Vivimos en el
enigma, el de todos, el de cada uno, que la Ciencia no resolverá, porque sólo
podrá describirlo y establecer relaciones causales incompletas. La Ciencia no
nos dirá propiamente nada sobre el “qué” esencial.
Con cierta
frecuencia surge la pregunta ya clásica de por qué hay algo y no más bien nada.
Hay quien remite la respuesta a Dios; hay quien la resuelve en ecuaciones. Sea
como sea, en ambos casos se viene a decir lo que está escrito en el evangelio de
San Juan, “En el principio existía la Palabra” (Jn.1,1). Como soplo divino o
como expresión matemática de la legalidad física, el Logos será percibido a través del Mito, por más que
se insista en la posibilidad contraria.
Hay otra
pregunta, ¿Qué? ¿Qué es? ¿Qué soy? Puede surgir cuando menos se espera, en la
alegría o en el abatimiento, como angustia o como sosiego. Puede brotar incluso
sin formularse, como respuesta sin palabras, estética y extática. Stefan Zweig se refirió
a un gran momento, un momento de varios días, en el que, yéndole mal las cosas,
tras leer un texto de Charles Jennes, Händel compuso “El Mesías”. Lo dice en su
obra “Momentos estelares de la humanidad” del modo siguiente: “Pero en su alma
entraba a raudales la luz, e inaudible llenaba la estancia la música del Cosmos”.
Luz y música, mirar escuchando.
Muchos átomos
conformaron el cuerpo de Händel, muchos átomos nos sustentan al organizarse de
un modo asombrosamente complejo. Una fracción de ellos se ha forjado en el
corazón de estrellas. Pasó mucho tiempo (¿qué es eso?) antes de que esos átomos
sustentaran la vida. Un instante dura la nuestra y después el polvo estelar que
nos hace posibles quedará como residuo terreno o se incorporará a otros seres.
Y en una fracción de ese instante en el tiempo del mundo que es nuestra biografía
puede producirse el milagro de percibir lo Real, el reconocimiento de la gran
ignorancia ante el Misterio del Ser.
Lo eterno es revelado
y hay quien logra transmitirlo. Zweig, ese gran conocedor del alma humana, nos
muestra a Händel como alguien tocado por la Gracia, a la que sigue como sabe
seguir, escribiendo lo que siente como nadie ha sentido.
La música del
Cosmos puede ser percibida y prolongar la eternidad del instante mucho más allá
de una vida concreta, pudiendo llegar a plasmar la alegría de un fulgor divino instantáneo
y eterno, como celebra la oda de Schiller (“Freude, schöner Götterfunken, Tochter
aus Elysium!”).
Somos seres
hablantes, pero no todo es decible pues la incompletitud nos impregna. Sólo la
música del Cosmos puede compensar la limitación de la palabra para hablar sobre
lo que nos sustenta y para nutrir el alma. Escuchándola podemos ver un nuevo
cielo, una nueva tierra.
¡Enhorabuena Javier!
ResponderEliminarSiempre resulta difícil explicar que la música, aparte de su faceta lúdica, puede llegar a tender muy eficazmente un nexo entre lo divino y lo humano. Creo que bajo la tendencia de explicar la belleza como neurotransmisores y circuitos neuronales, puede haber una profunda inquietud ante semejante experiencia.
Un saludo.
Muchas gracias por tu comentario, Jaime.
EliminarLos neurotransmisores, los circuitos neuronales... explican muy poco y a una escala reducida. Propiamente no dicen nada.
Un abrazo
Javier