domingo, 23 de abril de 2023

A propósito de un buen libro.


 

    Acabo de leer el último libro de Luis Roca Jusmet, "Manifiesto por una vida verdadera", título que sugiere lo que el libro muestra, una reflexión sobre la "propiedad" de la vida que uno lleva y la que puede llevar tras una "conversión".

    Para ello, el autor insiste en la importancia de los ejercicios espirituales, no en su connotación cristiana, ignaciana, sino como tarea filosófica. Ya lo había hecho con mayor extensión en su obra "Ejercicios espirituales para materialistas..." que comenté en este blog en su día (1).


    El "Manifiesto" insta al lector a vivir con propiedad su vida, como "elección ética singular", mediante la práctica de “ejercicios espirituales”, tomando como referencia a tres filósofos, Hadot, Foucault y Jullien, aunque también otros, como Spinoza o Nietzsche, son recordados en el texto.


    En esta breve entrada, sólo puedo recomendar su lectura, limitándome a destacar dos aspectos que me parecen muy interesantes:

    

    Uno es la crítica al psicologismo. Así como el cientificismo es nefasto para lo que parece defender, la ciencia, el psicologismo lo es a la hora de concebir y tratar al ser humano. El paternalismo no es ajeno al enfoque del ser humano que parasita a la Psicología, tantas veces servil al mercado que todo lo invade, con la concepción del sujeto en el peor sentido del término, como individuo a adiestrar, algo en línea con la vieja idea de la “tabula rasa”. Por nuestro bien, el psicologismo, en triste unión con un pseudo-estoicismo que prolifera últimamente en libros de autoayuda, y con métodos de “coaching”, acaba triunfando en la medida en que nos hace triste y exitosamente siervos felices. 


    El otro aspecto es la valoración del psicoanálisis en el “Manifiesto” y, en concreto, del lacaniano, en esa conversión a un mejor modo de hacer con la propia vida. El autor se confiesa lector de Freud, Lacan, Roudinesco y Miller.


    Antes de concluir en el tercer capítulo con una “apuesta ética y política por una vida verdadera”, son dos las vías reconocidas en el libro para lograr esa finalidad, la filosófica y la psicoanalítica. Y esto es lo que considero un interesante desafío intelectual y, en cierto modo, vital, pues de vida verdadera trata el “Manifiesto”. La aproximación filosófica presupone, creo entender, una asunción del poder de la reflexión, de la autoconciencia, disciplinada del mejor modo con esos “ejercicios espirituales”, pero con un cierto grado de libertad de partida. Una tarea no fácilmente conciliable con la mirada oriental propuesta a partir de Jullien. Y tal vez menos aún con el psicoanálisis, que no parte de un yo que piensa libremente, sino que se funda en la gran asunción freudiana de lo inconsciente y de su poder inercial en el orden biográfico.  


    Creo que sería deseable que Roca Jusmet se embarcara en la tarea de desarrollar, en un nuevo trabajo, hasta qué punto ve conciliables las dos vías que propone (filosófica y psicoanalítica), algo que parece asumir implícitamente. La introducción de la perspectiva oriental en este libro también apuntaría la necesidad de ese esfuerzo. Ya Suzuki, en su libro "Budismo Zen y Psicoanálisis", hecho en colaboración con Erich Fromm, había contrastado las miradas oriental y occidental en el ámbito literario fijándose en sendos poemas de Basho y Tennyson, relacionados ambos con una flor.


    El “Manifiesto” que comento insta al lector a un esfuerzo mental, cordial y también cardial en la buena vía de la conversión hacia una coherencia ética singular. Su lectura me parece muy recomendable y es con esa finalidad que he redactado esta breve reseña, sin ser yo filósofo ni psicoanalista, sino sólo alguien que, en su búsqueda, intenta difundir lo que va viendo interesante. Este libro lo es sin duda y su autor merece ser felicitado por haber construido una obra buena y breve.

 


1) https://javierpeteirocartelle.blogspot.com/2017/11/la-buena-ascesis-sobre-el-libro.html


domingo, 9 de abril de 2023

Resurrección

 



    “Jesús le dice: «Mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas?». Ella, tomándolo por el hortelano, le contesta: «Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré». Jesús le dice: «¡María!». Ella se vuelve y le dice: «¡Rabbuní!»”, Jn. 20, 15-16 


    "Loado seas, mi Señor, por la hermana luna y las estrellas, en el cielo las has formado luminosas y preciosas y bellas". S. Francisco de Asís. Laudato si.


    La resurrección de Jesús es la piedra de toque del cristianismo. Ser cristiano supone asumir eso que parece inaceptable. Los motivos para la creencia son dispares o inexistentes. Pero creer tal cosa supone esencialmente aceptar como válidos, aunque susceptibles de la exégesis correspondiente, los testimonios escritos del Nuevo Testamento, y confiar en que Dios existe y su amor sostiene el sentido de la Vida frente a lo absurdo y brutal.


    Un misterio éste que no se resuelve aduciendo a otro. Por ejemplo, el problema de la consciencia en sentido fuerte, el de la subjetividad, mostrado a veces como el problema de los “qualia”, no se soluciona invocando una interpretación cuántica, al menos por el momento, entre otras cosas porque la comunicación sináptica parece abordable en términos clásicos.


    El gran escéptico y científico Martin Gardner resultó ser a la vez un gran creyente en su cosmovisión, con una fe de tintes unamunianos, y tratando de mostrar la eficacia de la oración intercesora como una acción elegante de Dios sobre el comportamiento de la función de onda antes de que ésta colapsase tornando en fenómeno observable. Explicándolo así, propiamente no explicaba nada. Pero hay algo que parece oportuno recordar; se trata de la expresión del extraordinario físico Feynman que decía lo siguiente: “Creo que puedo decir con seguridad que nadie entiende la mecánica cuántica”.


    Quiero decir con todo esto que el mundo es misterioso y milagroso en el sentido de los mirabilia a los que se refería Jacques Le Goff. Lo maravilloso natural lo es tanto que milagro parece. Lo más corpóreo, lo material, no es, en su belleza, accesible a la intuición, por más que el comportamiento de las partículas elementales pueda ser expresable en un formalismo matemático cuya hermosura suele asociarse a la verdad.


    La fe puede ser razonable para uno mismo, pero difícilmente comunicable. Menos procedente parece el vano intento proselitista (no es mi pretensión), pero sí es defendible la expresión de lo que para uno mismo resulta importante, se comparta o no por amigos y extraños. Es por eso que me permito esta entrada, que conecta con algunas más anteriores a ella.

    

    En el evangelio de Juan, Jesús resucitado es confundido por María Magdalena (primera persona a la que parece presentarse) con un hortelano o jardinero (según las traducciones). Ese modo de aparición de Jesús resucitado resuena en mí esta vez porque remite al cuidado de un jardín. Antes de su muerte ya aludía a la belleza de los lirios del campo. Fue uno de sus más similares discípulos, Francisco de Asís, quien se hermanaba con él en su alabanza a Dios por todas las criaturas. Belleza, verdad y bondad parecen inexorablemente unidas en un término, amor, que remite en mi alma a Dios.


    Con el mayor respeto y admiración a la coherencia de personas extraordinarias y que son agnósticas o ateas, entre las que se encuentran mis mejores amigos, hoy, día de la pascua cristiana, me he  permitido esta expresión de mi perspectiva fundamental de la Vida.