En julio de 1978 nacía Louise Brown. Como todos los niños nacidos hasta entonces,
fue el resultado de la unión de dos células, óvulo y espermatozoide, pero, por
primera vez, ese encuentro no se produjo en el interior de un cuerpo humano
sino en el laboratorio. “In vitro” se dice, niña probeta se dijo. Robert Edwards y Patrick Steptoe fueron los pioneros británicos en la técnica de unir un
espermatozoide y un óvulo para obtener un cigoto en el laboratorio e
implantarlo en un útero femenino. El método consiste en inducir la producción
de óvulos, obtenerlos y fecundarlos en el laboratorio, dejar crecer durante una
fase inicial los embriones resultantes e implantar los que se consideren
mejores en la mujer. Los demás se conservarán congelados.
Esa fecundación puede
ser favorecida mediante la inyección intracitoplásmica de espermatozoides en el
óvulo. No siempre es la donante del
óvulo la que albergará al embrión. Últimamente hay un serio debate y emana
legislación sobre los llamados “vientres de alquiler” o gestación subrogada.
¿Quién es la madre, cuando la
fecundación ocurre en un laboratorio y el desarrollo embrionario y fetal tiene
lugar en una mujer diferente a la que proporcionó el óvulo? ¿Quién es el padre,
si el esperma procede de donantes anónimos? A pesar de divergencias
conceptuales, hay algo que en este caso es claro: se precisa una mujer de la
que obtener óvulos y un hombre que proporcione espermatozoides. El bebé que
nazca será, genéticamente, cosa de dos, un hombre y una mujer.
Podría decirse que incluso la
clonación es cosa de dos. En 1962, John Gurdon mostró que la inserción de un
núcleo extraído de una célula intestinal de un renacuajo de Xenopus implantado
en un óvulo enucleado de esa especie podía dar lugar a otro renacuajo
genéticamente idéntico del que había procedido el núcleo de una célula
diferenciada. Tomando como base tal hallazgo, la película de 1978, "Los niños de Brasil", fantaseó con la posibilidad de que Mengele se hubiera anticipado a Gordon y pudiera clonar a Hitler. En 1997, los experimentos de clonación dieron un paso adelante
por parte del grupo de Ian Wilmut; la oveja Dolly surgió a partir de un núcleo
diferenciado procedente de la ubre de una oveja adulta. Aunque haya amplia
disponibilidad de células diferenciadas de adultos, sigue requiriéndose un
óvulo enucleado que albergue un núcleo donante.
Hasta ahora esa necesidad de dos, y sólo dos,
era evidente, pero las cosas cambian. No sólo los genes importan, pues un óvulo
incluye también las mitocondrias con su ADN que puede estar alterado. La
patología mitocondrial puede ser responsable
de graves enfermedades; para evitarlas, se puede transferir el núcleo del óvulo
de la madre, con mitocondrias alteradas, a un óvulo de donante con mitocondrias
sanas, el cual será fecundado con el espermatozoide del padre. En septiembre de
2016 nacía el primer niño concebido con esta técnica (un padre y dos madres).
La fecundación es el resultado
de la unión de dos células muy diferentes, el óvulo y el espermatozoide, que
han surgido de un complejo proceso de diferenciación en ambientes específicos.
Es sabido que una mujer produce óvulos y un hombre espermatozoides.
Si se consiguiera obtener
óvulos y espermatozoides en el laboratorio a partir de cualquier célula e
independientemente del género de la persona, el panorama de la reproducción
humana se abriría a múltiples posibilidades. Y resulta que algo así ya se ha conseguido en animales experimentales.
Los óvulos y los
espermatozoides requieren un proceso biológico muy complejo de diferenciación
en mujeres y hombres, incluyendo la meiosis y el juego con aspectos epigenéticos. En las fases iniciales del estadio
embrionario, cada célula puede dar lugar, en condiciones adecuadas, a cualquier
célula diferenciada del organismo. Pero ocurre que cada célula del organismo
encierra a su vez toda la dotación genética precisa para el organismo en su
conjunto. No ha sido fácil, sin embargo, revertir el proceso de diferenciación.
