“Nada, sino la conciencia de tu propia debilidad, puede hacerte indulgente y compasivo para la de los demás”.
Fénelon
“Era forastero y me acogisteis”
Mt. 25, 35.
Durante mucho tiempo, el Mediterráneo fue, en la práctica, un lago romano, ámbito de comunicación, de intercambio.
Sabemos que los romanos le llamaban “Mare Nostrum”. Era suyo, aunque esa pertenencia se ligara a la ciudadanía real. Y así ocurrió hasta el desmantelamiento de esa extraordinaria unidad política que fue Roma. Genserico, al frente de sus vándalos, ya anunció con su brutalidad lo que vendría después. Las salvajadas no han cesado de producirse en las aguas mediterráneas.
El Mediterráneo dejó de ser nuestro, dejó de ser de nadie porque todos lo querían y acabó siendo parcelado. En un informe del Parlamento Europeo de 2010 se indica que “Las interacciones entre Estados adyacentes y opuestos en el Mediterráneo y mar Negro dan lugar a 36 contactos fronterizos” (1). No es poca la división. Hasta la insignificante superficie que supone el mar que baña a Gibraltar sigue siendo fuente de fricción cada año entre dos estados supuestamente civilizados como el nuestro y el Reino Unido.
Las fronteras dibujadas en mapas pueden reflejar barreras físicas reales en tierra, sean de tipo geográfico, como las que tanto tiempo supusieron el Rin y el Danubio, sean construcción humana en forma de muros o alambradas. Pero tales límites no pueden organizarse en el mar mismo, excepto en forma de vigilancia. Y así, el mar sigue siendo lugar preferente de huída de lo peor.
Según un informe de la Agencia de la ONU para refugiados (2), en el primer semestre de este año 137.000 refugiados (de ellos, 43.900 sirios) han cruzado el Mediterráneo en condiciones terribles. Muchos otros lo intentaron y perecieron.
La tragedia de Lampedusa en octubre de 2014 impulsó una operación, llamada precisamente “Mare Nostrum”, que recordó que ese mar soportó la vida, la de todos, en tiempos lejanos. A partir de esa iniciativa, se redujeron las muertes de refugiados que atravesaban el Mediterráneo.
Pero no basta con llegar a las costas europeas. A esos seres humanos, a esas familias enteras, les quedan durísimas travesías terrestres a través de fronteras y más fronteras, cruzando alambradas, pasando hambre y sed y recibiendo todo tipo de humillaciones. Lo vemos todos los días en los telediarios y periódicos, en medio de noticias que abarcan desde el pueril discurso político hasta los avatares amorosos de modelos y futbolistas.
Donald J Goldhagen escribió un libro de título significativo, “Peor que la guerra”, centrado en el “eliminacionismo”. Lo construyó antes de esta tragedia, que muy bien podría ser acogida en su estudio. Escribió otro antes, “Los verdugos voluntarios de Hitler”, en el que rechazaba la ignorancia de la mayoría de los alemanes acerca de lo que estaba ocurriendo bajo el régimen nazi. También ahora hay mucha ignorancia, en forma de pasividad. Las aguas del Leteo siguen bebiéndose, la Historia sigue olvidándose.
Quien busca refugio siempre es el otro para alguien. Lo es para quien causa su expulsión. También para quien dice estar dispuesto a acogerlo. Sin embargo, esa alteridad se muestra ahora de un modo especialmente diferente al de otras épocas de la Historia. Se ve como ausencia de diferencia. No sólo los vemos en los telediarios. También los oímos… hablar en inglés. Llamativo sólo hasta que sabemos que un 40% de los sirios son universitarios. Es gente que sabe hablar una “lingua franca” que es desconocida incluso por dirigentes como Rajoy. Hablan con europeos como podríamos, si supiéramos, hablar nosotros, en un idioma común que, si en tiempos fue el latín, ahora es el inglés, no precisamente continental. En esa lengua piden comida para sus hijos, se muestran como lo que son, personas “normales”, como uno de los nuestros, como uno de nosotros, aunque los consideremos extranjeros.
