de la
exploración clínica y el estudio detenido de lo patológico, muchas veces psico-patológico. La
Dermatología, especialidad que requiere un elevado saber, supone una
atención mucho mayor a lo cualitativo en comparación con el auge
biométrico que se da en otras especialidades médicas.
Al
mostrar el cuerpo, la piel también revela las edades de la vida. La
piel juvenil no es la que tiene un anciano, y tanto la industria
cosmética como la cirugía estética, tratan de frenar el deterioro
inevitable, a veces con escaso éxito o con un resultado patético.
Además
de cuidados tradicionales, que abarcan desde la limpieza hasta
maquillajes sofisticados o costosas cirugías, asistimos
recientemente a la expansión de algo que se ha dado desde hace mucho
tiempo, el tatuaje. Según parece, el hombre de Ötzi, muerto hace
más de cinco mil años, ya tenía su cuerpo muy tatuado.
Norman
Rockwell nos dejó un cuadro en el que vemos el acto de tatuar a un marinero. También un marinero tatuado inspiraría un célebre tema cantado por
Concha Piquer (Tatuaje): “Mira mi brazo tatuado, con este nombre de
mujer. Es el recuerdo del pasado, que nunca más ha de volver”. Los
tatuajes se veían con cierta frecuencia en marineros y en
legionarios. En unos casos, aludiendo a una relación amorosa con
pretensión de eternidad y muchas veces fracasada; en otros, apuntando
a la pertenencia a un colectivo quizá fraternal o a su recuerdo. En cierto modo,
había una “lógica” subyacente a la marca en el cuerpo,
generalmente limitada en su extensión. Los temas no variaban mucho.
Corazones, símbolos de la legión, nombres... Y eran monocromos.
Ahora
no. Hay alguna persona que aspira a entrar en el libro Guinnes por
ser la más tatuada del mundo. Los motivos "artísticos" alcanzan desde una imagen hasta una frase que se tiene
por impactante, pasando por el nombre de un amor a pesar del riesgo
bastante frecuente de que finalice, dejando como rescoldo la marca.
Tampoco ha de mostrarse ya un motivo figurativo mimético; puede ser
un dibujo geométrico o abstracto. Y se acabó la monocromía; muchos
colores configuran tatuajes cada vez más extensos y grabados en
cualquier lugar del cuerpo.
Hay
quien, en una reunión, no es capaz de permanecer sin dibujar algo en
un folio. Los hay que se ven determinados a dejar su impronta
haciendo grafittis con sprays en cualquier puerta o fachada de la
ciudad. Pues bien, tal parece que para muchas personas, jóvenes
principalmente, su piel es vista así, como página que no puede
quedar en blanco. Y lo que en ella impriman será algo que quizá
tenga pretensión de identidad, cediendo lo grupal a lo singular en
el dibujo.
Quizá
lo más llamativo de la proliferación de tatuajes resida en que, a diferencia de otras marcas, como el piercing,
reversibles, suponen la paradoja de ser una una moda anti-moda. La moda implica el
cambio (aunque sea generalmente inducido), cada vez más rápido y
obvio, y no sólo en la ropa, calzado y complementos, sino en todo, desde coches
hasta bolígrafos, televisores o joyas. La moda, que cursa en
paralelo con la obsolescencia programada de aparatos diversos, queda
paralizada en el tatuaje, un acto que supone mucho de irreversible,
porque no es fácil deshacerse de él. Probablemente las técnicas de "borrado" se perfeccionen,
pero, de momento, el acto de tatuarse supone una decisión de
probable irreversibilidad.
El
tatuaje es visible, aunque no necesariamente siempre, ya que todo el
cuerpo es susceptible de ser tatuado. Algo de uno es mostrado en los
dibujos, nombres o frases que llevará muchos años inscritos en su
piel, tal vez toda la vida.
Mediante el tatuaje, uno dirá sin decir. En ese sentido, hay
una fuerte analogía con lo que se comunica electrónicamente, sin
hablar, mediante el uso de la escritura en redes sociales o
"whatsapps", sustituida muchas veces por mensajes taquigráficos con
"emoticonos", o mediante "selfies" volcados en
Instagram o grabaciones en Youtube, merecedores muchas
veces del status de “influencer”
o, mucho peor, de ganar un premio Darwin. Lo visual arrincona la palabra, por muchas letras que se tecleen en
los "móviles".
Hay
frases personales o tomadas de otros que se usan (o se usaban, más bien) como epitafios. En
algunos casos, hay quien vivirá quizá toda su existencia con un
epitafio escrito en el cuello por causa de una decisión juvenil.
Quizá no sea extraño que se dé en la vida ordinaria lo que también ocurre en
la propia clínica, en la que lo visual, en forma de datos e imágenes
instrumentales, desplaza tantas veces el encuentro real, de gestos,
palabras, silencios y emociones. Y en la Ciencia misma, regida por modelos, imágenes y gráficos que sustituyen a palabras y ecuaciones.
De
poco importarán advertencias contra los riesgos potenciales de los
tatuajes; riesgos que se dan “per se”, especialmente relacionados
con metales pesados
entre otros agentes nocivos, y que pueden darse también en el caso de maniobras diagnósticas o terapéuticas que
impliquen las zonas tatuadas.
Y,
si la piel puede tatuarse, ¿por qué no los órganos internos? En
estos tiempos de posverdad, hay noticias que resultan difíciles de
creer pero que parecen ciertas. Según The Guardian y otros medios,
un cirujano, Simon Bramhall, marcaba sus iniciales con un láser en hígados trasplantados (al menos en dos casos). ¿Será el único caso? ¿Habrá pacientes que soliciten un tatuaje interno a la hora de someterse a una intervención quirúrgica?
Aunque
sea algo muy antiguo, el auge actual del tatuaje induce a
preguntarnos ¿Por qué tantos ahora deciden marcar su cuerpo de forma
dolorosa e irreversible?