Hayashi y Saitou publicaron en Nature el pasado 17 de octubre un logro técnico
impactante: consiguieron transformar in vitro células de piel de un ratón en
óvulos que pudieron ser fecundados dando lugar a crías, superando así
experimentos previos en los que se precisaba una fase intermedia de maduración
de células germinales primordiales (obtenidas también por desdiferenciación de
células de la piel) en ovarios de ratones vivos.
Pocos meses antes, el grupo de Quan Zhou
publicaba que habían obtenido espermatozoides inmaduros in vitro a partir de células
madre embrionarias .
Hayashi es
optimista sobre la posibilidad de que en pocos años sus resultados sean extrapolables
a seres humanos.
Sea a
partir de células madre embrionarias, sea a partir de células inducidas a ser
pluripotentes a partir de células diferenciadas como las de la piel, podrían
obtenerse espermatozoides u óvulos de una persona tomando células de su piel,
desdiferenciándolas y encaminándolas a una formación de gametos in vitro. Con
independencia del sexo del donante, podrían obtenerse óvulos o espermatozoides.
La fecundación in vitro y la producción de
embriones congelados han planteado y siguen planteando problemas morales. La
Iglesia Católica se ha mostrado contraria a esa disociación entre lo que sería “natural”
y la intervención técnica en sus documentos Donum Vitae y Dignitas Personae. Esa
polémica se queda corta si se logra que la gametogénesis in vitro proporcione
óvulos y espermatozoides humanos maduros, funcionales y sin que un embrión
obtenido desde ellos tenga mayor riesgo de malformaciones.
En tal caso no es
descartable un futuro de parentalidad a la carta. Las variantes son numerosas. Mujeres
y hombres , fértiles o no, de los que deriven espermatozoides u óvulos según las condiciones
definidas in vitro (la única restricción reside en que los espermatozoides
procedentes de una mujer siempre darán lugar a niñas por tener todos un
cromosoma X, a diferencia de los que se obtengan de un hombre). Una persona
podría ser genéticamente padre y madre a la vez. Pero también un niño podría ser
hijo o más bien directamente nieto de dos parejas generadoras de sendos
embriones, cada uno de los cuales proporcionara gametos in vitro para su
fecundación.
De
proseguir en esta vía recientemente abierta en modelo experimental, la
concepción de padre y madre en todos los ámbitos, desde el biológico al legal, puede
llegar a ser mucho más confusa de lo que ya está siendo. Se alude al deseo de personas solas o estériles, o de parejas del mismo sexo que quieren tener hijos biológicos. A la vez, si la
fecundación in vitro dio lugar al problema de no saber qué es bueno hacer o no
con los embriones congelados, el número de embriones que surgirá de estas
técnicas puede ser mucho más elevado (hay quien habla de granjas de embriones).
La posibilidad de conducir estudios genéticos en una sola célula está en pleno desarrollo
y eso permitirá elegir los mejores embriones de un amplio grupo producido con
gametos de las mismas personas. El mayor avance genético previsible será un
buen punto de apoyo no sólo para evitar enfermedades genéticas, descartando
embriones portadores de genes malos, sino para abrir las puertas a una
eugenesia positiva, la elección de los embriones que conduzcan a bebés de un
perfil elegido, basado en una carta de criterios, desde el color de ojos, sexo o altura, hasta condicionantes neurológicos que se relacionen con la inteligencia, si se encuentran.
Muchos
científicos se empeñan en la realización de lo posible, especialmente cuando
ese objetivo satisface el deseo de élites que se lo pueden permitir. Tenemos un
mundo superpoblado (más de 7,400 millones de habitantes) que precisaría varias “Tierras”
para sostener nuestro planeta evitando la riqueza de unos a expensas de la
miseria de otros. A la vez que muchos niños carecen de agua potable, se financian
investigaciones sobre la gametogénesis in vitro. El panorama de una ciencia
así, por mucho impacto que tenga en los propios ámbitos científicos, parece
desalentador e inquietante.