viernes, 26 de mayo de 2023

Amigos

 


    Se dice con frecuencia que los amigos se ven en las ocasiones, aludiendo a las negativas, a aquellas en las que uno se ve en situación de carencia, sea por un duelo, por enfermedad propia, por apuros económicos o por necesidad de cualquier ayuda. Y es verdad, pero sólo parcial y con cierto sesgo de resentimiento.


    Cuando uno descubre que tiene amigos es especialmente en ocasiones buenas, sean propiciadas por otras personas, sean promovidas precisamente por esos amigos.


    Esa experiencia inefable de amistad la he tenido al recibir de muchos amigos, que también fueron compañeros de trabajo y fatigas varias, un cariñosísimo homenaje con motivo de mi jubilación. 

    

    Hubo alma común, recuerdos buenísimos, abrazos, sonrisas y risas, también atisbó alguna lágrima ante el discurso de uno de los grandes y sencillos médicos presentes, porque la buena emoción traiciona siempre. Hubo regalos y fotos, símbolo del mejor don que la vida puede ofrecer, como es querer y sentirse querido. 

           

    Más tarde me llegaron las fotos que allí se hicieron. Y fue así, con días por medio en época de inmediatez, porque se precisó tiempo para que una de esas amigas que allí había se tomara el trabajo de hacer con parte de las fotos, acompañadas de breves textos, un cuento real y bello, un libro maravilloso que ayer recibí de ella, con el “pendrive” con todas las fotos.

            

    Esta entrada del blog no sólo pretende volcar en él un sentimiento de esos que otorgan plena satisfacción y gratitud por haber vivido. Es, ante todo, el mejor modo que tengo para dar las gracias a todos los que en esa noche hermosa me acompañaron, a los que hubieran deseado estar allí pero no les fue posible, a quienes nos han precedido ya y también de algún modo sentí más vivos que nunca. Mi gratitud se extiende a todos los que han contribuido a que pueda ahora dar un significado amoroso a todos estos años pasados y cobrar impulso para el nuevo tramo vital.

            


viernes, 12 de mayo de 2023

MEDICINA. El peligroso olvido de la mirada generalista.



Imagen tomada de Pixabay

   

     Leo lo siguiente en un periódico digital, “Redacción Médica", con fecha de 7 de mayo de 2023): "Medicina Familiar y Comunitaria es la única especialidad que pincha y no consigue completar las 2.455 plazas que se ofertaban para esta edición del MIR. Concretamente, son 202 las que se quedan libres". 

    Eso me impulsa a retomar en este blog un texto que había escrito en un grupo de Facebook (Medicina y Humanidades) hace un año y que incluyo seguidamente:

    La concepción mecanicista de la Medicina nunca había llegado tan lejos en nuestro medio.

La especialización es buena, siempre y cuando suponga un plus de saber sobre la persona enferma, pero no lo es cuando se transforma meramente en un saber parcelado, en una Medicina de fragmentos de cuerpo.


    El brillo de los avances médicos siempre se muestra en el contexto de la especialización. Y no son malos los brillos, pero pueden cegar.    


    Se pasa a asumir, en la práctica, que un especialista en Neurología no es un médico que sabe mucho más de las enfermedades del sistema nervioso, sino un médico que sólo sabe de eso. Tal criterio de especialización genera un alto grado de ineficiencia cuando un paciente lo es por la afectación de varios órganos en un contexto de “respeto” mal entendido entre especialistas de distintos campos. Esa ineficiencia es facilitada cuando se da, como ocurre ahora, un envejecimiento poblacional.


    Si añadimos el papel relevante que tienen las circunstancias biográficas, no sólo biológicas, el desastre de tal visión de una Medicina de trozos corpóreos está servido, por lo que conlleva en tiempos de espera, peregrinaciones ínter-consulta, yatrogenia, e incluso coste económico añadido por parte del sistema sanitario.


    Pero el término “especialista” prevalece, y tan es así que habrá “especialistas en Medicina de Familia” (aunque sean frecuentemente sustituidos unos por otros) y no médicos generales, porque eso, lo “general”, es un término desprestigiado. Llamarle especialista a un generalista es un oxímoron que desprecia el extraordinario valor diagnóstico y terapéutico de una mirada global al ser humano enfermo.


