viernes, 2 de noviembre de 2018

Contingencia y significado.




Sucede de repente. Algo verifica una intuición sentida hace poco y reconocida ahora. Puede ser la presencia de alguien, un hallazgo… Lo que nunca ocurrió acontece.

A veces, las desgracias se repiten; se dice, de hecho, que nunca vienen solas. Otras veces, se da el milagro en forma de una enfermedad incurable que, sin embargo, remite.

Cuando menos se espera, lo que no puede ocurrir sucede y se reconoce como traumático.

Queremos saber, como si eso fuera posible. Wir müssen wissen, wir werden wissen”, un deseo, el de Hilbert, convertido en su epitafio por obra y gracia de un extraño joven llamado Gödel.

¿Es casual o causal lo que ocurre? Sabemos que Jung asumía una extraña sincronicidad y Pauli, que era físico, sintonizaba con eso. Como si todo estuviera unido, relacionado. Sí; hay el entrelazamiento cuántico, una realidad no local, pero… ¿nos dice algo eso en el ámbito de lo subjetivo, de lo más propio?

Aparece un nuevo medicamento contra el cáncer. Alguien lo toma y vive unos meses más que otro, pero también hay quien vive menos. Hay muchas variables, demasiadas. Bueno, para eso está la estadística. El contraste de hipótesis nos permitirá asumir o no una relación entre variables, destacándola de efectos aleatorios. Y hallamos “p” e “intervalos de confianza”. Y nos quedamos tranquilos en uno u otro sentido. Vaya, ... Parece que este fármaco es mejor que el placebo… o no.

La intuición cotidiana cruje con el cálculo probabilístico. En una sala de cine a la que asisten 80 personas, la probabilidad de que, al menos, dos de ellas celebren el mismo día de cumpleaños es mayor de 0.9. ¿Quién lo diría? Un médico nos pide una analítica “completa”; la probabilidad de que, al menos, un resultado sea patológico, por sanos que estemos, se acerca también a 0.9.

Alguien viaja en tren y conoce a la mujer de su vida. Se enamoran, tienen hijos, son felices, si de felicidad pudiera hablarse. Otro viaja en ese tren y se enlaza a alguien que lo hará desgraciado. Y lo sabía en el fondo. Uno más viaja todos los días en el mismo tren y aprovecha para leer el periódico o dormitar. Habrá quien tome un solo día ese tren y se mate a consecuencia de un descarrilamiento. No hay relaciones causales… ¿O sí? 

“Está de Dios”, se dice a veces. También hay quien afirma que “casamiento y mortaja, del cielo baja”.

Creemos que controlamos el azar porque, al menos, podemos medir sus efectos, contrastar hipótesis, evaluar si, en el ámbito de la medicina, una significación estadística lo es también clínica. Pero eso nos sitúa en el orden frecuentista, tan alejado del bayesiano. ¿Cuál es la probabilidad de la vida en Marte? ¿Y en un exoplaneta de “zona habitable” en otra galaxia? No hay criterio frecuentista alguno que permita imaginarla, ya no digamos calcularla. 

Queremos más que creemos el propio escepticismo, aunque sepamos que la creencia tiene efectos, que el placebo es uno de sus ejemplos.

Un observador interfiere en el resultado de un experimento de mecánica cuántica, y el caso de la elección diferida lo resalta. Pero también en el ámbito clásico la subjetividad se impone demasiadas veces. O todas. Hablamos, y eso, para bien o para mal, interfiere con la marcha del mundo. Y así, una contingencia será percibida como algo neutro, como un desastre o como una oportunidad. Hablar de buena o mala suerte carece de sentido, a la vez que casi siempre atribuimos sentido a algo aleatorio. Dios, los dioses, los hados, el mal de ojo… alguien lo ha querido. El sentido se confiere al deseo del Otro, que se cumple como destino inexorable.

Einstein decía que Dios no juega a los dados y que habría variables ocultas en la extrañeza cuántica. No fue así y, llamativamente, el experimento que imaginó con Podolsky y Rosen se volvió en su contra. Una extraña mezcla de determinismo matemático y probabilismo físico se incrusta en la ecuación de onda. El gran escéptico Martin Gardner resultó ser creyente en un Dios atento a la oración intercesora, en un Dios que podía elegantemente influir en la parte matemática de esa ecuación de onda; nadie percibiría el truco divino en tal caso. La creencia en Dios sería sostenida o, al menos, factible.

No podemos vivir sin atribución de significado. No sabemos. Todo ocurre por una causa, suponemos. La Ciencia misma se percibe como la búsqueda de relaciones causales. Podrá ser racional o irracional afirmar esto, pero la contingencia, mostrándose causal y no sólo casual en un contexto enraizado en lo mítico, nos saluda, nos reta, permite que hagamos algo con lo novedoso...o que nos hundamos. 

