En algunos juegos infantiles se usaba con frecuencia un término, “casa”. Pasaba antes de que el “pocoyó" y demás aplicaciones de tablets obnubilaran las mentes de niños desde su más tierna infancia.
Entonces, jugando al escondite o a lo que fuera, bastaba con tocar una pared determinada o un árbol para que uno pudiera decir eso, casa, y con esa palabra mágica se hacía inmune, invulnerable, estaba a salvo.
Era un juego, pero la expresión infantil apunta a algo que permanece, la necesidad de una seguridad que va más allá de tener un lugar para cobijarse; se trata de la relación entre “estar en casa” y sentirse seguro. Quizá el pánico asociado a un terremoto provenga de esa quiebra, que se juzga imposible, de la seguridad inscrita en la solidez.
¿Qué es "casa"? No es “la” casa (como se dice en algunos “realities” tan profundos); no es “una” casa y muchas veces ni siquiera hay que decir “mi” casa. Basta con decir “casa”. Voy a casa, estoy en casa, hoy me quedo en casa (porque llueve, porque estoy enfermo, cansado…).
En otros tiempos se ofrecía a algún conocido eso tan nuestro; se decía “aquí tienes tu casa”, una falsedad que como tal se tomaba, aunque era gratificante. ¿Acaso había algo mas sagrado que ofrecer?
No es igual decir casa que domicilio o vivienda. No lo es etimológica ni semánticamente. Casa es lo propio, aunque se esté alquilado. Casa es el mundo entero si se percibe desde el espacio exterior. En cambio, “domicilio" alude a un lugar definido por coordenadas o por un número en una calle, y "vivienda" indica la necesidad de vivir a cubierto y que hay un derecho a ella para propios y extraños. El drama de los refugiados tiene que ver con esa semántica; son expulsados de casa y han de buscar una vivienda, como albergue, campamento o lo que sea, en un país extraño.
Y es que “casa” implica mucho más que lo que supone una estancia, por cómoda o lujosa que ésta sea. Es un término femenino en nuestro idioma y algunos más; también lo era la palabra latina “domus”, de la que no deriva. Hay mucha gente, cada vez más, que vive sola en su casa, como viudos, como “singles” que se dice ahora, temporalmente o por largo tiempo. A pesar de eso, podría decirse que una casa lo es propiamente cuando es organizada, nutrida en sentido genérico, por una mujer. Es algo que se expresa muy bien en la célebre novela "Cuerpos y almas” y quizá mejor en muchas más. En lo femenino reside la seguridad otorgada, más que en la construcción misma. El término “casa” no se refiere tanto al presente, a la casa en que se vive, como al pasado, a la casa en que se creció, a la casa cuidada por la madre aunque se llame casa paterna. Por ello, una mujer, aunque esté demente, viviendo da vida a su casa y es núcleo en torno al que orbitan familiares. Si muere la madre, también morirá esa casa como tal, aunque permanezca alguien habitándola.
Del mismo modo que un niño alude lúdicamente a la seguridad diciendo “casa”, es sabido que hubo adultos jóvenes que trataban de lograr mágicamente una salida al espanto gritando “mamá” tras ser heridos en el frente. Sólo los viejos espartanos podrían asumir la vuelta a casa sobre el escudo; entonces había nobleza en la lucha. “Casa” y “mamá” son palabras asociadas, que se pronuncian en el desamparo.
Por eso, uno puede residir en una vivienda, en un domicilio, incluso en lo que más se asemeja a ese verbo, en una residencia, pero no es vivir del mismo modo que se hace en casa. Nerón se montó una a lo grande, la domus aurea. Algo tan lujoso como efímero. Ese nombre, “domus aurea" se aplica como una de tantas letanías a la Virgen María. Llamándole a ella así, “casa de oro”, se completa la religión patriarcal porque no sería concebible un cielo sin casa, sin lo femenino, sin la madre eterna que haga posible esa casa amorosa. Dicen que las últimas palabras de Juan Pablo II fueron “Déjenme ir a la casa del Padre”. Mostró así, a pesar de su marianismo, esa perspectiva yahvista, patriarcal, posterior a la del mundo regido por la diosa. Pero esa diosa virgen y madre habría de permanecer también en el cristianismo a pesar de la reforma protestante y de la lucidez racionalista teológica católica y por eso no son santos quienes se aparecen en grutas, sino María. Ningún hombre baja al inframundo a rescatar a nadie sino que también es María acompañada de ángeles, como antes fueron Deméter o Innana. La religión desmitificada ni religión es. El mito vivifica, y criticarlo desde la pretendida racionalidad en vez de tratar de aproximarse a su sabiduría supone no entender nada de nuestro ser simbólico. Si recordamos a Bultmann y su escepticismo histórico, entenderemos que el peor enemigo de la religión casi siempre es la teología.
Pero una casa no siempre es sinónimo de amparo, de seguridad, de protección materna. En una casa puede ocurrir lo peor. De hecho, lo más horrible casi siempre se da en ella: los feminicidios, los abusos a niños… Porque cada casa, a la vez que puede amparar a una familia, también alberga su secreto. Lo cantó Megadeth y Hitchcock lo mostró magistralmente en el cine: el mayor horror es doméstico.
Este post está dedicado a mi amiga Chus Gómez, que lo inspiró.