sábado, 18 de mayo de 2019

Hacerse médico.


Alguien lleno de vida obtiene una alta calificación en selectividad. No sabe bien qué quiere estudiar, qué desea “ser” en la vida. Pero la capacidad sugiere el destino. Ha superado la “nota de corte”. ¿Por qué no matricularse en Medicina? 

Ser médico parece algo bueno. Supone un rol social respetable ya que la salud es lo que se considera más valioso. A la vez, la Medicina actual es algo dinámico, que se nutre cada día del avance tecno-científico, algo apasionante. Además, quién sabe, quizá esa superación de la nota de corte indique en el fondo la existencia de una vocación que aún no se había descubierto.

Una vez tomada la decisión, o más bien una vez que se ha dejado que esa decisión sea tomada, los primeros cursos académicos introducirán a los supuestamente mejores, dada su puntuación, en un saber sobre el cuerpo como máquina química - estructural, con sus células como átomos vitales, lo que incluirá la contemplación directa de cadáveres y el estudio de imágenes proporcionadas por atlas y modernos recursos de internet. Se observarán fragmentos tisulares y también microbios al microscopio, se reconocerá el poder del cálculo matemático estadístico frente a la diversidad biológica, fascinará la historia y perspectivas del estudio de los genes, de esa información que parece determinante. Se ha entrado en la fase preclínica. Más tarde se sabrá del porqué del deterioro que conduce a las enfermedades, sea su causa conocida o no, se sabrá de su tratamiento médico o quirúrgico, de la prevención que incide en factores de riesgo, de técnicas de comunicación, de bioética, e incluso se tendrá como ornamento un saber sobre la propia Historia de la Medicina. 

Tras la obtención del título correspondiente, habrá la preparación para el examen MIR, del que saldrán también seleccionados los mejores en eso, en lo que supone ese examen. Los selectos de los selectos serán los primeros en elegir las especialidades y lugares de formación en ellas.
Después, con tesón, suerte y cierta capacidad social, se podrá acabar trabajando como especialista en la sanidad pública, integrarse en el cuadro médico de un hospital privado, o incluso simultanear ambas tareas. 

Y ya está. Ya se ha empezado, ya se ven pacientes o algo de ellos (muestras de sangre, biopsias, citologías, imágenes..) y se les diagnostica y trata como se debe, diferenciando por edades. Habrá médicos de niños, de adultos parcelados por órganos, aparatos y sistemas, incluso de viejos. Los habrá especializados en acompañar en esas últimas fases de la vida, proporcionando cuidados paliativos, y los que traten de que no sean aun tan últimas, viendo a los pacientes como críticos en las unidades con ese nombre.  

Muchos reconocerán que han acertado, que haberse hecho médicos era lo que realmente querían, que valió la pena el esfuerzo. También habrá quien se considere mal pagado por tanto esfuerzo e incluso existirán los que vean que no querían en realidad lo que parecían querer al principio. Habrá médicos que lo dejen tras la muerte de alguien y se dediquen a otra cosa, los habrá que se depriman, que acaben enfermos, que se hagan hipocondríacos, incluso que tengan brotes psicóticos. Además de satisfacciones, habrá competiciones en la aspiración a un reconocimiento profesional y social, no sólo durante la licenciatura; también para alcanzar una buena puntuación MIR y después para destacar en una carrera que lo parece literalmente y que no se acaba nunca.

En la situación más realista, más actual, moderna y común, un médico se verá a sí mismo como un profesional que sabe de Medicina y reconocerá en el paciente un objeto de estudio a mejorar por una pauta preventiva o terapéutica. Se fijará en lo que de ese cuerpo y alma dice un ordenador, intermediario real ya en cada consulta como fase previa al oráculo definitivo que dictará un algoritmo basado en la inteligencia artificial (en esa fantasía están ya inmersos muchos). 

