“Nicodemo le dijo: ¿Cómo puede un hombre
nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su
madre, y nacer?” Jn.3,4.
Vivimos con prisas. Podría decirse más bien que morimos
con prisas, porque la vida humana supone calma y es real cuando implica
eternidad, un encuentro con el Misterio, fuera del tiempo y a la vez en él.
En sus Confesiones, San Agustín decía que “nos has hecho para ti y nuestro corazón está
inquieto hasta que repose en ti”. Pero, ¿qué significa eso? Nada y todo. Nada
porque lo más íntimo, lo que nace del corazón, no es comunicable racionalmente.
Todo quizá precisamente por ello. Tal vez apunte a descansar en lo más Real
que, por serlo, no parece alcanzable a priori, condenándonos al desasosiego
perenne, aunque se mantenga la esperanza.
Con creencia agustiniana en Dios o sin ella, el ser ahí y
sabernos para la muerte desasosiega, angustia. La angustia metafísica y más
especialmente la patológica, a veces coexistiendo y confundiéndose, impelen a
la búsqueda de la paz, de un sentido, aunque se intuya su posible ausencia. El
síntoma paliará la angustia, los ansiolíticos calmarán la ansiedad, pero, si
ésta no asfixia el ansia, será factible iniciar la búsqueda de un saber sobre
nosotros y el mundo, un saber que lo será en la medida en que transforme.
Será así posible emprender el camino hacia algo, a saber bien qué, a pesar de la angustia, con ella incluso como compañera de viaje. Con la ayuda y el lastre que el conocimiento que tengamos supone. Un viaje que implicará el recuerdo preciso para propiciar el olvido de la repetición, de la vieja senda, y tomar el camino conveniente, desconocido, desde la ignorancia esencial, a sabiendas de que será “tan difícil como pasar por el afilado filo de una navaja, así de duro” según nos dice el Katha Upanishad. El evangelio de San Mateo también nos recuerda la dificultad que conlleva la elección vital: “Es estrecha la entrada y angosto el camino que lleva a la vida”. Aceptarlo supone apostar por una fe esencial, por una gran esperanza en la posibilidad de renacer, eso que no entendía el viejo Nicodemo.
Renacer llevará un tiempo propio para cada cual. Un
tiempo de mirada sosegada y sorprendente, de lenta comprensión con destellos de
lucidez, y de conclusión. Una conclusión en la que se acaba viendo lo que
siempre fue visible y de lo que no fuimos conscientes, en la que el propio
corazón se muestra y en la que el velo de Maya se desgarra definitivamente
dejando paso al deseo ya asumible, abriéndonos a la vida, la belleza y el amor.
Y vendrá el dolor, nos golpeará lo absurdo, mantendremos
nostalgias, apegos, síntomas y miedos, nos mantendremos humanos porque los
peores demonios nos acompañarán siempre, pero sabremos mejor qué hacer con su
desagradable compañía. En lo fundamental seremos libres y, como decía Dylan Thomas,
la muerte ya no tendrá el señorío. Estaremos vivos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario