El 29 de septiembre, Google nos recordaba, con un “doodle”, el 117 aniversario del nacimiento de Ladislao José Biró, el inventor del bolígrafo, que sustituyó en la práctica a las plumas, incluyendo las estilográficas, con un efecto olvidado: la mayor comodidad y rapidez que permitió en la escritura a expensas del cuidado en su forma, en la caligrafía, algo absolutamente obviado por la máquina de escribir, también en aras de la rapidez. Finalmente los teclados electrónicos han facilitado que casi nadie escriba ya a mano y que quienes lo hacían lo vayan olvidando, siendo su escritura cada vez más torpe. El término “manuscrito” fue dejando así de ser literal.
La caligrafía era algo más que mero adorno, suponía un respeto al lector a quien se destinaba el escrito. En nuestros días, olvidada ya esa disciplina, estamos en curso de que se desprecie el otro aspecto esencial de respeto en la comunicación escrita, la ortografía; un respeto al lector y a la propia lengua.
Las prisas por decirnos hacen que cada día digamos menos de nada y lo digamos peor, primando un parloteo escrito lleno de faltas ortográficas a expensas de la comunicación real.
Las manos, que en tiempos adquirían destreza en la escritura y, siendo ésta laboriosa, requerían una reflexión previa a lo que se había de escribir (e incluso el trazado de líneas a lápiz que dirigieran las palabras), se han convertido en apéndices frenéticos de un teclado.
Pero no sólo para escribir tenemos manos. Muchas actividades laborales siguen siendo manuales en sentido literal y muchas manos dan, encallecidas, noble fe de ello. Y otras actividades artísticas también las requieren: tocar un instrumento, dirigir una orquesta, pintar, esculpir…
¿A quién no le gustaría pintar bien? El problema reside en que se requieren dotes y trabajo. No es fácil hacerlo. Pero nos ocurre como sucedió con la escritura, estamos apresurados. Todos hemos de ser capaces de todo (cualquier libro de autoayuda nos lo dirá) y hemos de poder pintar algo hermoso aun cuando nunca hayamos cogido un lápiz. No es extraño, por ello, que desde hace algunos meses, quizá un año, algunas librerías oferten una cantidad considerable de cuadernos de colorear para adultos. Son como los que teníamos de niños pero sin una imagen de guía al lado y con mucho mayor detalle. Los temas son muy diversos aunque agrupables en mandalas, personas, paisajes, patrones geométricos, etc.
Si hay quien dice que hacer casitas juntando bloques de plástico retrasa la aparición de la enfermedad de Alzheimer, ¿por qué no colorear láminas, que seguro ha de ser saludable en general? Ya se sabe, con los lápices nos concentramos en el momento y nos desprendemos de la ansiedad cotidiana coloreando todas las hojas de muchos arbolitos; hasta se invoca a Jung cuando de rellenar mandalas se trata (muy distinto sería hacerlos de verdad, con arena). Es probable que, si combinamos el “mindfulness” con pintar láminas y algo de "coaching", alcancemos definitivamente el nirvana.
No sorprende que abunden ya las webs y "apps" para buscar ávidamente láminas en “pdf” que podrán ser impresas para su coloreado posterior. Incluso podemos prescindir de lápices sustituyéndolos por el coloreado electrónico en “tablets”.
Todo el mundo se prepara para tal avalancha de creatividad terapéutica que, para variar, considera la relajación como la meta esencial a lograr. Dicen que es difícil montar los muebles de Ikea y, quizá para compensar esos disgustos y trabajos, la firma proporciona láminas con las que llenar de colorido los dibujos de sus interesantes elementos.
El Reader’s Digest acertó en su propósito no declarado explícitamente: confundir conocimiento con información. Desde esa óptica, cualquier novela genial puede resumirse al argumento esencial. Ese espíritu es aplicado ya cotidianamente a la lectura compulsiva en el ordenador de titulares de prensa o síntesis de argumentos de novelas o películas, a la transmisión de cualquier tontería por whatsapp, y ahora también al desarrollo de la creatividad oculta, coloreando sin pintar.
No se trata de enaltecer nostálgicamente el pasado, sino sólo lo bueno de él. Parece importante recordar que la comunicación requiere calma, sosiego y silencios, algo que fue en su día facilitado por el modo de escribir. Cualquier manifestación de creatividad artística, sea hacer ganchillo o pintar, requiere esa calma y tesón necesarios sin sucedáneos. Las prisas no son buenas, ni siquiera para relajarse.
