viernes, 25 de enero de 2019

PSICOANÁLISIS. "Freud. Un despertar de la humanidad"



Ayer tuve el placentero honor de participar en la presentación de un magnífico libro de Vilma Coccoz, organizado por la Biblioteca de Orientación Lacaniana de A Coruña y que tuvo lugar en la librería Lume de mi ciudad.

Se trata de un libro sobre ese nuevo despertar que propició Freud, quien partió de otros previos, el filosófico y el científico, en los que se apoyó, para darnos cuenta de lo que nos resulta más extraño, más inaccesible y, a la vez, determinante, lo inconsciente. Con Copérnico dejamos de considerarnos el ombligo del Universo. Darwin mostró la importancia creadora de lo contingente (Stephen Gould lo ilustró crudamente diciendo que sólo somos una ramita del árbol de la evolución). Y Freud, mostrando el poder de lo que de nosotros mismos desconocemos, permitió el acceso realista, aunque limitado, al viejo mandato délfico.

El libro no es una biografía de Freud, como lo fue la de Peter Gay. Es más bien una lectura personal de Freud, sostenida por un gran trabajo clínico y reflexivo. Empezando por “La interpretación de los sueños”, vamos viendo cómo los casos más conocidos de Freud son retomados por la autora, Vilma Coccoz, bajo una luz lacaniana que muestra los felices hallazgos, pero también las dificultades con que se fue encontrando Freud en esa interacción entre una clínica y una teoría que fue construyendo y modificando a la par.

Ante eso estamos aquí, ante un Freud retomado y mejorado, mostrándonos la autora cómo eso ha sido no sólo posible sino necesario. 

Aunque no es una biografía de Freud, lo sitúa, recordándonos que ha sido uno de los grandes hombres de la Historia. Muestra su actualidad releyéndolo, repensando, reanalizando sus casos más conocidos.

No sólo se refiere al Freud que murió en 1939. Muestra la vigencia de su vasta obra, a la que ha contribuido de un modo especialísimo su gran lector Lacan y la vitalidad de la escuela lacaniana. Obras como ésta sugieren fuertemente que el psicoanálisis no es cosa del pasado, sino actual y floreciente, facilitador del entendimiento, no sólo de los analizantes, sino de la sociedad en la que estamos inmersos. Si en su día Einstein se dirigió a Freud con la pregunta sobre la guerra, esa y otras muchas cuestiones, bastantes de ellas novedosas por el avance tecnológico, requieren también de la reflexión analítica.

El mundo requiere de esa mirada, que siempre será singular, pero, precisamente por ello, si aceptamos la afirmación aristotélica, también implicará la posibilidad política y la acción ética.

Un libro así es especialmente oportuno en un tiempo en el que se traiciona al conocimiento y se ataca a la libertad. Un lamentable modo de concebir la Ciencia, facilita su adoración como si de un nuevo dios se tratara. Abundan los nuevos sacerdotes en forma de comités de expertos que no tienen el menor rubor en criticar desde la ignorancia lo que perciben que no es ciencia. Y bien es cierto que el Psicoanálisis no lo es, pero tampoco lo es la Medicina. Estamos viviendo algo muy parecido a una deriva inquisitorial en nuestro propio país, que, en vez de fomentar la educación humanística y científica, intenta neutralizar libertades y asfixiar la crítica que el conocimiento requiere.

En nombre de la ciencia, no sólo el psicoanálisis es o será perseguido; en nombre de la ciencia, la ciencia misma es atacada al reducirla a productividad bibliométrica y a una financiación exclusiva de líneas “productivas”, cercenando el afán de saber que implica la curiosidad y el amor al conocimiento por el conocimiento mismo.

