sábado, 19 de enero de 2019

PSICOANÁLISIS. "El caso Anne"



”El psicoanálisis es para el filósofo el aliado más fiable a favor de la tesis de lo inolvidable”. Paul Ricoeur” (en “La memoria, la historia, el olvido”).

“Anne pudo acariciar su rostro, mirar aquellos ojos que habían visto el fin de la humanidad, testigos directos del naufragio definitivo de cualquier esperanza”. Gustavo Dessal (en “El caso Anne”)




"El caso Anne” (“Survivig Anne” en versión inglesa) es un libro maravilloso. Lo es en el sentido del medievalista Jacques Le Goff (“Lo maravilloso y lo cotidiano en el Occidente medieval”), que lo relaciona con los “mirabilia”, que tienen una raíz, “mir”, que implica algo visual. Dice Le Goff que “se trata de una mirada”.

Pues bien, la maravilla del libro de Dessal reside precisamente ahí, en la mirada a la que nos conduce, de un modo natural, sencillo, excelente. 

Esa es su gran diferencia con otras obras. Lo maravilloso aquí reside en la dirección de la mirada a ese acto de amor que es un psicoanálisis, una laboriosa y lenta tarea que puede facilitarnos el hacer algo más auténtico con la propia vida, porque partimos, con el autor, de que “la única dignidad de las personas reside en su drama, en el hecho de que la existencia es siempre un proyecto fallido, un encuentro truncado, un deseo irrealizado”. Lejos quedan las insensateces de adiestramientos conductistas y las baratas e imposibles felicidades de las psicologías positivas y mindfulness de empresa o caseros.

Sólo un gran escritor como Gustavo Dessal puede construir una narrativa que apasiona desde el primer momento, sugiriéndonos con gran claridad, no exenta de rigor, lo que es un psicoanálisis y, más concretamente, un psicoanálisis lacaniano. 

Pero no es menos cierto que sólo un gran psicoanalista podría escribir algo así. Tan feliz conjunción de ser escritor y psicoanalista facilita la mirada del narrador, contagiando a su vez a la nuestra. 

Pero Gustavo Dessal va más allá al narrar unas historias entretejidas. Se ancla en la Historia misma, parte de ahí, de ese lugar común que nunca se aprende y siempre se repite. De eso que tan bien nos han descrito autores como Hobswam, Judt, Fontana, Beevor, Mazower… La Historia escrita, descrita, “explicada”, nos dibuja el contexto en el que muchos nacen, viven y mueren. Pero ha de tenerse siempre en cuenta que eso implica a un sumatorio de lo distinto, de las vivencias singulares, que ya no son, como tales, meras consecuencias de la Historia, sino esencialmente memorias irrepetibles inconscientes y conscientes a la vez, también memorias con frecuencia culpables por el hecho de existir, por la contingencia de haber sobrevivido a la muerte anunciada. Es tan interesante como llamativo y cierto que en el libro el mal se le atribuya a los alemanes y no a los nazis (aunque hubiera alemanes no nazis, aunque hubiera alemanes judíos). No es exageración, sino mera constatación de la "normalidad" germánica de aquella época que tan claramente denunció Goldhagen.

Y Gustavo Dessal parte de ahí (por eso el título de la versión inglesa parece más acertado).  Su narración surge de los efectos en una persona de algo lejano a ella, pero no tanto como para que no le afecte, para que no la vuelva loca. Y ahí volverá, a ese horror, mezcla de historia y locura, pero de otra manera. Ese es el gran valor del psicoanálisis, facilitar que el amor sobreviva incluso en supervivientes, hacer que el perdón, como olvido (no es contemplable otro perdón), sea factible.  

Lo cuantitativo cede, en este libro, a lo cualitativo, como la narración de los historiadores (no son citados ni falta que hace) cede a la memoria personal. 

Pocos libros hay que merezcan ser leídos y releídos. Éste es, para mí, uno de ellos. Podría incluir en mi lista personal unos cuatro o cinco más. 

A veces se dice que quien pruebe, vea o lea algo, no será defraudado. No es el caso. El libro defraudará más de lo que satisfará. Defraudará a quien espere un relato agradable, interesante, un "thriller", un divertimento, y más aún a quien persiga una cierta respuesta a sus problemas vitales. Satisfará sólo a quien tenga la humildad de reconocerse como ser impropio en el sentido de Heidegger (quien sí que defraudó pero de un modo absolutamente vulgar y acomodaticio). Satisfará algo a quien vea que la cura, considerada como cuidado, es complicada, que no se dará con simplezas, sino que quizá, sólo quizá, sea posible en un encuentro con uno mismo mediado por otro a quien se le supone un saber sobre el alma.

