Chronos ya no sirve. No dice nada y eso facilita que podamos decirnos.
Un virus lo ha realzado y paralizado a la vez, provocando una mirada más próxima a lo esencial. Somos en, con, muchos organismos grandes y pequeños, algunos tan aparentemente insignificantes como los virus. Uno de ellos perturba nuestras células, moviliza recursos que antropomórficamente llamamos defensas y que pueden matarnos o salvarnos.
Y nada está dicho. Y todo es sentido, porque lo sentimos y nos encauza.
Y siendo en, nos sentimos fuera de, a pesar de lo único evidente, que somos con, que sencillamente somos. Sólo nos falta lo que estamos obsesionados en resolver, una respuesta al porqué, tal vez porque la pregunta carezca de sentido.
Y esa extraña situación actual, en el tiempo, que la enfermedad y la muerte de tantos realza, una muerte que a nosotros mismos espera, desbarata el mito del progreso y del propio tiempo lineal, y nos deriva a los viejos y sabios mitos, a los que realzan la ignorancia que el logos pretendió superar.
Heidegger dijo que el lenguaje es la casa del Ser, pero pareció precisar el recurso a un modo de lenguaje que no es sólo el habitual, ni siquiera el filosófico, sino el poético. Hölderlin y Oriente en general han resonado en él.
Y se dice que Parménides afirmó que el Ser Es, que parece una tautología, pero que sólo lo parece. Porque, si somos, no podemos dejar de ser. Ni con la muerte. Podemos asumir, como sensato, que negar eso, la gran castración, parece una insensatez y que, de ser realidad, nos condenaría al gran aburrimiento de la inmortalidad. Pero la inmortalidad sólo es concebible en el insoportable seno de Chronos. Frente a la inaceptable inmortalidad, permanece la frescura esperanzada en la eternidad dinámica del Ser.
Y por eso quizá sea mejor callarse, como sugirió Wittgenstein, o sintonizar, en el mejor de los casos, con Eckhart, o con Silesius ("Die Rose ist ohne Warum”).
Nos hemos alejado de milenios de ignorante sabiduría. Hubo épocas en las que el tiempo era axial, cíclico y no sucesivo, y el lenguaje no utilitario sino sagrado, como significa el término “jeroglífico”. Una sabiduría en la que se asumía como natural que la hija divina era, a la vez, madre del mismo dios generador, que cada día el nacimiento seguía a la muerte.
La gran aporía católica, el absurdo de María como madre de Dios, nos remite a la antigua belleza egipcia, al misterio del sinsentido, porque sólo sin sentido podemos acoger, en ignorancia asombrada, la belleza del Misterio.
Fuera del ciclo, despreciado Aión, dejamos de ser. Jesús trató de convencer al viejo Nicodemo de la necesidad de nacer de nuevo, de otro modo, pero nacer a fin de cuentas. El ciclo posible le fue presentado a un viejo de pensamiento lineal.
Esa es la gran esperanza, la del vaciamiento de todo resto de supuesto saber y el abandono en el reconocimiento de la ignorancia, la que nos entronca con los árboles y los animales, la que nos reduce, en la buena y misteriosa manera, a lo que hemos sido, una simple célula. Una ignorancia que, a la vez, quizá por ello, nos acerca al Ser, divinizándonos por hacernos humanos.
Divinizándonos por hacernos humanos. Me quedo con esta frase. A veces, amigo Javier, demasiado humanos, y esto no sé si es realmente bueno. Un abrazo. Fidel
ResponderEliminarQuerido Fidel,
EliminarMuchas gracias por tus palabras.
No, no es realmente bueno que a veces uno sea "demasiado humano".
Un abrazo,
Javier
El sinsentido de la vida es inherente al ser humano, al que sabe, al que no quiere saber y al que ignora. Somos el único organismo vivo (posiblemente) que se cuestiona a sí mismo y lo que le rodea. La inteligencia, la necedad o la simple ignorancia tienen un enemigo común: la información.
