Hay algo evidente, lo jubiloso de la jubilación se da o no en relación con el trabajo que ha cesado. No es lo mismo trabajar en la pesca de altura o en un andamio que hacerlo como gestor bien remunerado. Tampoco es igual un trabajo funcionarial monótono que uno creativo o vocacional.
En general, cuando el trabajo ha sido humanamente enriquecedor, se agradecen los consejos que se reciben sobre qué hacer cuando da paso a la jubilación, un tiempo que puede percibirse, y ya lo sé, como un vacío amenazante. Ese “qué” suele atender a dos aspectos, la necesidad del lazo social, que cambia de modo importante al dejar de trabajar, y el mantenimiento o inicio de actividades rutinarias que cubran satisfactoriamente el tiempo. Se trataría de buscar un cambio de tarea, algo relativamente organizado.
Parece que se trata de “estar activo”, que ese es el gran objetivo, y bueno todo lo que lo facilite. Pero creo que es contemplable la alternativa de una visión un tanto diferente, la de optar preferentemente por la pasividad, aunque no cesen de hacerse cosas. Es verdad que es mejor hallarse ocupado que preocupado, entretenido que aburrido, y así la actividad llena el tiempo, pero también es cierto que puede acabar matándolo, como llega a decirse coloquialmente.
Estrenándome en esta nueva fase de mi vida, entre una neo-adolescencia muy curiosa y la clara visión de mi envejecimiento, no estoy en disposición de valorar, al menos por ahora, qué conviene o no hacer o dejar de hacer en este tiempo. Pero quizá ahí mismo haya ya un aspecto discutible. ¿Hacer qué y para qué? Mirando alrededor, me parece que la cuantificación curricular parece extenderse de otro modo a viajes, estancias, aficiones, estudios reglados o rutinas gimnásticas… La variedad es amplia y, sin embargo, ante ella, también cabría adoptar una alternativa aparentemente contraria, la pasiva. Me refiero a una pasividad elegible (con actividad física y mental conservadas), no a la que ya en estos momentos están abocados en absoluta soledad, muchos miles de personas mayores de mi edad y mayores que yo en nuestro país (la expresión "clases pasivas" tiene una connotación realmente dura).
Entiendo la alternativa pasiva querida como una apertura, con un paradójico inquieto sosiego, a lo novedoso, que puede serlo incluso en lo que se tenía por más conocido y cotidiano. Y la entiendo, bajo ese prisma neo-adolescente, como base para plantearse la propia vida con una mirada atentamente receptiva, acogedora y quizá transformadora en el único orden que merecería la pena, el espiritual en sentido muy amplio. En una entrada del pasado verano, afirmaba que tenemos tiempo antes de morir. Eso se me hace más claro ahora, en el último tramo vital.
Hay dos puntos de referencia que me sugieren esa opción por una pasividad desprendida de lo superfluo y que atienda a lo que creo esencial.
Uno es el cierre curricular y profesional. Se acabó lo que se daba, que era una vida concebida como tarea profesional, para bien y para mal, con un balance de escasos logros y abundantes carencias. Recordar o buscar brillos académicos compensadores en la vejez parece un sinsentido absoluto, cuando no fatuo narcisismo. Coleccionar “experiencias” iría, en cierto modo, en sintonía con esa perspectiva curricular en sentido amplio.
El otro referente reside en la muerte, ya percibida como más próxima (aunque a todas las edades sea posible, como recordaba Cicerón en “De senectute”). Esa cercanía es sólo cronológica, no tiene que ver con el tiempo real, vivo, el de Aión, y sólo es factible desear una “muerte propia”, como decía Rilke, si nos hemos apropiado también de la vida misma impregnándonos de ella. Por eso cabe la pregunta esencial, a la que repugna la inercia curricular de lo que se ha hecho, sobre qué es la vida y qué puede uno buscar en ella.
San Juan de la Cruz decía que “en el atardecer de nuestras vidas, seremos juzgados en el amor”. Parece una buena perspectiva la contemplación de ese horizonte, de cara a llevar bien la vida, con independencia de que uno espere en Dios (es mi caso) o sea ateo. No se trata de una búsqueda mística, sino de una actitud de desprendimiento de lo “útil”, incluso de lo que espiritualmente así se ha considerado, un despojamiento con aspiraciones franciscanas de alabanza al Fundamento Amoroso de lo existente y en cuyo contexto, cualquier actividad que surja será espontánea, no finalista.
