lunes, 1 de abril de 2024

Ciencia y Fe.

 


Fotografía obtenida por el autor




        “Dos cosas colman el ánimo con una admiración y una veneración siempre renovadas y crecientes, cuanto más frecuente y continuadamente reflexionamos sobre ellas: el cielo estrellado sobre mí y la ley moral en mí” I. Kant. Crítica de la razón práctica.

            

Bertrand Russell respetaba a Kant y su rechazo de las pruebas racionales de la existencia divina (la ontológica, la cosmológica y la teleológica), pero, en su obra “Por qué no soy cristiano”, nos muestra a Kant como un tanto incoherente, diciendo de él que “Era como mucha gente: en materia intelectual era escéptico, pero en materia moral creía implícitamente en las máximas que su madre le había enseñado. Eso ilustra lo que los psicoanalistas enfatizan tanto: la fuerza inmensamente mayor que tienen en nosotros las asociaciones primitivas sobre las posteriores”


Últimamente se están editando libros que parecen no sólo buscar una coherencia entre el conocimiento científico y la fe, sino incluso una demostración de la existencia de Dios a partir de la ciencia, usando dos de los argumentos racionales rechazados por Kant, el teleológico y, relacionado con él, el cosmológico.


No es algo novedoso que haya científicos que defiendan una perspectiva personal, separando ambos campos, ciencia y creencia, como hizo Stephen Gould en “Ciencia versus Religión” o Martin Gardner con su texto “Los porqués de un escriba filósofo”, que ya comenté en otra entrada de este blog. Bueno, ya decía S. Pablo que “lo invisible de Dios, su eterno poder y su divinidad, son perceptibles para la inteligencia a partir de la creación del mundo a través de sus obras” (Rom.1,20). 


Me resultó, no obstante, llamativo, encontrarme con un extenso libro cuyo título es “Dios. La Ciencia. Las Pruebas”, de MY Bolloré y O Bonnassies. Hay otro texto anterior redactado por el ya fallecido y buen divulgador científico Amir D. Aczel, “Why Science does not disprove God”. Ambas obras, hay más, persiguen resucitar dos de los argumentos rechazados por Kant. Uno es el cosmológico, por el que el Universo, surgido de la singularidad del Big Bang, “demuestra” una causa incausada, acorde con la narración del Génesis. El otro argumento es finalista, mostrando la exquisita precisión de constantes físicas y su relación, así como la extraordinariamente baja entropía del Universo inicial (resaltada también hace años por Penrose), básicas para la aparición de la vida y su evolución hasta la génesis humana. En síntesis, se recogen datos conocidos y ya muy bien desarrollados en otros libros, como los de John D. Barrow, que sustentarían lo que se conoce habitualmente como principio antrópico fuerte, enunciado inicialmente por Brandon Carter. No cabe duda de que la admirable relación de “Las constantes de la naturaleza” (así se titula uno de los libros de Barrow), aunque alguna quizá no sea tan constante a lo largo del tiempo, incita a la reflexión y puede sustentar la atención de muchas personas, entre las que me encuentro. A Barrow se le otorgó el premio de la Fundación Templeton en 2006.


El libro de Bolloré y Bonnassies resulta muy interesante por la revisión que hace del saber cosmológico, mostrando un gran trabajo de recopilación y síntesis. Es introducido por Wilson, quien, con Penzias, ganó el Premio Nobel de Física de 1978 por su descubrimiento de la radiación cósmica de fondo, uno de los pilares de la actual perspectiva del cosmos. Ese galardón lo compartieron con Kapitsa, descubridor de la superfluidez. Los autores no se contentan con la narración científica que avala sus argumentos, sino que citan como respaldo la religiosidad de muchos científicos, heterogénea y que abarca el panteísmo de Einstein (“Creo en el Dios de Spinoza…”), aunque se refiriera también al “secreto del Viejo” en su correspondencia con Max Born, la creencia plausible o incluso la mera alusión como posibilidad de un Dios creador personal por parte de Hawking o de George Smooth... También se incluye a Gödel, que, años después de demostrar la incompletitud en Matemáticas, desbaratando el sueño axiomático de Hilbert, defendía, en formalismo matemático, el viejo argumento ontológico de San Anselmo.  


Un universo con origen contrasta claramente con la idea de una alternativa de eternidad, como sugería el ya olvidado estado estacionario con creación continua de materia defendido por Fred Hoyle. Eso, un origen, nos destacan Bolloré y Bonnassies, supuso la represión de no pocos científicos en el ámbito soviético, mostrando que una narración científica puede tener efectos, incluso letales, por avalar o contradecir una religiosidad tradicional o una religiosidad atea (no sobra recordar que John Gray escribió un libro titulado “Siete tipos de ateísmo”).