Las perspectivas simplistas conducen a lo peor. La autora contrastó claramente en su intervención la apertura de Freud a la mujer (con casos señalados de analistas como los de Lou Andreas Salomé y Sabina Spielrein), algo proseguido en la actualidad, en la que hay muchas mujeres psicoanalistas, con un feminismo militante que torna en neopuritanismo ortodoxo que puede acoger como normativo en su seno lo peor de la posición masculina.

El síntoma puede ser el desencadenante del psicoanálisis personal, que no se enfocará hacia su anulación en un "furor sanandi", sino que, desde la interpretación a la que el malestar convoca, facilitará ese conocimiento amoroso del mundo y de nosotros mismos, de uno en uno, que puede permitir que la vida prevalezca sobre ese demonio que llevamos incrustado y al que conocemos, también desde Freud, como pulsión de muerte.


sábado, 19 de enero de 2019

PSICOANÁLISIS. "El caso Anne"



”El psicoanálisis es para el filósofo el aliado más fiable a favor de la tesis de lo inolvidable”. Paul Ricoeur” (en “La memoria, la historia, el olvido”).

“Anne pudo acariciar su rostro, mirar aquellos ojos que habían visto el fin de la humanidad, testigos directos del naufragio definitivo de cualquier esperanza”. Gustavo Dessal (en “El caso Anne”)




"El caso Anne” (“Survivig Anne” en versión inglesa) es un libro maravilloso. Lo es en el sentido del medievalista Jacques Le Goff (“Lo maravilloso y lo cotidiano en el Occidente medieval”), que lo relaciona con los “mirabilia”, que tienen una raíz, “mir”, que implica algo visual. Dice Le Goff que “se trata de una mirada”.

Pues bien, la maravilla del libro de Dessal reside precisamente ahí, en la mirada a la que nos conduce, de un modo natural, sencillo, excelente. 

Esa es su gran diferencia con otras obras. Lo maravilloso aquí reside en la dirección de la mirada a ese acto de amor que es un psicoanálisis, una laboriosa y lenta tarea que puede facilitarnos el hacer algo más auténtico con la propia vida, porque partimos, con el autor, de que “la única dignidad de las personas reside en su drama, en el hecho de que la existencia es siempre un proyecto fallido, un encuentro truncado, un deseo irrealizado”. Lejos quedan las insensateces de adiestramientos conductistas y las baratas e imposibles felicidades de las psicologías positivas y mindfulness de empresa o caseros.

Sólo un gran escritor como Gustavo Dessal puede construir una narrativa que apasiona desde el primer momento, sugiriéndonos con gran claridad, no exenta de rigor, lo que es un psicoanálisis y, más concretamente, un psicoanálisis lacaniano. 

Pero no es menos cierto que sólo un gran psicoanalista podría escribir algo así. Tan feliz conjunción de ser escritor y psicoanalista facilita la mirada del narrador, contagiando a su vez a la nuestra. 

Pero Gustavo Dessal va más allá al narrar unas historias entretejidas. Se ancla en la Historia misma, parte de ahí, de ese lugar común que nunca se aprende y siempre se repite. De eso que tan bien nos han descrito autores como Hobswam, Judt, Fontana, Beevor, Mazower… La Historia escrita, descrita, “explicada”, nos dibuja el contexto en el que muchos nacen, viven y mueren. Pero ha de tenerse siempre en cuenta que eso implica a un sumatorio de lo distinto, de las vivencias singulares, que ya no son, como tales, meras consecuencias de la Historia, sino esencialmente memorias irrepetibles inconscientes y conscientes a la vez, también memorias con frecuencia culpables por el hecho de existir, por la contingencia de haber sobrevivido a la muerte anunciada. Es tan interesante como llamativo y cierto que en el libro el mal se le atribuya a los alemanes y no a los nazis (aunque hubiera alemanes no nazis, aunque hubiera alemanes judíos). No es exageración, sino mera constatación de la "normalidad" germánica de aquella época que tan claramente denunció Goldhagen.

