Física y química restringen la forma de los cuerpos, la configuran en su armonía.
Vivimos en un fluido, el aire. Físicamente, estamos acostumbrados a su peso, a la presión que la atmósfera ejerce en cada milímetro cuadrado de nuestra piel, cerrando nuestro organismo como ente individual.
Químicamente, sin el aire nos asfixiaríamos por falta de oxígeno con el que quemar nutrientes y mantenernos en este peculiar estado estacionario fuera de equilibrio que sostiene toda vida, también la nuestra.
Sin el aire no habría voces; tampoco música. El aire transmite el sonido y podría decirse que él mismo se hace sonido (“o son do ar”). Vibraciones sonoras cuya velocidad de transmisióm podemos alcanzar e incluso superar viajando en el propio aire, con aviones. Podemos ser supersónicos, nunca superlumínicos.
El aire mismo suena al moverse, cuando es viento. Y, en soledad, el viento parece preguntar… o responder, que quizá sea lo mismo. Bob Dylan cantaba que “the answer is blowing in the wind”.
El viento canaliza y cataliza los cambios estacionales, llevando con él la vida y la muerte.
Esa cierta integración vieja y nueva con lo que nos envuelve, con ese mundo abarcador, acogedor a veces, hostil otras, sugiere un sentimiento amoroso y el viento puede hacer sentir cierta amistad cósmica; “my friend the wind” nos cantaba Demis Roussos. Una amistad con matices. El viento del norte tiene algo especial, atractivo. Puede evocar la nostalgia de lo amoroso, también de lo letal. “My friend the wind will come from the north, With words of love, she whispers for me”. "She", ella, puede ser la Diosa, la madre divina, la amante eterna, pero también la inquietante Ayesha o la fría Lorelei.
El viento es la mejor metáfora del alma, “ruah”, soplo divino de vida.
“El viento sopla donde quiere, pero no sabes de dónde viene ni dónde va” (Jn.3,8). Eso le dijo Jesús a Nicodemo, que se quedó igual de perplejo tras obtener esa respuesta a su pregunta de cómo podía renacer un hombre viejo.
Nicodemo ignoraba lo más esencial, que el destino asumible es precisamente ese, renacer. El cómo es la gran pregunta y tratar de resolverla es vivir.
Estimado Javier:
ResponderEliminarEste post tuyo ha sido especial para mi; lastima que sea tan breve. Tus consideraciones evocan recuerdos de música gozosa (murmullos del bosque, de R. Wagner, y otros murmullos, aunque sea de otro elemento esencial: el agua). Por eso me he permitido enviárselo a un par de amigos. Uno de ellos hizo inmediatamente unas consideraciones, que te envío, haciéndolas mías. Dice mi amigo: “Un texto muy bonito. Me vienen a la cabeza algunas otras intimidades entre el aire, el viento, el pensamiento y la vida: la palabra "anima", que en latín era tanto el alma como la respiración. Compruebo este dato en la wikipedia, por si me fallaba la memoria, y leo que el término está relacionado con la palabra griega "anemos" o sea, aire ("anemómetro"), y que ambas palabras vienen de una antiquísima raíz indoeuropea; es decir, nuestro espíritu está hecho de aire..,y también, aquello de que las palabras se las lleva el viento, pero no así lo que escribimos: verba volant, scripta manent", tan importante en estos tiempos de dedo fácil sobre el teclado del whatsapp...Aunque mi suegra decía "palabra dita e pedra solta, non ten volta (la cursiva es mía)...”
Por lo demás, ¡que magníficas las canciones de Luar Na Lubre y Bob Dylan!. Todo un regalo.
JCC.
Querido José,
EliminarMe alegra muchísimo tu comentario.
Anima es una hermosa palabra. Cierto materialismo ingenuo ha tratado de desterrarla sin éxito. El alma goza, vibra, duele incluso. No hay peor dolor que el del alma. No hay mayor hundimiento que cuando parece desaparecer por depresión.
No es necesario ser dualista para conservar un término tan valioso. Como bien dices, se relaciona con el aire, con el soplo de vida. Estamos así animados o desanimados. El lenguaje es más sabio que los hablantes y conserva lo esencial, "anima" en este caso.
Quizá por eso a lo que te refieres, a esa raíz antigua entre lo aéreo y lo vital, la música sea espiritual por más que requiera de un órgano sensorial y de regiones cerebrales para ser percibida.
El alma precisa la alegría que canta la música. A veces, basta sólo un relámpago divino ("schöner Götterfunken, Tochter aus Elysium").
Un abrazo,
Javier