martes, 13 de junio de 2023

Informática. Herramienta y metáfora.

 


Imagen tomada de Pixabay

Hay un lema que parece reforzarse más allá, más acá, del ámbito cosmológico para el que se formuló. Se trata del “it from bit” de Wheeler. Lo primordial, lo originario, sería la información, aunque no hubiera nadie para ser informado. Esa exageración brutal se concilia con asumir que la consciencia humana es sólo mejor que otras, como la de un rinoceronte o la de un bolígrafo. Koch y Tononi defendieron, con su teoría de la información integrada, que cualquier sistema mínimamente complejo sería también mínimamente consciente. 


El bit es, en ese enfoque, lo elemental, aunque dice muy poco. Para cualquier comunicación, interesa reducir lo convencional, sea una letra, un número, un signo, a una corta secuencia de bits, eso que se llama byte y que, aunque de tamaño relativamente arbitrario, acabó siendo una secuencia de 8 bits. En la actualidad, ya nos hemos olvidado de hablar de miles de bytes (Kb), para hacerlo de Mb, Gb, Tb y más allá. 


El desarrollo de sistemas electrónicos de tamaño manejable facilitó la expansión de la capacidad de comunicación y de su almacenamiento. El ejemplo más obvio es lo que conocemos habitualmente como “móvil”, que, en la práctica, ha dejado de ser teléfono, porque casi nadie lo usa para hablar en sentido literal, sino para una comunicación doblemente digital, la basada en el uso, con los dedos, de lo que acaba siendo una informática binaria. En ese artefacto, transferencias masivas de información soportan aplicaciones que incluyen periódicos, bibliotecas, fotos, películas, radio, televisión, calculadoras sofisticadas, enciclopedias, juegos solitarios e interactivos, navegación GPS, registros de todo tipo, incluyendo los de carácter médico, etc. Los relojes digitales son cómodos “móviles” de muñeca, con los que podemos hacer de todo, incluso pagar en cualquier tienda.


La diferencia entre lo que llamamos ordenadores, “tablets” o “móviles”, alude más a la comodidad del uso inherente a su forma que a su capacidad, aunque haya excepciones cuando se exigen muy altos niveles de computación (como los que soportan la famosa “nube” o los involucrados en física de partículas), que requieren máquinas de tamaño, coste energético y refrigeración considerables. 


Todo eso es una maravilla hecha realidad. También lo es la simulación de procesos, el cálculo aplicado, la contemplación de problemas complejos en función de la posibilidad o no de su tratamiento algorítmico. Pero también hay indudables consecuencias negativas perceptibles, sobre todo, por la gente mayor que, a diferencia de los llamados “nativos digitales” son más afectados por una pérdida de servicios, por timos informáticos, y por una gran soledad que acrecienta la que ya tienen por edad. Hay efectos negativos en empleos y en aspectos relacionales que fueron cotidianos. Figuras ejemplares por su contribución social han dado paso a todo tipo de "influencers".


Pero quizá el peor efecto del auge digital se cifre en un prefijo, “neuro”. La tentación de creer que el sujeto es un hardware biológico que alberga un software también biológico conduce a efectos buenos y a otros que son perniciosos. Es bueno y muy prometedor el uso de sistemas informáticos como ayuda, no sólo para comunicación por parte de personas con discapacidad motora; también como ayuda real enfocada a la compensación de lo hasta ahora irreparable, como las lesiones medulares. Las interacciones cerebro – ordenador y la robotización intervencionista son un campo de desarrollo fascinante que hacen esperar en una revolución en el ámbito quirúrgico y en la rehabilitación funcional. 


La metáfora no puede, sin embargo, ir más allá del afán heurístico. No somos reducibles a algo “informático”. Lo “neuro” precede ya obsesivamente como prefijo a todo tipo de manifestación humana y sustenta no sólo la identificación mente – cerebro, sino que fomenta la analogía impresentable entre el funcionamiento cerebral y el de un ordenador. Es desde esa analogía no fundamentada que la consciencia se supone equivalente al proceso algorítmico que los sistemas informáticos permiten. 


Últimamente, esa pretensión de equivalencia cobra auge con el desarrollo de la inteligencia artificial (IA), que nada tiene de inteligente, merced a los chatGPT que simulan muy bien tareas escolares y, en general, cualquier proceso algorítmico, incluyendo la sólo aparente creación de arte.


Si el “Dr Google” sigue teniendo un éxito arrollador en una hipocondrizacion generalizada, los chatGPT suponen la tentación de sustituir al diagnóstico de un médico, con efectos que, si alguna vez pueden ser bondadosos, serán en general catastróficos, en simbiosis con todo tipo de sensores de salud, por una medicalización de la vida cotidiana que irá asociada a serios riesgos yatrogénicos, incluyendo los mentales, los "neuro", transformados en neuras. Lo más novedoso, el desarrollo informático, puede facilitar una consolidación de los peores rasgos neuróticos, cuando no propiciar la manifestación psicótica.


El contexto que prima el bit frente al it, no se conforma con ver toda conducta humana como un “neuro”- comportamiento, concibiéndose así toda área de salud mental como una "neuro-psicología". La neura de lo "neuro" y el reino de los bits acaban convirtiendo a las personas en cifras y a sus cuerpos en albergues de información transmisible, a modo de genes egoístas, a lo Dawkins. 


La informática como herramienta supone un gran avance, incuestionable, en el que nos hallamos inmersos, aunque tiene efectos colaterales que pueden ser terribles para muchas personas. La informática como metáfora nos reifica, pretende medirnos en múltiplos de bytes que se comunican entre sí y que se transmiten, sea como “memes” (de nuevo, Dawkins), sea como hijos, con información genética editable, no sólo para bien, también para lo "mejor", en el nuevo afán eugenésico.


Esta reificación se da en el seno de un neocapitalismo desmedido, que, entre otras cosas, ha transformado la basura de papel en basura de plástico y de elementos venenosos. 


Si no se le pone freno a la exageración digital, si sólo vemos ventajas en los ordenadores y redes, acabaremos con la civilización misma, y no por el desarrollo de una IA poderosa con consciencia emergente, sino como tristes solitarios ahogados en plástico y sometidos a la barbarie, a no ser que antes nos lleve por delante una catástrofe nuclear, solucionando, al menos a escala local, la paradoja de Fermi. 

viernes, 2 de junio de 2023

Jubilación. La pasividad posible como horizonte.



 

            Hay algo evidente, lo jubiloso de la jubilación se da o no en relación con el trabajo que ha cesado. No es lo mismo trabajar en la pesca de altura o en un andamio que hacerlo como gestor bien remunerado. Tampoco es igual un trabajo funcionarial monótono que uno creativo o vocacional.


            En general, cuando el trabajo ha sido humanamente enriquecedor, se agradecen los consejos que se reciben sobre qué hacer cuando da paso a la jubilación, un tiempo que puede percibirse, y ya lo sé, como un vacío amenazante.  Ese “qué” suele atender a dos aspectos, la necesidad del lazo social, que cambia de modo importante al dejar de trabajar, y el mantenimiento o inicio de actividades rutinarias que cubran satisfactoriamente el tiempo. Se trataría de buscar un cambio de tarea, algo relativamente organizado.


Parece que se trata de “estar activo”, que ese es el gran objetivo, y bueno todo lo que lo facilite. Pero creo que es contemplable la alternativa de una visión un tanto diferente, la de optar preferentemente por la pasividad, aunque no cesen de hacerse cosas. Es verdad que es mejor hallarse ocupado que preocupado, entretenido que aburrido, y así la actividad llena el tiempo, pero también es cierto que puede acabar matándolo, como llega a decirse coloquialmente.