Tienen derecho a ser asilados, aceptados por un sistema político que, junto a EEUU, ha favorecido las condiciones del conflicto que les afecta. ¿Qué piensan al respecto ahora Bush, Aznar y Blair? Los tres hablaban de las armas de destrucción masiva para justificar la guerra de Irak. Pues bien, acabaron teniendo razón; ellos las hicieron aflorar, pero no como esperaban, sino así, como ahora vemos, en forma de guerra perenne, fanática, técnica y cruel.
No cabe esperar mucho de las reuniones de trabajo de quienes dirigen lo que llaman cínicamente Unión Europea. Por eso, tiene mucho valor y sostiene la esperanza la actitud de corporaciones municipales, de entidades humanitarias, de colectivos generosos, de personas dispuestas a ceder habitación en su piso o a ayudar del modo que sea a quien viene con lo puesto.
Frente a la inoperancia del Estado, la ciudad recupera su valor primigenio, el de ciudad - estado, de polis.
Jesús se refirió al “ochavo de la viuda”, más grato a los ojos de Dios que la abundante dádiva farisaica. La posición ética individual es la que, a fin de cuentas, tiene valor. Mucho más que decisiones de alto nivel sobre cuotas y "reasentamientos”, palabra ésta que hace estremecer a uno si recuerda que precedió a la conferencia de Wannsee.
Hay una hermosísima expresión del Talmud que muchos que no somos judíos hemos conocido gracias a la película sobre Oskar Schindler: "Wer auch nur ein einziges Leben rettet, rettet die ganze Welt" ("Quien salva sólo una vida salva al mundo entero”). Esa expresión apunta al valor esencial de lo cualitativo, de lo singular. Basta con poco para salvar al mundo entero, pero hay que hacerlo, porque salvar el mundo supone también la propia salvación.
1) Aguas jurisdiccionales en el Mediterráneo y el Mar Negro. Dirección General de Políticas Interiores. Parlamento Europeo. 2010.
2) The sea route to Europe: The Mediterranean passage in the age of refugees. UNHCR. The UN Refugee Agency. 1 July 2015.
Querido Javier: Esa expresión del Talmud es muy conocida para los que somos judíos, incluso para uno como yo, agnóstico y criado en el más absoluto ateísmo. A veces, como ha sucedido esta horrenda semana, puede decirse también lo contrario: que en ocasiones matar una sola vida puede matar la humanidad. Al menos matar la humanidad que cabría esperar en el contexto de una tragedia como esta. Concuerdo plenamente contigo que si alguna mínima redención nos queda, no debemos esperarla nunca más de la acción política ni de los políticos, ni de las instituciones que los albergan. La iniciativa popular, o individual, ciudadana, barrial, o como queramos llamarla, resulta más eficaz que ninguna otra. Pero no podemos obviar que la catástrofe a la vez supera nuestras capacidad de afrontarla. No alcanzo a vislumbrar cómo se podría gestionar el ingreso de millones de personas a un continente en franca decadencia económica y moral.
ResponderEliminar¿Qué pensarán Bush, Aznar y compañía? No creo que se arrepientan de nada. Esa clase de gente no conoce ese sentimiento. Lo que es seguro, es que las peores armas de destrucción masiva no están escondidas en silos subterráneos. Habitan en el fondo de negro del corazón humano, y una vez más se demuestra con qué facilidad pueden volver a activarse sus mecanismos letales.
Un abrazo,
Gustavo
Querido Gustavo,
EliminarTu lúcido comentario no precisa añadidos por mi parte más allá de la expresión de mi agradecimiento, pues muestra a la perfección el estado de la tragedia colectiva que nos visita. Comparto plenamente lo que dices.