El médico conservará su bata blanca y, en torno a su cuello, el fonendoscopio, ya no como instrumento sino como símbolo. Y entrará, quiera o no, en un sentido o en el contrario, en la dinámica inducida por las industrias farmacéutica y diagnóstica, siendo esta última la que define claramente qué Medicina ha de hacerse en los hospitales y fuera de ellos. Y se verá afectado por la política sanitaria, con sus restricciones e influencias mediáticas. Contemplará grandes diferencias geográficas, socioeconómicas, ante las que poco o nada podrá hacer.

Y surgirán quizá preguntas, siendo a veces traumática la propia respuesta de que uno se ha equivocado, que jamás tuvo eso que antes se llamaba vocación, que ojalá llegue el momento de jubilarse y dedicarse a viajar o a tocar el piano.

No parece que baste con notas de corte, tampoco con saber mucho de todas las disciplinas médicas, para ser un buen médico. Lo que ocurre con cualquier conocimiento es diferente a lo que acontece a la hora de ejercerlo cuando se trata del saber médico, un contraste que se da precisamente en lo que concierne a las ciencias. En Física hay leyes, los experimentos químicos conducirán a idénticos resultados si las condiciones iniciales y de contorno son las mismas, pero no hay leyes fisicalistas en Medicina, en donde reinan la incertidumbre y la incompletitud como anti-leyes que desasosiegan. Lo describió muy bien Siddhartha Mukherjee en un breve libro, “The Laws of Medicine”. No hay generalización posible ante la singularidad de cada paciente.

Es esa falta de legalidad física, esa generalidad de lo excepcional, lo que condena al fracaso la deriva cientificista de la práctica clínica, sea en forma de médicos obedientes de algoritmos, sea en el modo más radical de autómatas guiados por inteligencia artificial que diagnostiquen y traten.

Ante un paciente, un médico está con una incertidumbre que los años de ejercicio no sólo no eliminarán, sino que la harán más perceptible, algo con lo que contar siempre. Y para soportar eso se requiere temple, humildad, mucho estudio y, sobre todo, vocación de ayuda.

Si se tuviera en cuenta que la Medicina está impregnada de incertidumbre, de incompletitud, de sesgos y excepciones frente a las que plantar cara, tal vez procediera cambiar el plan de estudios. A día de hoy, no se puede ser médico sin saber anatomía, histología, patología médica, farmacología, etc., etc. Pero sí se puede ejercer la Medicina sin haber leído una palabra de la Literatura escrita por médicos o relacionada con ellos. Tolstoi, Mann, Chejov, Kübler Ross, Nuland, van der Meersch, Bulgakov, Waltari, Zweig, Kafka, Berger, Yalom y muchos más, tan heterogéneos, aproximan de modos muy distintos (no hay reglas tampoco ahí) a lo que significa ser médico. 

La Literatura nos acerca a la Medicina real más que la Genómica y la Informática. Y, con ella, la Historia de la Medicina, desde los templos de Asclepio hasta ahora, pasando por lo que hasta muy recientemente ha sido la práctica médica, pura magia pero curativa a veces, tantas como puede inducirse esa movilización interna que se simplifica llamándole efecto placebo. Creemos que hemos pasado claramente al logos también en la clínica, pero el contexto mítico no ha desaparecido en Medicina; sólo ha cambiado haciéndose cientificista y creyente en promesas salvíficas. 

Y no menos importante parece saber a qué se enfrentará uno cuando sea médico, que no será a un problema científico sino a un ser humano que vive, malvive o habita en un lugar, con su esperanza de tiempo o incluso de vida; que no se estará ante algo sino ante alguien que es como es, único en la historia del mundo, por más que su fémur sea indistinguible del de otro y aunque sus moléculas hayan estado en otros cuerpos o en el suelo y el aire. Y por eso será imprescindible el planteamiento filosófico, teniendo en cuenta a Skrabanek, a Illich, a Laín, a Gadamer, a Heidegger, a los grandes clásicos… Y al gran Freud, que, sin ser filósofo, lo parecía, y que reveló lo que, siendo lo más propio, pero sin ser conocido, puede inducir a uno mismo a las grandes elecciones como la que se da al optar por hacerse médico en vez de dedicarse a otra actividad. 

