lunes, 23 de diciembre de 2024

Navidad. 2024.




 

“María, por su parte, conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón.” (Lc.2,19)

 

         Según el Observatorio Estatal de la Soledad no Deseada, esa triste situación es sufrida por un 20% de personas en nuestro país.


         Los avances tecnológicos han tenido su triste y gran papel en tal situación. Atrás quedaron tertulias, juegos en cafés, paseos en compañía, en aras de la hiperconexión digital, de plataformas, de influencers y demás historias que, si bien pueden ayudar, no tienen menor poder a la hora de alienar al ser humano.


         En general, se acompaña poco, especialmente cuando la compañía torna en asimétrica y pasa a ser una relación entre paciente y cuidador, fuera de la cual el mundo desaparece.


         Estos días, en que la Navidad puede ser un elemento de unión anual entre familiares, amigos, compañeros de trabajo o de actividades lúdicas, la soledad no deseada martiriza a quien la sufre por un efecto de contraste con compañías reales o imaginadas de los otros.


         Los modos de acompañamiento abarcan desde relaciones estrictamente profesionales de ayuda a un paciente o a un anciano, a las familiares cercanas. Y su ausencia ensombrece profundamente estos días.


         Pero quienes creemos en Dios, aunque estemos solos o seamos cuidados o cuidadores, tenemos el motivo e incluso el mandato paulino de estar alegres en el Señor (Flp. 4,4-8). Y estos días, aunque las condiciones de relación se hagan difíciles, tenemos ejemplos de buena compañía en los textos evangélicos, no sólo en Jesús, con cuyo nacimiento Dios entró en la Historia pocos años antes de la era cristiana.

         Un buen ejemplo de compañía es la figura de María. Lo fue con su aceptación a la oferta del ángel. No fue fácil decir “Hágase” al ofrecimiento de ser theotokos, madre de Dios, ese “Fiat”, que tan bien reflejó la pintura de Fra Angelico. En la presentación de Jesús en el templo, pocos días tras su nacimiento, un anciano le pronosticaba a María que su hijo sería signo de contradicción y que a ella misma una espada le atravesaría el alma (Lc.2, 34-35). 


        Acompañó bien a su hijo, en los buenos y los peores momentos. En la oración del “Salve Regina” se la saluda diciendo “spes nostra, salve”, pues la esperanza más allá de toda duda nos mantiene vivos e incluso alegres.

        

        En los evangelios Jesús dice muchas veces (ignoro si 365, como alguien indica) “No temáis”. Es un buen compañero y lo es para siempre, más allá del sepulcro. La Navidad nos lo presenta como un recién nacido envuelto en pañales. Creció bajo el consejo de adultos, como María, hasta que se hizo hombre y predicó las bienaventuranzas. Sin duda, en su madre, María, tuvo una sabia guía y compañía en buenos y duros momentos, en ese camino de la cruz que precede a la Vida.