Y Gustavo Dessal parte de ahí (por eso el título de la versión inglesa parece más acertado).  Su narración surge de los efectos en una persona de algo lejano a ella, pero no tanto como para que no le afecte, para que no la vuelva loca. Y ahí volverá, a ese horror, mezcla de historia y locura, pero de otra manera. Ese es el gran valor del psicoanálisis, facilitar que el amor sobreviva incluso en supervivientes, hacer que el perdón, como olvido (no es contemplable otro perdón), sea factible.  

Lo cuantitativo cede, en este libro, a lo cualitativo, como la narración de los historiadores (no son citados ni falta que hace) cede a la memoria personal. 

Pocos libros hay que merezcan ser leídos y releídos. Éste es, para mí, uno de ellos. Podría incluir en mi lista personal unos cuatro o cinco más. 

A veces se dice que quien pruebe, vea o lea algo, no será defraudado. No es el caso. El libro defraudará más de lo que satisfará. Defraudará a quien espere un relato agradable, interesante, un "thriller", un divertimento, y más aún a quien persiga una cierta respuesta a sus problemas vitales. Satisfará sólo a quien tenga la humildad de reconocerse como ser impropio en el sentido de Heidegger (quien sí que defraudó pero de un modo absolutamente vulgar y acomodaticio). Satisfará algo a quien vea que la cura, considerada como cuidado, es complicada, que no se dará con simplezas, sino que quizá, sólo quizá, sea posible en un encuentro con uno mismo mediado por otro a quien se le supone un saber sobre el alma.

El Psicoanálisis, tan lejano a la Ciencia, necesita, sin embargo, como ésta, de una buena difusión que aparque cualquier resto "biblicista". Este libro es ejemplar al respecto. Los grandes hitos han de superarse en todos los campos del saber, que lo es cuando reconoce su propia carencia o quietud. Einstein fue maxwelliano y newtoniano, pero fue más allá. Nos basta con Newton para enviar una sonda a Júpiter, pero precisamos a Einstein para buscar un restaurante próximo. Y la Física no se conformará con Einstein ni con Planck, por genios que sean. Es imaginable que Freud y Lacan siguen y seguirán siendo vigentes, pero quizá se les haga un flaco favor si son perpetuados sólo como "libro" a aplicar y no como impulso para ir más allá, aunque parezca impensable a corto plazo. Esa efervescencia de novedad, que acoge el efecto tecnológico (brillante en "El caso Anne", con su "bebé" japonés) es perceptible ya afortunadamente en apariencia.

El tiempo dirá. Casi al final, Freud le concedió más importancia al capullo de una flor que a todo lo demás. Tal vez ahí, en esa espera de belleza, que lo es del saber real, resida la mejor posición.

sábado, 12 de enero de 2019

LA MIRADA. Cuando la fotografía llega al alma.


Hace ya muchos años que la fotografía se ha instalado en nuestras vidas. Fotos familiares, de niños, de recién casados, de novios, de abuelos... Fotos en blanco y negro, amarillentas, fotos en color. Negativos impactantes en una maleta mexicana... Y fotógrafos, máquinas de fotos, reflex, automáticas, de bolsillo... Fotos de y fotos para. De padres, de amigos, de paisajes. Para el DNI, para el recuerdo, para decir que uno estuvo allí, fuera donde fuera, como si importara, fotos testimoniales.

Ya se sabe, una foto vale más que mil palabras, algo que muchas veces es mentira, porque el parloteo excesivo puede llegar a asfixiar la verdad pixelada; a pesar de las imágenes que muestran a judíos fregando las calles de la culta, de la romántica Varsovia, sigue y seguirá habiendo negacionistas, todos esos que confirmarán otra vez que la Historia nunca se aprende y sólo se repite. El otro, el gran enemigo, seguirá siendo fotografiado y negado.