 

            Estrenándome en esta nueva fase de mi vida, entre una neo-adolescencia muy curiosa y la clara visión de mi envejecimiento, no estoy en disposición de valorar, al menos por ahora, qué conviene o no hacer o dejar de hacer en este tiempo. Pero quizá ahí mismo haya ya un aspecto discutible. ¿Hacer qué y para qué? Mirando alrededor, me parece que la cuantificación curricular parece extenderse de otro modo a viajes, estancias, aficiones, estudios reglados o rutinas gimnásticas… La variedad es amplia y, sin embargo, ante ella, también cabría adoptar una alternativa aparentemente contraria, la pasiva. Me refiero a una pasividad elegible (con actividad física y mental conservadas), no a la que ya en estos momentos están abocados en absoluta soledad, muchos miles de personas mayores de mi edad y mayores que yo en nuestro país (la expresión "clases pasivas" tiene una connotación realmente dura). 


Entiendo la alternativa pasiva querida como una apertura, con un paradójico inquieto sosiego, a lo novedoso, que puede serlo incluso en lo que se tenía por más conocido y cotidiano. Y la entiendo, bajo ese prisma neo-adolescente, como base para plantearse la propia vida con una mirada atentamente receptiva, acogedora y quizá transformadora en el único orden que merecería la pena, el espiritual en sentido muy amplio. En una entrada del pasado verano, afirmaba que tenemos tiempo antes de morir. Eso se me hace más claro ahora, en el último tramo vital.


Hay dos puntos de referencia que me sugieren esa opción por una pasividad desprendida de lo superfluo y que atienda a lo que creo esencial. 


Uno es el cierre curricular y profesional. Se acabó lo que se daba, que era una vida concebida como tarea profesional, para bien y para mal, con un balance de escasos logros y abundantes carencias. Recordar o buscar brillos académicos compensadores en la vejez parece un sinsentido absoluto, cuando no fatuo narcisismo. Coleccionar “experiencias” iría, en cierto modo, en sintonía con esa perspectiva curricular en sentido amplio.


El otro referente reside en la muerte, ya percibida como más próxima (aunque a todas las edades sea posible, como recordaba Cicerón en “De senectute”). Esa cercanía es sólo cronológica, no tiene que ver con el tiempo real, vivo, el de Aión, y sólo es factible desear una “muerte propia”, como decía Rilke, si nos hemos apropiado también de la vida misma impregnándonos de ella. Por eso cabe la pregunta esencial, a la que repugna la inercia curricular de lo que se ha hecho, sobre qué es la vida y qué puede uno buscar en ella.


San Juan de la Cruz decía que “en el atardecer de nuestras vidas, seremos juzgados en el amor”. Parece una buena perspectiva la contemplación de ese horizonte, de cara a llevar bien la vida, con independencia de que uno espere en Dios (es mi caso) o sea ateo. No se trata de una búsqueda mística, sino de una actitud de desprendimiento de lo “útil”, incluso de lo que espiritualmente así se ha considerado, un despojamiento con aspiraciones franciscanas de alabanza al Fundamento Amoroso de lo existente y en cuyo contexto, cualquier actividad que surja será espontánea, no finalista.


Sería desde la pasividad, apagando de modo natural restos narcisistas, que quizá uno consiga atender mejor al misterio del Ser, al Amor que, a pesar de tantos horrores y tanto absurdo, puede intuirse en la belleza del universo en todos sus órdenes de magnitud espacio-temporal y en el ámbito de la complejidad de lo viviente.


Entre esos dos focos, cierre “curricular” y mirada a la muerte, percibo mi “actividad” para este tiempo como mero resultado impredecible y lúdico inherente a un intento de purificación de la mirada. Por eso, es probable que, de “hacer” algo, me embarque en inutilidades como dibujar bocetos en paseos o tratar de leer en su lengua a algunos clásicos, a Hölderlin o a Dostoievski, siempre que resulte simplemente lúdico. De vez en cuando, este blog seguirá su curso, según sople el viento, que nunca sabemos “de dónde viene ni a dónde va”, sólo que parece adecuado dejarse llevar por el buen viento, aunque a veces sea demasiado perturbador.


A fin de cuentas, la pasividad adecuada es el mejor modo de sostener una creatividad amorosa.


Es plausible y deseable que los vínculos humanos con que he sido agraciado se conserven y fortalezcan del mejor modo con esta perspectiva, si se mantiene. Es a esas personas a quienes dedico especialmente esta entrada.