Ocurrió de forma
gradual y gracias a la ampliación de la mirada al mundo microscópico.
A día de hoy
parece increíble que una lupa nos revele algo nuevo más allá de facilitarnos
ampliar la imagen de lo observado. Pero una lupa muy pequeña, construida con
una gran precisión por Antoni van Leeuwenhoek, fue el primer microscopio de una sola lente. Con algo tan simple, pero difícil de lograr, descubrió que, en su propio
semen, fluía la vida en forma de pequeños “animálculos”, los espermatozoides.
En 1675 pudo ver protozoos, unidades de vida o “átomos vivos” según les llamó.
Fue acogido por la Royal Society en 1680. También vio bacterias y glóbulos
rojos. Todos sus descubrimientos acabaron dando lugar a los cuatro tomos de los
Arcana Naturae.
El uso de varias
lentes convenientemente ubicadas en un tubo, en el que ya cabría hablar de un
ocular y un objetivo, permitía una visión microscópica más fácil de efectuar,
aunque no consiguiera un poder de resolución claramente superior a la lente de
Leeuwenhoek. Así, con un sistema compuesto construido por Christopher Cook, Robert
Hooke observó el nuevo mundo microscópico. Hermosas imágenes nunca vistas hasta entonces ilustraron su "Micrographia". El corcho fue una de las materias analizadas con ese microscopio,
descubriendo pequeñas cavidades separadas, a las que llamó células. Había
nacido así un nombre que acabó siendo revolucionario en Biología.
La continuidad
reinaba en las ciencias físicas, en donde el atomismo, formulado inicialmente
por Leucipo y Demócrito, y transmitido por Lucrecio, tardaría en imponerse, principalmente
con Boltzmann y Einstein (con su trabajo sobre el movimiento browniano).
Esa continuidad
regía en la concepción de la vida. En Medicina, a pesar de los descubrimientos
anatómicos, (con el texto de Vesalio “De humani corporis fabrica”, publicado en 1543) regía la concepción humoral en conexión con una visión
estructural macroscópica.
Fue en el
laboratorio de Johannes P. Müller, donde el botánico Matthias Jakob Schleiden
conoció al fisiólogo Theodor Schwann. Juntos propusieron la teoría celular. En
1839 aparecía el libro de Schwann, “Mikroskopische Untersuchungen über dieUebereinstimmung in der Struktur und dem Wachsthum der Thiere und Pflanzen”.
Esa teoría tenía
dos postulados esenciales. Uno residía en afirmar que todos los seres vivos
están integrados por células y los productos de éstas. El segundo defendía que
las células son las unidades de estructura y función.
Fue Virchow en
1858 quien, en su “Cellular Pathologie” añadió el tercer postulado, diciendo
que cada célula proviene de otra preexistente (“Omnis cellula e cellula”).
Casi cien años más tarde, en 1953, ese atomismo pasó a ser
definitivamente molecular con la presentación del modelo del ADN de Watson y Crick
.
Hoy sabemos que el término “átomo” no es adecuado porque lo
que así llamamos está formado por electrones y protones, estando estos a su
vez constituidos por quarks. Lo que sea átomo aleja la mirada a las misteriosas
y teóricas “cuerdas”. Pero, a efectos prácticos, el atomismo se refiere al
carácter discreto de nuestro mundo y nuestro cuerpo. La materia no es continua
sino constituida por átomos, la energía está cuantizada, existen teorías que
afirman que no tiene sentido hablar de un espacio-tiempo continuo por debajo de
las dimensiones de Planck. Y la vida también es una armonía de
discontinuidades. Lo discreto subyace a ella.
Una anatomía macroscópica es
entendible a la luz del microscopio, histológicamente, y, mejor aún, como conglomerado
de átomos “menores”, las moléculas y macromoléculas en una danza de complejidad
que no cesa de revelarse en un grado cada vez mayor.
Ocurre que la visión atomística es esencial, pero quizá haya
que establecer niveles pragmáticos de lo que entendemos como “átomo vital”. El
reductivismo actual está obsesionado con la mirada al ADN, una mirada que se
conjuga con la metáfora informática y que plantea el cuerpo como un hardware
codificado por el software de las secuencias de ADN y que soporta el gran
software que supone el código neuronal, tan malamente confundido con el alma.
Un torpe neo-mecanicismo ha cobrado fuerza y el dualismo cuerpo-alma no solo no
desaparece, sino que se ha robustecido del peor modo dando lugar al
probablemente falso problema de la relación mente-cerebro.
