lunes, 13 de febrero de 2023

Terremotos. Movimiento y conmoción.

 

Imagen tomada de "La Voz de Galicia"


    Las placas tectónicas van a su ritmo, los constructores de casas al suyo.


    Se anuncia desde hace años el nuevo terremoto que sufrirá la ciudad de San Francisco. Probablemente, en caso de ocurrir, no sea tan destructivo como lo que aconteció hace pocos días en Turquía y en Siria.


    Lo que vemos en los telediarios es impresionante. Edificios que se derrumban como si su demolición hubiera sido pautada, como castillos de naipes, con gente dentro, llevando vida normal, como la nuestra. Miles de muertos. Horrible. Y lejano. Parece que lo terrible se neutraliza con la lejanía, por ridícula que ésta sea en ese punto azul en el cielo que llamamos, con Carl Sagan, Tierra.


    Y, a la vez, una gran luz nos alumbra. Es la de gestos humanos, sencillos, simples, incluso podríamos decir que “naturales”. Enfermeras que abandonan su puesto de control, pero que no lo hacen para escapar de la debacle que supondría su posible muerte inminente, sino para salvar la vida de quienes aún son tan inconscientes como inmaduros biológicamente hablando, niños en incubadoras. ¿Cuánto “vale” un bebé?


    La zona sísmica se ve ahora, en la televisión, como algo de un país ajeno, extraño (qué horrible es la palabra “extranjero”). Pero no lo es tanto. Tenemos compatriotas allí, a donde han acudido para jugarse el tipo por salvar la vida de desconocidos. No buscan grandes ni pequeñas glorias, no tienen seguramente más de una decena de “likes” en redes sociales (quienes las usen), “instagrames” y demás historias de seguidores. Podríamos decir que es normal, que eso va incluido en su sueldo, y seríamos solemnemente estúpidos si nos atreviéramos a semejante despropósito, porque su heroicidad no es, no puede ser, mercantil, sino, quién lo diría, natural, vocacional, inscrita en su propia madera de buena gente.


    Yo no sé qué sentirían quienes han rescatado personas, algunos a niños muy pequeños, de esa masacre. Pero están justificados. Hagan lo que hagan o lleven la vida más normal del mundo a partir de ahora, salvando a indefensos se han salvado a sí mismos, parece que se han justificado sobradamente. No sé el nombre de ninguna de esas personas, hombres y mujeres que me han servido de espejo tan crudamente humano. Y tú… ¿Qué has hecho que valga realmente la pena? ¿Hay otra cosa, que no sean los otros, que te haya desviado la atención egocéntrica? Es eso lo que, sin querer, sin necesitar ellos saberlo, preguntan sin preguntar. La respuesta siempre parece pobre, burda.


    Vida y muerte van unidas, íntimamente. Y no hay mejor vida que la que se da por otros, ya nos lo dijo Jesús, ni mejor muerte que la tragedia de compartirla con y por los indefensos. 


    Un terremoto mueve de la peor de las maneras, a la vez que conmueve del mejor modo. Habrá la tentación de la arcaica teodicea de que no nos puede regir un Dios bondadoso, visto lo visto, pero es una idea paupérrima de Dios. Somos libres ante el Gran Misterio. Podemos hacerlo mejor, con las casas, con las personas, con nosotros mismos. Muchos científicos (hay más vivos que muertos, se dice) han dejado de perseguir el saber fundamental y también su aplicación en aras del afán narcisista. Muchos políticos han dejado hacer. No es que Dios se calle ante los despropósitos humanos; simplemente estos ocurren porque Dios no es escuchado. No hay silencio para oírlo. También es cierto que Dios tiene sus modos de hablar. Lo ha hecho en las miradas de esos bebés rescatados tras días de entierro en vida.


    La tierra se ha movido ... y ese movimiento, con sus efectos, ha conmovido el alma.

 

 

7 comentarios:

  1. Tremendo. Dar la vida por otros. No perder la fe en el ser humano. Parece que asistimos a escenas y ejemplos recurrentes. Un fuerte abrazo.

