Ocurre hasta en
experimentos con partículas elementales. Heisenberg mostró el reino de la
incertidumbre (entre variables conjugadas, como el momento y la posición) en
ese ámbito. Y eso generó una hermenéutica que prosigue, aunque haya quien la
descarte por inútil, viendo en ese extraño mundo cuántico sólo lo que “sirve”,
lo que importa, una herramienta matemática que predice muy bien lo fenoménico,
lo observable. Quedémonos con los hechos y no miremos más allá, viene a decir
una de las interpretaciones o, más bien, una ausencia de interpretación.
En el ámbito
clásico, en el que podemos prescindir de esa extrañeza cuántica, aunque esté en
sus raíces, también topamos con la incertidumbre, aunque sea diferente. Incluso
en sistemas simples, si su evolución es muy sensible a condiciones iniciales,
el comportamiento puede mostrarse como caótico, impredecible. Aunque dependan
de pocas variables, las dinámicas de poblaciones, los cambios meteorológicos,
pueden mostrarse como si fueran fruto del azar. Se habla de un caos clásico. La
aparente belleza de los atractores extraños parece perversa porque alude a lo
que, aun siendo simple, se muestra como impredecible.
Y, si la cantidad
de variables que subyace a algo crece, la cosa se complica. Cada uno de
nosotros es realmente complicado y carece de sentido tratar de mostrar esa
evidencia. Lo somos incluso en el aspecto más mecánico de los órganos. Alguien
está bien y, de repente, cae fulminado, muerto. Otro, llevando una vida sana,
haciendo ejercicio, comiendo productos ecológicos, ajeno al alcohol y tabaco,
es afectado por un cáncer que acabará pronto con su vida. Los buenos consejos
tienen resultado estadístico, pero no pronostican lo individual.
Alguien ingresa
en una UCI. Es un lugar de proximidad a la muerte y, a la vez, de posibilidad
de “revivir”, entiéndase esto como se entienda. Es ahí en donde los algoritmos
basados en métodos de análisis multivariante, como la regresión logística,
pueden “afinar” más a la hora de establecer un pronóstico individual.
La Medicina
establece sus diagnósticos no sólo para instaurar un tratamiento, también para
establecer un pronóstico, por tosco que sea. De hecho, el interés hipocrático parece
haber sido esencialmente predictivo. Pero ese pronóstico, casi siempre intuido
por el médico, a veces solicitado por el paciente o sus familiares, está
siempre sometido a una gran incertidumbre. No suele ocurrir, pero, a veces, muy raramente, se
dan inexplicables regresiones espontáneas de tumores metastásicos. Por el
contrario, en otras ocasiones, alguien que había remontado lo peor fallece por
una complicación que se creía banal. Un niño sano desarrolla en pocos días una
diabetes tipo 1 y otro una leucemia, a la vez que un viejo decrépito “descompensado”,
con todas sus “constantes” alteradas, sigue viviendo años después de que sus
familiares preparasen su entierro.
A medida que el
avance tecno-científico es mayor, mayor se hace también paradójicamente la
dificultad de aceptar la incertidumbre en Medicina. Concebida como ciencia de
causas y efectos, parece inconcebible que tantas veces fracase. Pero el
problema reside precisamente ahí, en que no hay relaciones causales claras.
Incluso cuando se suponen, no siempre se evidencian. Un paciente con un cuadro
infeccioso bacteriano responde a los antibióticos; antes de instaurar el
tratamiento se le han tomado muestras de sangre y de exudados de órganos
afectados para sembrar cultivos microbianos, pero el germen patógeno no crece;
la causa, que está ahí, no se ve. Un infarto, un ictus, enfermedades
degenerativas… ¿Por qué? Sí. Hay una etiopatogenia o, más bien, una patogenia a
secas. No hay propiamente causas sino factores de riesgo; el elemento causal
individual no es reconocible, por más que se muestre en grandes grupos
estadísticos. Fumar y beber es malo, pero no lo parece si sólo nos fijamos en
Churchill. Correr es bueno, pero sabemos que hay quien, al hacerlo, se mata por
evitar morirse.
Cualquier causa
clara no lo es tanto si hacemos como los niños y entramos en una secuencia
inacabable de preguntas sobre lo que la antecede, sobre lo que causa a la
causa. Esa ignorancia facilita que nos movamos siempre en el terreno
probabilístico a la hora del encuentro clínico, un encuentro siempre singular,
de caso por caso. Y, si lo que perturba al organismo es su mente, la ignorancia
se hace mucho mayor.
