“Can
dementia’s frozen walls be broken so that hearthside warmth of home again is known?”
Daniel
C. Potts.
La
pregunta suele enunciarse así, preguntando por el sentir, por un sentir básico,
primordial, ya que se supone que el saber ha desaparecido o va desapareciendo.
¿Y si no fuera así? ¿Y si el paciente supiera lo esencial? Porque… ¿Qué es
saber lo esencial?
Lo peor
de quien padece Alzheimer no es que olvide, sino que es olvidado por quienes están
o creen estar a su lado, por quienes hemos estado aparentemente a su lado.
La
historia natural de esta demencia es bien conocida. Una vez diagnosticada, es
predecible lo que ocurrirá. Pero es una enfermedad neurológica o psíquica (los
psiquiatras biologicistas aspiran en el fondo a ser neurólogos) y no es
comparable, por ello, a una enfermedad del aparato digestivo o del riñón. Lo
que ocurrirá será sólo marca exterior, visible, del deterioro interno, profundo.
Somos
seres hablantes y la afasia, no poder decir al principio lo que se desea o
hacerlo dando largos rodeos, la dificultad posterior de nombrar incluso a quien
se quiere, apunta a la mortalidad en vida del demente, que está vivo sin vivir,
sin hablar después de haber tenido durante meses un discurso tan estereotipado
como absurdo.
Desde ese
estado es factible, sin embargo, poder gritar… con pinceles. Ese fue el caso de
William Utermohlen, a quien se le diagnosticó Alzheimer a los sesenta y un años. Pintaba antes y
siguió haciéndolo. Se pintó a sí mismo, y la evolución de sus autorretratos mostró
la tragedia oculta. En pinturas sucesivas Utermohlen era dicho por sí mismo,
por lo que quedase de él. Lienzos distintos evocan la única pintura que se
transforma terriblemente, evocando injustamente a Dorian Gray.
¿Qué quiso mostrar Utermohlen? Quizá todo, tal
vez nada. A veces la diferencia entre todo y nada es sutil, incluso cuando nos
referimos a Dios, según sermoneaba el Maestro Eckhart.
Hay quien quizá prefiera, al pintar demente, ignorarse
a sí mismo, fascinándose por una imagen, como le sucedió a Carolus Horn con el puente Rialto de Venecia.
Quien pinta sigue pintando y, ya diagnosticado
de demencia, Willem de Kooning siguió
haciéndolo para delicia de críticos (o mercaderes) de arte e inspiración de un
grupo musical
¿Será
bueno pintar cuando no se puede hablar? Eso es lo que propone el Dr. Potts al comprobar que a su padre demente,
Lester, parecía satisfacerle tal actividad.
Hay
cierta obsesión en ligar la enfermedad psíquica, principalmente la psicosis,
ahora la demencia, a brotes de creatividad. Kay R Jamison, psicótica y psiquiatra, escribió un libro al
respecto, “Touched with Fire”, pero… maldito sea ese fuego.
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