Sería desde la pasividad, apagando de modo natural restos narcisistas, que quizá uno consiga atender mejor al misterio del Ser, al Amor que, a pesar de tantos horrores y tanto absurdo, puede intuirse en la belleza del universo en todos sus órdenes de magnitud espacio-temporal y en el ámbito de la complejidad de lo viviente.
Entre esos dos focos, cierre “curricular” y mirada a la muerte, percibo mi “actividad” para este tiempo como mero resultado impredecible y lúdico inherente a un intento de purificación de la mirada. Por eso, es probable que, de “hacer” algo, me embarque en inutilidades como dibujar bocetos en paseos o tratar de leer en su lengua a algunos clásicos, a Hölderlin o a Dostoievski, siempre que resulte simplemente lúdico. De vez en cuando, este blog seguirá su curso, según sople el viento, que nunca sabemos “de dónde viene ni a dónde va”, sólo que parece adecuado dejarse llevar por el buen viento, aunque a veces sea demasiado perturbador.
A fin de cuentas, la pasividad adecuada es el mejor modo de sostener una creatividad amorosa.
Es plausible y deseable que los vínculos humanos con que he sido agraciado se conserven y fortalezcan del mejor modo con esta perspectiva, si se mantiene. Es a esas personas a quienes dedico especialmente esta entrada.
Juzgados en el amor. Quedo con esta frase de San Juan de la Cruz. Muy interesante reflexión, Javier. Un abrazo y gracias..
ResponderEliminarMuchas gracias, querido Fidel, por tu comentario.
EliminarUn abrazo
Javier
Querio amigo Javier. Adelante!!. Con el cuerpo fuerte para mantener la mente tan lúcida como ahora... y a dejarse llevar por el buen viento. Un fuerte abrazo. JCC
ResponderEliminarQuerido José,
EliminarMuchas gracias por esa palabra de impulso, por ese "Adelante!!". Supone un gran ánimo para mí.
Un gran abrazo
Javier
Recuerdo un documental de Paco de Lucía en el que se le veía en su retiro paradisíaco en el caribe mexicano jugando al billar o al futbolín con la vecindad, pescando y ensalzando la vida indolente. Para él, el júbilo era la indolencia, una indolencia particular que no casaba exactamente con la definición de la RAE ni tampoco con la pereza. Más bien con el dejarse llevar sin más preocupación. Leyendo tus palabras, creo que lo que disfrutaba este genio era en realidad la pasividad, incluso si se quiere, el pasotismo bien entendido. En ese paraíso de Playa del Carmen, tan distinto al que conocí en 1995 cuando las calles aún estaban por poner, le sorprendió la muerte jugando al futbol con sus hijos. Así, la muerte vino a buscarlo estando en el paraíso.
ResponderEliminarLa jubilación no es otra cosa que dejar de trabajar oficialmente. En mi caso, los planes eran simples: aprender a tocar bien la guitarra, acudir a unos cuantos festivales de Jazz, viajar con mi mujer con billete de ida a lugares que había visitado por motivos de trabajo y a otros y descubrir juntos esas joyas de rincones que no aparecen en las guías, ver juntos la aurora boreal, leer a placer… Por diversos o adversos motivos, no puede ser. Quizás más adelante.
No se cita a Cicerón, Rilke o San Juan de la Cruz de una manera trivial. Para mí, este “pequeño detalle” me confirma que tu jubilación podrá calificarse de muchas maneras menos aburrida, aún cuando permitas, en ocasiones, que las horas te sorprendan mirando al techo o al revelador vagar de una bolsa de plástico movida por el viento, una imagen casi perfecta de la inutilidad.
Pero de la inutilidad ya nos habló con meridiana claridad el maestro Ordine.
Y ya que te planteas leer sin la traición de la traducción a un locuelo Hölderlin o a un escrutador de almas como Dostoievski, permíteme una sugerencia: para esa segunda (o tercera, o cuarta) juventud, puedes también leer ”La Isla del Tesoro”. De ella decía Marsé que no le falta ni le sobra nada.
Quizá la jubilación pueda también ser esto.
Un abrazo muy fuerte, Javier.
Miguel.
Muchas gracias, amigo Miguel, por tus hermosas y sabias palabras.
EliminarTendré en cuenta tu recomendación e incluiré "La Isla del Tesoro".
Hay una referencia que creo muy importante en lo que dices; te refieres a viajes con billete de ida. La vida misma es un viaje así, sólo con billete de ida. Disfrutémosla en el mejor y más humano de los sentidos.
