"Y hallaréis descanso para vuestras almas" Mt.11,29.
“Oculto en el corazón de las cosas, Tú haces nacer los
brotes de las semillas, las flores de las yemas, y los frutos maduros de las
flores”. Tagore
“Mon Père, Je m'abandonne à toi, fais de moi ce qu'il te
plaira”. Charles de Foucauld.
El Gran Misterio atrae la mirada y suscita el deseo inefable.
Subyacente al hermano sol, a la hermana luna, a la madre tierra, lo Innombrable
puede mostrarse en la belleza y en el desamparo.
La dignidad de la posición atea, la repetición hesicasta, el
silencio budista, el animismo inicial, la pluralidad hinduista, la admiración
perenne, la cristalización mítica en sus variedades y sabiduría, la aspiración
mística, todo esfuerzo humano por saber-se, por saber ser, remiten a lo
esencial, al Ser en que nos nutrimos, movemos y existimos.
La Historia ha recorrido todas las miradas posibles, todas
las ignorancias y alabanzas a lo misterioso constituyente, todo el amor y toda
la maldad que son inherentes a un amplio abanico de creencias.
Un axis mundi parece orientarnos indicándonos que lo único
que podemos saber remite a la distancia, a la carencia, a la falta, al gran estupor que nos
inunda. El saber revela paradójicamente su ausencia. A medida que avanzamos,
más ignorancia vamos contemplando, mayor se hace la sombra. Lo Real se aleja cuando
nos aproximamos a la pretensión de comprenderlo.
El galope de los caballos canta a la vida como lo hacen la
elegancia del cisne, la carrera del guepardo, la lentitud de un caracol o la
majestuosa presencia del roble. Plantas que albergan el rocío, humildes
lagartos de paisajes desérticos… Todas las criaturas remiten al franciscano “laudato
si”. Sin hablar, sólo viviendo. Todas. Todo el tiempo. Antes, ahora y después. Bacterias,
trilobites, anfibios, avispas y enredaderas, hermosas flores y virus letales. En
su aparente integración en el agua de mar, veloces, los delfines parecen
mostrar una sonrisa, la de la vida, una sonrisa infantil, inocente, que nos
evoca el juego alegre, esencial, del río vital que precisa la muerte. Con su
pintura, Franz Marc evocó en su breve vida esa inocencia animal, inmortalizándola.
El rugido del león nos estremece como la agridulce música
del violín. Una gaviota planea, un gorrión roba una miga de pan, una flor dura
un día y, a la vez, permanece así un instante eterno, desde siempre y para
siempre. No hay tiempos para lo eterno.
El mar sugiere el viaje cuyo destino se hace irrelevante.
Nos lo recordó Kavafis en un bello poema en el que Ítaca es sólo una referencia
que nos atrae, pero, al final, no será eso lo importante; sólo el viaje y el
modo en que recibamos sus contingencias.
Los fotones solares excitan electrones en los cloroplastos y
las reducciones de síntesis molecular prosiguen a esa carrera. También sucederá,
de otro modo, con los electrones que fluyen en las mitocondrias. En
construcción incesante y mediante la destrucción de parciales complejidades
surge el bello orden que respeta necesariamente la segunda ley y sostiene la
vida. Flujos electrónicos nos mueven y conmueven y apuntan a la pregunta
esencial ¿Somos eso?, ¿Todo eso? ¿Sólo eso? Y ocurre que sí y mucho más, porque
podemos darnos cuenta del mundo y de nosotros. Tanta belleza no es en vano. El
caos y el cosmos se entrelazan amorosamente. Como sugería François Cheng,
podemos hacer que el mundo sea dicho por nosotros. Nada menos. Podemos hablar,
ser vehículo de la palabra del Universo.
Más fuerte que la muerte es el amor. Más fuerte que la
muerte es la vida. Desde tal asunción cabe la posibilidad del abandono en el
Ser, el duro, difícilísimo y santo abandono, cuando la fragilidad se muestra,
cuando el cansancio nos inunda. Somos como los gorriones y las flores
campestres. A veces no nos lo creemos, pero, sin un cuidado esencial, amoroso, misterioso,
del Ser, no existiríamos.
El abandono, la buena rendición a lo Real cuando no hay otra
posibilidad, apacigua el alma.
Querido Javier: tu reflexión es tan soberbiamente bella, que se funde con la belleza que invocas. Muchas veces, tus reflexiones hacen surgir en mí la pregunta de cómo se explica que la belleza sea cósmica. Por qué hasta el virus que nos mata, posee un diseño tan asombrosamente hermoso. Por qué el sonido del viento de las galaxias suena como una filarmónica. Por qué en la naturaleza nada es de mal gusto, como si un dios se encargase de vigilar que todo se fabrique de manera perfecta.
ResponderEliminarGustavo Dessal
Querido Gustavo,
EliminarTu comentario me honra especialmente y te lo agradezco muchísimo.
Lo que indicas sugiere, en cierto modo, un principio antrópico estético. Ya sé que esto no es científico, pero no es menos cierto que la Ciencia no agota ni agotará el saber sobre el mundo. Parece como si el Universo fuera hecho para ser contemplado como hermoso (no sólo para vivir en él nocsotros, como indicaría el p. antrópico convencional, sea en su forma débil o fuerte).
Un fuerte abrazo,
Javier