martes, 3 de agosto de 2021

Necesidad de saber y pasión de ignorancia.

 

Imagen de Pixabay

 

 

    In der Mathematik gibt es kein “Ignorabimus”
David Hilbert.


    Sabemos que el gran Hilbert se equivocó, aunque muy pocos (me excluyo) puedan ver de forma realmente clara por qué. Una ignorancia esencial subsiste y subsistirá en el ámbito menos sensible a albergarla. No habrá nunca la completitud soñada, ni siquiera en Matemáticas.

     Gödel demostró que cualquier sistema consistente de la lógica formal que fuera lo bastante potente como para formular en él enunciados acerca de la teoría de números (aritmética) ha de contener enunciados verdaderos que no pueden ser demostrados.

     Ignoramos e ignoraremos siempre. Y, si eso ocurre en el ámbito matemático, ¿qué no sucederá en el de la vida?

     Y, siendo así, persiste de modo poderoso, asumible, otra de las expresiones de Hilbert, la que se llevó a su tumba en Göttingen como epitafio, “Wir müssen wissen, wir werden wissen”. La necesidad de saber se hace deber, magnífica obligación humana, aunque el futuro de esa expresión no sea del todo alcanzable. “Ignoramus” y, por más que nos devanemos los sesos y se desarrolle nuestra tecno-ciencia, “ignorabimus”… siempre.

     El misterio del mundo se nos escapa. Y siempre se nos alejará.

     Y ni siquiera es preciso mirar las estrellas o centrarse en la contemplación de la danza subatómica. Basta con vernos, con situarnos, albergados en una región minúscula del espacio-tiempo. Podemos incluso, desde nuestra perspectiva cotidiana que, naturalmente, es clásica (incluso aunque los fundamentos de la consciencia no lo fueran, algo que desconocemos), separar lo espacial, como contexto, de lo que nos hace seres temporales.

     Lo biológico y lo biográfico se interprenetran y es ahí donde surgen, cuando surgen, las grandes cuestiones, que lo son porque son de vida y muerte, de sentido y sinsentido, propias de cada cual y, a la vez, de todos, aunque no todos se las formulen. Y es ahí donde topamos con la ignorancia esencial, con ese no saber qué decir ante la gran cuestión, tan concreta, tan singular, ¿Por qué esto, un organismo muy complejo en términos moleculares, pero casi idéntico a tantos otros, se reconoce como un yo, por qué un algo biológico pasa a concebirse a sí mismo como un alguien? 

     Por su propia naturaleza, la Ciencia no puede responder de modo completo a ese tipo de pregunta. La Historia de la Filosofía puede ayudarnos a concretar las preguntas, el Psicoanálisis puede aclarar hasta qué punto yo no soy precisamente yo, no al menos como ser plenamente consciente. Pero, sea como sea, tomemos los asideros que tomemos, los grandes interrogantes que suscita la vida permanecen.

     Podríamos, en plena ingenuidad, aspirar a la ignorancia socrática, llegar a saber que no sabemos, aspirar a una falsa humildad, pero no basta, porque ocurre que, por el mero hecho de vivir aquí y ahora, sabemos algo, muy poco, pero algo que puede interferir en mayor o menor grado con la posibilidad virginal de una docta ignorancia. Ese saber, aunque sea residual, elemental, soporta de hecho, incluso, la terrible pasión de ignorancia, esa que se cierra a la apertura trágica y, a la vez, luminosa.

     De las célebres preguntas kantianas, quizá la relevante no sea qué puedo saber, sino qué debo hacer, entendiendo, eso sí, el deber como impulso más que como obligación, como tarea amorosa sin atender a la tercera pregunta de Kant, pues basta con hacer sin esperar, aunque esperemos.

     Es lo amoroso como eros, el conocimiento como episteme, lo que subyace a lo ético de modo auténtico. Y eso supone asumir la soledad, la desaparición de los dioses, aunque en Dios mismo se espere, porque Dios sólo puede ser reconocible en el desapego y en la coherencia trágica, esa que no excluye la decrepitud, el absurdo y la muerte, salpicada por instantes numinosos de sentido, de unión, a veces, por gracia divina, mística.