Querido Javier: tu nuevo post, partiendo de la invención del casi argentino Biro ( a los argentinos, siempre exagerados, nos gusta decir que la birome, como se la llama allí, es un invento argentino) y tu reflexión sobre la escritura, se asocian a algo que acabo de leer en estos días. Yo, que soy adicto a las estilográficas y escribo casi siempre a mano, me entero en un artículo aparecido en The Guardian, titulado “The sound of 2066”, que el teclado de los ordenadores, teléfonos y tabletas desaparecerá por completo en el plazo de cincuenta años, según un estudio llevado a cabo por lingüistas americanos. Sencillamente nos comunicaremos con los aparatos, incluidos el frigorífico, la cafetera o la lavadora, mediante la voz. La necesidad de escribir irá disminuyendo poco a poco, hasta volverse innecesaria. Allí no acaba la cosa. Dado que las máquinas a su vez poseerán su propia voz, los investigadores advierten sobre los cambios que el lenguaje hablado sufrirá en consecuencia. Por una parte, los distintos acentos de cada región irán desapareciendo, en beneficio de un tono uniforme, una suerte de sonido neutro. Y además, el léxico se reducirá severamente, debido al uso cada vez más instrumental de la palabra. Por supuesto, no le otorgo al artículo demasiado crédito, aunque no me parece improbable que dentro de cincuenta años los sistemas de reconocimiento de la voz humana y la tecnología de voz artificial hayan evolucionado de manera asombrosa, al punto de que nuestra relación con los objetos se vuelva prácticamente oral. La gran incógnita es sin duda cuál será la evolución de la escritura. ¿Perdurará pese a todo? No hay duda de que sufrirá las consecuencias del uso permanente de la palabra hablada como vehículo privilegiado de comunicación. De hecho, ya en la actualidad observamos que los mensajes de voz enviados por Whatsapp se emplean cada vez más, y pronto superarán a los mensajes escritos. Yo sigo fiel a mis cuadernos y mis hermosas plumas. Es un placer al que no estoy dispuesto a renunciar, y dado que poseo una buena colección de instrumentos de escritura, confío que en los próximos años que me quedan podré servirme de ellos aunque dejen de fabricarse. Si los he cuidado mucho hasta ahora, a la vista de las predicciones voy a hacerlo aún más. El lunes encargaré en la papelería de mi barrio una caja con cien biromes.
ResponderEliminarUn abrazo,
Gustavo
Como siempre, Gustavo, enriqueces notabilísimamente cualquier entrada que haga con tus comentarios.
EliminarEn éste te refieres a dos aspectos interesantísimos.
Uno, que podría parecer menor, es el “el sonido” de la escritura, aunque sea nombrado como referencia (el artículo de The Guardian). Eso es algo en lo que me has hecho reparar ahora. Escribir ya casi no hace ruido. La estilográfica lo hace, aunque se requiera silencio para percibirlo. Y bien que lo hacían las máquinas de escribir. Es curioso, eso era un sonido habitual asociado al trabajo, incluso en un hospital, en el que en cada servicio había secretarias escribiendo informes, cartas, etc., a máquina, creando un ruido de fondo que para mí era agradable. Ahora, los teclados del ordenador hacen muy poco ruido y algunos nostálgicos lo han incorporado emulando el de las viejas máquinas, pero ya no es lo mismo, ya no hay que pulsar con cierta fuerza las teclas ni hacer retroceder el cilindro (o como se llamara) tras su aviso característico, ni recambiar las cintas de tinta, etc., etc. Los “móviles” ya son plenamente silenciosos. ¿Es una ganancia ese silencio? Creo que no; ha sido aniquilado por otros ruidos.
Otro de los aspectos, al que dedicas más espacio, es el de la confluencia voz - escritura, con la gran incógnita que apuntas. Esto me parece esencial porque, en caso de ocurrir, cosa probable, creo que tendrá efectos negativos. No todos los avances son beneficiosos y, si perdiéramos la escritura con las manos (usando plumas o teclados) para que dependiera sólo de la voz, es muy probable que sufriéramos merma de inteligencia. Y es que el hecho de escribir facilita el pensamiento y la lectura. Podemos hablar por hablar, lo hacemos todos los días, pero no es lo mismo que cuando queremos que eso sea fruto de reflexión auténtica, algo que es fuertemente favorecido por la escritura. Sabemos que hubo grandes maestros que quizá no escribieron nunca ni lo necesitaron (Sócrates, Jesús, Buda) pero sus palabras fueron transmitidas por textos, mal transmitidas sin duda, pero comunicadas a fin de cuentas a través de escritos que alcanzaron a veces un valor sagrado.
La escritura es lo que da nacimiento a la Historia. Renunciar a ella podría tener efectos dramáticos; podría hacernos retornar intelectualmente a la Prehistoria. Por supuesto, pueden generarse abundantes textos sólo con la voz, pero no es lo mismo. Creo que ya estamos sufriendo esa carencia de reflexión propiciada por las redes sociales (aunque sean bondadosas en muchos aspectos), por internet, que facilita una lectura apresurada, parcial, inconsistente, por los “whatsappeos”…
Y otra gran pérdida vendrá de lo que indicas, la monotonía, el tono único. Ese tono uniforme al que te refieres es gélido aunque se pretenda amable. Lo oímos en aviones, en trenes, en máquinas dispensadoras, en telediarios incluso. Cuando más frío, brutal, me pareció, fue al oírlo en un desfibrilador; hay una persona en parada y las instrucciones se dan con la misma emoción, nula, que la que podría emitir una lavadora.
