“Preguntóle
Temístocles para qué servía aquel arte: respondió el maestro que para acordarse
de todo; y Temístocles replicó: “Más te agradecería que me enseñases el arte de
olvidar lo que yo quisiera””.
Cicerón. De Oratore 2, 299.
La memoria es
básica para llevar una vida normal: abrocharse los botones de una camisa, tomar
un bus, saber en qué día vivimos, quiénes son los que nos rodean… Lo cotidiano
vive del pasado; lo sabido ahora, de lo aprendido antes.

Al margen del
recuerdo emocional, hay una memoria necesaria, la de todo lo que nos permite
trabajar, una memoria que acumulará datos y esquemas operacionales adaptados a
necesidades concretas de actuación laboral, sea como médicos, como taxistas o
como cocineros. Y existe también la memoria dedicada a la actuación principal
en la vida, la que rige el comportamiento ético y que se enmarca en el plano
cultural en el que vivimos. Esa memoria ha sido conducida mucho tiempo por
tradición oral hasta que nació la escritura. La historia ejemplar, el mito
transmitido durante generaciones acabó así dando lugar a norma leída, a libros sagrados,
y lo mítico y lo místico vivificadores cedieron al dogma extraño y al fanatismo
letal. La letra sin alma acabó imponiéndose en muchas almas iletradas.

Es ya un tópico
decir que la realidad supera la ficción y ocurre que existen personas que
recuerdan fuertemente a Funes. Solomon Shereshevskii fue una de ellas. Llegó a
fascinar con sus demostraciones como mnemonista, recordando con todo su ser,
pues los números eran para él personajes en acción y la apetencia por los
alimentos dependía de cómo se le nombraran. Su prodigiosa memoria no le
facilitó la relación social [2].

Son pocos casos
los recogidos, pero indican algo llamativo: hay personas que guardan en su
memoria todo lo trivial. Al margen de estudiar qué mecanismos fisiológicos
subyacen a esa capacidad (parece que el fascículo uncinado, alterado en la
enfermedad de Alzheimer, establece mejores conexiones en estos casos), es
inevitable la cuestión heurísticamente finalista: ¿por qué se guarda lo
trivial? No parece que en estos casos, a diferencia de personas como
Shereshevskii, se den trastornos mentales; algunos suelen
estar satisfechos de ese “poder”. Tampoco parecen más inteligentes ni dotados de mayor capacidad mnemonística. Dicho de
otro modo, ese exceso de memoria ni les sirve ni les perturba
¿Sería gente así
la que pudo transmitir oralmente las grandes epopeyas antes de que surgiera la
escritura?
[1] McGaugh JL. Making lasting
memories: remembering the significant. PNAS. 2013. 110:10402-10407.
[2] Yaro
C, Ward J. Searching for Shereshevskii: what is superior about the memory
of synaesthetes? Q J Exp Psychol (Hove). 2007
May;60(5):681-95.
[3] McGaugh JL, LePort A. Remembrance
of all things past. Sci Am. 2014;2:41-45.
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