En cierto modo, ser médico es olvidar. Se trata de un olvido necesario, el de la propia fragilidad, la de cada ser humano. Parece paradójico porque trabajar como médico implica ver esa fragilidad todos los días aunque sea de modo indirecto, pero es algo que acontece a otros, a los pacientes. Mal médico sería el que se contagiara emocionalmente de todas las pérdidas con las que trata, como también lo sería aquél que fuera insensible al dolor ajeno.
Los pacientes son siempre los otros hasta que pasa a serlo uno mismo. En ese caso, el médico pasa al otro lado y precisa recurrir a un compañero, término en triste decadencia. ¿A quién? La respuesta parece fácil: a un buen profesional. Pero no es tan fácil porque la medicina defensiva ha calado en muchos profesionales que, curiosamente, se tratarán de “defender” de alguien que sabe más de Medicina que un paciente no médico.
Es normal que la defensa impregne la actividad médica porque hay pacientes, o familiares de ellos, en quiebra de confianza, y que, “asesorados” por Google tanto en sus dolencias como en las leyes que con ellas se puedan relacionar, no acuden al médico más que para confirmar oficialmente lo que pretenden saber o como trámite mediático para otros fines. También los movimientos asociativos pueden propiciar la querulancia. Y no es menos cierto que, cuando un médico llega a una situación de defensa real, jurídica, se invoque el cumplimiento de protocolos avalados por las llamadas sociedades científicas o la mismísima OMS para ser reconocido como no culpable.
La posición defensiva, lógica en el contexto actual en el que, más que nunca, de medicina todo el mundo opina, afecta también a la relación clínica cuando el paciente es médico. Y, desde esa postura defensiva, garantista, todo lo descartable ha de quedar descartado, evitándose riesgos para uno mismo desde la falsa idea de evitarlos al compañero con quien muchas veces se entabla un diálogo de sordos por supuesto saber, o de frialdad probabilística. “Vamos a curarnos en salud” se dice a veces aunque esa salud se haya ido por el momento. Y así vendrán pruebas y más pruebas con sus falsos positivos y marcas.
No es alguien así quien se precisa, no es un médico-técnico, sino un médico-clínico, con la valentía de sostener la incertidumbre del acto médico, y eso implica investir a quien se elige de un supuesto saber, basado en lo que de él mismo se supone por haberlo conocido, aunque sea superficialmente. Eso implica una relación transferencial, de abandono necesario en el otro. Sin confianza, no hay medicina posible; el efecto placebo es sólo un ejemplo de esa necesidad.
Sólo desde la humildad que acoge la confianza plena se puede hacer la mejor elección. Aun así, la mejor elección puede ser, simplemente, la menos mala pero, en ocasiones, uno tiene la fortuna de ser bien guiado por su instinto y encontrarse un buen médico, de quien se desearía que fuera especialista en todo y, a la vez, generalista, para tenerlo siempre a mano, dotándole de esa inmortalidad e invulnerabilidad con que se veía al médico en la infancia, al omnipotente pediatra.
Es reconfortante saber que en estos tiempos de una medicina industrializada, con sus certificaciones y parafernalias algorítmicas, hay médicos de verdad, y no sólo en lugares en los que se juegan la vida y la pierden como le ocurrió al pediatra de Alepo.También en nuestros hospitales, en nuestros centros de salud, los hay. Quien da con uno de ellos es afortunado, no sólo en el potencial restablecimiento de su salud, pues obviamente se precisa que el médico sepa y mucho de Medicina, sino en algo fundamental y tan olvidado como es el proceso implícito, mediante el acompañamiento, la escucha atenta, la decisión oportuna y la transmisión de sosiego, inherentes a la buena clínica.
Cuando todo eso se recibe, no sólo hay el sentimiento de haber “acertado” en la elección; se afianza además la valoración de la Medicina misma porque ocurre que, a pesar de la distorsión cientificista, la Medicina es una extraña mezcla de saber científico, de experiencia, de intuición, de reconocimiento de ignorancias, que siempre implica relaciones singulares. Ningún estudio multicéntrico, ningún meta-análisis, ningún sistema experto sustituirá jamás al médico, si éste lo es de verdad.