Podríamos decir que se avecinan malos tiempos para la lírica, pero también para la épica, para la literatura en general y, lo que es peor, para la mente.
Dices que harás acopio de biromes (un amigo me dijo que en Uruguay también se llama así, aunque no reclamen su invención) Me pregunto si existirán aun los tiralíneas habiendo “AutoCAD”. De ser así, me haré con uno, y con tinta china en esos bonitos frasquitos, si así la siguen vendiendo. Serán hermosas reliquias.
Un abrazo,
Javier
A mi Javier lo que me impacta de la "avalancha de creatividad terapéutica" es lo fútil, irrelevante, gratuíto y prescindible de tal esfuerzo. Es un ir a ninguna parte, la única justificación es la de desprendernos de la ansiedad. Falta de propósito. Y todo tiene que ver con las máquinas y de cómo el ser humano pierde relevancia frente a ellas. Los teóricos de la economía proponen un salario universal para que podamos consumir lo que las máquinas producen. La robótica está haciendo que ciertos trabajos ya no valgan la pena. Hablas de la "síntesis de novelas" bueno, ya existe el software para la síntesis de noticias (http://www.xataka.com/robotica-e-ia/el-robot-generador-de-noticias-de-ap-es-un-exito-crean-diez-veces-mas-contenido-que-antes). Dicen que vale para que los periodistas tengan más tiempo para escribir artículos más complejos... lo que hará es que la hora laboral del periodista valga aún menos. Habrá que pagarle a esos periodistas sin trabajo un salario universal para que puedan consumir aquello que ya no pueden producir.
ResponderEliminarMuchas gracias, Esteban.
EliminarDesde luego que es "un ir a ninguna parte".
Puede ser difícil a veces diferenciar la ansiedad normal de la patológica, pero cierta dosis de ansiedad es eso, normal. La inquietud ansiosa puede apuntar a algo importante y descartarlo desde el afán generalizado por la ataraxia puede acabar conduciendo a la estupidez. Por supuesto que es bueno mantener la calma, sosegarse, pero tener como meta sólo la calma misma parece incluso inhumano.
Me parece muy relevante lo que indicas, "consumir lo que las máquinas producen". Ya lo hacemos con los coches, por ejemplo, y la cosa va a más en todos los órdenes. Incluso en el ámbito médico: tenemos máquinas que producen datos, lo que apunta hacia la búsqueda sin fin de la semiología oculta, revelada por imágenes o analíticas... producidas por máquinas. Acabamos teniendo una imagen del cuerpo digital.
Y la comunicación, la real, está en vías de extinción, también gracias a esas máquinas que tienen forma de "móvil".
El avance tecnológico puede ser magnífico, lo es en general, pero corremos el riesgo de supeditar a él nuestras vidas en vez de que sea al revés.
Pero bueno, de momento al menos, tenemos esta oportunidad, la buena, que también nos brinda la tecnología, poder comunicarnos, reflexionar juntos aunque estemos a muchos kilómetros de distancia.
Un abrazo,
Javier
Un placer leer el Bloc y las respuestas. ..la ciencia y la tecnología son imparables incluso para quienes las pusieron en práctica...pero yo pienso que la escritura nunca desaparecerá mientras haya un tizon con que escribir o pintar,dejaríamos de ser "humanos "...o es lo que pretentenden?.
ResponderEliminar(Una mujer que le gustó y le gusta escribir a mano )
El placer es compartido al leer comentarios como el suyo.
EliminarCreo que tendemos a generalizar quizá en exceso. Confío en que, a pesar de los pesares, lo esencial seguirá permaneciendo de algún modo y la escritura forma parte de ello. Difícilmente podrá sustituirse por la voz de modo universal. Por supuesto, hay quien escribe hablando, dictando, pero suele tratarse de gente excepcional.
En cierto modo, ya vivimos algo parecido con los propios soportes de información, de textos, música y películas. Muchos pensaban que el libro electrónico o las tablets acabarían con el libro convencional y no ha sido así; más bien al contrario, proliferan las buenas ediciones en papel.
Poco después de ver que el CD marcaba una nueva época asistimos a su desaparición en dos frentes; por un lado, sustituido por otros sistemas de almacenamiento masivo como los "pendrive" y, por otro, con la resurrección de los "vinilos".
Supongo que el futuro supondrá una mezcla de modos de expresión, de formatos de memoria, etc. Creo que el problema reside esencialmente en que se distorsione en exceso la educación. Lo estamos viendo ahora con el desplazamiento de todo lo que suene a humanístico. A la vez, confío con cierto recelo en que se imponga una sensatez que no nos haga siervos de los avances técnicos.
Muchas gracias por el comentario y un cordial saludo,
Javier.