El Psicoanálisis, tan lejano a la Ciencia, necesita, sin embargo, como ésta, de una buena difusión que aparque cualquier resto "biblicista". Este libro es ejemplar al respecto. Los grandes hitos han de superarse en todos los campos del saber, que lo es cuando reconoce su propia carencia o quietud. Einstein fue maxwelliano y newtoniano, pero fue más allá. Nos basta con Newton para enviar una sonda a Júpiter, pero precisamos a Einstein para buscar un restaurante próximo. Y la Física no se conformará con Einstein ni con Planck, por genios que sean. Es imaginable que Freud y Lacan siguen y seguirán siendo vigentes, pero quizá se les haga un flaco favor si son perpetuados sólo como "libro" a aplicar y no como impulso para ir más allá, aunque parezca impensable a corto plazo. Esa efervescencia de novedad, que acoge el efecto tecnológico (brillante en "El caso Anne", con su "bebé" japonés) es perceptible ya afortunadamente en apariencia.

El tiempo dirá. Casi al final, Freud le concedió más importancia al capullo de una flor que a todo lo demás. Tal vez ahí, en esa espera de belleza, que lo es del saber real, resida la mejor posición.

sábado, 12 de enero de 2019

LA MIRADA. Cuando la fotografía llega al alma.


Hace ya muchos años que la fotografía se ha instalado en nuestras vidas. Fotos familiares, de niños, de recién casados, de novios, de abuelos... Fotos en blanco y negro, amarillentas, fotos en color. Negativos impactantes en una maleta mexicana... Y fotógrafos, máquinas de fotos, reflex, automáticas, de bolsillo... Fotos de y fotos para. De padres, de amigos, de paisajes. Para el DNI, para el recuerdo, para decir que uno estuvo allí, fuera donde fuera, como si importara, fotos testimoniales.

Ya se sabe, una foto vale más que mil palabras, algo que muchas veces es mentira, porque el parloteo excesivo puede llegar a asfixiar la verdad pixelada; a pesar de las imágenes que muestran a judíos fregando las calles de la culta, de la romántica Varsovia, sigue y seguirá habiendo negacionistas, todos esos que confirmarán otra vez que la Historia nunca se aprende y sólo se repite. El otro, el gran enemigo, seguirá siendo fotografiado y negado.

Desde los álbumes de fotos familares hasta los “gigas” o “teras” de imágenes obtenidas con móviles y captadas para no ser vistas nunca, el milagro fotoquímico persiste mejorado, electrónico. La fotografía permanece más allá de otras aventuras tecnológicas. Hasta los videos, como los CDs, parecen haber pasado a la historia tras una vida breve.
Una pintura puede determinar una vocación. Una foto puede retomar el instante eterno.


Estos días hay una exposición en mi ciudad, en A Coruña. Se trata de una colección de fotos de Pepe Ventureira. Ayer fue inaugurada en "El Club Financiero", que suele acoger exposiciones muy interesantes.

Fue presentada por un amigo común, profesor de Filosofía, Freire Leira, con hermosas y exactas palabras que aludían a lo que tal exposición suscita: belleza y nostalgia. 
En esas imágenes se percibe algo original, singular, sustentado por una amorosa y elaborada técnica que las hace posibles. Se trata de una mirada que facilita a su vez la mirada de cada uno. Una mirada que lo es al instante eterno, plasmado en nebulosa, pues no se intenta una métrica, un isomorfismo entre lo real (¿qué será lo real?) y un negativo fotográfico, sino que parece atenderse a la pura evocación que, como tal, es necesariamente indefinida. Indefinida y persistente, algo que mueve y conmueve.

Parece que la imagen directa lo diría todo, sea de conexiones neuronales, de dibujos paleolíticos o de un rascacielos. Ah, la imagen... Estamos inundados de imágenes y de promesas salvíficas asociadas a ellas. El conectoma, por ejemplo, parece incurrir en la tentación de la verdad manifiesta, pero la verdad se aleja siempre, especialmente en lo que apunta al alma, que requiere algo más, algo que hace confundir lo aparentemente real de la foto con lo simbólico de la pintura. 

