La subjetividad
se resiste al estudio científico y permanece más bien como cuestión filosófica
abierta. Eso no implica la postura solipsista. Podemos intuir lo que percibe
otra persona cuando nos dice que ve un color, aunque esa percepción no sea
directamente transferible; a pesar del problema de los “qualia”, podemos
comunicarnos, no como ordenadores, sino como seres que compartimos algo básico
enraizado en la biología y en el mundo de la cultura.
Nuestro centro sigue estando en el corazón, así lo decimos muchas veces, aunque sepamos que es más importante el cerebro. En realidad, es con todo nuestro cuerpo, en él, que nos movemos y somos. El dualismo cartesiano parece resurgir del peor modo, con la relación alma – cerebro (equivalente a la dualidad “software – hardware”), cuando ni siquiera la creencia religiosa lo aceptara nunca (a pesar de lo que se predicara en los púlpitos).
No cabe duda de que el cerebro es importante, pero no basta con abordarlo como se estudia el hígado. Por supuesto, la ciencia revela mucho sobre el funcionamiento de nuestro cerebro, al menos cuando es concebido en forma modular. Ya en 1981, se reconoció con un premio Nobel de Medicina a David H. Hubel y a Torsten N. Wiesel “por sus descubrimientos relativos al proceso de información en el sistema visual”, algo sin duda muy importante para establecer las bases de cómo percibimos el mundo.
No somos muy diferentes en muchas cosas a otros mamíferos, incluyendo el modo de ver, de captar un mundo propio, “das Umwelt”, que, en nuestro caso, supone la inmersión cultural, una relación singular con la alteridad mediada por el lenguaje en sentido amplio.
Los métodos de imagen cerebral funcional y de electroencefalografía con muchos electrodos facilitan una aproximación con mirada de tercera persona, con todas las restricciones que eso conlleva, a lo que puede ocurrir en el cerebro de alguien y así inferir, por ejemplo, si una persona en estado vegetativo está también consciente o no, que no es poco.
Pero la subjetividad, la experiencia real de primera persona parece resistirse a cualquier intento de objetividad científica.
No obstante, la elucidación de los mecanismos de funcionamiento cerebral persiste y, aunque no sea en términos de causalidad, se persiguen correlatos neuronales desde los que tratar de comprender los trastornos mentales, analizar potenciales perturbaciones subyacentes a ellos e incluso relanzar la perspectiva topográfica en una forma moderna de frenología.
Hay una amplia multiplicidad de métodos de estudio neurobiológico, que abarcan desde modelos experimentales como C. elegans hasta el uso de técnicas optogenéticas y de imagen funcional. Los tiempos ya no son lo que eran cuando Crick (que mostró con Watson el modelo del ADN) decidió volcarse en el estudio de la consciencia. Su visión era atea y materialista, y según ella somos lo que experimentamos. Tuvo un discípulo brillante, Christoff Koch, que, en la actualidad dirige los proyectos científicos del Allen Institute for Brain Science.
A diferencia de Crick, Koch permaneció dentro del catolicismo hasta que la lectura de Nietzsche le contagió la idea de que Dios, a quien llamó a gritos algún día en la playa sin resultado, callaba porque no existía; había muerto para Nietzsche y para él. Y no solo Dios. En la misma década también murieron su padre biológico y su padre intelectual, Crick. Y Koch vio así como nunca antes la aproximación del horizonte de mortalidad, algo que muchos llevamos mal.
Hombre ya maduro, cuyos hijos se habían ido de casa a centrarse en sus estudios, cedió ante la tentación biológica, ante la frescura de una joven que contrastaba con la rutina de su hogar y el envejecimiento de su esposa. No son pocos los que pretenden rejuvenecer enamorando a una joven. Confiesa esa aventura, que terminó mal, en un libro publicado en 2012. Y de esa confesión y una entrevista personal se hace eco John Horgan, en su texto “Mind-Body Problems. Science, Subjectivity& Who We Really Are”
Una confesión llamativa en la que muestra su sorpresa por haber dejado inconscientemente, en un lugar bien visible a su esposa, algo que ésta no debiera ver, una prueba de que, a pesar de lo prometido, aún mantenía esa infidelidad. Él mismo se había traicionado. Y recordó a Freud. No lo recordó bien, porque su lectura parece demasiado simplista, lo suficiente como para afirmar que “nuevos avances en neurociencia y tecnología están revelando la neurobiología del inconsciente dinámico que Freud, Janet y otros contemplaron”, algo que contrasta con la realidad, pues parece confundir totalmente lo inconsciente freudiano con lo que no es consciente en aspectos perceptivos y, por otra parte, banales.
Koch se mostró creyente desde la incredulidad. En cierto modo, su apoyo a la teoría de información integrada, iniciada por Tononi, viene a serlo a un monismo peculiar, el panpsiquismo. Una creencia que, no obstante, le permite dirigir a un numeroso grupo bien dotado en recursos materiales para investigar desde las perspectivas más mecanicistas las bases neurobiológicas de la consciencia.
