martes, 7 de mayo de 2024

IGNORANCIA. Ciencia, Psicoanálisis y Cristianismo.

 


 

    La ignorancia tiene, por lo general, una connotación negativa. Y, sin embargo, con ella hemos de lidiar para hacer luz en nuestra vida, ella misma puede estimularnos a dirigir la mirada a lo auténticamente relevante. 

 

CIENCIA E IGNORANCIA


    El afán de saber es tan noble como necesario. Lo precisamos para conocer y mejorar el mundo y a nosotros, aunque pervertir el uso del conocimiento siempre es posible. 


    No obstante, ha de diferenciarse entre lo que uno puede saber y lo que, como colectividad humana, podemos alcanzar. Todos necesitamos saber una serie de cosas para movernos en el mundo, para llevar una vida, para “ganárnosla” como se dice tan habitualmente, A la vez, cada cual puede, según su deseo, profundizar en un ámbito que puede relacionarse o no hacerlo en absoluto con su trabajo cotidiano.


    Como tarea colectiva, la investigación aumenta lo que sabemos en muy diferentes áreas científicas y humanísticas. A la vez, a medida que sabemos, aprendemos también que parece aumentar la cantidad de cosas que desconocemos, dándose la aparente paradoja de que la luz del saber aumenta las tinieblas de la ignorancia.


    Podemos saber qué sabemos, podemos saber lo que no podremos saber, como ocurre con las restricciones a medidas simultáneas dadas por las relaciones de incertidumbre cuánticas. Es más difícil saber qué nos queda por conocer e incluso si algo que no sabemos y planteamos, como la existencia de un multiverso o las bases de la consciencia, no lo sabremos nunca. Todas esas cuestiones se dan en el ámbito científico y con implicaciones filosóficas. A la vez, el saber logrado se alía al desarrollo del conocimiento técnico, manteniendo entre ambos, no obstante, una diferencia que remite a los griegos.


    Y, aunque no sea objetivo de esta entrada, conviene recordar el saber específicamente singular, el creativo o “poiético”, manifestado de forma especialmente clara en el ámbito artístico, que usa la técnica e incluso la tecno-ciencia, como medios para un resultado original y que puede afectar al espectador, incluso transformarle.


    Finalmente, precisamos saber de nosotros, cada uno de sí, es decir, conocernos, algo que siempre ha sido perseguido tomando como meta la sabiduría, que da nombre a tal aspiración. Sabiduría y belleza parecen presentar una intensa relación y, además de la Filosofía, sería contemplable una Filocalía, pero este término ha quedado relegado a una práctica religiosa cristiana.


    Podemos saber muchas cosas, pero estar muy alejados de la sabiduría, que no es ni conocimiento solo ni, mucho menos, información, como afirmaba TS Eliot. Si el conocimiento requiere información y objetivación, la sabiduría implica un saber sobre el mundo y sobre lo subjetivo, especialmente de la propia ignorancia, siendo por ello natural que alguien dijera “sólo sé que no sé nada”. Podemos postular así que una inteligencia artificial nunca será sabia, lo que equivale a asumir que nunca será consciente de sí, por más que emule un comportamiento humano.


    Decía Harold Bloom que “no podemos encarnar la sabiduría, aunque podemos enseñar cómo conocerla, la identifiquemos o no con la Verdad que podría hacernos libres”. De lo que no cabe duda es de que cada uno encarna muchas ignorancias. Aunque no sepamos en qué consiste y mucho menos podamos, contra Bloom, enseñar cómo conocer la sabiduría, sí podemos alcanzar a sabernos grandes ignorantes. 


    La ignorancia es algo que puede intuirse o saber que existe en distintos campos de estudio, algo que sobreviene al conocimiento alcanzado en ellos.


    Marcus du Sautoy escribió un libro de título evocador, “Lo que no podemos saber”. En él abarca el comportamiento de sistemas caóticos (deterministas, pero con una gran sensibilidad a condiciones iniciales, que dan al traste con la predicción de un resultado empírico), la dificultad de interpretar la mecánica cuántica, con el entrelazamiento que remite a una realidad no local, por ejemplo, o en el deseo de saber cuándo una masa radiactiva emitirá una partícula, planteándose la relación entre lo epistemológico y lo ontológico. Se detiene también en el impacto que la incompletitud de Gödel tuvo en la axiomatización de Hilbert, que pretendía negar el “ignorabimus”. Contempla asimismo el problema que plantea la exquisita precisión para la vida humana de las constantes físicas del universo, así como de la alternativa de un hipotético multiverso, que liquidaría el argumento del principio antrópico que exige un universo único. También toca la conservación de la información en los agujeros negros y revisa rápidamente el gran problema de la consciencia.


