sábado, 27 de mayo de 2017

MEDICINA. Gametogénesis in vitro. ¿Cuántos padres tienes?


En julio de 1978 nacía Louise Brown.  Como todos los niños nacidos hasta entonces, fue el resultado de la unión de dos células, óvulo y espermatozoide, pero, por primera vez, ese encuentro no se produjo en el interior de un cuerpo humano sino en el laboratorio. “In vitro” se dice, niña probeta se dijo. Robert Edwards y Patrick Steptoe fueron los pioneros británicos en la técnica de unir un espermatozoide y un óvulo para obtener un cigoto en el laboratorio e implantarlo en un útero femenino. El método consiste en inducir la producción de óvulos, obtenerlos y fecundarlos en el laboratorio, dejar crecer durante una fase inicial los embriones resultantes e implantar los que se consideren mejores en la mujer. Los demás se conservarán congelados. 

Esa fecundación puede ser favorecida mediante la inyección intracitoplásmica de espermatozoides en el óvulo. No siempre es la donante del óvulo la que albergará al embrión. Últimamente hay un serio debate y emana legislación sobre los llamados “vientres de alquiler” o gestación subrogada.
¿Quién es la madre, cuando la fecundación ocurre en un laboratorio y el desarrollo embrionario y fetal tiene lugar en una mujer diferente a la que proporcionó el óvulo? ¿Quién es el padre, si el esperma procede de donantes anónimos? A pesar de divergencias conceptuales, hay algo que en este caso es claro: se precisa una mujer de la que obtener óvulos y un hombre que proporcione espermatozoides. El bebé que nazca será, genéticamente, cosa de dos, un hombre y una mujer.

Podría decirse que incluso la clonación es cosa de dos. En 1962, John Gurdon mostró que la inserción de un núcleo extraído de una célula intestinal de un renacuajo de Xenopus implantado en un óvulo enucleado de esa especie podía dar lugar a otro renacuajo genéticamente idéntico del que había procedido el núcleo de una célula diferenciada. Tomando como base tal hallazgo, la película de 1978, "Los niños de Brasil", fantaseó con la posibilidad de que Mengele se hubiera anticipado a Gordon y pudiera clonar a Hitler. En 1997, los experimentos de clonación dieron un paso adelante por parte del grupo de Ian Wilmut; la oveja Dolly surgió a partir de un núcleo diferenciado procedente de la ubre de una oveja adulta. Aunque haya amplia disponibilidad de células diferenciadas de adultos, sigue requiriéndose un óvulo enucleado que albergue un núcleo donante.

Hasta ahora esa necesidad de dos, y sólo dos, era evidente, pero las cosas cambian. No sólo los genes importan, pues un óvulo incluye también las mitocondrias con su ADN que puede estar alterado. La patología mitocondrial puede ser responsable de graves enfermedades; para evitarlas, se puede transferir el núcleo del óvulo de la madre, con mitocondrias alteradas, a un óvulo de donante con mitocondrias sanas, el cual será fecundado con el espermatozoide del padre. En septiembre de 2016 nacía el primer niño concebido con esta técnica (un padre y dos madres). 

La fecundación es el resultado de la unión de dos células muy diferentes, el óvulo y el espermatozoide, que han surgido de un complejo proceso de diferenciación en ambientes específicos. Es sabido que una mujer produce óvulos y un hombre espermatozoides.

Si se consiguiera obtener óvulos y espermatozoides en el laboratorio a partir de cualquier célula e independientemente del género de la persona, el panorama de la reproducción humana se abriría a múltiples posibilidades. Y resulta que algo así ya se ha conseguido en animales experimentales

Los óvulos y los espermatozoides requieren un proceso biológico muy complejo de diferenciación en mujeres y hombres, incluyendo la meiosis y el juego con aspectos epigenéticos. En las fases iniciales del estadio embrionario, cada célula puede dar lugar, en condiciones adecuadas, a cualquier célula diferenciada del organismo. Pero ocurre que cada célula del organismo encierra a su vez toda la dotación genética precisa para el organismo en su conjunto. No ha sido fácil, sin embargo, revertir el proceso de diferenciación. Hayashi y Saitou publicaron en Nature el pasado 17 de octubre un logro técnico impactante: consiguieron transformar in vitro células de piel de un ratón en óvulos que pudieron ser fecundados dando lugar a crías, superando así experimentos previos en los que se precisaba una fase intermedia de maduración de células germinales primordiales (obtenidas también por desdiferenciación de células de la piel) en ovarios de ratones vivos. 

