“Habéis oído que se dijo: “Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos” (Mt. 5,43-45)
Tímidamente aparecen flores en algunos árboles que la ciudad alberga. Es un presagio de la primavera, que inaugurará el próximo equinoccio. La luna llena siguiente a ese día determinará cuándo se celebrará la pascua de resurrección; será el primer domingo que la siga.
No fue fácil determinar esa fecha y, con ella, la de lo que en nuestro tiempo son días más festivos que religiosos. Roger Bacon se había dirigido al papa Clemente IV indicando que los cristianos estaban celebrando la Pascua de resurrección en una fecha errónea, algo terrible sin duda, y urgiendo a resolver el problema de un calendario o, lo que es lo mismo, a conocer la duración exacta de un año. Hubieron de pasar tres siglos para que esa reforma en una medida tan importante del tiempo tuviera lugar con el papa Gregorio XIII.
La primavera viste de luz y color todo lo que nos rodea, aunque sea un entorno urbano. Nos alegra, y parece que esa alegría debiera ser anuncio de paz, cosa que lamentablemente no es de esperar ahora, cuando tantos jóvenes mueren en una guerra, en la que otros muchos quedan mutilados o, en el mejor de los casos, sobreviven ya sin casa. Una guerra en la que la brutalidad criminal coexiste con dirigentes que, habiendo enterrado la diplomacia, parecen jugar, muy mal, a una partida de ajedrez letal. Ahora, en 2023, en ese punto azul en el universo al que se refería Sagan, hay sitio para lo más descabellado y arcaico.
La operación Barbarroja se inició con el principio del verano de 1941. Recuerdo una imagen de un libro (“La segunda guerra mundial en fotografías y documentos”), que me impactó al final de mi adolescencia (creo que ahora ya no existe eso, que pasa a ser "adultescencia"). En esa fotografía, en la que no había nada macabro, a diferencia de otras abundantes en mostrar el horror, se veía la penetración de blindados en terreno soviético. Esos tanques alemanes, los “panzerkampfwagen”, generalmente llamados "panzer", contrastaban brutalmente con los campos florecidos que invadían. En esa foto, se apreciaba que la primavera misma era aplastada, como si fuera el enemigo real, más nefasto que el ejército rojo. Más de 80 años después se habla de la versión moderna de esos carros, también alemanes, los “Leopard”, y no usados para invadir, sino para defender. Invadir, defender… términos sólo en apariencia antagónicos, pues son simbióticos a una pulsión letal, cuando la palabra cesa, cuando su función mediadora decae.
Ese libro en tres tomos, con tantas fotos, tantos documentos, que parece ahora tan anticuado, no sólo relataba el pasado sino el presente actual. El libro también recogía las tristes imágenes que inauguraban una era atómica, como augur potencial de otro libro que ojalá no haya que escribir nunca, y no porque no quede quien lo haga.
La pulsión de muerte freudiana, con la insistente repetición de lo peor, se nos muestra a los afortunados que no estamos en Ucrania como espectáculo que sucumbe en las pantallas de nuestros televisores ante el esperpento de amores y desamores de “influencers”. Quizá la paradoja de Fermi sea algo que universalmente reclama la misma “solución” que estamos viendo en nuestro civilizado planeta.
No hemos aprendido del renacimiento de la vida que la primavera anuncia. Al final, ya se sabe, acaba ganando el invierno, algún invierno, con su nieve teñida del rojo que nutrió a seres vivos. Y acaban aumentando las ganancias económicas de quienes rigen en el mercado de armas. Al final, ya se sabe, los jinetes apocalípticos se muestran como son, inmortalmente repetitivos. Podrán sosegarse, saciada su sed de sangre y de muerte, pero volverán. Un quinto jinete galopa con los cuatro de siempre, es la tecno-ciencia al servicio de ellos. La misma ciencia que no puede comprender plenamente a una simple rosa, que es sin porqué, como decía Silesius, sabrá destruirla.
Iglesias cristianas ortodoxas, de creencia similar, con dogmas parecidos, se posicionan con los suyos, en contra del maligno encarnado en el otro, al que derrotar.
Se acerca el equinoccio y, tras él, el recuerdo del dulce maestro Jesús, cuya palabra acabó induciendo, para ser difundida, la génesis del cirílico, esa lengua eslava en la que hoy se escriben los horrores de la guerra con bendiciones de insensatos patriarcas vestidos con cristianos ropajes litúrgicos.
Gracias por esta magnifica entrada, como siempre, Javier. Un fuerte abrazo.
ResponderEliminarFidel
Querido Fidel,
EliminarMuchas gracias a ti por tus estimulantes palabras.
Un abrazo
Javier
Querido Javier: ¡cuántas primaveras se han matado a lo largo de la Historia! La vida tiene aún, pese a todo, la inaudita fuerza para renacer una y otra vez, como lo demuestra lo que sucede en Chernobyl. Allí, en el seno de la devastación total, comienzan a florecer plantas y criaturas extrañas, que por razones que se están estudiando, desarrollan la paradójica capacidad para no solo resistir la radiación, sino la de general mecanismos de relativa inmunidad. No es el caso de los humanos. Nuestras primaveras se van agotando.
ResponderEliminarUn abrazo
Gustavo Dessal
Querido Gustavo,
EliminarPues sí. La vida tiene, como dices una "inaudita fuerza para renacer una y otra vez". Por eso, es muy probable que, incluso con un conflicto nuclear que acabase con la especie humana (probablemente siempre quedaría alguien en algún lado), la vida en general se adaptaría, como ya ha ocurrido en otras circunstancias catastróficas.
El ejemplo que aportas de Chernobyl lo muestra con claridad.
Desde el punto de vista de la civilización, parece que atravesamos un crudo invierno y que la primavera de paz se ve lejana. Y a escala individual, nuestras primaveras también tienen su límite, telomérico o por múltiples causas exógenas. Como dices, "se van agotando". Descansemos, mientras podamos, en el tiempo de Aión, que Kronos ya va a su ritmo tan frenético como soso y letal.
Un abrazo
Javier