    La que fue un día reina de las especialidades médicas, la Medicina Interna, lleva un curso paralelo a la Medicina de Familia, con su disgregación en especialidades más selectivas. La Pediatría parece abocada a un destino similar en su diversificación a pediatras de órganos, aparatos o sistemas. Y la Geriatría, simplemente parece que no existe en nuestro país, en el que el número de viejos crece de modo imparable.


    En ese enfoque, se asume, por políticos mediocres y por un amplio sector de la población, que un médico generalista no sabe ni siquiera hacer peticiones de muchas analíticas o pruebas de imagen, por lo que les son vetadas por parte de gerentes y demás “calidólogos” que campan a sus anchas en nuestro sistema sanitario.


    Un médico de familia puede verse abocado así en no pocas ocasiones a ser un mero intermediario burocrático entre compañeros de otras especialidades, para los que hace hojas de consulta o pide análisis básicos y alguna radiografía de tórax. A la vez, la pandemia ha sido un gran catalizador a una tendencia previa a ella, basada en el uso pernicioso del teléfono y del ordenador como vías de comunicación médico - paciente.


    Cuanto más se desprecie la mirada generalista, algo muy claro en lo que prefieren los médicos que han aprobado el MIR, más gente, en mayor grado y durante más tiempo sufrirá por enfermedad en un sistema que parece olvidar la enfermedad crónica, el envejecimiento y la muerte. Un sistema que también olvida, lo que es peor, la vida misma.


    Todo reconocimiento social del valor del médico de familia se hace necesario. También el institucional. El Colegio Médico de Coruña y la Academia de Medicina de Galicia han hecho muy recientemente sendos reconocimientos (la máxima distinción colegial un año anterior y la creación del sillón de Medicina de Familia en la Academia hace poco, respectivamente) a dos compañeros que han optado en su día por lo que más vocacional parece en el ámbito médico.


    Queda mucho por hacer para recordar que el médico que precisa en primera instancia la sociedad, lo es de pacientes y no de trozos de sus cuerpos, y siempre de modo singular en cada encuentro clínico, al margen de que recurra al especialista cuando sea preciso.

 

miércoles, 3 de mayo de 2023

Ni la subjetividad es algorítmica ni la IA es inteligente.

 

Imagen tomada de pixabay

    Ante el curso que está llevando el “chat-GPT4”, se han producido reacciones de profesionales de distintos ámbitos del conocimiento con el intento de reflexionar sobre lo que puede suponer el desarrollo de la inteligencia artificial (IA), solicitando una moratoria, algo que recuerda los recelos que las técnicas de ADN recombinante indujeron en su día y que culminaron en la conferencia de Asilomar en febrero de 1975. Algo bien distinto. A esas voces se ha unido últimamente la de Geofreey Hinton, con múltiples reconocimientos por su trabajo en Google y que deja la empresa para tener más libertad personal a la hora de expresar sus temores sobre la IA que se avecina. Su llamada de atención se ha centrado, por el momento, principalmente en los riesgos de desinformación y de desempleo que la IA puede provocar. 

    No me entusiasma la prospectiva científica, aunque algunas veces quienes la hacen acierten; un ejemplo lo proporcionan páginas de “La Tercera Ola” de Alvin Tofller, en las que aludía, ya en 1980, al concepto de “prosumidor”; es difícil no serlo hoy en día, en que nuestros datos se han convertido en un bien comercial muy preciado. Pero tampoco hace mucha falta dicha prospectiva para enterarnos de que la evolución de la AI puede tener efectos no necesariamente buenos.


    En cualquier caso, no estamos ante un potencial salto cualitativo de la IA que parece surgir de la nada, sino que entronca en el enfoque “NBIC” (“nano-bio-info-cogno”) que tiene ya unos años, aunque ahora los avances de la IA parecen aproximarnos a marchas forzadas a esa singularidad con la que seguirá soñando Kurzweil. Sólo lo parecen.

Sabemos que la IA impresiona. Su modo GPT puede generar textos y confundir en trabajos escolares a profesores. Puede “crear”, dicen, arte, algo bien discutible. Se postula que su capacidad no es propiamente semántica y se limita al juego sintáctico, pero poco le importará esa distinción a quien use la IA o sea usado por ella. 