Pocos meses antes, el grupo de Quan Zhou publicaba que habían obtenido espermatozoides inmaduros in vitro a partir de células madre embrionarias .   
Hayashi es optimista sobre la posibilidad de que en pocos años sus resultados sean extrapolables a seres humanos.
Sea a partir de células madre embrionarias, sea a partir de células inducidas a ser pluripotentes a partir de células diferenciadas como las de la piel, podrían obtenerse espermatozoides u óvulos de una persona tomando células de su piel, desdiferenciándolas y encaminándolas a una formación de gametos in vitro. Con independencia del sexo del donante, podrían obtenerse óvulos o espermatozoides.
La fecundación in vitro y la producción de embriones congelados han planteado y siguen planteando problemas morales. La Iglesia Católica se ha mostrado contraria a esa disociación entre lo que sería “natural” y la intervención técnica en sus documentos Donum Vitae  y Dignitas PersonaeEsa polémica se queda corta si se logra que la gametogénesis in vitro proporcione óvulos y espermatozoides humanos maduros, funcionales y sin que un embrión obtenido desde ellos tenga mayor riesgo de malformaciones. 
En tal caso no es descartable un futuro de parentalidad a la carta. Las variantes son numerosas. Mujeres y hombres , fértiles o no, de los que deriven espermatozoides u óvulos según las condiciones definidas in vitro (la única restricción reside en que los espermatozoides procedentes de una mujer siempre darán lugar a niñas por tener todos un cromosoma X, a diferencia de los que se obtengan de un hombre). Una persona podría ser genéticamente padre y madre a la vez. Pero también un niño podría ser hijo o más bien directamente nieto de dos parejas generadoras de sendos embriones, cada uno de los cuales proporcionara gametos in vitro para su fecundación.
De proseguir en esta vía recientemente abierta en modelo experimental, la concepción de padre y madre en todos los ámbitos, desde el biológico al legal, puede llegar a ser mucho más confusa de lo que ya está siendo. Se alude al deseo de personas solas o estériles, o de parejas del mismo sexo que quieren tener hijos biológicos. A la vez, si la fecundación in vitro dio lugar al problema de no saber qué es bueno hacer o no con los embriones congelados, el número de embriones que surgirá de estas técnicas puede ser mucho más elevado (hay quien habla de granjas de embriones). La posibilidad de conducir estudios genéticos en una sola célula está en pleno desarrollo y eso permitirá elegir los mejores embriones de un amplio grupo producido con gametos de las mismas personas. El mayor avance genético previsible será un buen punto de apoyo no sólo para evitar enfermedades genéticas, descartando embriones portadores de genes malos, sino para abrir las puertas a una eugenesia positiva, la elección de los embriones que conduzcan a bebés de un perfil elegido, basado en una carta de criterios, desde el color de ojos, sexo o altura, hasta condicionantes neurológicos que se relacionen con la inteligencia, si se encuentran.
Muchos científicos se empeñan en la realización de lo posible, especialmente cuando ese objetivo satisface el deseo de élites que se lo pueden permitir. Tenemos un mundo superpoblado (más de 7,400 millones de habitantes) que precisaría varias “Tierras” para sostener nuestro planeta evitando la riqueza de unos a expensas de la miseria de otros. A la vez que muchos niños carecen de agua potable, se financian investigaciones sobre la gametogénesis in vitro. El panorama de una ciencia así, por mucho impacto que tenga en los propios ámbitos científicos, parece desalentador e inquietante.  


sábado, 20 de mayo de 2017

El miedo asumido. "De dioses y hombres".



"Dios está de pie en la asamblea divina; en medio de los dioses ejerce el juicio." (Salmo 82)

En nuestro primer mundo, el miedo nos atenaza. Miedo al paro, a la soledad, al olvido, a la enfermedad, la decrepitud y la muerte. Las promesas del avance médico hacen soñar en retrasar más y más la propia muerte, haciéndonos olvidar que la vida es mucho más que mera duración. Es difícil no contagiarse de ese sueño, que suele implicar una hipocondrización generalizada, sin darnos cuenta de que la Medicina se relaciona cada vez más con la imagen que pintó Klimt, la de Hygeia impávida y de espaldas al río de la vida humana.