Se tropezó con lo inconsciente del modo más obvio, queriendo lo que creía no querer, “traicionándose” a sí mismo, a su lógica, que no era la descubierta por Freud, aunque este nombre resonara en él. Tuvo la opción de indagar de la buena manera en ese misterio que parece mayor aun que el de la consciencia, aunque ambos vayan ligados, entrelazados de un modo extraño, difuso y confuso.
Se vio ante el reto de indagar qué es eso que uno mismo no sabe de sí mismo y que le induce a vivir de un modo determinado, a seguir un enfoque de investigación, a creer sin creer, a creer creyendo o simplemente a no creer, algo bien difícil.
No lo aceptó y tradujo el inconsciente freudiano a otro mucho más “light”, al que es mucho más llevadero, a ese que Russell, como otros matemáticos, tanto apreciaba porque dejaba que trabajara solo tras el planteamiento concienzudo de un problema y ocurría que ese trabajo inconsciente servía más tarde como destello luminoso la solución buscada.
No será la imagen funcional lo que revele a Koch ni a nadie lo que supone lo inconsciente freudiano, incluso tras habérselo encontrado de frente. De querer indagar en su propio misterio, habría de recurrir a un psicoanalista. Tomó, a pesar de ser un gran científico, la opción errónea para buscar el alma.
La neurobiología tiene el extraordinario valor de indagar en lo que es causa necesaria, aunque no sea suficiente, de lo que somos y podemos llegar a ser, así como de facilitar el desarrollo de una psicofarmacología más adecuada que la tan limitada actualmente y, de paso, mostrarnos la extraordinaria belleza del cerebro. Pero quizá su mayor valor resida en mostrar la limitación al exceso reduccionista y, con ello, la imperiosa necesidad del pensamiento filosófico y del encuentro psicoanalítico.
Nuestro centro sigue estando en el corazón, así lo decimos muchas veces, aunque sepamos que es más importante el cerebro. En realidad, es con todo nuestro cuerpo, en él, que nos movemos y somos. El dualismo cartesiano parece resurgir del peor modo, con la relación alma – cerebro (equivalente a la dualidad “software – hardware”), cuando ni siquiera la creencia religiosa lo aceptara nunca (a pesar de lo que se predicara en los púlpitos).
No cabe duda de que el cerebro es importante, pero no basta con abordarlo como se estudia el hígado. Por supuesto, la ciencia revela mucho sobre el funcionamiento de nuestro cerebro, al menos cuando es concebido en forma modular. Ya en 1981, se reconoció con un premio Nobel de Medicina a David H. Hubel y a Torsten N. Wiesel “por sus descubrimientos relativos al proceso de información en el sistema visual”, algo sin duda muy importante para establecer las bases de cómo percibimos el mundo.
No somos muy diferentes en muchas cosas a otros mamíferos, incluyendo el modo de ver, de captar un mundo propio, “das Umwelt”, que, en nuestro caso, supone la inmersión cultural, una relación singular con la alteridad mediada por el lenguaje en sentido amplio.
Los métodos de imagen cerebral funcional y de electroencefalografía con muchos electrodos facilitan una aproximación con mirada de tercera persona, con todas las restricciones que eso conlleva, a lo que puede ocurrir en el cerebro de alguien y así inferir, por ejemplo, si una persona en estado vegetativo está también consciente o no, que no es poco.
Pero la subjetividad, la experiencia real de primera persona parece resistirse a cualquier intento de objetividad científica.
No obstante, la elucidación de los mecanismos de funcionamiento cerebral persiste y, aunque no sea en términos de causalidad, se persiguen correlatos neuronales desde los que tratar de comprender los trastornos mentales, analizar potenciales perturbaciones subyacentes a ellos e incluso relanzar la perspectiva topográfica en una forma moderna de frenología.
Hay una amplia multiplicidad de métodos de estudio neurobiológico, que abarcan desde modelos experimentales como C. elegans hasta el uso de técnicas optogenéticas y de imagen funcional. Los tiempos ya no son lo que eran cuando Crick (que mostró con Watson el modelo del ADN) decidió volcarse en el estudio de la consciencia. Su visión era atea y materialista, y según ella somos lo que experimentamos. Tuvo un discípulo brillante, Christoff Koch, que, en la actualidad dirige los proyectos científicos del Allen Institute for Brain Science.
A diferencia de Crick, Koch permaneció dentro del catolicismo hasta que la lectura de Nietzsche le contagió la idea de que Dios, a quien llamó a gritos algún día en la playa sin resultado, callaba porque no existía; había muerto para Nietzsche y para él. Y no solo Dios. En la misma década también murieron su padre biológico y su padre intelectual, Crick. Y Koch vio así como nunca antes la aproximación del horizonte de mortalidad, algo que muchos llevamos mal.