Parece que el “chatGPT” podrá sugerir, ante un cortejo de síntomas y signos, un diagnóstico que acabaría siendo más acertado que el que proporcione el ya viejo “Dr. Google” o todos los médicos juntos de la Clínica Mayo. En unión de sistemas robóticos como el Da Vinci (quién le iba a decir al renacentista por antonomasia que su nombre iría asociado a una máquina), el ejercicio clínico en toda su diversidad se acerca cada vez más, en la concepción de muchos, a la producción de coches, submarinos, armas o lo que se tercie, impulsando un neo-mecanicismo más duro del ya existente.


    El oráculo informático está depurándose a marchas forzadas. Atrás quedaron los buscadores tipo Google. Basta con preguntar sobre algo, pedir una información corta o larga sobre un tema… y tendremos una respuesta mejor de la que podría proporcionarnos otra persona, a la vez que en una fracción de tiempo casi instantánea. Y eso sirve o, más bien, servirá, para bien y, sobre todo, para mal. 

    Si un sistema AI nos permite predecir terremotos, bienvenido sea. Pero no es ese uno de tantos posibles objetivos bondadosos que a corto plazo se perciben. 


    El gran objetivo de la AI que se perfila no es epistémico sino sustitutivo… de nosotros. Es difícil que a corto plazo “emerja” una entidad autónoma que llegue a dominar el mundo, siendo más probable que esa AI sirva a un grupo humano (pseudo-democrático, dictatorial, comercial…), pero grupo selecto, al "servicio" de servidores voluntarios humanos, porque cada vez el ser humano, en singular, será concebido más como cosa que como sujeto. Ya asistimos a esa manipulación en “fakes” difundidas principalmente como imágenes en internet. Todas las tareas de servicio, por especializadas que sean, parecen absorbibles por la AI, con lo que es previsible una concentración de poder basada en la optimización de “recursos humanos”, expresión que siempre fue horrorosa. Y así son predecibles despidos masivos. Bajo la concepción de que todo proceso es algorítmico, por humano que sea, todo parece absorbible por la IA. 

No nos debiera sorprender. Entre todos, hemos ido alimentando al monstruo previsible. Hemos formado una sociedad de solitarios hiperconectados que excluye y castiga a quienes sólo sabían comunicarse de viva voz, presencialmente, no tecleando, con otras personas. Tampoco había mucha opción; no podemos vivir en un siglo anterior. 


    Las grandes mentes que no son amos de la IA pueden entrar en servidumbre voluntaria con ella y no al revés. Eso implica que la IA no tendrá en cuenta preguntas importantes sobre el mundo, su naturaleza y su historia, que quedarán reducidas al ámbito académico, porque esa IA no es creativa, no planteará ninguna teoría de cuerdas, no le interesará si un problema es P, NP o NP completo. Le importará un bledo todo lo que no sea inmediatamente pragmático en su propio servicio voraz de captación de datos y más datos. No “creará” ecuaciones consistentes sino sólo aparentes sobre física de partículas o lo que cualquiera desee. Y, siendo así, la propia ciencia corre un serio riesgo de quedar sofocada por pura pseudociencia elaborada por GPT. Nuestros científicos mantienen sus puestos en función de su impacto bibliométrico, lo que ya ahora genera una hiperinflación de publicaciones prescindibles, pero que aumentan “índices de impacto”. Es previsible un crecimiento exponencial de publicaciones sólo aparentemente científicas que no digan nada sustancial “creadas” por la IA para satisfacción del “investigador” de turno.


    No se va a crear un gran hermano cibernético. ¿Para qué? Las empresas no necesitan eso, sino vender. Y los líderes políticos, que no lideran nada, tampoco; entrarán en competición unos con otros con sus equipos de asesores preguntando obsesivamente a la IA .


    Un embrutecimiento de fondo está servido gracias al psicologismo conductista con sus libros de autoayuda, que ya incluyen el estoicismo, para aguantar la alienación que venga del supuesto avance con el que tendremos que lidiar, ese que alaba el cerebrocentrismo existente y, con ello, resalta la concepción algorítmica de la propia vida.


    Y, no obstante, tenemos aún la opción de seguir siendo libres, porque, por mucha IA que haya, somos singulares y nuestra subjetividad, la de cada uno, no es susceptible de simulación por ningún algoritmo. La IA nunca será traicionada, como nosotros, por lo inconsciente, porque no lo tiene, pero tampoco tiene, aunque cada vez se disfrace más al respecto, un ápice de consciencia.