“La ciudad” es una exposición de una selección de fotos de eso, de la ciudad, de la polis, que es el propio Estado al que uno realmente pertenece, cada vez más alejada del ámbito acogedor. En este caso, se trata de la ciudad del autor, que es también la mía, la de quienes aquí habitamos. 

Calles, barrios, monumentos, paseos modernos, alguna persona aislada de quien no sabemos nada… hacen reverberar algo en nosotros, en cada uno, de uno en uno, porque cada foto remite a fin de cuentas a un impacto singular que presiona e impresiona. Los cielos foto-grafiados, sublimes, resuenan con la pintura de Turner, algo a lo que también se refirió en su presentación el profesor Freire.

Las imágenes mostradas no son sólo de recuerdos, sino de presencias, de permanencias. No son sólo para evocar, sino para vivir mejor la propia vida, sabiendo que cada rincón, cada día, son perennes porque nos han pertenecido y, a la vez, aunque parezca paradójico, dinámicos, vitales, porque nos siguen y seguirán perteneciendo... aunque no estén, incluso aunque no estemos.

Esas fotos nos recuerdan, a fin de cuentas, que vivimos, y este término, en lengua castellana, corresponde tanto al pasado como al presente de eso, de la vida. Desde esa perspectiva será posible un futuro mejor, que pasa necesariamente por lo que está a mano, por cada entorno, por cada ciudad. 

Es implícita la alusión a Hölderlin ("poéticamente habita el hombre en esta tierra").  Y desde esa concepción poética, poiética, la colección es tan íntima para los que aquí vivimos como universal por extrapolable a cualquier lugar, a cualquier tiempo. ¿Qué es eso, el tiempo, a fin de cuentas, sino un posible correlato con algo más profundo, como nos dice Smolin?

Creo que Dostoievski dijo que la belleza salvaría al mundo o algo así. Y es verdad, aunque todas las apariencias lo contradigan, porque la belleza nos aproxima a la verdad, si es que no es lo mismo como aseguraba Keats. En medio del oscurantismo que acecha, recobrar el sentido de la mirada desde la contemplación de fotos como las de Ventureira, alienta el optimismo realista que supone ser radicalmente humanos.

jueves, 27 de diciembre de 2018

PSICOANÁLISIS. El koan, la parábola y la clínica.




“Quien tenga oídos para oír, que oiga” (Mc. 4,9).

No resulta fácil entender lo que, para otros, pocos en general, es evidente. Se precisa de un sentido especial que requiere un proceso previo de preparación, el que facilita que los oídos y los ojos oigan y vean de verdad. Esto es algo muy claro en el ámbito de la Ciencia, pero se da también en el de la vida. 

Se alude a eso en el evangelio más antiguo, el de Marcos. Sabemos que Jesús hablaba en parábolas. No es una cuestión que sólo haya ocurrido en el cristianismo. El zen se caracteriza también por el enfrentamiento con los koan. 

Tratar con lo extraño, con lo absurdo, dar rodeos, parece ser el único modo de empezar a pensar y, sobre todo, sentir, de un modo distinto, la única forma de oír, de darse cuenta de lo que se está escuchando fuera y dentro, algo que sólo ocurre cuando se ha logrado tener el oído que realmente oye.

Y eso, que sucede con el cristianismo o con el zen, parece ser también marca del psicoanálisis, una marca que puede hacer que parezca tan extraño a quien sea ajeno al encuentro analítico. 

Ni el psicoanálisis ni los textos sagrados ni los koan son recetas para curar el alma ni para aliviar síntomas; la cura que pueda darse tiene que ver más con el cuidado del alma y el tiempo preciso que requiere. No estamos ante un objeto de la Ciencia. Ahora bien, las tres aproximaciones, tan distintas, nos confrontan ante lo que François Cheng llamó “la intuición del Tao” y “el mandato del Cielo”. Se trata de eso, de la vía y de la vida.

Hay una hermosa parábola evangélica que lo muestra. Es de la de los talentos. Está descrita en el evangelio de Mateo (Mt. 25,14-30) y es bien conocida; un hombre deja que tres siervos suyos administren su dinero por un tiempo; a uno le da cinco talentos, a otro dos y a otro uno. Los dos primeros juegan con la riqueza a administrar y la duplican, mientras que el último teme perderla y entierra el talento, con consecuencias que serán nefastas para él. 

Suele interpretarse este relato pensando que cada cual ha de corresponder de un modo proporcional, aritmético, a sus posibilidades (también llamadas, como las monedas, talentos), pero no es exactamente así. La mirada va más allá y atiende a lo que se hace mal, a la ocultación de la posibilidad, a la represión sostenida. 

