Mostrando entradas con la etiqueta Yggdrasil. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Yggdrasil. Mostrar todas las entradas

jueves, 7 de junio de 2018

LA MIRADA. La contemplación de un árbol.




“Yahveh hizo brotar del suelo toda clase de árboles deleitosos a la vista y buenos para comer, y, en medio del jardín, el árbol de la vida y el árbol de la ciencia del bien y del mal”. Gen.2,9


La mirada al paisaje puede sosegar el ánimo. A veces alegra, otras consuela. Y quizá los elementos naturales que más contribuyen a centrar las cosas, a sosegar, son los árboles. 


Hay muchos tipos de árboles, pero todos comparten algo que los hace extraordinariamente amables, más allá de su aspecto utilitario, sea por sus frutos o madera para nosotros, o albergue para pájaros.


Un árbol transmite una extraña mezcla de vida y quietud. Está ahí, en donde estaba antes de que naciéramos y en donde seguirá después de que nos hayamos muerto. Esa quietud es, sin embargo, sólo aparente, porque la vida no conoce la estabilidad de las piedras. 


Un árbol crece, madura, envejece, muere. En el sur de Italia se ha estimado la edad de un árbol en más de mil doscientos años. Parece que algunos ejemplares de Sequoia sempervirens vivían ya en los tiempos en que el Mediterráneo, lejano a ellos, era un lago romano.


Cualquier árbol nos remite a la calma porque sugiere que el tiempo no existe, algo que, por otra parte, parece ser cierto al nivel más básico de contemplación del mundo. Esa permanencia relativiza cualquier prisa humana. 


Pero la quietud es sólo aparente. En todo ese bello organismo se da un proceso mágico, que es paradójicamente más misterioso cuanto mejor se comprende. Sus hojas verdes, duraderas o caducas, están llenas de cloroplastos, en donde fotones procedentes de luz solar de baja entropía son captados de modo que proporcionen energía libre para romper agua y producir moléculas de vida. El segundo principio será respetado pero, en esa cadena de síntesis molecular el aumento de entropía del universo se hará compatible con el complejo orden de la vida en este planeta, incluyendo la nuestra. Muchos otros seres vivos pueden llevar a cabo ese extraordinario proceso de la fotosíntesis y algunos servirán de alimentos en la cadena trófica que llegará a nosotros y más allá. Pero un árbol muestra en sí mismo la pura transformación de energía solar en vida admirable, porque es imposible resistir la percepción estética que un ser vivo tan alto, tan longevo, tan bello, produce a la contemplación liberada. No es extraño que tantos pintores y de tan diversas tendencias hayan pintado árboles.


El árbol de la vida se incrusta en las grandes creencias mítico-religiosas. Es el axis mundi,  el Yggdrasil, el árbol sefirótico, el árbol de la cruz. 


Transformando luz, un árbol da a la vez sombra y cobijo. Bajo el árbol de Bodhi, Siddhartha Gautama resistió la ferza demoníaca de Mara y alcanzó la iluminación. Sin luz, en una noche, unos olivos acompañaron la oración angustiosa de Jesús.


Parece que no podríamos vivir sin árboles y no sólo por su implicación en lo que sustenta nuestra biología, sino porque el árbol es símbolo nuclear para seres simbólicos. Mirando a un árbol y siendo con él aquí y ahora nos situamos propiamente en la vida, ralentizando su rápido flujo en una perspectiva de instante eterno.