Probablemente ninguno de estos médicos auténticos sentirá la tentación de mostrar su vocación a las cámaras en la pintoresca campaña actual de Roche. Ni falta que le hace. Su vocación, en la que no pensará, es puesta en acto, volcada cada día en sus pacientes. Con eso le basta.
Recordar la fragilidad propia es importante y saber que no se está solo en ella también.
Se dice con frecuencia que mientras hay vida hay esperanza, pero quizá sea más apropiado enunciarlo al revés: hay vida en tanto hay esperanza. Ser médico supone sostener esa esperanza, porque no es concebible una vida sin ella.
¿Esperanza en qué? Muchas veces, simplemente en una pronta curación. Otras, o quizá siempre, en la propia vida, en saber que tiene sentido y que vale la pena abandonarse a sus fuerzas hasta que la dejemos, algo que ocurrirá tarde o temprano; en que vivir es un breve relámpago misterioso en comparación con el tiempo del mundo, pero suficiente para alumbrarlo todo. Si no renunciamos a esa mirada, ya todo quedará dicho, incluso con el silencio, y el mismísimo Universo será enriquecido.
Este post es dedicado a mi amigo el Dr. Alfonso Solar, buen médico y buena persona.
Javier : Da gusto leer tus artículos llenos de sencillez , claridad y de gran facilidad para la argumentación; éste , el de hoy, no es menos.
ResponderEliminarYo, actualmente, tengo una excelente, completísima médica de cabecera, profesionalmente y humanamente, lo hace de maravilla, contacto médico paciente al cien por cien.Lo malo, es que en Agosto o Septiembre se jubila.Antes, pasé ,por otros médicos en que la diferencia con la actual es evidente, principalmente en esa comunicación humana, en ese saber escuchar, en ese saber derivar, en ese clima de " confianza que cura".
Lamentablemente,en esta sociedad competitiva, extresada,en el que el valor humano chirria, es muy difícil para un médico de verdad, mantenerse a flote y poder ser ese médico amigo que todos anhelamos. deseamos y necesitamos.
Un placer, un dia mas leerte y aprender mas cosas.
Apertas moi agarimosas, Javier.
Muchas gracias, querido amigo.
ResponderEliminarSí. Uno quisiera que un médico así, como la profesional a la que aludes, fuera "suyo" siempre, aunque sabemos que todos somos vulnerables y que, por ley de vida, o la muerte o la jubilación nos privan de esa persona imprescindible.
El post, como ves, es dedicado a uno de esos médicos. No le preocupa el curriculum, no le interesa cargo directivo alguno, no se muestra con la menor ostentación. Simplemente sabe y hace de ese saber milagro curativo. Ayuda a la vida. Nada más es necesario para quien vive la Medicina como un saber dedicado, que se da cada día como algo natural.
Él, la tuya, tantos otros, son los que realmente cuentan fuera de ese brillo idiota que tanto atrae a tantos.
Ya sabemos que las modernidad no van por ahí, que hay numerosas influencias del mercado, que hay una competitividad que, a veces, es feroz, que hay trepas, que hay los egregios que salen en la tele o en la radio diciéndonos que el sol es malo para la piel en verano y cosas tan novedosas como esa.
Pero los buenos, como mis amigos Norberto (cirujano), Santiago (oftalmólogo), Pablo (médico de familia), el citado Alfonso (pediatra; bueno, soy joven)... y bastantes más (alguno tristemente fallecido), son los que valen y los que dan valor a algo tan noble como la Medicina.
El placer es mío por tenerte siempre ahí con tu amistad. En cuanto esté plenamente restablecido, trataré de que nos veamos
Un fuerte abrazo.
A veces las cosas que más nos llegan son las más difíciles de decir. Me emociona mucho tu entrada.
ResponderEliminarEsos médicos auténticos de los que hablas son los verdaderamente necesarios, su humildad la llevan puesta y su capacidad de ver al otro no queda cegada por más que les impongan protocolos o deban remitirse a resultados de pruebas (que no pueden ser un exclusivo referente porque cada paciente es distinto).Nadie es infalible pero el paciente suele percibir la forma en que importa, y también sé que cuando un paciente, por motivos diversos, lo percibe más fácilmente, se convierte, para quien tiene otro orden de prioridades, en un paciente incómodo.