El papa Francisco, de quien sabemos que tuvo relación con el psicoanálisis, lo supo manifestar de un modo excelente, diciendo que “el pozo cavado en el terreno por el «servidor malo y perezoso» indica el temor del riesgo que bloquea la creatividad y la fecundidad del amor. Porque el miedo de los riesgos en el amor nos bloquea”.

Estamos ante el miedo al amor y a la vida, que demasiadas veces se disfrazan de síntomas psíquicos o somáticos. La vida angustia y el síntoma palía esa angustia, por molesto y perturbador que sea. El psicoanálisis puede ser un catalizador (aunque se le critique el tiempo que precisa), en comparación con una larga vía de catarsis y progreso espiritual, muchas veces fracasada, para la gran apertura al Ser, la que se da al amor que libera y a la vida que esa libertad hace posible, una libertad que no tiene por qué ser dichosa, que crea temor, pero que es lo más valioso alcanzable porque nos permite aceptar, acoger el propio destino amoroso a que estamos llamados.

sábado, 22 de diciembre de 2018

Navidad. El retorno de lo posible.





“Pero en su alma entraba a raudales la luz, e inaudible llenaba la estancia la música del Cosmos”. Stefan Zweig. “La resurrección de Händel”.

 ¿Por qué celebramos la Navidad? Quizá la mejor respuesta sea la más simple; porque sí. Sería lo que dijera un niño, aunque lo adornara en el contexto de un relato oído en su casa o en la escuela.

Es un día más, se dice con frecuencia, desde la nostalgia por ausencias o desde el hastío de toda la parafernalia comercial, pero no es menos cierto que es un día especial y no otro más.

La pregunta ¿Por qué la celebramos? sólo es formulada por mayores, desde la pérdida de la inocencia infantil en la que era creíble también el gran milagro posterior, el de los reyes magos. 

Sólo los mayores podemos preguntar por qué hemos de cargar con esa nostalgia de tiempos pasados que, esa noche sí, son percibidos como mejores.

Ya se sabe lo que se dice. Siempre se celebró algo así, relacionado con el tiempo cíclico. El solsticio de invierno anuncia la victoria solar. Pero, ¿a quién le importa ahora el dichoso solsticio? 

Se podrá decir que se celebra, por los cristianos, el nacimiento de su gran referencia, Jesús de Nazaret, que, a pesar de eso, de ser de Nazaret como parece, había de nacer en Belén para que casaran bien las cosas con el relato mítico. Los evangelistas Mateo y Lucas no coinciden precisamente en muchas cosas y son los únicos que se refieren a ese nacimiento.

Pero el relato evangélico, incrustado necesariamente en la tradición judía, de la que se hizo herejía, anuncia algo milagroso y cotidiano: la vida.

Y, a la vez, muestra la gran realidad de lo celebrado, el desvalimiento (“…Y dio a luz a su hijo primogénito, le envolvió en pañales y le acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en el alojamiento”. Lc. 2,7). Hubo ahí todo lo contrario a lo que se aspira o lo que se cree percibir del propio pasado: ni grandes familias, ni familias normales (una mujer que, receptiva al ángel, acoge el Espíritu, un padre que no lo es y un niño que habría de ser referencial tras una vida más bien corta y extraña). 

Y hubo soledad. Esa es la navidad para mucha gente. Demasiados niños nacen aquí y ahora y seguirán naciendo en condiciones infrahumanas. Demasiadas personas apagarán la televisión para evitar el contraste con su soledad; otras la dejarán para que les haga la única compañía posible.

Para el cristianismo, es el mismísimo Dios el que se encarna en un niño en un momento dado de la Historia. Eso, tantas veces repetido, creído o no, remite a lo simbólico, al Misterio, que requiere renunciar a lo que no puede ser dicho. Basta el silencio.

La navidad, natividad, es nacimiento y, en la narración evangélica, implica la relación con la posibilidad de renacer, de volver a nacer incluso siendo viejo, cosa que le parecía imposible a Nicodemo (Jn.3,4).