Con mayor o menor acierto, no podemos desprendernos del ámbito simbólico. Y la naturaleza es percibida en él. La Ciencia nos ha ayudado a ver mejor las cosas, pero no puede excluir el valor de la referencia mítica, especialmente cuando ella misma torna en mito cientificista de progreso imparable; no, porque ese mito es demasiado pobre por olvidar a los dioses y a la poesía que los celebra. 

El mito exige y proporciona a la vez el significado. Y tal significado será siempre otorgado, en forma clínica, en modo religioso, como oráculo ambiguo, como criterio filosófico, como sentido o sinsentido. Renunciar al significado supondría asumir que el logos ha enterrado el mito, pero el logos siempre es manifestado simbólicamente, aunque sea en ecuaciones matemáticas, mediante la narración mítica. De no ser así, muchos nos volveríamos locos. 

Ante una ciencia que deviene tantas veces infantiloide, necesitamos el retorno a esa buena infancia que requiere la fantasía de un cuento. Tal vez esa fantasía, que subyace a la ciencia y a la filosofía, sea lo que mejor nos haga intuir lo inaccesible, lo Real.

4 comentarios:

  1. Supongo que conoces ese cuento sufí de “La buena suerte y la mala suerte” que por desgracia, como suele pasar actualmente con las metáforas y las expresiones no unívocas, cada vez se utilizan más para el coach, en interpretaciones del estilo “no hay mal que por bien no venga” que a mí me parecen terribles cuando justifican lo injustificable, o intentan mostrar como aprendizaje un daño evitable e incomprensible.
    Tus post siempre me sugieren muchas cosas y referencias que no caben en un comentario, por ejemplo la relación entre azar y cálculo de probabilidades que, desde mi punto de vista, se niegan mutuamente. Y otros temas más trascendentales; a veces el azar me parece que esconde algo intencional, que está más allá de nuestro conocimiento, aunque sólo sea la intención de hacer tambalear el determinismo que impregna nuestra cultura; y también me parece que, como indicas, es en ese ámbito subjetivo, en el mito y la poesía, donde a veces encontramos su significado, no es fácil porque los sucesos tienden a imponerse sobre los acontecimientos más significativos.
    Como hablas del tren, que de algún modo simboliza el transcurrir espacio-temporal de la vida, te envío estos versos: (…)/y la vida es un cruce de caminos/y hay días con cruz en el almanaque/y hay encuentros en donde se estrecha/el reloj de arena/que nunca se detiene para ti/que no sabes que hay cosas que pasan/que ya no vuelven a pasar./Estaba ahí/yo me detuve/un instante solo y hermoso/en la pequeña estación de ese tren de cercanías/donde apenas hay paradas/preso de alta velocidad que no te frene/y la rutina te marca el destino/y hay encuentros que no tienen agenda/ese mapa sin senda/que nunca te traería a mí/(…).Marisa. t817

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    1. Muchas gracias, Marisa.
      Acabo de leer ese cuento, que no conocía. La expresión "no hay mal que por bien no venga" es realmente terrible. No es extraño que un conocido dictador la usara.
      Hay algo que dices y que me parece especialmente importante, que el azar "esconde algo intencional". Y tanto. En algún otro post ya recogí la expresión de mi admirado François Cheng relativa a que el mundo parece haber esperado al ser humano para ser dicho. Somos polvo estelar. Eones y eones han transcurrido para que, tras la "muerte" de grandes estrellas, la vida tuviera las condiciones suficientes para emerger. Suficientes;¿también necesarias? Monod hablaba de "azar y necesidad". Quizá fuéramos absolutamente necesarios en medio del ruido aleatorio, necesitados curiosamente de ese propio ruido. Un Gran Misterio parece jugar con el azar, aunque Einstein se rebelase contra esa idea de un dios no antropomórfico, extraño. El Misterio no es revelado; se sugiere.
      El cálculo de probabilidades sólo es útil para revelar la relación entre un par de variables, a veces más. Pero no dice nada sobre el azar mismo. En ese sentido, creo acertada tu afirmación de que azar y cálculo se niegan mutuamente.
      Tus versos son muy hermosos y los agradezco especialmente. "Un instante solo y hermoso", dices en uno de ellos. Todo está dicho ahí. Nada más es necesario. Los demás versos realzan ese momento singular, irrepetible... y eterno. Sólo "hay encuentros que no tienen agenda" En este mundo regido por la obsesión métrica, por la planificación, resulta que lo importante simplemente ocurre, sin agendas. Espero y deseo que algún día te animes a publicar tu poesía.
      Un abrazo,
      Javier

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