ResponderEliminarComo ciudadanos, todo lo que teníamos que aprender de este coronavirus lo hicimos en los meses de confinamiento: que había que protegerse y proteger a los demás, que no se trataba de un coronavirus pasajero, que desvelaba un mensaje claro de los fallos del sistema que edificamos para vivir. Toda la información posterior se limita, en esencia, a un baile de cifras que no aporta nada nuevo salvo confusión, frustración, agotamiento y daño psíquico y que en todos los países (salvo excepciones por motivos diversos: China y la disciplina marcada por un gobierno autoritario y, quizás, un sentido de comunidad en el que el individuo está habituado a actuar por el bien común; o Nueva Zelanda, ejemplo de disciplina común a la que se une su condición de isla) han cometido errores en lo que se dio en llamar “desescalada”, que no es otra cosa que intentar un equilibrio imposible entre la prioridad por salvar vidas o la economía. Errores que, sin duda, sabemos que se volverán a cometer ad infinitum.
En este punto, grandes organismos como la UE, el FMI o el Banco Central Europeo han demostrado una ineficacia perversa: su reacción ante la anterior crisis financiera tuvo una respuesta casi inmediata a la hora de salvar la banca, la bolsa. Mi conocimiento de economía es muy escaso o nulo, pero, como creo que le sucede a la mayoría de las personas, no entiendo la diferencia entre la unanimidad de los gobiernos en el uso de todos los medios destinados a “salvar” la macroeconomía y la tibieza de los mismos cuando se trata de “no dejar que nadie se quede atrás” (frase repetida hasta la saciedad de forma vergonzosa y vergonzante).
Somos lo que somos. Es una tautología, pero todos sabemos lo que quiere decir y todos (los inteligentes, los necios y los ignorantes) sabemos que es la respuesta a la mayoría de las preguntas que hoy nos hacemos sobre el presente. Y no nos confundamos: no tiene nada que ver con decir que tenemos lo que nos merecemos.
Muchas gracias por tu comentario.
EliminarDestaco en él ese enemigo común a lo que parece tan dispar: la información. Un conjunto de datos no nos salvará.
Un abrazo
Javier
Querido Javier: creo que existen al menos dos formas de ignorancia. Una es la que tú rescatas, la que preserva el misterio del ser, la que resiste al cautiverio de un saber que, al menos en esta época, ha dejado bien claro su infatuación. Tanta sabiduría, tanta tecnología, tanto de tanto, y un demonio microscópico nos aniquila, paraliza el mundo, nos deja en el desamparo absoluto o -lo que es peor- en manos de los que se ponen a la tarea de salvarnos.
ResponderEliminarPero hay otra forma de ignorancia, la que se aferra a la necedad, al odio al saber, un saber que se deprecia y se pisotea porque hace peligrar las creencias que sirven para aplastar la curiosidad, la disidencia, el deseo, en definitiva, la vida.
En síntesis, no es lo mismo la docta ignorancia que invita a la curiosidad, que anima la invención, que obliga a despertarnos del mundo que conocemos para enfrentarnos a lo nuevo, que aquella ignorancia rancia, servil, propia de almas derrotadas desde el principio y que eligen cerrar los ojos y taparse los oídos. “Tienen ojos para no ver, y oídos para no escuchar” se dice en uno de los Evangelios. La ignorancia puede desgraciarnos, o por el contrario conferirnos la humildad necesaria para salir de nuestro letargo.
Un gran abrazo, como siempre.
Gustavo Dessal.
Querido Gustavo,
EliminarTotalmente de acuerdo con lo que dices. Me centré exclusivamente en la ignorancia inherente a la soberbia de un conocimiento que no estas sino más bien un saber de datos, técnico, especializado, una visión que, pretendiendo el pragmatismo, llega a ignorar lo que puede serlo crudamente, como este virus. Como bien dices, el desamparo no nos lo muestra tanto el propio virus como nuestros “salvadores”.
Desde luego que hay otra forma de ignorancia, rancia y servil, alejada de la curiosidad que remite a la docta ignorancia. Aunque Machado aludió en un poema a Castilla, creo que es muy generalizada la posición de quien “desprecia cuanto ignora”.
Tu comentario ha aclarado, con la sencillez que te caracteriza, algo que era necesario. Sin él, la entrada estaba truncada, precisamente por no contrastar los dos tipos de ignorancia.
Un abrazo
Javier
Corrijo algo de la primera línea: ... que no es tal sino...
Eliminar