Un día de 1996 varios monjes de Tibhirine (en los montes del Atlas, en Argelia) fueron asesinados. Una hermosa película de Xavier Beauvois (“De dioses y hombres”) recrea su vida y finaliza cuando ya se ve la inminencia del asesinato. 

Podrían haber escapado o haber aceptado la protección de un ejército corrupto. No lo hicieron. Sabían que probablemente morirían asesinados y, después de serias dudas, lo aceptaron. Una visión superficial puede sugerir que eran fanáticos, como quienes los mataron, pero no fue así sino todo lo contrario. 

El fanático desea la muerte; de ella le viene el término. Tanto la desea que puede aceptar morir matando. El caso de esos monjes, por el contrario, fue ejemplo de amor a la vida. A la suya, a la que renunciarían si escapasen a un modo alternativo por similar que se pretendiera, porque esa vida, vivida de ese modo concreto, sostenía también la de otros, de distinta religión, y en ellos era a la vez sostenida. La vida fue concebida como tal, como amor. Y en esa concepción, cuando es firme como en el caso relatado, cosa más bien excepcional, la vida no busca ser prolongada, escapando, sino totalizada, viviéndola con los que también la precisan. No hay componendas si se es coherente en el amor y si se lo es hasta el fin, como reveló el testamento del abad Christian de Chergé

Precisamente desde ese amor a la vida, no es buscado el martirio, sino que se reafirma la vida que se ha querido, aunque la contingencia del asesinato planee sobre ella como una sombra, como algo que alguien puede actualizar en cualquier momento; no se sabe cuándo. 

No hubo deseo de martirio. Al contrario, hubo miedo, un miedo humano radical, pero también el coraje de asumirlo. De uno en uno, aunque estaban juntos. No hay valentía si no existe el miedo al que mirar desde ella. El valor implica el miedo, incluso patológicamente, como nos mostró Stefan Zweig en algunas de sus páginas, relatando cómo la cobardía en la relación amorosa puede intentar compensarse malamente con la actuación heroica en la guerra. 

La película muestra de forma emotiva una cena que podría ser, como la de Jesús, la última. La música de “El Lago de los Cisnes” y un poco de vino realzan en una escena esa alegría y gratitud por la vida, el miedo a perderla y la sabiduría de que no hay otra opción vital alternativa; de que, si desaparece la rama, el pájaro no puede posarse en ella, pues los argelinos con quienes conviven precisan de esa convivencia, cifrada en los cuidados médicos básicos de un monje, en la participación en ceremonias de la religión del otro, en la simple amistad. Al final, lo más esencial es lo más sencillo y cotidiano. No se ve despliegue de heroísmo compensador de carencias sino el valor de ser coherente con lo más querido, el divino regalo de la vida. No se ven justificaciones salvíficas, pues la vida de los que queden seguirá su curso aunque será distinto. No se ven intentos ejemplares, sólo coherencia.

Distintos dioses y hombres, Dios al final a través del otro. Dios en quien abandonarse para no abandonar al otro, tan concreto, tan singular, que es insustituible como uno mismo. Con esa perspectiva siguieron a su maestro, el joven judío que dijo que quien quiera salvar su vida la perderá.







martes, 16 de mayo de 2017

MEDICINA Y PSICOANÁLISIS. La obsesión cientificista.



En el diario “El País” se recoge que El Colegio de Médicos de Madrid tumba sus secciones pseudocientíficas. Cierra cursos y vocalías de homeopatía y otras pseudoterapias por carecer de evidencia científica”. Vemos así como, de la noche a la mañana, puede pasarse del amparo a veces aparentemente excesivo a lo que parece censura. Todo en nombre de la ciencia.

En el número de mayo de este año de la revista “Investigación y Ciencia” (poco sospechosa de ser pseudo-científica) se recoge la reseña de un libro cuyo título es “Homeopathy. The undiluted facts”. En ella, quien la hace (doctor en física química) afirma lo siguiente: “Y esto probablemente sea lo mejor de la obra: descubrir la opinión del experto que cruzó el abismo y que es capaz de mirar a ambos lados de él”. Nunca sobran la modestia ni el rigor.

Ocurre que la Medicina, por más que se empeñen muchos, no es una ciencia, aunque el conocimiento científico le sea esencial. Y, por eso, alegar cientificidad o su ausencia, en lo que parece una deriva persecutoria de ciertas prácticas puede ser muy osado. 