En la Medicina
actual, tan científica, tan algorítmica, tan moderna que uno se puede hacer
secuenciar su genoma por un precio cada día más bajo, reinan los factores de
riesgo, el enfoque probabilístico, la incertidumbre a fin de cuentas.
El viejo
paternalismo médico, que debe ceder y cede con frecuencia a la autonomía del
paciente, ha ido de la mano lamentablemente en muchos casos de la negación de
la relación transferencial, esa que supone la autoridad médica en el buen
sentido y el respeto a la necesidad real del paciente, caso por caso. Por el
contrario, se fortalece cada día más el carácter defensivo de una medicina de
protocolos y consentimientos informados, que muy poco informan en realidad.
La relación
transferencial requiere una sabia combinación de distancia que objetive, y de
acogida compasiva, de un pathos compartido. Supone la carga de aceptar y llevar
lo mejor que se pueda lo que pertenece al médico, la incertidumbre.
Somos afortunados
los que hemos encontrado, cuando lo precisábamos como pacientes, a médicos así,
a los que pueden soportar el no saber que caracteriza a la Medicina, sin trasladar el enfermo una angustia
añadida.
Muy bueno,gracias!
ResponderEliminarGracias a ti.
EliminarDecía Heisenberg que un físico sólo conoce lo que puede medir; el problema en la actualidad, seguramente por esa dificultad de interpretación filosófica de la teoría cuántica, es que se hace ciencia como si sólo existiese lo que se puede medir. La incertidumbre, respecto a lo que se llamó magnitudes canónicamente conjugadas, supone que el conocimiento no aumenta aunque los instrumentos de medida se hagan más y más precisos; y también, aunque exista la causalidad, para poder predecir el futuro, necesitaríamos conocer el presente y el pasado, y eso es imposible, son más los detalles no generalizables que las teorías generales.
ResponderEliminarCreo que un buen médico es aquel que es capaz de ver a cada paciente en concreto más que a los resultados de pruebas objetivas, pero también creo que eso se da cada vez menos, y no sólo en ese ámbito; los seres humanos ya no importamos en medio de los protocolos, informes y evaluación de los estándares. La carrera por el éxito personal, la burocratización cada vez mayor, y sobre todo, la inadecuación entre el discurso y los hechos, corroen todo el sistema.
Supongo que es a esto a lo que te refieres cuando reivindicas el “caso por caso”, y supongo que con eso y con la relación transferencial también aludes al psicoanálisis; añadiría que hubo quien interpretó el principio de incertidumbre como que lo real sólo existe cuando es analizado, sin embargo a mí me parece que la interpretación es la contraria, lo real existe cuando no lo es. Es un tema muy interesante, como me resultan todos los que tratas.
Un abrazo,
Marisa
Muchas gracias, Marisa, por tu comentario.
EliminarLa M. Cuántica sigue, a pesar de los años transcurridos desde Heisenberg, en esa difícil situación entre la opción por el intento hermenéutico o por el pragmatismo puro y duro a la hora de hablar de lo que tra entre manos. El gran Feynman decía que, si alguien decía haber entendido la M. Cuántica, no sabía de qué hablaba. Algo así.
Un buen médico sería quien sabe Medicina, que sabe sobre lo que no sabe y que se halla ante la extrañeza de que su objeto es sujeto. Quizá en cirugía, el campo operatorio, su dlimitación, facilite una cierta objetivación de lo corpóreo, un cierto olvido, necesario, del alma. Pero, en cualquier caso, siempre estamos ante lo singular de un encuentro, sea cual sea el modo en que se produce.
Nadie está libre del narcisismo, especialmente los jóvenes, y siempre se dio (quizá no sea malo que se siga dando) el afán curricular. El sistema está corroído, como bien indidas, por esa "inadecuación entre el discurso y los hechos".
La relación transferencial es consubstancial al psicoanálisis, pero parece clave en la relación que supone la enseñanza o el acto médico. No basta con una transmisión de conocimientos; uno debe, de algún modo, transmitirse a sí mismo, facilitar ser encontrado y abandonado, en cuerpo y alma, si realmente está vocado a educar o a curar.
Un abrazo.
Javier.