“María, por su parte, conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón.” (Lc.2,19)
Según el Observatorio Estatal de la Soledad no Deseada, esa triste situación es sufrida por un 20% de personas en nuestro país.
Los avances tecnológicos han tenido su triste y gran papel en tal situación. Atrás quedaron tertulias, juegos en cafés, paseos en compañía, en aras de la hiperconexión digital, de plataformas, de influencers y demás historias que, si bien pueden ayudar, no tienen menor poder a la hora de alienar al ser humano.
En general, se acompaña poco, especialmente cuando la compañía torna en asimétrica y pasa a ser una relación entre paciente y cuidador, fuera de la cual el mundo desaparece.
Estos días, en que la Navidad puede ser un elemento de unión anual entre familiares, amigos, compañeros de trabajo o de actividades lúdicas, la soledad no deseada martiriza a quien la sufre por un efecto de contraste con compañías reales o imaginadas de los otros.
Los modos de acompañamiento abarcan desde relaciones estrictamente profesionales de ayuda a un paciente o a un anciano, a las familiares cercanas. Y su ausencia ensombrece profundamente estos días.
Pero quienes creemos en Dios, aunque estemos solos o seamos cuidados o cuidadores, tenemos el motivo e incluso el mandato paulino de estar alegres en el Señor (Flp. 4,4-8). Y estos días, aunque las condiciones de relación se hagan difíciles, tenemos ejemplos de buena compañía en los textos evangélicos, no sólo en Jesús, con cuyo nacimiento Dios entró en la Historia pocos años antes de la era cristiana.
Un buen ejemplo de compañía es la figura de María. Lo fue con su aceptación a la oferta del ángel. No fue fácil decir “Hágase” al ofrecimiento de ser theotokos, madre de Dios, ese “Fiat”, que tan bien reflejó la pintura de Fra Angelico. En la presentación de Jesús en el templo, pocos días tras su nacimiento, un anciano le pronosticaba a María que su hijo sería signo de contradicción y que a ella misma una espada le atravesaría el alma (Lc.2, 34-35).
Acompañó bien a su hijo, en los buenos y los peores momentos. En la oración del “Salve Regina” se la saluda diciendo “spes nostra, salve”, pues la esperanza más allá de toda duda nos mantiene vivos e incluso alegres.
En los evangelios Jesús dice muchas veces (ignoro si 365, como alguien indica) “No temáis”. Es un buen compañero y lo es para siempre, más allá del sepulcro. La Navidad nos lo presenta como un recién nacido envuelto en pañales. Creció bajo el consejo de adultos, como María, hasta que se hizo hombre y predicó las bienaventuranzas. Sin duda, en su madre, María, tuvo una sabia guía y compañía en buenos y duros momentos, en ese camino de la cruz que precede a la Vida.
Querido Javier,
ResponderEliminarHe leído tu entrada sobre la Navidad con gran interés. La forma en que reflexionas sobre la soledad y la compañía, tanto humana como divina, me ha conmovido profundamente. Es un recordatorio importante de cómo, incluso en los momentos más difíciles, la fe y la conexión espiritual pueden brindarnos consuelo. Gracias por compartir tan sabias palabras, que sin duda seguirán inspirando a quienes te leemos.
Un fuerte abrazo,
José María
Querido José María,
EliminarSentir tu compañía de amigo en el comentario que haces es un buen bálsamo para mí.
Y sí. Sin duda, la fe, sustento de la esperanza, puede ser un gran consuelo. Resuenan las palabras de Mc.4,40: Él les dijo: «¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?»
Un fuerte abrazo
Javier
Desde hace un tiempo se me ha dado por regalarle diccionarios a mi mujer por navidad. Este año le regalé el Diccionario de los sentimientos”, de José Marina y Marisa Penas, y el “Diccionario del diablo” de Ambrose Bierce, un escritor corrosivo que como reza en la contraportada “un día, a finales de 1913, harto de sus contemporáneos, enfermo y consumido por los azares de una vida marcada por el inconformismo y la independencia, cruzó la frontera de México y desapareció.” Solo una persona que despreciaba enormemente la necedad humana puede dar esta definición de “solo: en mala compañía”. No es ni simple ni gracioso.
ResponderEliminarEs cierto lo que dices de la soledad no deseada, hasta ese punto hemos llegado. Es el desprecio aterciopelado con el que nos comportamos con quienes nos une un lazo de sangre o de vivencias compartidas, con quienes nos hemos desnudado y a los que nos han confiado su intimidad y, en general, con los demás. Un desprecio muy distinto al de Bierce, ya que este sentía el dolor de la idiotez y se rebelaba contra ella. Hoy no nos rebelamos contra nada, somos espectadores, cada vez más espectadores, y desde esa distancia hemos descubierto que es mucho más cómodo vivir sin empatía, anodinamente, alimentados por el soma de la irrelevancia. Hoy es mucho más satisfactorio preguntarse cuánto pesa un huevo que hacerle una visita a tu tío, que se ha quedado solo en cumplimiento estricto de la “ley de vida”.
Y lo bueno es que llevamos en el bolsillo un dispensador de soma al que nos preocupamos, y mucho, de recargar cada día. A él caminamos sujetos como quien sujeta la vida.
Muchas gracias, Miguel, por tu lúcido comentario. Sí. De espectadores hablamos, para quienes el atractivo es cada vez más vulgar y generalizado a pesar de la pretendida variedad de intereses.
EliminarUn abrazo !!
Javier