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jueves, 18 de diciembre de 2025

Navidad 2025




        Es habitual que, en conversaciones de adultos, la Navidad sea denostada curiosamente por el recuerdo de anteriores celebraciones acompañadas de una felicidad que ahora se ve inconcebible. Hay quien falta a la reunión familiar por haberse muerto, hay quien sí está, pero no celebra nada por enfermedad, otros están tan lejos que ni la comunicación electrónica palía la tristeza… Existe una amplia variedad de circunstancias por las que la llegada de la Navidad sencillamente horroriza. Parece que la felicidad completa de ese día correspondía sólo al tiempo en que éramos niños.
        Situaciones como la celebración por enemigos que dejan de serlo, como ocurrió en la Gran Guerra de 1914, ya no ocurren en la paz. 
        Se da una situación de nostalgia, en sentido estricto, del lugar y sus habitantes familiares, y también del tiempo mismo (algo que se está llamando anemoia) en que fuimos niños. Y es algo humanamente natural. La Navidad recuerda, como ninguna otra fiesta, a los ausentes, a la vez que nos recuerda que somos mortales (“...Y nosotros nos iremos…”) Muchos conjuran el “algos” combatiendo el “nostos”, cambiando de aires en islas paradisíacas o yendo a países desconocidos. Otros hacen de la fiesta discusión familiar. Las variantes de “escape” abundan. Otros más la “sufrimos” esperando que los alegres carnavales nos animen en vez de entristecernos.
        Hay otra salida, más realista, más auténtica, de celebración, incluso en medio de la tristeza actualizada. Proviene de la creencia, de la fe como confianza en el infinito Amor de Dios, creador de la legalidad física que, en armonía con contingencias, ha añadido la Belleza de lo viviente a la estructura del Universo evolutivo, emergiendo así en todos los órdenes de magnitud espacio-temporal y de complejidad alcanzables una Belleza sublime, inimaginable, aunque la observemos y midamos sus variables químico-físicas construyendo modelos matemáticos. Una emergencia lenta se revela a nuestros ojos
        Y esa opción, compatible con humanas tragedias, proviene especialmente de la creencia en la Palabra que se encarna y habita entre nosotros, tras una kénosis por la que Dios entró en la historia humana, con todas las consecuencias bondadosas para el ser humano, incluso en el dolor, la agonía y la muerte. Este contenido de fe y fundamento de esperanza, de sentido ético, supone la alegría profunda, a veces más esperanzada que actual, y que se da en mayor o mínimo grado entre quienes creemos cuando asumimos, sin infantilismos patéticos, la mirada infantil al Amor encarnado en un niño, a ese hombre llamado Jesús, que dio sentido al Universo, a la Vida, a cada sujeto como criatura única, singular. Un sentido trascendente, de Amor.
        Es siendo niño o renaciendo de nuevo, que uno, por mayor que sea, puede percibir, aunque malamente, lo que una Navidad de hace más de dos mil años, cuando no se llamaba así, significó y sigue significando para sí mismo y para el mundo.
        Jesús no fue un mito heroico, ni su objetivo fue desarrollar una religión mistérica de salvación ilustrada. Su originalidad, que se transmitió y perdura, fue enseñar una religión de Amor incondicional, que entroncará con lo que él mismo enseñó, con lo que él mismo sufrió y con su resurrección, que abrió la posibilidad de la nuestra hacia la eternidad como Vida, que no a la aburrida inmortalidad que tan bien atacó Borges.
        Esa fue, es y será la base de una celebración felicitaría en Navidad, aunque quien lo haga esté enfermo o arruinado, solo y hundido, aunque quien lo haga espere un milagro navideño y tenga confianza en que, si no se produce, se acomodará al tiempo que desconocemos, el Tiempo que le importa a Dios, al margen de prisas humanas
        Ese Niño, nacido fuera de la civilización (no había casa que acogiera su nacimiento), la transformó. Fue la luz primigenia que sosiega, cura, alegra y confiere sentido. El valor de la propia vida queda relativizado ante la Vida, ante el Amor. Muchos mártires lo fueron por asumir la primacía del Amor, de Jesús, y no sólo en tiempos lejanos. 
        Jesús fue humano y no quiso lo que se le venía encima estando orando en Getsemaní. No era masoquista. Amó la vida. Sudó sangre rogándole a Dios Padre que le apartara el cáliz de su Pasión sin conseguirlo. Ya en la cruz gritó el abandono de Dios. Y murió. Pero resucitó y con Él, gracias a Él, lo haremos nosotros. Basta con amar a Dios, a todos los demás y también, incluso lo más difícil, a uno mismo en el Dios de la Belleza y el Amor.
 
Feliz Navidad !!