Las consecuencias del atomismo molecular han supuesto un
avance científico, pero también, paradójicamente una parálisis. Si los “átomos”
son las moléculas biológicas, los tratamientos serán a su vez moleculares. El
escaso desarrollo de la farmacología, cuyos grandes avances han sido más fruto
del empirismo que de la perspectiva racional, da cuenta del relativo fracaso de
esa visión discreta molecular en todos los ámbitos, desde las crecientes
resistencias bacterianas a antibióticos, hasta las insuficiencias en
tratamientos psiquiátricos u oncológicos.
La ciencia sigue precisando la mirada filosófica para
situarse, para ver con mayor claridad los problemas a los que se enfrenta y no
esperar a que surjan, a pesar del lastre que supone la inmersión investigadora
en “líneas productivas”.
Hay enfoques que facilitan retomar del mejor modo la
mirada hacia el viejo atomismo biológico, el celular. No indaguemos sólo en las
moléculas, sino también en las propias células. Ninguna molécula está viva, las
células sí.
En Oncología, la inmunoterapia es una posibilidad
contemplada desde hace ya bastantes años. Muy recientemente, precisamente el
avance en el conocimiento molecular ha permitido retomar la célula como “átomo”
terapéutico. Los avances habidos en el tratamiento de neoplasias hematológicas
debidas a la proliferación incontrolada de células B han ido de la mano del uso
de otras células, no de fármacos moleculares. Se trata de los ya ampliamente
conocidos linfocitos T-CAR . Son células obtenidas del paciente y modificadas genéticamente de modo que
expresen en su membrana un receptor quimérico dirigido contra un marcador de superficie (el
CD19) que se expresa en las células B (tanto en las normales como en las
neoplásicas). Tras su expansión “in vitro” son reinoculadas al paciente. Los
resultados obtenidos son altamente prometedores y refuerzan la esperanza en un uso de células
modificadas molecularmente en el laboratorio, pero células, al fin y al cabo,
como agentes terapéuticos, desplazando la mirada de una visión molecular
simplista, aunque con cambios moleculares se juegue.
Son pocos proporcionalmente los trabajos dedicados a la
Biología Teórica en contraste con la abundancia de artículos observacionales y
experimentales, que inciden especialmente en el aspecto bioquímico (mucho menos
en el biofísico) de la vida.
Esa concepción teórica se ha nutrido casi calladamente de la
simulación de procesos por ordenador. Es ya muy viejo el “juego de la vida”
presentado por Conway y difundido por Martin Gardner,
y que ha dado lugar a los llamados “autómatas celulares”, una aproximación o
sustitución del cálculo diferencial por elementos discretos que evolucionan en
una pantalla de ordenador. Con ellos, Wolfram ha defendido lo que llama un
nuevo tipo de ciencia.
Es desde el ordenador que ha surgido un trabajo
recientemente publicado en PNAS y que parece revolucionario. Se refiere
a los “biobots”. El objetivo no reside ahí en buscar nuevas moléculas, sino en
hacer un nuevo uso de las células, tomándolas como unidades, como átomos, de
entes biológicos novedosos dirigidos a fines concretos. El objetivo es
topológico; se buscan formas biológicas, pluricelulares y originales destinadas
a distintos fines, como si de micro-robots se tratara.
El trabajo referido
utilizó figuras policúbicas, es decir conteniendo N cubos (voxels) y estando
cada par de voxels conectados por una cara (un voxel es el análogo a un pixel,
pero en tres dimensiones en vez de dos).
En el proceso de simulación, los policubos se sometieron a un algoritmo
evolutivo destinado a promover la diversidad entre figuras, evitando a la vez
la convergencia prematura entre ellas. Se simularon mutaciones que afectaban a
cambios de forma y a dos posibilidades de comportamiento de voxels, pasividad o
contractilidad, así como las características físicas de entorno. Se plantearon
distintos objetivos evolutivos: locomoción, manipulación de objetos, transporte
de ellos y comportamiento colectivo. Los modelos resultantes obtenidos (in
silico) se copiaron en estructuras biológicas utilizando, mediante microcirugía,
agregados de células embrionarias de Xenopus levis, cuyos elementos
contráctiles eran las progenitoras de tejido cardíaco. El trabajo ha sido muy
impactante porque abre vías a nuevos modos de manipulación biológica. Queda por
ver si un aparente exceso de posibilidades futuras relatado al final del
artículo es realista o mera promesa inútil.