La narración evangélica de la Navidad no es un relato histórico, pero sí un texto hermoso porque apunta a la radicalidad humana, a su desvalimiento, al misterio de la vida y a la gran posibilidad de un cambio, de un renacer que no tiene en cuenta los años vividos. Es por eso que el “Cuento de Navidad” de Dickens es excelente y sostiene la necesidad de celebrar lo que el viejo Ebenezer Scrooge detestaba (y en eso simpatizamos con él). Demasiadas veces la gran posibilidad se oculta y es preciso que aparezcan fantasmas para caer en la cuenta de lo que es importante. El cuento de Dickens no es propiamente para niños, sino una llamada a los que somos adultos, un recuerdo de la gran posibilidad de cambio, para el que no hay edades, ni siquiera cuando se está próximo a la muerte. 

Ni Nicodemo, “maestro de Israel”, ni Scrooge, entendían que vivir es mucho más que durar y hacer lo correcto. Dickens alude a un viejo acontecimiento de hace dos mil años que induce a ver, a verse, a ver – ser. 

Al final, la Navidad supone la posibilidad del retorno a casa y no a la de ahora o la de antes, no a la que fue ni a la que es, sino a la más propia, la que nos une por un momento, aunque ni casa haya, aunque seamos forzados enemigos, como ocurrió en la Gran Guerra, la que nos alienta cuando la decisión trágica se ha tomado, como se nos muestra en la excelente película “De dioses y hombres”. Basta con compartir vino en buena compañía, de unión de soledades, con el fondo de un fragmento musical, en la que es suficiente algún cruce de miradas para comprender que sólo la coherencia, aunque parezca locura, es asumible desde el honor, desde la grandeza que supone ser humano.



sábado, 1 de diciembre de 2018

MEDICINA. Ensayos clínicos. Altruismo, redes sociales y comercio.





Hace ya tiempo que la Medicina dejó de aplicar terapias como resultado de observaciones de ensayo y error.

En general, los medicamentos disponibles resultan de la purificación de productos naturales o de su síntesis. De la corteza del sauce, del hongo Penicillium, de la digital, del árbol del tejo, acabaron surgiendo fármacos tan importantes como la aspirina, la penicilina, la digoxina y el taxol.

Contrariamente a tantas creencias infundadas, el producto químico obtenido mediante un proceso de purificación adecuado o por síntesis directa puede administrarse de forma mucho más eficaz y segura que los extractos o infusiones “naturales”.

Esa síntesis puede utilizar a su favor métodos ingeniosos derivados del estudio de sistemas biológicos. Un buen ejemplo es la insulina, obtenida actualmente mediante técnicas de ADN recombinante, de forma mucho más adecuada, barata y segura que el viejo método de purificación a partir de páncreas de animales.

El hallazgo de nuevos medicamentos surge muchas veces de un descubrimiento casual o, cuando menos, peculiar. Así ha ocurrido con la clorpromazina o el litio. Incluso algún fármaco que tuvo resultados catastróficos por teratógeno, como la talidomida, se ha retomado para el tratamiento de la lepra, algo bien distinto a lo que estaba destinado al principio. Lo contingente siempre ha de tenerse en cuenta para bien y para mal. Nadie podía imaginar que la finasterida tuviera buenos efectos en la alopecia androgénica o que el sildenafilo tuviera como “efecto secundario” algo que propició un mercado millonario.

Sea desde el planteamiento teórico, sea desde una base empírica, van surgiendo nuevos medicamentos potenciales, muchos de los cuales tratan de curar, o mejorar al menos, graves enfermedades, como muchas formas de cáncer o procesos degenerativos.

Pero cada persona es un mundo; un mundo constituido por infinidad de variables consideradas desde el punto de vista morfológico, bioquímico, funcional… y psicológico. Un medicamento no es ingerido y tratado sólo por un cuerpo; la personalidad del paciente (o sano) también cuenta y, muchas veces, basta con la creencia en la eficacia de un supuesto medicamento para que éste proporcione efectos bondadosos. Es lo que se conoce como efecto placebo. Curiosamente es una de las características, la subjetividad de cada cual, la que parece superar a otras muchas variables en efecto a tener en cuenta. Por esa razón, llevan efectuándose desde hace años los llamados ensayos clínicos.

Un ensayo clínico trata de evaluar la eficacia real de un nuevo fármaco (a veces, de una terapia no farmacológica). Y esto se hace en varias fases. La primera analiza la seguridad del medicamento en cuestión y las dosis y formas en las que es posible administrarlo. En la fase II se evalúa su posible eficacia administrándolo a un grupo reducido de pacientes. Si ésta se da, será aceptable pasar a la fase III en donde se comparará el efecto del medicamento con el de un placebo (si no hay ningún tratamiento adecuado para la enfermedad) o bien con un tratamiento convencional (algo corriente en Oncología). Para obtener un resultado significativo desde el punto de vista estadístico, cada individuo ha de tener la misma probabilidad que otro participante de ser asignado a una de las “ramas” del ensayo (control y experimental), y ni él ni su médico sabrán en cuál de esas ramas se sitúa. Es lo que se conoce como un ensayo randomizado a doble ciego.