Un gran abrazo
Javier
Querido Javier: No voy a recomendarte nada en particular ahora que supuestamente dispones de mucho tiempo. Prefiero más bien contarte lo que yo no haría.
ResponderEliminarNo usaría tirantes para sostenerme los pantalones.
No me dedicaría a la jardinería.
No intentaría aprender un idioma nuevo.
No iría a bailar salsa ni sevillanas.
Creo que descartando firmemente estas posibilidades, tal vez se me ocurriría una forma para no aburrirme.
Me da mucho miedo lo de “ser juzgados en el amor”. No sé si entiendo bien lo que eso significa, pero suena ominoso. Que en una etapa así de la vida me espere un juicio, no me hace ninguna gracia. Prefiero que Dios no se ocupe de mí. Tiene mucha gente a la que atender...
Un abrazo
Gustavo Dessal
Querido Gustavo,
EliminarEstoy convencido de que, al margen de que descartes bailar sevillanas o tratar de hablar chino, no te aburrirás nunca. Tampoco a mí se me pasaron por la cabeza esas opciones, aunque contemple la exploración de lenguas a que aludí.
Bueno, todo irá bien si uno no se ve reducido, por causas ligadas a su vejez, a una asistencia “bondadosa” con que son tratadas algunas personas por familiares o en residencias geriátricas. Esperemos no llegar a construir castillos “Exin” como psico-estimulación, por ejemplo; algo que presencié.
El término “juicio” evoca efectivamente lo siniestro. Y, a la vez, ya no estamos en edad de ser juzgados, a no ser que perdamos la cabeza y empecemos a delinquir. La expresión de S. Juan de la Cruz me pareció oportuna porque alude al mejor “juicio”, creo yo, de uno mismo por sí mismo (iría en línea con una carta de S.Pablo a los Corintios: “Si hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, pero no tengo amor, no sería más que un metal que resuena o un címbalo que aturde”).
No es preciso esperar ningún juicio divino, pero sí me parece adecuado someterse al que se va dando de uno mismo, no para flagelarse, sino para mejorar en el amor. Y, en ese sentido, creo que el psicoanálisis facilita la visión sincera, realista, de quien, movido por el síntoma que sea, lo acomete. En cierto modo, considero así el análisis un juicio en ese sentido amoroso, real.
Hay muchas buenas personas que estarían mejor sin hacer bondades. Ya sabemos que amar al otro como a sí mismo puede ser lo peor para ese otro. Uno puede pasarse la mayor parte de su vida (incluso toda ella) repitiendo lo peor para sí mismo y para otros hasta que contingencias vitales le impulsen a un cambio benéfico. Por eso parece difícil, no imposible, un “juicio” transformador antes de ese atardecer al que se refiere S. Juan.
Al final, lo que cuenta es la ética y eso es tarea de cada cual.
Y sí. Dios “tiene mucha gente que atender”. Parece que no da hecho.
Un fuerte abrazo, Javier
Hola, agradezco tu nota justo en este momento de angustia frente a lo nuevo, que es mi jubilación, pandemia y viudez, todo casi junto. Por primera vez carezco de creatividad y me siento perdida.
ResponderEliminarNoemi Pilar Molinero
Soy yo quien agradece que esta entrada te haya parecido adecuada.
EliminarLa jubilación ya es problemática. Si además se une a una situación de duelo, todo se hace más difícil, pero es de esperar que esa creatividad que, según indicas, siempre te acompañó, retorne pronto y pases de sentirte perdida a reencontrar lo mejor de ti misma. Estoy convencido de que eso ocurrirá.
Ánimo y un abrazo !!
Javier
Es un placer leer tus reflexiones, Javier, especialmente porque surgen desde lo más hondo de tus ser. Tener la mente en estas condiciones es un plus para la jubilación. Quienes te leemos esperamos con ilusión disfrutar con tus escritos.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo :-)
Muchas gracias, Miguel Ángel.
EliminarTus palabras me halagan, porque vienen de alguien de quien he aprendido a saborear la bondad de la música y de la literatura. Aprovecho este breve intercambio para sugerirte la posibilidad de que reunieras todo o parte de lo que has ido aportando en tu blog en formato de libro. Eso sí que es para disfrutar de la vida.
Un gran abrazo !!
Javier
Tu texto me recuerda e mi padre, que era una persona y sabía y amorosa que practicó esa pasividad de la que hablas, una pasividad fructífera como la de los árboles.
ResponderEliminarMuchas gracias por tu hermoso comentario por el honor que me haces con tu recuerdo.
EliminarUn abrazo
Javier