4 comentarios:

  1. Querido Javier: aunque esta distinción es muy elemental y exigiría desarrollos y matices, me parece que existen dos grandes posiciones: una, la que considera el no saber como un déficit transitorio, o que al menos debería serlo. Otra, según la cual el no saber no se confunde con la ignorancia pasajera, el enigma que pronto y por fin habrá de ser descifrado con el tiempo, sino un vacío a partir del cual lo humano, lo creador, lo ético que aún subsiste, nos permite resistir a los intentos cada vez más decididos por la traducir la vida en algo calculable y por lo tanto previsible.
    Gracias por tu bella reflexión.
    Gustavo Dessal

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    1. Querido Gustavo,
      Agradezco mucho tu comentario, especialmente por haberme metido yo, en esta entrada, en un terreno un tanto pantanoso al invocar la pasión de ignorancia. Quizá sea el mío un modo inconsciente de solicitar aclaraciones como la tuya en aquello que simplemente percibo, pero sin poder desarrollar suficientemente.
      Coincido plenamente con lo que expresas con tanta claridad. Esa ética a la que aludes, que siempre fue necesaria, parece serlo hoy más que nunca. Es ese vacío al que te refieres el que subyace efectivamente a la gran aventura humana. Lo has explicado a la perfección
      Un fuerte abrazo
      Javier

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  2. “Atrévete a saber”, nos dijo Horacio, y Kant empleó la misma respuesta a la pregunta “¿qué es la Ilustración? Si aplicásemos ese lema a nuestra vida cotidiana daríamos, esta vez sí, un gran paso para la humanidad. Quizá sólo sea una percepción pesimista alimentada por esta posmodernidad con la que nos vestimos para salir a la calle, pero cada día un nuevo afluente de ignorancia (no exenta de cierta autocomplacencia) enturbia el “Nilo” de la sabiduría. “Cerca del Leteo”, del olvido, es un ejemplo de esfuerzo dedicado a la purificación de esa turbidez.
    Estos últimos días, buscando un halo de lucidez entre el marasmo, me dedico a leer una recopilación de artículos de Montalbán publicados en diversos periódicos y que abarcan los años de transición en nuestro país y otros acontecimientos más allá de nuestras fronteras (¡qué fatídica palabra!) y en cada uno de ellos compruebo la facilidad con la que el olvido se apodera de la memoria y carcome los cimientos de una actualidad que se sostiene ineluctablemente sobre columnas virtuales.
    Junto a esos artículos, leo a Marsé y la poesía de Margarit. Tres catalanes. Y me callo el agotamiento que me produce el empobrecimiento de la actualidad.
    No sé hasta qué punto es necesaria una Teoría del Todo. Prefiero el mandato de Horacio. Como titulaba Ángel González uno de sus poemas: “Me basta así”.
    Gracias una vez más por este texto lúcido (con un apreciable lirismo), Javier.

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    1. Agradezco mucho tu comentario. Estimula fuertemente una reflexión que inicio por el final del mismo.
      Tu interrogante sobre necesidad de “una Teoría del Todo” es muy pertinente. Más que una, parece haber varias en curso, pero es igual. Quizá Brian Greene sea uno de los que mejor han divulgado lo que parece no divulgable en absoluto. Aun en el supuesto de que se consiguiera (llevamos ya unos cuantos años con la historia de las cuerdas), sería propiamente una teoría de muy poco, aunque muy importante. Tenemos ya ejemplos; la relatividad y la m.cuántica, enormemente relevantes, tienen sus ámbitos y, por el momento, no han llegado a conciliarse. La química sería reducible a la física (una cierta unificación), pero no es pragmático en absoluto hacer tal cosa con carácter general. La pretensión de hacer de la Biología una Bioquímica sigue tristemente vigente. También, de esa teoría del todo no podría o no sería pragmático en absoluto la deducción de todo lo demás, por lo que sería más bien una teoría física, importantísima, pero de un ámbito científico muy limitado, no propiamente de “Todo”. En su búsqueda percibo un esfuerzo metafísico disfrazado de física.
      Te refieres al olvido. Tenemos un serio problema con eso. Asistimos al espectáculo de mucha gente viviendo un “presentismo” que alcanza cotas ridículas. Y que tendrá consecuencias, las tiene ya de hecho (que en el gobierno alguien haya defendido el uso del término “matria” ya indica su respeto a la Historia). La semana pasada leí la biografía de Machado hecha por Hugh Thomas; otros tiempos, menos modernos, proclives a lo peor, como fue una guerra civil, pero en los que la cultura tenía su valor.
      Ese presentismo, al que asistimos de un modo cada vez más crudo, supone un desprecio a los mayores, algunos muertos (tu ejemplo de la Transición es muy claro), a la Historia en general, pero también a uno mismo, con el paso de ese oxímoron llamado realidad virtual a una realidad bien real y paupérrima en algo tan esencial como es el conocimiento, brillando un analfabetismo realzado por el narcisismo más vulgar (a veces, letal, como en tanto imbécil merecedor del premio Darwin).
      Agradezco también tu consideración sobre el título de este blog. Fue elegido por razón biográfica, ya que percibo una cierta aproximación personal a ese río, aunque no tengo la menor prisa por beber sus aguas.
      Un abrazo
      Javier

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