El ensayo proporcionará, en caso positivo, una diferencia con significación estadística y con un grado de significación clínica que habrá que ponderar. El fármaco podría ser sometido a aprobación y, en tal caso, pasará a la fase IV, tras la comercialización, en la que podrán vigilarse potenciales efectos secundarios que, por infrecuentes, no hayan sido apreciados antes. Algún fármaco ha debido ser retirado como consecuencia de esa farmacovigilancia (la cerivastatina fue letal en varios casos), una atención siempre necesaria. Muy recientemente, la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios (AEMPS) ha restringido el uso de unos antibióticos, las quinolonas, que han sido ampliamente utilizados durante años.

Cuando se comparan enfermos con sanos, reclutar a éstos no es tarea fácil, si tenemos en cuenta la gran cantidad de ensayos ya en curso y el hecho de que sufrirán molestias y potenciales riesgos.

La cosa cambia cuando se comparan unos enfermos con otros, siendo los de la rama control sometidos a placebo o un tratamiento estándar, si éste existe, y los de la rama experimental los que serán expuestos al fármaco novedoso. La participación ha de ser, obviamente, informada y consentida por personas adultas y, en el caso de niños, por sus padres.

Es importante resaltar que la “ceguera” que supone la ignorancia sobre si se está siendo tratado de modo convencional o con un tratamiento nuevo es esencial para poder hacer un estudio adecuado que proporcione resultados, que siempre serán interesantes e importantes, aunque sean negativos (algo a destacar, teniendo en cuenta que una gran cantidad de estudios "negativos" no son nunca publicados).

Ahora bien, nadie quiere ser ciego a lo que le dan. Cuando a una persona se le plantea la participación en un ensayo clínico, es muy probable que crea que se le va a administrar el nuevo tratamiento y que trate de saberlo de modo indirecto. Y eso es lo que empieza a ocurrir desde que hay redes sociales y constitución de grupos de intereses en ellas. En asociaciones de enfermos que se comunican en Facebook, Twitter o grupos de Whatsapp, es factible percibir que unos tienen unos efectos buenos o malos distintos a los demás miembros del grupo, lo que puede interferir con el ensayo mismo, sea por sospechas que dan al traste con la “ceguera”, sea por abandonos.  Esto es algo de lo que se ha hecho eco la revista Nature. (Agradezco al Prof. Cabezas Cerrato la transmisión de este artículo). 

Es muy humano. Si no hay nada que hacer a priori, ¿Para qué arriesgarse a algo que puede ser perjudicial? A la vez, si no hay nada que hacer a priori, ¿Por qué no arriesgarse y probar algo que puede ser beneficioso? Pero, en este último caso, si se acepta el riesgo, parece sensato "desearlo", es decir, ser integrado en el brazo de prueba del ensayo, ser propiamente “ensayado”.

El altruismo que mira al futuro, a otros que puedan beneficiarse, no parece que pueda sustentar en muchos casos la inquietud personal de pacientes concretos o de familias con un hijo sometido a ensayo y que no saben si está siendo sometido a lo novedoso o al placebo.

Tiene que ser muy doloroso para unos padres intuir que a su hijo lo están tratando con ... nada, por más que entiendan que ese brazo del ensayo, el placebo, es necesario para llegar a saber algo que quizá acabe beneficiando sólo a otros.

Y algo así les puede ocurrir a pacientes con cáncer con una expectativa de vida corta. Creo que muchos pacientes entienden que, si les proponen participar en un ensayo clínico, serán realmente "ensayados" ellos mismos y, en tal caso probablemente sientan que no hay nada que perder.

La participación en un ensayo clínico supone en muchos casos una buena dosis de altruismo, a veces sufrimiento y serios efectos secundarios, un gran desgaste personal y familiar, que contrastan fuertemente con el precio escandaloso que están alcanzando terapias novedosas logradas gracias a esa participación voluntaria (ya tuvimos el lamentable ejemplo del coste abusivo de los nuevos fármacos contra la hepatitis C), y que apuntan a una probable y próxima escisión entre una medicina de ricos y otra de pobres si una política sensata e internacional no lo remedia, pero esto ya es otra historia.