Mucho cambiaría si la selección de futuros médicos no se hiciera en base a notas de corte sino por ellos mismos en un curso basado en la autoselección, tras la contemplación sosegada de cuadros como “The Doctor”, tras la lectura de narrativa relacionada con médicos y enfermos, con la muerte y la historia del morir, tras la visión de lo que ha hecho posible la evolución de la Medicina, sabiendo de los “cazadores de microbios”, de los premios Nobel, de absolutos fracasados e incluso de médicos capaces de lo más terrible si un régimen político lo facilita. 

Todo podría ser algo distinto si en ese primer curso las prácticas no consistieran en disección de cadáveres ni en observaciones histológicas o experimentos bioquímicos, sino en visitas, sólo visitas, a enfermos reales, a niños leucémicos, a autistas, a parapléjicos, a locos, a deprimidos, a jóvenes afectados por cánceres incurables, a moribundos solitarios, a pacientes críticos, a viejos aislados, a los que están siendo intervenidos en un quirófano, a enfermos por adicciones, por miseria, a quienes piden con su mirada la curación imposible. Una práctica de visitas hospitalarias y domiciliarias mostraría de qué va eso que llamamos Medicina, y que se complementaría también con la percepción de sus bondades manifestadas en la curación de enfermedades graves, en niños nacidos gracias a la asistencia médica en partos difíciles, en minusválidos que dejan de serlo... 

Tal vez ese curso imaginado y que considero deseable, fuera propiamente iniciático y sirviera para ver si se será capaz o no de dedicarse a estudiar Medicina, a aprender sin pausa y sin prisa su ciencia y su arte, pues arte seguirá siendo, y así, a saber curar, aliviar o al menos acompañar, a ejercer esa relación transferencial que proporcione serenidad incluso ante lo peor. 

Todo curso precisa maestros y también se necesitarían para ese imaginado período inicial; unos maestros que serían difíciles de encontrar porque suelen ocultarse en su propio trabajo vocacional, como médicos de a pie sin destacar como luminarias. Eso hace que el curso propuesto tenga mucho de utópico, pero hay utopías que vale la pena considerar, cuando, aunque irrealizables, orientan un buen cambio.

Un curso iniciático así serviría para intuir al menos si uno será capaz de ser estudioso constante y, en general, lo suficientemente compasivo para poder realizar de forma cotidiana el acto de amor que la relación clínica real implica, algo que la hace inmune a cualquier sustitución por un sistema algorítmico, por mucha inteligencia artificial en la que se sustente y por bondadoso que se pretenda. 

Es curioso que sea en el otoño profesional cuando puede percibirse este deseo. Si lo expreso, es porque, de haber ocurrido una iniciación como la aquí pretendida para otros, es probable que quien esto escribe no hubiera sido nunca médico. O sí, pero de otra manera.




8 comentarios:

  1. Querido Javier: debemos proteger al médico, noble heredero del brujo tribal, de todo aquello que amenaza su función. Una especie en extinción, como el lince o el urogallo. Van quedando "operadores", técnicos intermediarios entre el paciente y los prodigios de la bioingeniería. El acto clínico, como bien señalas, ha sido desde tiempos inmemoriables algo que procede del amor. Pero por desgracia va dejando de serlo. El amor se extingue a medida que la clínica se encierra en los protocolos y las estadísticas, porque la estandarización de la medicina inevitablemente abandona al enfermo a su suerte, sustituyéndolo por un usuario con perfil digitalizado. Y no es cuestión de repudiar las maravillas de la técnica, sino de hacerlas compatibles con una praxis que ponga en primer plano lo que verdaderamente importa: aunque se trate del organismo, el cuerpo es algo que va acompañado de un ser que formula una demanda a la que no se puede desatender. Esa demanda es, como cualquier otra, una demanda de amor. Durante siglos, los médicos entendieron eso sin necesidad de que el psicoanálisis tuviera que enseñárselos. Ahora es preciso formarlos otra vez, lo cual no es ni más ni menos que recordarles su lugar eminente en la comunidad humana
    Un abrazo,
    Gustavo Dessal.