Recuerdo hace años unos artículos de periódico sobre “bisturís afilados” que mostraban unos conflictos internos sujetos a cuestiones de poder y mercado de vanidades que nada tienen que ver con esa excelencia del médico, como dices, volcado en sus pacientes.
El cuidado del otro va más allá de una exigencia legal o un virtuosismo técnico, es el reconocimiento de la vulnerabilidad a la que todos estamos expuestos.
Mucho ánimo, Javier, y un abrazo.
Marisa
Gracias, Marisa.
EliminarYo también recuerdo esos artículos a los que te refieres. Efectivamente, tienen más relación con guerras de vanidades que con otra cosa.
La vanidad es humana y todos somos más o menos vanidosos, especialmente en la juventud, pero eso, si se es receptivo, es algo que va curando el tiempo. Con mucha frecuencia, la propia organización de la atención sanitaria favorece precisamente esas guerras, en vez de promover que cada cual dé lo mejor de sí profesionalmente.
Querido Javier: "Vivir es un breve relámpago misterioso en comparación con el tiempo del mundo, pero suficiente para alumbrarlo todo". Esta sola frase tuya nos deja una emoción que vale para varios días. Posee una aire de espiritualidad zen, lo cual me recuerda algo que leí hace poco en una novela: los occidentales sentimos un horror a la muerte. Por supuesto, es perfectamente comprensible que nos aferremos a la vida. Pero es el concepto mismo de la finitud el que quisiéramos excluir, aferrándonos a la utopía de una inmortalidad a cualquier precio. En la época en la que Dios aún servía para algo, la eternidad se aseguraba por medios simbólicos. Hoy, eso ya no nos conforma. La queremos real, almacenada en depósitos de criogenización, o en un backup de varios terabytes. Tal vez todo esto sea algún día parte de la vida cotidiana, y nuestros descendientes cuenten historias de aquel extraño pasado en la que los humanos se morían. Mientras tanto, necesitamos médicos cómo tú, médicos que nos ayuden no solo a curarnos, sino también a aceptar la fragilidad de la vida, y que cuando suene la hora nos acompañen a la barca. En suma, necesitamos médicos que se comprometan a recobrar el sentido originario y fundamental de su función, que no se limita a intervenir en el campo de los órganos, su mecánica y sus fluidos, sino también en la enfermedad como experiencia existencial. Gracias, como siempre, por tu hermosa reflexión semanal.
ResponderEliminarUn abrazo,
Gustavo
Querido Gustavo, muchas gracias por lo que dices.
EliminarEs humano el afán de inmortalidad pero la forma de concebirla es extraordinariamente diversa. Desde quienes pretenden vivir para siempre en la tierra (con el león y el cabrito paciendo juntos) hasta los transhumanistas, volcados a soportes físiscos distintos al cuerpo o con un cuerpo reconstruido. Tanto el literalismo como el cientificismo, que vienen a ser dos extremos de un ansia de permanencia, se alejan de lo propiamente espiritual.
Creo que hay que diferenciar inmortalidad de eternidad. La inmortalidad supondría un aburrimiento insoportable, tan bien descrito por Borges. Al ser seres temporales y finitos, algo así no parece concebible. En cuanto a la eternidad... No sé, no me parece que la religión que quizá haya insistido más en ella, la cristiana, con la resurreción, la identifique a inmortalidad sino más bien a una integración misteriosa en lo Absoluto. Hay quien asume que la eternidad es alcanzable aquí y ahora. Mi ignorancia es total.
Umberto Eco y Carlo María Martini habían sostenido un diálogo en prensa que dio lugar a un libro: "¿En qué creen los que no creen?" Me parece que sería muy oportuna la pregunta alternativa: "¿En qué creen los que creen?", porque en realidad no habría que decir nada para expresar una creencia; no se trata de ortodoxias.
Aludes a la espiritualidad zen. Creo que hay muchos nexos de unión entre las distintas tradiciones espirituales, incluso tan diferentes como la budista con sus ramificaciones y la cristiana (también con las suyas). El joven judío Jesús nos recordó la conveniencia de mirar los lirios del campo. Quizá eso sea lo único importante realmente.
Un abrazo