Hay una posibilidad que podría desbaratar la idea de un Universo con principio en una singularidad y abocado a una muerte entrópica. Se trataría de la existencia de múltiples universos heterogéneos en sus constantes fundamentales; es decir, el nuestro sería un elemento más de todos los universos que constituyen el propuesto multiverso, coherente con la teoría del campo inflacionario (la inflación de nuestro universo daría cuenta de su homogeneidad y la isotropía de la legalidad física), si bien hay que considerar que tal hipótesis teóricamente plausible según proclaman sus defensores, no parece ofrecer, por el momento, posibilidad de verificación, considerándose así, de momento, no “falsable” en el sentido de Popper.


Es curiosa la aparición de un libro cuyos autores indican que proporciona pruebas científicas de la existencia de Dios, pero no es menos cierto que antes de éste se publicaron artículos y libros en sentido contrario y con similar afán apologético. Se habla del “nuevo ateísmo desde hace un tiempo (parece que el término apareció en la revista Wired en 2006). En esa línea claramente cientificista destacan personas como Christopher Hitchens, Daniel Dennett, Sam Harris y Richard Dawkins, que se autodenominaron “Los cuatro jinetes del Apocalipsis” en un libro conjunto con ese título y prologado por Stephen Fry. 


Hacer razonable una creencia no es demostrar una tesis o descubrir un axioma. Y Dios es, para el creyente, ante todo, creencia, confianza, esperanza … y, en el caso delas religiones del libro, revelación esencial que supone una adhesión siempre singular.


Desde mi punto de vista, el libro que he comentado tan brevemente, reverbera en mí no por una demostración que la ciencia no puede dar, sino por la belleza que la ciencia muestra y que, justo es reconocerlo, recoge ese texto, aunque incluya otros apartados mucho más alejados, alguno tan curioso como el milagro de Fátima.


Yo creo, desde el prisma cristiano, que Dios existe, como creo que la ciencia puede ser un camino personal para intuir esa existencia, pero no demostración de ella y que, en todo caso, remitiría al Ser de un modo extremadamente apofático.


La ciencia tiene su ámbito y la teología el suyo. Pueden darse fecundas relaciones entre ciencia y creencia, pero no debiera producirse una mutua invasión de campos con extrapolaciones a explicaciones indemostrables.


Ello no obsta para que personalmente me adhiera a un principio antrópico, no tanto epistémico como estético. De modo singular, no comunicable, sí que concibo al Dios estético y amoroso desde esa bellísima armonía de la legalidad física y su isotropía universal aparente, promotora y acogedora de la vida y de su evolución hacia la consciencia del mundo y de sí, también hacia el estremecimiento ante Dios. Es mirando un planeta, una flor, o ante la perspectiva del exquisito funcionamiento de una célula, que resuena en mí la expresión del Chandogya Upanishad, “tú eres eso”, esa invisible danza de partículas, atómica y por ello oculta en el vacío aparente de una semilla partida, esa participación en el Ser. Y así, desde la perspectiva estética, comparto la expresión de Sto. Tomás (cuyas pruebas de existencia divina desbarató Kant), “ex divina pulchritudine esse omnium derivatur”. Y coincido con el criterio de François Cheng cuando afirma que el Universo parece haber esperado al ser humano para ser dicho.


Pero la contemplación estética, pudiendo ser incluso extática, no bastaría si no fuera recepción amorosa que al Amor mismo impulsa.


Tampoco bastaría ese extasiarse ante la inconcebible complejidad de la vulgar hierba más próxima, sin la posibilidad de sentido propio singular, a la vez que compartido, como la hermandad que proclamaba Schiller en su “Oda a la Alegría”. No nos bastaría ni a mí ni a muchos. “Sólo Dios basta”, que decía Sta. Teresa, equivale a decir “Jesús basta”, pues en Él está la esperanza de muchos de nosotros, el sentido real de la vida en Dios.


La creencia, ya cristiana, en Dios, se ancla en la biografía del ser humano. No sólo en su pensamiento, sino también, esto no se puede negar, en lo que le es o le fue inconsciente, algo en lo que también tenía razón Russell.


El propio evangelio ya mostró el camino, en el que conviene, de vez en cuando, no sólo la actitud ética, sino también la esperanzadora y realista mirada estética, la que contempla los lirios del campo (Mt 6,28) y nos sitúa así en un mundo a cuya belleza y bondad podemos contribuir, asumiendo que quien no crea e incluso defienda apologéticamente su ateísmo, puede estar más cerca de Dios que el creyente más fervoroso.