Me parece claro que la homeopatía carece de base científica. Es sabido por qué. Diluciones que van más allá del recíproco del número de Avogadro pueden no albergar ni una sola molécula de principio activo. Por otra parte, los ensayos clínicos no parecen arrojar evidencia consistente de que un producto homeopático sea superior al placebo en diversas situaciones. Ahora bien, por la misma razón que se alude a la ciencia (sacralizando demasiadas veces una estadística que pocos entienden) para denostar la homeopatía y quién sabe si proscribir su práctica, debiera recomendarse desde las mismas dignas instituciones colegiales que no se usaran fármacos que no muestren eficacia superior al placebo o que actúan sólo sobre marcadores sin tener efectos preventivos en términos de morbi-mortalidad, yendo a la vez acompañados de efectos secundarios potencialmente peligrosos. 

Estamos en un terreno pantanoso porque no es sólo ciencia lo que se pone en juego en la relación clínica, sino algo más. Algo que tiene que ver con el encuentro de subjetividades y de lo que es buena muestra el efecto placebo, de tal modo que, si la homeopatía no sirve, puede ocurrir que un médico cure determinadas situaciones con ella; porque quien cura en realidad acaba siendo el médico con su escucha, con su palabra y muchas veces con algo que no es más (ni menos) que un placebo, sea la desmemoriada agua homeopática o un determinado antidepresivo.

Pero, si hay pseudo-ciencias, no es asumible aplicar tal nombre a todo lo que no pueda llamarse ciencia. Así, la osadía alcanza niveles reveladores de gran ignorancia cuando en las “otras pseudoterapias” se incluye el Psicoanálisis, definido como "una aproximación filosófica al estudio de la mente humana".  Decir tal cosa supone simplemente no saber qué es el psicoanálisis, pues nada más alejado de la aproximación filosófica, siendo como es fruto de la clínica, situación empírica, que no experimental, donde las haya.

¿Por qué esta deriva pretendidamente proteccionista? Un médico o un psicólogo clínico están avalados por sus titulaciones oficiales, algo que reconoce la sociedad, la ley. Si alguien incurre en mala praxis deberá actuarse en consecuencia, pero mala cosa parece un intento preventivo basado en la opinión de expertos no clínicos o de sociedades autodenominadas científicas, especialmente en un tiempo en el que los conflictos de interés no parece que hayan desaparecido. Y mala cosa es lo que parece una muestra de hablar de lo que no se sabe para esgrimir intentos de aparente censura.


Ni la ciencia precisa defensores, pues se basta a sí misma, ni el psicoanálisis los requiere, pues sus efectos son abundantes y conocidos por muchos, aunque cada uno lo haga en su singularidad. Y es que la cura, analítica o médica, clínica a fin de cuentas, acaba siendo siempre la de alguien, de uno en uno, porque, como tantas veces se suele decir, aunque se ignore por cientificistas, no hay propiamente enfermedades sino enfermos. El psicoanálisis no es una ciencia ni una filosofía pero, desde su saber clínico y la reflexión que implica, ha revolucionado muy saludablemente la cultura, dando a conocer el crucial papel que en toda actividad de los hombres y su historia juega algo que a cada uno le es inconsciente. A muchos “científicos” les vendría bien un encuentro analítico para saber de qué hablan cuando critican el psicoanálisis. Ni la ciencia ni el psicoanálisis precisan defensores, pero sí la libertad. Cada día más.

miércoles, 10 de mayo de 2017

CIENCIA. La mirada a la ignorancia y a la belleza.



“De mirada en mirada, el sujeto aspira a un encuentro supremo, el que lo uniría a la mirada inicial del universo”. F. Cheng.

“Esta inminencia de una revelación, que no se produce, es, quizá, el hecho estético”. J.L. Borges.

Bien puede decirse que la perspectiva científica nos ha cambiado la vida. Aun cuando haya grandes desigualdades en la obtención de sus beneficios en los distintos países, podemos decir que gracias al avance tecno-científico vivimos más y mejor. Y por ello se comprende que se alaben todos los esfuerzos depositados en promover la investigación científica, sean institucionales o de macro y micro-mecenazgo.