Hombre ya maduro, cuyos hijos se habían ido de casa a centrarse en sus estudios, cedió ante la tentación biológica, ante la frescura de una joven que contrastaba con la rutina de su hogar y el envejecimiento de su esposa. No son pocos los que pretenden rejuvenecer enamorando a una joven. Confiesa esa aventura, que terminó mal, en un libro publicado en 2012. Y de esa confesión y una entrevista personal se hace eco John Horgan, en su texto “Mind-Body Problems. Science, Subjectivity& Who We Really Are”
Una confesión llamativa en la que muestra su sorpresa por haber dejado inconscientemente, en un lugar bien visible a su esposa, algo que ésta no debiera ver, una prueba de que, a pesar de lo prometido, aún mantenía esa infidelidad. Él mismo se había traicionado. Y recordó a Freud. No lo recordó bien, porque su lectura parece demasiado simplista, lo suficiente como para afirmar que “nuevos avances en neurociencia y tecnología están revelando la neurobiología del inconsciente dinámico que Freud, Janet y otros contemplaron”, algo que contrasta con la realidad, pues parece confundir totalmente lo inconsciente freudiano con lo que no es consciente en aspectos perceptivos y, por otra parte, banales.
Koch se mostró creyente desde la incredulidad. En cierto modo, su apoyo a la teoría de información integrada, iniciada por Tononi, viene a serlo a un monismo peculiar, el panpsiquismo. Una creencia que, no obstante, le permite dirigir a un numeroso grupo bien dotado en recursos materiales para investigar desde las perspectivas más mecanicistas las bases neurobiológicas de la consciencia.
Se tropezó con lo inconsciente del modo más obvio, queriendo lo que creía no querer, “traicionándose” a sí mismo, a su lógica, que no era la descubierta por Freud, aunque este nombre resonara en él. Tuvo la opción de indagar de la buena manera en ese misterio que parece mayor aun que el de la consciencia, aunque ambos vayan ligados, entrelazados de un modo extraño, difuso y confuso.
Se vio ante el reto de indagar qué es eso que uno mismo no sabe de sí mismo y que le induce a vivir de un modo determinado, a seguir un enfoque de investigación, a creer sin creer, a creer creyendo o simplemente a no creer, algo bien difícil.
No lo aceptó y tradujo el inconsciente freudiano a otro mucho más “light”, al que es mucho más llevadero, a ese que Russell, como otros matemáticos, tanto apreciaba porque dejaba que trabajara solo tras el planteamiento concienzudo de un problema y ocurría que ese trabajo inconsciente servía más tarde como destello luminoso la solución buscada.
No será la imagen funcional lo que revele a Koch ni a nadie lo que supone lo inconsciente freudiano, incluso tras habérselo encontrado de frente. De querer indagar en su propio misterio, habría de recurrir a un psicoanalista. Tomó, a pesar de ser un gran científico, la opción errónea para buscar el alma.
La neurobiología tiene el extraordinario valor de indagar en lo que es causa necesaria, aunque no sea suficiente, de lo que somos y podemos llegar a ser, así como de facilitar el desarrollo de una psicofarmacología más adecuada que la tan limitada actualmente y, de paso, mostrarnos la extraordinaria belleza del cerebro. Pero quizá su mayor valor resida en mostrar la limitación al exceso reduccionista y, con ello, la imperiosa necesidad del pensamiento filosófico y del encuentro psicoanalítico.
Interesantísimo!!! Gracias
ResponderEliminarMuchas gracias a ti, Ana.
EliminarSiempre claro. Científico (de línea dura) y humano a la vez. Comprendes que nosotros, los seres hablantes, si bien habitamos una increíble biología que aún está en gran medida pendiente por ser entendida y descubierta, sabes no ceder a la tentación de que los seres hablantes no somos más que animalitos, una más de las formas de vida biológicas que recorren el globo, y entiendes que somos también otra cosa más que lo biológico. Sabes darle cabida así a la literatura, a la filosofía, al arte, a la poesía, a la historia, a la religión, y a un etcétera que no sabría cómo continuar.
ResponderEliminarY todo ello, grandioso Javier, te esperas en trasmitirlo a la vez sería y modestamente en este, tu blog.
Gracias por ser tan, pero tan humano, y por recordarnos a todos que sí se puede ser científico serio, y humano serio a la vez.
Desde Cali, Colombia, saludos.
Muchas gracias, César, por un comentario tan generoso. Ojalá fuera yo tan serio y humano como dices.
EliminarUn abrazo desde Coruña, España.
TÚ SABIDURÍA NOS HACE RECORDAR O RECONOCER QUE SOMOS (TODOS)VULNERABLES Y MORTALES......!!!!!GRACIAS! !!!!!
EliminarMuchas gracias.
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