 

 

2 comentarios:

  1. ¡Ay, dios!

    “Hacer razonable una creencia no es demostrar una tesis.” En mi opinión, esta frase resume acertadamente tanto la posición de fe, sea estética, extática, mayúscula o minúscula, o se manifieste en cualquiera de sus múltiples formas, como la de quien no cree.
    No sé si Dios es un concepto o más bien un proceso histórico (perdón por el tono marxista). Visto desde esta perspectiva más bien simple, parece tratarse de un debate entre filosofía e historia, uno más y aparentemente irreconciliable. Establecer conceptos puede ser útil, de hecho, lo es, aunque en ocasiones, cuando esos conceptos están destinados a formar un todo revelador no sólo pasivo sino con la pretensión de actuar como agente, haya vacíos o huecos por los que algo se escapa o algo entra. Ahí llegan las interpretaciones, la réplicas y contrarréplicas de los que están a favor o en contra. Ese todo parece corromperse, pero en realidad lo que se corrompe es el pensamiento sobre ese todo, no el todo en sí. El todo ya existía antes de ser conceptualizado o debatido. Bueno, si algo tengo claro es que tengo que aprender a escribir frases más cortas, sin tantas comas o paréntesis.
    Particularmente creo que se trata de un proceso histórico que no se explica (si es que es necesario explicarlo) o no es posible encontrar explicación en un tratado, un manifiesto, una encíclica o cualquier otro texto. “[…] y yo le estoy mil veces agradecido al buen Dios por haberme dejado convertirme en ateo” (Lichtenberg). Este aforismo que todos conocemos en su versión corta, es lo que es: un aforismo, una anotación, una ocurrencia, no por ello despreciable. Yo me considero (digo que me considero, no que soy) ateo, pero no precisamente gracias a Dios. Seguramente lo soy porque no le encuentro ninguna utilidad vital (recalco lo de vital, tampoco me considero un utilitarista, ¿dije no me considero?) o por pura comodidad, o porque el mundo que está a mi alcance se entiende mejor así.
    De todas formas, aunque la ciencia llegue a demostrarlo, si no lo ha demostrado ya, me resulta complicadísimo asumir, desde mi ignorancia, el big band (¿esto también se escribe con mayúsculas?). Ese algo tan diminuto y extremadamente denso y caliente que estalla sin más, o gracias a, para llenarlo todo de helio e hidrógeno, y que la gravedad haga el resto. Perdón de nuevo, la ignorancia es siempre osada. Y, por cierto, para explicar el mundo que está a mi alcance no lo necesito tampoco.
    Creo en el ser humano no como ser constituido (o no solo) sino constituyente, de ahí lo del proceso histórico.
    También creo que siempre es un placer leerte, Javier. Pocas cosas son tan necesarias (ahora sí) como tener algo en lo que pensar y poder compartirlo.
    Un fuerte abrazo. Miguel.

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    1. Muchas gracias por tu magnífico comentario, Miguel.
      Efectivamente, la creencia en Dios tiene mucho más que ver con la Historia y la Filosofía que con la Ciencia. Y a escala individual, siempre cuenta lo que uno ha ido viendo y oyendo desde que nace. Ya sabemos lo que pensaba Freud al respecto.
Alguien cree a partir de algo, que bien puede ser una educación infantil, en la que lo mítico y lo ritual juegan su papel. Y desde ahí, y esto es creencia, Dios irá ofreciéndose a la receptividad humana.
      El ámbito religioso fue bueno para el desarrollo científico. Los grandes científicos clásicos fueron creyentes e incluso dos miembros del clero resuenan aún en nuestros días, Mendel y Lemaître, éste último ligado claramente al Big Bang.
      Hay quien se sostiene en la ciencia para declararse ateo. Los hay también que no conciben una solución a un problema, el de la existencia de Dios, o que simplemente no lo consideran problema filosófico ni existencial.
      Y estamos los que somos influidos por la belleza que la ciencia supone para intuir la existencia de un Absoluto que haya creado y otorgue sentido a todo lo existente. 
Entre los creyentes bottom-up o ascendentes destacaría a Martin Gardner y a John Polkinghorne. Pero la mayoría de quienes creemos inducidos por la ciencia somos también, esencialmente, deudores del Dios revelado; en el caso cristiano, por Jesús, algo que nos ha sido transmitido, también por la historia biográfica y por la general.
      Un gran abrazo
      Javier

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