    La cuestión que nos plantea el saber científico es la ignorancia que le acompaña y la ignorancia sobre si ella misma permanecerá en los distintos ámbitos. La frontera entre física y metafísica no parece tan clara en nuestros días como hace un siglo.


    Esa ignorancia se refiere a un saber colectivo sobre la Naturaleza, en el cual cada uno participa o no en mayor o menor grado con el estudio y contribuyendo o no a su progreso. El gran valor de saber qué es lo que no sabemos y de estar atentos a lo que no sabemos que desconocemos constituye el gran estímulo de la investigación científica que responde a un proyecto o a la curiosidad pura, respectivamente.

 

IGNORANCIA Y PSICOANÁLISIS. 


    La cuestión es distinta, mucho más próxima y lejana a la vez, cuando nos planteamos qué ignoramos de nosotros mismos, resonando en tal caso el viejo mandato délfico. Si el problema de la consciencia en sentido fuerte (la subjetividad, ejemplificada con el caso de los “qualia”) se presenta como irreductible a la comprensión neurobiológica, el de lo inconsciente no parece de menor calado. Y lo inconsciente tiene que ver con la subjetividad misma en su profundidad, con lo que queremos o no saber y querer en realidad y cómo operar con ese saber que, oculto a nosotros por nosotros mismos, tiene un peso determinista considerable, aunque no anule la responsabilidad por nuestros actos.


    El psicoanálisis puede desvelar lo que nos es oculto, a raíz de un largo trabajo que suele partir de una presentación sintomática, y eso proporciona un plus de una sabiduría que, aunque muy limitada, puede hacernos más libres por la verdad que supone, tomar mejores elecciones, caer en la cuenta de nuestros errores y evitar futuras repeticiones de lo peor. 


    A pesar de sus limitaciones, el psicoanálisis proporciona la alteridad profesional, en un encuentro que se produce de modo especialmente fecundo en el espacio analítico, reafirmando caso por caso el valor del descubrimiento freudiano. Será en él y desde una seria renuncia narcisista y una asunción realista de la posibilidad ética y la responsabilidad implícita a ella, que podamos hacer algo mejor con nuestra vida y nuestro mundo. 

 

IGNORANCIA Y RELIGIÓN


    Finalmente, hay algo que no podemos saber “a ciencia cierta”, pero en lo que podemos creer, no creer o limitarnos a no verlo como problema relevante. Se trata de una religación a lo Absoluto, se trata de lo que supone una religión.


    También aquí se da la situación del uno por uno, porque, incluso entre personas que comparten las mismas creencias básicas, los matices de creencia o increencia son tantos como biografías hay que las acogen.


    En el caso de la creencia, cada cual puede dar, pero, sobre todo, darse una serie de razones que la justifiquen.  Y en este caso, la ignorancia juega un gran papel. Una ignorancia pasiva es negativa porque, en la práctica, desprecia cuanto ignora. Pero la ignorancia “aprendida” es también parte de un camino religioso que responde a la elaboración de una creencia y actuación singulares, aunque compartan muchos elementos comunes con otras personas. Esa ignorancia, cultivada, aprendida, “docta”, parece necesaria para no reificar lo que se intuye como divino, lo Absoluto. La ignorancia aprendida será imprescindible para deshacerse de concepciones infantiles y aproximarse a una teología que ha de ser esencialmente humilde, negativa en lo accesorio, algo que es lo opuesto a la expresión “credo quia absurdum”. De Dios podremos decir que Dios no es…, no es… quedándonos sólo con lo manifestado, su Palabra, el Amor y la Belleza de lo que percibimos, de lo que, a veces, está a la mano. 


    La eliminación de elementos superyoicos tantas veces feroces (a la que puede contribuir curiosamente un psicoanálisis, algo fundado por un “maestro de la sospecha”), puede inducir al ateísmo o, por el contrario, facilitar que florezca la vida religiosa, no desde la seguridad que proporciona la ciencia, pero sí desde la confianza de una fe esencial. 


    La fe no estará exenta de dudas e ignorancia, pero puede ser suficiente para arrostrar las circunstancias más adversas con confianza amorosa. Los ejemplos abundan.

 

REFLEXIÓN FINAL      


    Una gran ignorancia permanece más allá de las cuestiones que plantean el mundo en que vivimos, nuestra vida, y el horizonte de la muerte. 