Un abrazo,
Javier
Hola de nuevo, Javier. Intenté ayer darte las gracias por este texto, pero no lo conseguí por incompetencia técnica. Tienes la virtud, aquí y en muchas otras ocasiones, de arrancar un tema bastante contaminado por el impresionismo informativo para devolvérnoslo nuevo, inquietantemente transfigurado. Y no es tal vez la erudición histórica lo que lo renueva, sino la forma inmediata y moral de abordarlo. Es lo que se llamó en un tiempo "liberar la sensación de la opinión". Gracias a ello, la edad de los media se vuelve a mostrar como una nueva edad media sobre la espalda del hombre. Revitalizas una vieja maldición ("Hambruna, peste, matanzas") que nos impide mantenernos encantados de habernos conocido. Y además, lograr que para aliviar ese malestar no baste con ser solidarios a distancia, tecleando el mando a distancia y la manida comodidad numérica. ¿Leíste el viejo texto de H. M. Enzensberger sobre las migraciones? Lo decía en su momento Pascal (cito de memoria): "La verdadera moral comienza por ofender la moralina reinante". Hasta pronto. Ignacio Castro Rey.
ResponderEliminarQuerido Ignacio,
EliminarGracias por tu comentario. Me parece acertadísima tu expresión: "la edad de los media se vuelve a mostrar como una nueva edad media". De Enzensberger sólo leí "El perdedor radical" y el simpático "El diablo de los números". Así pues, queda pendiente el libro le "La gran migración", del que acabo de saber gracias a ti.
La moralina reinante asquea y urge esa verdadera moral, efectivamente. Como señalas, es muy fácil ser solidarios mediante un teclado. La pregunta kantiana "¿qué debo hacer?" retorna, aunque sea sin Kant, aunque sea de otro modo, ante estas catástrofes humanas que no son precisamente naturales.
Un abrazo,
Javier
Javier,
ResponderEliminarenhorabuena de nuevo por este post.
Como Gustavo, no me imagino cómo gestionar el ingreso de todas estas personas en nuestro maltrecho continente, aunque sí estoy seguro de que debe hacerse.
No obstante, creo que no tenemos porqué interpretarlo como una complicación más añadida: ¿quizá la llegada de estos refugiados -de algún modo que ahora todavía no podemos alcanzar a comprender- sea también el principio de la solución de los problemas de nuestro continente?
Un abrazo!
Guillermo
Gracias, Guillermo.
EliminarTenemos una respuesta evangélica a ese "cómo" que planteas, la de las dos moneditas de la viuda (Mc. 12,42)... y ya veremos.
Tu interpretación me parece muy oportuna. Probablemente, lo que parece un problema sea una solución. Llegan muchos que han superado grandes pruebas y que saben mucho de muchas cosas. ¿No sabremos ser ayudados por esa savia nueva en esta vieja Europa? No estamos ante una invasión bárbara, precisamente, sino ante hermanos de una vieja cultura y con la juventud que precisa la reinvención del mundo. Creo, sinceramente, que esta afluencia es un regalo de la Historia... o de Dios.
Un abrazo.
Intuitivamente percibimos que hay un sistema de valores y tratamos de tener éxito en ese sistema. Tener un iphone, visitar el Machu Pichu, adquirir "biografía vital" a través de consumo de experiencias. Nuestra generación le dedica todos sus esfuerzos a esa comunión con los ideales propuestos por el marketing. Otros valores como es el mostrar desaprobación ante dramas humanos como los refugiados son canalizados por los medios sociales en un ejercicio de narcisismo decente completamente estéril. No sigo porque me enveneno.
ResponderEliminarGracias, Esteban.
EliminarHay una serie de libros que van en la onda que indicas: "mil cosas que...hay que ver, leer, visitar, hacer, etc. antes de morir. Así. En plan obligación para esa "biografía vital" a la que aludes. Mil experiencias y bastaría. ¿Para qué? ¿A quién le diremos que hemos cumplido con esos mil deberes a la muerte?
En cuanto al narcisismo mediático, salta a la vista de forma escandalosa como indicas.
Un abrazo.