Se supone que una inversión en una investigación dirigida a objetivos tendrá consecuencias beneficiosas (el caso del cáncer o, en general, de enfermedades, está a la orden del día), pero tal suposición es errónea pues implica olvidar la propia historia de la ciencia, que es prolija en mostrar la importancia práctica de objetivos de mera curiosidad, así como los efectos de la serendipia, del juego y del azar en los grandes avances científicos (El mejor proyecto es no tener ninguno, decía Kornberg, premio Nobel y padre a la vez de otro Nobel).

Pero la Ciencia nos da algo más, o mucho más si se prefiere, que un avance epistémico. Nos da ignorancia y belleza.

La Ciencia nos hace más ignorantes de lo que creíamos porque, a medida que aumenta nuestro conocimiento de algún campo de la realidad, aumenta también el grado de ignorancia del que habíamos partido. Los ejemplos se dan en todos los ámbitos, pero quizá el más revelador sea el biológico. Fue un extraordinario avance comprender la función del ADN, pero no es menos extraordinario ver que desde entonces hasta ahora estamos muy lejos de la comprensión de los mecanismos genéticos que, por si fuera poco, incluyen los epigenéticos. Cuando ya todo se explicaba apelando al demiurgo de la santa evolución, ocurre que el viejo Lamarck retorna tímidamente para aliarse con Darwin. 

La Ciencia aspira a la completitud, pero esa aspiración parece ser menos realista cuanto mayor es el avance científico. La completitud, desbaratada en el ámbito matemático, parece ya un sueño pragmáticamente inalcanzable, a pesar de todas las promesas salvíficas cotidianas.

Por otro lado, la Ciencia nos proporciona belleza. Y, como en el caso de la ignorancia, la belleza perceptible se asocia al avance epistémico. Contribuye a ello la ampliación de la mirada que, en términos espacio – temporales, abarca unos 61 órdenes de magnitud, desde las dimensiones de Planck hasta el tamaño y edad del universo observable.

Pero esa belleza perceptible por la ampliación de la mirada, gracias a una tarea que es en sí misma bella (Hardy y Dirac no concebían otra alternativa), no siempre es percibida. Más bien, casi nunca lo es con tantas prisas por investigar y producir artículos científicos.

Un excesivo antropocentrismo hace que, sin necesidad de un análogo al síndrome de Stendhal relativo al arte, los ojos de muchos científicos y filósofos se cierren ante la belleza del mundo que la Ciencia facilita. Ese antropocentrismo ve su mirada ampliada, pero demasiadas veces se ciega a ella ante el atractivo epistémico y muchas más desconoce otras miradas, aunque las estudie.

¿Qué es la mirada? Tenemos mucha información sobre el modo en que vemos. Desde un punto de vista mecanicista, también sabemos mucho sobre cómo han evolucionado los sistemas fotosensibles, desde los cloroplastos hasta los ojos del halcón. Podremos entender cómo ven los animales, pero no ver como ellos, de los que tanto nos hemos distanciado, por mucho que los estudiemos. Desde esa distancia, creemos que la mirada animal es sólo utilitaria, simplista, de búsqueda de alimento o de reproducción sexual. Pero no sabemos propiamente qué siente un animal al mirar su mundo, eso tan inconcebible a lo que von Uexküll llamó su “Umwelt”.

Ese olvido de lo animal, esa ignorancia radical de lo que siente un ave al volar o un pez al nadar, supone a la vez la gran ignorancia, la del Misterio que hace que seamos aquí y ahora y sintamos también de algún modo un “Umwelt”, el nuestro, cada día más deshumanizado y desanimalizado. A pesar de realzar la importancia de la Evolución, somos poco propensos a considerarnos surgidos de ella e integrados en un mundo compartido con otros seres vivos que también como nosotros, y a la vez a diferencia de nosotros, miran el mundo. No es descartable que lo hagan con cierto modo de placer estético. No lo sabemos. La maravillosa visión darwiniana puede también cegarnos ante lo más próximo, haciéndolo lejano.

La Ciencia facilita la mirada a la realidad, pero no da directamente una visión de lo Real. No la dará nunca y eso hace imprescindible una mirada diferente, si se desea en realidad contemplar, en el sentido al que se refería François Cheng; la mirada que, auxiliada por la ciencia, se abre a la admiración y asume la gran ignorancia esencial que permite acogernos al gran Misterio.

Como decía Borges, la revelación, por inminente que sea, no se produce. Lo Real no es alcanzable.