El cambio de visión, incluso aunque parezca ir hacia atrás,
puede resultar muy beneficioso. En una época en que la investigación se decanta
en exceso por afanes curriculares y comerciales, con prisas que favorecen las “líneas
productivas” y, a veces, con influencias de conflictos de interés, se echan en
falta más visiones así, originales. El ADN ya ofreció un buen ejemplo. Estudiado
hasta la saciedad como soporte de información genética, Leonard M. Adleman lo
contempló simplemente como molécula informativa general, sentando las bases de una computación molecular en paralelo. Y otros lo
percibieron como elemento de construcción, desde el que se crearon nanotubos de DNA
e incluso simpáticos origamis.
A la vez que hay ausencia de reproducibilidad en muchas
publicaciones, se repite lo peor en investigación, insistiendo en la prisa frente
a la calma, esa que permite ver de otro modo lo mismo, lo que siempre estuvo ahí... esperando a la curiosidad. Una ciencia infantiloide tantas veces precisa recuperar paradójicamente la mirada infantil.
Querido Javier: he leído hace pocos días ese artículo sobre los “biobots”, así como distintas opiniones de científicos y académicos que debaten sobre la validez del estudio. Por supuesto que mi condición de lego en estas materias no me permite sumar mis impresiones personales, pero quiero destacar la importancia de lo que dices al final de tu artículo. ¿Cuál es exactamente la función de la prisa en la ciencia actual? ¿A qué responde? ¿Se ha “contagiado” el método científico de la temporalidad que hoy en día es un rasgo distintivo de la técnica? En mi modesto entender, una parte fundamental de las consecuencias éticas de los descubrimientos que se anuncian a veces de forma prematura dependen de esta función de la prisa. No sé si los intereses económicos alcanzan para explicar este fenómeno. El deseo del científico no puede dejarse de lado. A fin de cuentas, a Antoni van Leeuwenhoek se le ocurrió poner su propio semen bajo la lupa. Alguien tenía que hacerlo por primera vez, sin duda, y es mucho lo que la humanidad debe a esa ocurrencia…
ResponderEliminarUn abrazo,
Gustavo Dessal.
Querido Gustavo,
EliminarLa importancia de esta aproximación basada en simulación por ordenador y copia del resultado "evolutivo" simulado en un grupo de células con topología similar es aparente, pero menos que las posibilidades aplicativas con las que sueñan sus autores. Esas promesas se veían antes en artículos de divulgación, no tanto en artículos científicos (los habitualmente llamados "papers"). Por ejemplo, Watson y Crick solo al final de su artículo incidían en que no se les escapaba la posibilidad de que su modelo se relacionara con la replicación del DNA. Nada más (y nada menos), pero eso era en 1953. Ni Planck ni Einstein apuntaron a promesas; se limitaron a su trabajo científico.
Trato de responder a tu pregunta.
Creo que hay, por un lado, lo que indicas, un contagio del ámbito técnico al científico que, hasta no hace muchos años, desconocía esas prisas.
Por otra parte, la prisa va ligada a una concepción estúpida pero tristemente pragmática de "productividad". Si un grupo de investigación no tiene x publicaciones al año, si el índice h del investigador principal va cayendo porque publica poco... adiós a los fondos que requieren el mantenimiento del grupo y el material instrumental y fungible preciso para trabajar.
El deseo del científico sí que es dejado a un lado y solo podrá satisfacerse una vez alcanzado cierto estrellato (fue así como Crick y Tonegawa se pasaron a la investigación neurobiológica... después de sendos premios Nobel). No estamos en los tiempos de Leibniz, Newton, Gauss, Leeuvenhoek...
Un abrazo,
Javier
Como siempre,Javier,nos sorprendes y asombras. Un viaje al microcosmos, unas crónicas ni de Riddick ni marcianas ni de Narnia. Gracias, Javier! Por abrirnos las puertas al universo de nuestro propio micro y macro universo. El de la ciencia, la tecnología, la innovación, el desarrollo y esa máquina pluscuamperfecta que es el SER HUMANO. Gracias por aportanos y ayudar a comprenderlo y entenderlo. La filmografía y la literarura nos acercan, pero tú nos aproximas y nos acercas mucho más a la realidad.
ResponderEliminarMuchas gracias a ti por tu generoso y estimulante comentario.
EliminarUn abrazo