Desde los álbumes de fotos familares hasta los “gigas” o “teras” de imágenes obtenidas con móviles y captadas para no ser vistas nunca, el milagro fotoquímico persiste mejorado, electrónico. La fotografía permanece más allá de otras aventuras tecnológicas. Hasta los videos, como los CDs, parecen haber pasado a la historia tras una vida breve.
Una pintura puede determinar una vocación. Una foto puede retomar el instante eterno.


Estos días hay una exposición en mi ciudad, en A Coruña. Se trata de una colección de fotos de Pepe Ventureira. Ayer fue inaugurada en "El Club Financiero", que suele acoger exposiciones muy interesantes.

Fue presentada por un amigo común, profesor de Filosofía, Freire Leira, con hermosas y exactas palabras que aludían a lo que tal exposición suscita: belleza y nostalgia. 
En esas imágenes se percibe algo original, singular, sustentado por una amorosa y elaborada técnica que las hace posibles. Se trata de una mirada que facilita a su vez la mirada de cada uno. Una mirada que lo es al instante eterno, plasmado en nebulosa, pues no se intenta una métrica, un isomorfismo entre lo real (¿qué será lo real?) y un negativo fotográfico, sino que parece atenderse a la pura evocación que, como tal, es necesariamente indefinida. Indefinida y persistente, algo que mueve y conmueve.

Parece que la imagen directa lo diría todo, sea de conexiones neuronales, de dibujos paleolíticos o de un rascacielos. Ah, la imagen... Estamos inundados de imágenes y de promesas salvíficas asociadas a ellas. El conectoma, por ejemplo, parece incurrir en la tentación de la verdad manifiesta, pero la verdad se aleja siempre, especialmente en lo que apunta al alma, que requiere algo más, algo que hace confundir lo aparentemente real de la foto con lo simbólico de la pintura. 

“La ciudad” es una exposición de una selección de fotos de eso, de la ciudad, de la polis, que es el propio Estado al que uno realmente pertenece, cada vez más alejada del ámbito acogedor. En este caso, se trata de la ciudad del autor, que es también la mía, la de quienes aquí habitamos. 

Calles, barrios, monumentos, paseos modernos, alguna persona aislada de quien no sabemos nada… hacen reverberar algo en nosotros, en cada uno, de uno en uno, porque cada foto remite a fin de cuentas a un impacto singular que presiona e impresiona. Los cielos foto-grafiados, sublimes, resuenan con la pintura de Turner, algo a lo que también se refirió en su presentación el profesor Freire.

Las imágenes mostradas no son sólo de recuerdos, sino de presencias, de permanencias. No son sólo para evocar, sino para vivir mejor la propia vida, sabiendo que cada rincón, cada día, son perennes porque nos han pertenecido y, a la vez, aunque parezca paradójico, dinámicos, vitales, porque nos siguen y seguirán perteneciendo... aunque no estén, incluso aunque no estemos.

Esas fotos nos recuerdan, a fin de cuentas, que vivimos, y este término, en lengua castellana, corresponde tanto al pasado como al presente de eso, de la vida. Desde esa perspectiva será posible un futuro mejor, que pasa necesariamente por lo que está a mano, por cada entorno, por cada ciudad. 

Es implícita la alusión a Hölderlin ("poéticamente habita el hombre en esta tierra").  Y desde esa concepción poética, poiética, la colección es tan íntima para los que aquí vivimos como universal por extrapolable a cualquier lugar, a cualquier tiempo. ¿Qué es eso, el tiempo, a fin de cuentas, sino un posible correlato con algo más profundo, como nos dice Smolin?

Creo que Dostoievski dijo que la belleza salvaría al mundo o algo así. Y es verdad, aunque todas las apariencias lo contradigan, porque la belleza nos aproxima a la verdad, si es que no es lo mismo como aseguraba Keats. En medio del oscurantismo que acecha, recobrar el sentido de la mirada desde la contemplación de fotos como las de Ventureira, alienta el optimismo realista que supone ser radicalmente humanos.