    Se trata de asumir la pregunta sobre por qué en un momento de la historia del mundo, cada cual ha sido convocado a él, ha sido llamado a ser, al Ser. 

 

 


4 comentarios:

  1. José Baena Reigal7 may 2024, 23:26:00

    Hace unos días encontré una carpeta con páginas de periódicos amarillentas por el paso del tiempo. En una de estas páginas había un artículo que fue publicado en el periódico "SUR" el día 14 de marzo de 1969, apenas cumplidos mis veintitrés años. El artículo se titula "Ciencia y conciencia. Reflexiones sobre la Física de hoy". Añoro la seguridad con la que entonces escribí: "Eddington --uno de los más grandes físicos contemporáneos-- afirma terminante que toda realidad es de naturaleza espiritual. No es ésta una opinión particular suya sin otro valor que el que le otorga la personalidad , sino que cuenta con el respaldo de la Física más avanzada: las partículas elementales son solamente "ondas de probabilidad", pues la realidad material es "irreal", en el sentido de que constituye un mero intento (probabilidad) de llegar a ser, de conseguir el Estado Estable, que no hay más remedio que identificar con lo Absoluto si consideramos que este estado no se da en nuestro mundo y fuera de él está la Nada, que no es el éter ni ninguna otra fantasmagoría ideada para resolver la incomprensión de nuestra mente ante la Ausencia Máxima, sino eso, la Nada: impensable pero científicamente cierta. El prof. Strobi afirma que preguntarse qué haya dentro de una partícula elemental tiene tan poco sentido como interrogarse sobre lo que puede haber fuera del universo einsteniano. "Fuera de nuestro mundo --dice-- no hay espacio ni tiempo, sino, lisa y llanamente, nada". Henos, pues, en plena Metafísica sin salirnos de la Física".

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    1. Muchas gracias por ese comentario con el que aludes a esa seguridad juvenil. Yo también la añoro y creo que la edad nos va cargando de restricciones mentales hasta que… le hacemos más caso a los recuerdos y podemos retomar lo bueno de nuestra mente juvenil, ser más “imprudentes” a la hora de mostrarnos. 
Yo también tengo alguna carpeta de la época veinteañera. Es interesante tocar el pasado.
      Desde luego, coincido con la esencia de lo que dices; conforta que el gran Feynman declarase que creía poder afirmar sin riesgo de error que nadie entendía la mecánica cuántica. Tal vez por eso, algo así de incomprensible, se dé por algunos como explicación de los fenómenos más misteriosos, sea el de la consciencia misma, sea el de experiencias cercanas a la muerte. Esta relación gratuita es ya habitual: no entiendo A, no entiendo B, luego A explica a B. Y así parece que, con decir “cuántico” ya todo está dicho.
      Eso sí, coincidimos en que tanta extrañeza hace que con frecuencia uno no sepa si está leyendo algo de física o de metafísica.
      Un abrazo,
      Javier

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  2. Querido Javier: es muy interesante cómo explicas que el conocimiento científico nos da la mismo tiempo la medida de nuestra ignorancia, lo cual puede ser un estímulo para la investigación, y también el descubrimiento de un límite. Supongo que existen límites cuya estructura lógica es insuperable, y otros que dependen de la época. Lo que hoy desconocemos, podrá averiguarse con empeño y esfuerzo.
    En el campo que me es específico, el de la práctica psicoanalítica, el saber también alcanza su límite. No puedo resumirlo aquí, puesto que no es el sitio apropiado, pero me parece importante mencionarlo. Como tú lo señalas, es un método imperfecto. Tal vez esa sea una de sus mayores ventajas respecto al optimismo irresponsable de otras prácticas psicoterapéuticas.
    Gracias como siempre por esta nueva entrada!
    Gustavo Dessal

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  3. Querido Gustavo,
    Muchas gracias por tu comentario.
    Quizá el límite más consolidado como tal y ya no dependiente de la época sea el inherente a la naturaleza de la m. cuántica.
    Saber que una tarea epistémica tiene sus límites (temporales o intrínsecos) nos hace modestos. Como indicas, el optimismo de psicoterapias no analíticas a la hora de abordar el sufrimiento humano es irresponsable. Si es complicado intuir lo que es una partícula elemental, abordar el trastorno psíquico con objetivo terapéutico parece a priori casi imposible. El valor del psicoanálisis es extraordinario a la vez que no tan reconocido como debiera serlo.
    Un abrazo !!
    Javier

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