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lunes, 18 de febrero de 2019

PSICOANÁLISIS. Lo inconsciente y el cerebro… ¿Nada en común?






En julio de este año, Bruselas acogerá la celebración del 5º Congreso Europeo de Psicoanálisis, PIPOL 9, con el llamativo título: “EL INCONSCIENTE Y EL CEREBRO, NADA EN COMÚN”. 

Es un enunciado que induce, sin duda, a pensar los grandes interrogantes, aunque como postulado se plantee.

Ante la deriva cientificista actual, ante la reificación que implica, es bueno resaltar lo que nos hace humanos, es bueno recordarnos como seres libres y, a la vez, determinados … por nosotros mismos, por eso que nos es inconsciente. Libres, no obstante, a pesar de todo y, por ello, responsables. 

No somos el efecto de una cadena de estímulos – respuestas. Somos algo más. ¿Qué? Nosotros, de uno en uno y con todos, sabiéndonos y, sobre todo, desconociéndonos, aventurándonos a preguntar y a saber de nuestra ignorancia.

No somos el fruto directo de una constitución cerebral. Ni siquiera puede afirmarse que lo seamos de un cerebro con capacidad de remodelación plástica.

La ingenuidad reducccionista es patente cuando se consideran el enamoramiento, la depresión, la angustia, la alegría o cualquier síntoma, en general, como el resultado de un balance sináptico de neurotransmisores o como la consecuencia de unos genes o de sus modificaciones epigenéticas.  Reducción neural, reducción genética, reducción a un software entendible a la larga, mediante los grandes proyectos de “fuerza bruta” (BRAIN, Human Brain Project…), como resultado de un hardware genético y sináptico, de un conectoma reducible a una secuencia de bases o, lo que es lo mismo, de bits.

Somos porque soy, eres, es, y porque eso es permitido por el lenguaje que nos permea desde que nos vamos constituyendo. Somos singulares y hablantes y esa subjetividad extraordinaria hace de cada uno de nosotros un ser inigualable, especial, irrepetible, en la historia del mundo, por más que podamos parecernos unos a otros. Somos cada uno disfrutando paradójicamente en lo que puede resultar extraño, recreándonos en el síntoma, gozando con lo que nos hace sufrir. Somos, sin duda, extraños.

Ahora bien, ¿nada en común entre lo inconsciente y el cerebro? Parece difícil asumir tal axioma porque, si lo hacemos de modo coherente, si no hay nada en común, incurrimos claramente en un dualismo, y poco importa que le llamemos cuerpo-alma, cuerpo-mente, cerebro-inconsciente o como queramos. Y el dualismo es algo respetable, sin duda (dos mil años de cristianismo ajeno a la postura bíblica lo han mantenido), pero ¿es necesario? ¿No bastaría con aceptar la posibilidad emergentista que hace del cerebro causa necesaria, aunque no sea suficiente, a la hora de configurarnos como seres conscientes y, sobre todo, como inconscientes?

Nadie es reducible a un amasijo neurológico, pero ni debemos renegar del pasado ni cerrarnos al futuro. Un hallazgo que no fue fruto del ataque racional sino del empirismo más vulgar nos proporcionó los neurolépticos y eso cambió la Psiquiatría de modo radical. El litio estabiliza a muchos pacientes evitando las dramáticas oscilaciones de la psicosis maníaco-depresiva. Los ansiolíticos son un paliativo ante la angustia insoportable. ¿Qué nos deparará la Ciencia? Es de esperar que grandes cosas, a pesar de las infantiloides interpretaciones cientificistas. No es impensable que conocer mejor el cerebro pueda facilitarnos la vida. 

Creo recordar que, en su biografía de Freud, Peter Gay nos dijo que el fundador del psicoanálisis admitía la posibilidad de superación farmacológica. Sabemos que Freud procedía del positivismo y que su honestidad le hizo llegar al psicoanálisis. Podemos decirlo al revés: llegó al psicoanálisis desde la ciencia, aunque el psicoanálisis no sea una ciencia.

Estoy convencido de que el psicoanálisis, especialmente en su versión lacaniana, saldrá reforzado de un encuentro como el previsto, precisamente porque asumo que el título de ese Congreso responde al exceso cientificista a neutralizar desde la sensatez, a un exceso que debe ser combatido desde la opción clínica humanista. A pesar de ello, quizá sea un tanto exagerado establecer una dicotomía radical, aunque no se pretenda en sentido literal. 

El psicoanálisis ha iluminado nuestra posición en el cosmos; desde su óptica, no sólo somos polvo estelar. Ahora bien, es perfectamente plausible que el psicoanálisis sea reforzado con el avance neurocientífico y que así el cerebro y lo inconsciente, con todos los matices necesarios y que serán cuantiosos, tengan en realidad mucho en común, aunque se enmarquen en distintos discursos. Las perspectivas neurobiológica y psicoanalítica no tienen por qué seguir derroteros incompatibles a perpetuidad.