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  2. Querido Javier: el terremoto ha traído su carga de muerte y desolación. La naturaleza ha mostrado su poder, pero también nos da una prueba de que está en la mano del hombre atenuar algo de su furia. Sabemos que en los países ricos las casas se construyen con sistemas que reducen drásticamente el número de víctimas. Pero la lección más importante es la que tú destacas: cómo los gestos de solidaridad, que no son para nada pequeños, sino gigantescos, nos reconcilian con la condición humana. También los seres humanos somos capaces de hacer algo más que solo sembrar la muerte y la destrucción. Eso reconforta, aunque no borre nuestro costado maldito.
    Un abrazo
    Gustavo Dessal

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    1. Muchas gracias, querido Gustavo.
      Una decisión de "eficiencia" puede acarrear un riesgo brutal que se actualizará más tarde del modo en que vimos.
      El ser humano es, efectivamente capaz de lo peor, pero, a la vez, también de lo mejor. Habrá quien se haya enriquecido construyendo malamente casas que se han desplomado como si fueran de papel. A la vez, hay quien se enriquece en el opuesto y mejor sentido del término, con un despliegue de amor y de saber enfocado en lo singular. Eso, a la vez, realza el valor del cada uno, de cada niño o adulto rescatados, frente a lo grandes subconjuntos de supervivientes, de muertos, de heridos, de afectados "sólo" en lo material.
      No deja de sorprender tampoco que un perro, por adiestrado y animal que sea, se comporte tantas veces mejor que un ser humano. Hemos despreciado lo animal bueno que subyace en nosotros, lo que el ánima, el alma, supone.
      Un abrazo

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  3. Vivimos a salvo, enfrente de la pantalla. Salvo nuestros problemas, algunos tan graves que pueden llevar a más de 4.000 personas al año a matarse a sí mismos en este país sin una guerra o una catástrofe que se haga cargo de su muerte, la guerra o catástrofe o está en nuestro interior o al otro lado.
    Imprevisto o no, predecible o no, pero recurrente, el caballo del apocalipsis galopa permanentemente entre nosotros. Sólo el imperativo de lo noticioso, perdón, mejor “noticiable” (una palabra que no existe como tantas otras pero que, sin embargo, tiene un significado conocido por casi todos) tiene el poder de pararle las patas o echarlo de la pantalla. Pero sigue ahí. Justo ahí. La veamos o no, la queramos ver o no.
    La empatía, la solidaridad, ¿cómo no sentirlas? Seríamos bestias, seres carentes de humanidad. Sufrimos con el que sufre, aparezca en las pantallas o no. Porque el que aparece en la pantalla soy yo y el que sufre la guerra interminable que no sale en el telediario también soy yo. Eso es la empatía.
    La política sólo se acerca al que tiene su misma piel y la mayor parte de las ocasiones no pasa de palabrería (no por nada son expertos en crear palabras: “reputencial” he escuchado decir sin rubor a un dirigente hace menos de dos horas).
    ¿Cuántas ayudas se prometieron después del tsunami? ¿Cuántas llegaron?
    Tantas preguntas sin necesidad de respuesta.
    ¿Quién solivianta nuestra conciencia? ¿Dónde está Etiopía? ¿Qué dijo Diego que decía?
    Se apagó la pantalla.
    Y, aún y todo, gracias. Muchas gracias, Javier.

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  4. Me gustaría ser más optimista, créeme. Sólo siento algo parecido a la redención al ver la labor que desarrollan en primera persona y sobre el terreno tantos organismos (ONG) con tantas personas ajenas, en las que, con no poca vergüenza propia me siento reconocido.
    La Ética, si es que todavía se puede escribir con mayúsculas, está sufriendo los peores ataques de toda su historia (perdón por exagerar). Habrá que preguntar dentro de cinco o diez años a los jóvenes ¿qué es la ética?. O, lo que es peor, ¿qué es la ética para ellos?
    Un abrazo fuerte.

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    1. Desde luego, los tiempos no propician el optimismo.
      Aun así, no queda otra opción que seguir manteniendo esperanza, aun dentro del realismo.
      Un abrazo
      Javier

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