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    1. Querido Gustavo,
      Muchas gracias por tu comentario.
      Muchas veces parece, como bien dices, que el médico es una especie en extinción. En vez de un meteorito, el agente exterminador toma la forma de protocolos, guías, y todo lo que la técnica, también felizmente, ha ido proporcionando.
      Se trata, en la línea que señalas, de hacer compatible lo noble de una vocación humanista, de servicio, heredera de esa brujería simpática (en el sentido de Frazer),con lo bueno del avance tecno-científico, sin que éste convierta la relación clínica en elemento de un proceso industrial.
      Un abrazo,
      Javier

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  2. Comparto y hago mío el contenido íntegro del artículo. Y muy especialmente su párrafo final, triste conclusión a la que llegué en un comentario recientemente. Gracias.

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    1. Muchas gracias.
      Dudé con respecto a incluir ese párrafo, pero todo el texto fue inspirado por él. Creo que somos muchos los que nos planteamos hasta qué punto acertamos con la elección de hacernos médicos. Ello no obsta para que admiremos a muchos compañeros y amemos la Medicina.
      Un afectuoso saludo,
      Javier

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    2. Un placer. Tengo 71 años y 47 de médico. Mis sensaciones son muy parecidas a las tuyas. Este es mi párrafo:"Una confesión: si yo hubiera sabido que el ejercicio de la medicina iba a conducir a la situación actual no habría estudiado medicina seguramente". Y este el link de mi breve artículo: http://www.homeopatiadrricardoancarola.com/2017/09/la-medicina-como-epica-y-como-libertad.html
      Satisfacción por una solidaridad que consuela. Un abrazo.

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    3. Gracias por tu gentileza. Me veo obligado a recoger el reto que tu enlace y el blog en que se encuadra me plantean. Lo haré honestamente, es decir, asumiendo que tenemos diferencias importantes, pero, sobre todo, grandes coincidencias en lo esencial.
      Creo que hay que diferenciar entre la medicina del médico vocado a ella y la atención sanitaria que la sociedad permite. Entiendo que la sanidad pública universal es un logro y, quizá por serlo, no puede ir exenta del peligro que implica lo funcionarial, el encorsetamiento, el protocolo anulador de libertades.
      Coincido plenamente en que la medicina supone “un espacio de comunicación con el hombre que sufre”, “un plan de vida para el médico”. No es poco, desde luego. Si cada médico lo viera así, trabajase en el ámbito público o privado, como pediatra o neurólogo, las cosas serían mejores. Porque la atención médica requiere eso que defiendes, “dedicar al enfermo todo el tiempo que nosotros deseamos en función de lo que el enfermo necesita”.
      Pero quizá la diferencia mayor se dé en la conclusión final, aunque parezca idéntica. Si lo entiendo bien, parece que en tu caso corresponde a todo lo que conlleva “la situación actual”, que no correspondería a la noble visión que tienes de la Medicina. En el mío obedece a la sensación íntima de posible error personal y lejano, a la hora de tomar la decisión de optar por ella. Claro que, como decía en el post, quizá, en una biografía ficción, volviera a ser médico, pero de un modo distinto.
      Un abrazo.

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    4. Brevemente, cuando digo "la situación actual" me refiero al desconocimiento tan descorazonador de los jóvenes médicos acerca nociones fundamentales. No espero ya que se lea a Laín o a Dostoievski pero estamos en manos de quienes ignoran la condición de sujeto, reemplazándola por la de cerebro. Cuando yo era médico joven tampoco leía esos autores a los que tanto aprecio pero no recuerdo que se hiciera gala de la ignorancia. Esa es la situación actual a la que me refiero. Un saludo afectuoso.

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    5. Queda perfectamente aclarado. Como clara es la confusión sujeto - cerebro.
      Gracias de nuevo.
      Un abrazo

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